Foto tomada del website
La Iglesia Católica en Camagüey
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Mis lectores sabrán perdonar este improntu del cronista al referirse en tono abreviado a la que fuera para mí espacio inolvidable de labor por tres décadas en mis nativos lares camagüeyanos.
Los más informados habrán ya intuido que refiero a la emblemática Biblioteca Diocesana de Camagüey, aquel noble y necesario proyecto, obra incuestionable de un visionario pastor y hombre de cultura sin par, nuestro inolvidable arzobispo Monseñor Adolfo Rodríguez Herrera, quien promovería su andadura en la Diócesis Camagüeyana, a mediados de los años 90 del recién pasado siglo XX, y que desde entonces fuera creada en la Casa Diocesana de la Merced.
Desde el año 1997 comencé faenas allí junto al hermano de fe y de amistad en circunstancias bien probadas, Joaquín Estrada Montalván quien para entonces fungía como su Director o Responsable.
El entonces corto espacio de aquel scriptorium se ubicaba justo a la entrada de la ya mentada Casa Diocesana, accediendo directamente desde la Plaza de la Merced.
Muchos recordarán ese mítico y acogedor resguardo para tantas inclemencias no necesariamente “atmosféricas”, un reducto donde la paz del cuerpo y el alma encontraban especial acomodo.
Un poco después asumiría las funciones de Responsable y me tocaría en un minuto posterior (junio de 2000), mudar aquel primigenio espacio a otro ya concebido para albergar definitivamente la Biblioteca.
Las labores constructivas ingentes y muy cuidadosas estuvieron a cargo del entonces Rector de la Casa Diocesana el padre Willy Pino, hoy Arzobispo de Camagüey. Esta vez la ubicación correspondería al que ocupara por muchas décadas la sacristía del templo de La Merced.
En aquel espacio transcurrieron dos décadas de mi vida de servicio, allí vi aumentar exponencialmente la cantidad de libros del amplísimo catálogo ya de por sí crecidos y valiosos a la hora de la mudada. Allí sin dudas, viví una experiencia inolvidable que me acompañara para siempre.
De aquellos años ya en la distancia comparto hoy con el lector una bonita anécdota que involucra a nuestro inolvidable monseñor Adolfo Rodríguez, ya citado, el artífice indiscutido de aquel nuevo espacio, y velador insomne de aquel caudal de fe y cultura que tanto bien ha hecho a nuestra iglesia local, y que es sin dudas una parte indeleble de su inmenso legado como primer Arzobispo de la Arquidiócesis camagüeyana.
Monseñor, como con cariño lo recordamos muchos de quienes tuvimos la suerte enorme de ser parte de sus cuidados y afectos, solía enviar algunas pequeñas notas o memorandos acompañando el envío de cualquier nuevo tesoro bibliográfico, muchas y tantas veces regalos expresos a su dignisima persona, y que luego de revisar con sumo cuidado, no vacilaba en compartirnos.
Igual, muchas de aquellas breves notas eran valiosisimas y atinadas sugerencias para la persona del cuidador, que en mi humilde caso, recibía con tanto gusto y que no vacilaba en hacer realidad, y de paso conservaba aquellas breves esquelas como un signo inefable de su cariño y como muy sentida memoria suya.
La que ahora comparto con el curioso lector es de esas últimas, encontrada al azar entre la papelería que dejé detrás, y aunque atino a datarla, con precisión pudiera corresponder a la primera década de existencia del local.
El motivo queda claro en la letra bien cuidada del Arzobispo: avisarme de no dejar de pedir sugerencias de nuevos títulos, temáticas y contenidos, a un ilustre visitante que estuvo de paso por la Diócesis: el reconocido padre Segundo Galilea, autor de prestigio en temas de Espiritualidad, y de quien ya conservábamos algunas de sus obras.
De más queda decir que el Padre Galilea nos cumplimentó con su bondadosa sapiencia la encomienda de nuestro arzobispo, y se regocijo de paso con la contemplación de sus libros más buscados entre los títulos más demandados de la Diocesana.
Dejo al lector ahora disfrutar de esta exquisita memorabilia, del inolvidable Monseñor Adolfo nuestro pastor y amigo, que sin dudas desde el Cielo, y en fama de Santidad, nos sigue acompañando.
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