En el tren
A Aniceto Valdivia
Un guante de flexible cabritilla
asoma por la estrecha ventanilla
del cómodo y magnífico vagón...
Oprime el guante una sedosa mano,
detrás de la que un busto soberano
surge, como una rosa, del botón.
Una mujer de insólita belleza,
le dice adiós, con íntima tristeza,
un niño que solloza en el andén...
Ella agita en el aire su pañuelo,
mientras el melancólico chicuelo,
ve a través de sus lágrimas el tren.
En un rincón del coche, enamorados,
con los húmedos ojos entornados,
se miran una dama y un galán.
Irradia la mujer como una estrella:
él hoy ante el altar se unió con ella...
¿dónde los dos a idolatrarse irán?
Antes de que el convoy ligero parta,
un emisario fiel, con una carta,
se aproxima a un romántico doncel;
éste devora el contenido aprisa,
la epístola destruye, y a la brisa
arroja los fragmentos de papel.
Un niño angelical de crespos rubios,
de su aliento inocente los efluvios
va dejando en la atmósfera sutil.
La madre lo acaricia enajenada,
y, al pasar por un túnel, angustiada
aprieta al niño con amor febril.
El monstruo se detiene, y un vicario,
sosteniendo en la diestra su breviario,
sube la escalerilla del vagón,
presentándose, puro y luminoso,
lo mismo que en un antro pavoroso
hace un rayo de sol su aparición.
Más allá, dos alegres colegialas,
casi ocultan su fazbajo las alas
de sus sombreros de plumaje gris;
y cerca de las dos adolescentes,
triturando una rosa con los dientes,
habla con ellas una esbelta miss.
Bate el viento las duras portezuelas;
los árboles, del bosque centinelas,
parecen el camino vigilar.
Crujen las grandes vértebras de acero,
y el humo, su penacho pasajero
deja sobre la máquina flotar.
Solas dejando atrás las estaciones,
rápidos van corriendo los vagones,
lo mismo que un ejército en tropel;
y veloz, en su loco atrevimiento,
el ojo alerta y con la crin al viento,
hiende los aires el audaz corcel...
Los bueyes, levantando la cabeza,
con ojos en que flota la tristeza,
ven los carros alígeros pasar,
mientras por un recodo del camino,
aparece cantando un campesino,
que alegre torna a su apacible hogar.
Venciendo abismos y cruzando predios,
en uno de los pueblos intermedios.
vuelve de nuevo a detenerse el tren...
Un hombre baja... Una mujer lo espera...
¡Ay de aquél que no tiene compañera,
que le aguarde impaciente en el andén!
Los que han sido un instante compañeros
fugaces y enigmáticos viajeros
a quien unió un momento el mismo afán,
de la vida en la rápida pendiente,
¿volverán a encontrarse frente a frente,
o nunca más a verse volverán?
La máquina, después de la jornada,
como una reina, hermosa y fatigada,
queda sobre el metálico raíl...
Y se ven en los coches, esparcidas,
hebras ensortijadas, desprendidas
de alguna cabellera femenil.
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Texto tomado del poemario En medio del camino. Matanzas 1914.
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