Milton es nuestro primer huracán floridano, aunque por supuesto no es el primero al que asistimos… porque desde nuestra infancia cubana testimoniamos la llegada y el paso de no pocos fenómenos similares. En Cuba, sabida su insular posición se les sufre con cierta paciente resignación que si no fuera trágico el asunto llegaríamos a afirmar que se hace parte de la comedia más asimétrica vivida en los des tiempos de aquella i-rrealidad
Allí como por estos lares y por las múltiples coordenada del trópico que los genera, el ciclón o el huracán según sus inevitables efectos predatorios,viene marcado por el viento y la lluvia, la marejada imparable, las ráfagas silbantes y hasta los tornados que de ocasión que se le asocian a las bandas espirales
Pero para el cubano hay otras coordenadas que distinguen si se quiere la casi universal experiencia. Es algo que se empareja con el carácter y el ánimo desprejuiciado del entorno cubensi con notas dispares entre el jolgorio permante y casi crónico donde lo serio no tiene voz ni voto, y la inoperante experiencia vital del cubano de a pie que vive condenado en siniestro ostracismo.
Lo que le antecede y le continúa es ante todo el despliegue del sentido más primitivo de asistir al peligro desde la experiencia más desafiante, casi en estado de suprema laxitud a pesar del peligro reinante, y al que se le encuentra fácil remedio cuando se descorcha la primera botella de un ron peleón o cualquier otro bebestible, y el despliegue de ollas y calderos con un condumio de magra raíz, y la música y el consabido tablero de domino para matizar la ocasión.
Con ese desparpajo tan nuestro se solapa muy oportunamente ese estadio de incesantes temores y efectos traumáticos en techos mal emparejados y viviendas precarias, sumado a cortes eléctricos, y un estado de abismante indefensión ante el aciago evento que acaece después con sus destrozos ineludibles.
Ya se sabe que donde el meteoro se ensaña no queda ni el mínimo consuelo de recuperación, y quien por desgracia lo pierde todo, ingresa ipsofacto en una categoría inenarrable, que solo un cubano pudiera entender y con mucho esfuerzo poder esbozar de la manera más inteligible posible.
Pero con la resaca a cuestas el ciclonero cubiche por llamarlo de algún modo, sale otra vez a recalibrar su dura y penosa realidad en medio de su precario existir que explícita esa otra tormenta perfecta e inacabable en la que malvive y, que por su duración temporal, parece llamada a serle eterna.
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