Sunday, December 15, 2024

Maria: “más rollo que película”. (por Baltasar Santiago Martín)


Los cubanos tenemos un dicho muy bueno para decir que alguien se ha quedado corto, que no satisfizo las expectativas, sea su persona o su obra: “Es más rollo que película”, y nuestro dicharacho –no por peliculero, sino por lo acertado– le viene de perillas a Maria, por haber estado precedido su estreno en Netflix por muchos comentarios en los medios que parecían augurar algo muy positivo: que si era digna de un Oscar, que si Angeline Jolie había brindado la actuación de su vida, etc.


Pues no, ni Oscar para el filme, su director ni para la Jolie, cuya descafeinada actuación como Maria no ha logrado hacerle justicia a la inconmensurable Callas, sino que ha “malogrado” el filme, pese a los bombos y platillos mediáticos precedentes.

Aunque para mí el 98 % del fracaso de la película se debe a Angeline Jolie, quien ni de lejos da la personalidad de Maria –y no se trata de parecido físico, no, sino del carácter, la fuerza, el carisma de Callas, ese algo intangible que la hizo el mito que es–, el guion tampoco le hace justicia a la diva ni la escasa y mal escogida banda sonora, con énfasis en la música del famoso coro “Va, pensiero”, de Nabucco (Verdi) y de “E lucevan le stelle”, el aria final del tenor en Tosca (Puccini) –ni siquiera de la protagonista–, pero que sí escoge su “Vissi d’ arte” para la escena de la muerte, cuando debió ser su “Addio, del passato”, de Traviata.

Para mí es evidente que Pablo Larraín, el director del filme, no decidió hacer Maria porque ha escuchado todas sus grabaciones ni visto todos sus videos, como los que la amamos, en una especie de culto, sino que, como Onassis, es un coleccionista de celebridades, pero limitado a su “envoltura”, no a su esencia, pecado original de su Maria.

Véase su Spencer (a Diana de Gales); y Jackie (a Jackeline Kennedy / Onassis), esta última quizás su razón para aventurarse en Maria, como una pre-secuela de aquella.

Y a propósito, esa pregunta: “¿dónde está su esposa?”, que Callas en Maria le hace a John Kennedy, levanta suspiscacias: ¿se “entendían” ya Jackie y Ari desde antes de la muerte del presidente?

A diferencia de Maestro, en que Bradley Cooper hizo énfasis en la vida sexual de Leonard Bernstein y no en su obra como director de orquesta, compositor y defensor a ultranza de la música clásica –por lo que lo califiqué como “un filme incompleto” –, Larraín en Maria no incurre en eso, pero no por ello deja de ser una película “incompleta”, amén de oscura y lenta, porque no muestra a la artista, a la soprano, a la prima donna assoluta que fue –y lo sigue siendo, en nuestros corazones– Callas: majestuosa, altiva, magnética, hierática; hasta condescendiente, reflexiva y meditativa, cuando se bajaba de su muy merecido y más que entendible pedestal portátil, pero nunca humilde ni sencilla.


La Maria de Angeline no es nada de eso.


Para interpretar como se debe a Maria Callas hay que ser (o hacerlo) como lo fue ella –como nuestra genial Alicia Alonso en el ballet La Diva–; exactamente asi: una Diva (y divina) y Angeline no llenó esos zapatos ni esas zapatillas (por si a alguien se le ocurre hacer la serie Alicia con ella.

¡Qué decepción!


Hialeah, 14 de diciembre de 2024

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