Reconozco que me pasa con todo viaje. Los prolegómenos me marcan casi siempre una coordenada de anticipatorio signo, por aquello de que uno mira y busca las posibles coordenadas del sitio, o simplemente se escuchan anécdotas y recomendaciones de los que fueron primero y quieren que nos vaya muy bien, o repitamos por qué no, sus mejores vivencias.
Pero con San Agustín, en estos predios floridanos, la emoción de lo vivido ha sido de una plenitud exultante, como pocas veces antes, si salvo por excepción mi también reciente vez en Key West, otro punto de inestimable cercanías.
Reconozco que la marca más sugerente lo da el hecho de haber viajado con mi familia nuclear recientemente llegada a mi lado, y también en la compañía de amigos entrañables, promotores y cicerones insuperables de la idea, con los que el camino y el viaje se llenan de alegrías inenarrables para los efectos de esta rememoración y que dotan la experiencia de una marca indeleble e inolvidable.
Con el mismo signo, queda la satisfacción infinita de haber conectado con una parte de la historia patria: la sabida presencia del Padre Félix Varela en aquel punto geográfico que guardara sus pasos de adolescente junto a su abuelo paterno, Coronel destacado en el fuerte de San Marcos en los tiempos en que la ciudad volviera a manos españolas (1783-1821), luego de haber sido, junto a toda la Florida, posesión inglesa desde 1763. Y luego, en ese mismo antiguo outpost, ya parte de la Unión Americana, nuestro Padre Varela se retirará al final de su preclara existencia de sacerdote y patriota, para bien morir, en olor de santidad, lo más cerca posible de su Cuba añorada y soñada libre alguna vez.
La visita a la que fuera su tumba aunque no todo lo explícita que hubiera preferido esta vez, me llevó al menos, al frente del cementerio de Tolomato, justo en la calle Córdoba.
Allí está la blanca capilla donde hubieran de reposar sus restos mortales antes de ser llevados a su amada Cuba y ocupar el conocido cenotafio del Aula Magna de la Universidad de La Habana.
Luego, recorrer la ciudad por aquel entramado que nos recuerda con especial énfasis a La Habana más colonial, y con conexiones de historia raigal desde que Ponce de León desembarcara allí procedente de Cuba en 1513, muy cerca del actual monumento que perpetua su memoria, uno vislumbra ese sitio tan conectado a nuestra patria desde aquel temprano siglo XVI.
El fuerte de San Marcos, que aún contemplamos en su innegable parecido con los morros habanero y santiaguero, era enclave fundamental que desde 1695, protegía los continuos embarques de los tesoros que España acarreaba en sus flotas desde los territorios americanos y luego de pasar por La Habana, se enrumbaban a la Madre Patria aprovechando las fuertes corrientes del Gulf Stream.
San Agustin guarda igual memorias históricas de sucesivas incursiones piraticas como las del temible Drake, igual que los asedios de los británicos, los años de ocupación de aquellos, la vuelta a dominio español y luego su cesión final a los Estados Unidos en 1821.
De todo ello la ciudad es una huella indeleble, aunque ninguna edificación actual es anterior a 1702, la ciudad es una sucesión de estilos y señales de cada momento de su historicidad más elocuente. Un ejemplo de ello aún a la vista es la antiquísima Wooden Schoolhouse aún con sus maderas originales de cipreses, y que el visitante puede contemplar en la antigua calle Española.
Un antiguo mapa español que tuve a la vista, y que data de 1728, deja igualmente evidencias del sugerente entramado de calles y antiguas viviendas.
La catedral, actualmente basílica que data de 1797, nos lega innegables marcas de la catolicidad inicial que trajera la ocupación española.
Dos imponentes edificios que fueron antiguos hoteles de innegable porte: el Alcazar y el Ponce de Leon, en la movida King Street, aún sorprenden al visitante por su majestuosidad. El primero es ocupado hoy el City Hall y el Museo Lightner; y el segundo por el Flagler College.
Este humilde viajero y cronista siente al final de tanto desandar aquel incitante entramado, que mucho le ha quedado pendiente, tanto o más que lo visto, fotografiado, o conservado en la retina y la memoria, pero el viaje ha sido sugerente y feliz y repetirlo es solo un asunto de tiempo por venir, para este cierre dejo al amable lector la evidencia de alguna particular instantánea que sugiera y matice mi inolvidable experiencia.
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