Wednesday, March 19, 2025

Eva desterrada del “paraíso”. (por Baltasar Santiago Martín)


Sé que lo que voy a decir es algo bastante controversial, pero me arriesgaré:

Esta obra teatral es sobre la pérdida del paraíso por las mujeres que se ven obligadas a abandonarlo o perderlo, como la Eva del Viejo Testamento, pero por razones distintas.

Y se preguntarán: “¿qué será el paraíso para él?”; ¿irá a idealizar la Cuba de antes de 1959, el año en que todo se ‘revolucionó’?”.

Pues no. El paraíso para mí es la familia completa, cuando todavía no faltaba nadie en las fotos de los bautizos y los cumpleaños; una infancia y una juventud felices, en el barrio, la ciudad y el país en que nacimos, y esto rebasa el guetto cubano, porque es una tragedia universal –¡sí, una tragedia universal! –, que es lo que vi en la escena del Sandrell Rivers Theater la noche del viernes 14 de marzo de 2025, aunque aderezada con esos matices cubanos tan peculiares que nos hacen reírnos en medio de nuestras adversidades y desgracias.

No hay que ser mujer para que esta obra “te llegue al alma”, como lo hace esta Eva de mi Lilliam Vega Lauten y Adyel Quintero Díaz, con El Ingenio Teatro, porque creo que todos venimos de una madre, de una abuela, de unas tías, que tuvieron que dejarlo TODO atrás –ese “paraíso” del que hablo– o perderlo sin tener incluso que emigrar, porque también existe el insilio además del exilio, cuando sigues viviendo donde están tus orígenes, pero todo ha cambiado para mal y sufres la partida de los que sí se han ido.

La vejez –que para mí es otro tema subliminar de esta obra– es como la luz, de naturaleza dual: es una victoria y a la vez una derrota, según te mires en el Espejo y la decidas enfrentar, máxime cuando además de la pérdida de la lozanía y del vigor de la juventud, tienes que sufrir el desarraigo, en el caso de la emigradas o las “insiliadas”, por partida doble.

En el ballet La bayadera, debido a la ensoñación y el sopor del opio de su amado Solor, la bayadera Nikiya aparece reproducida 24 veces ante él, en la famosa escena llamada “El Reino de las Sombras” de dicho ballet.

Las 7 Evas: Simone Balmaseda, Flora Lauten 
e Ivanesa Cabrera (al frente); Lilliam Vega,
 Fanny Tachín, Dianet Conde
 y Kirenia Vega (detrás).Foto: Manuel Valladares.
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En esta Eva –que por momentos tuvo escenas casi de ballet o danza contemporánea–, bastaron solo siete, número mágico de la Ciencia de la Numerología –que en la Ciencia del Teatro Cubano me remite a la ya mítica Los siete contra Tebas, de Antón Arrufat, de 1968, pero estrenada en Cuba en 2007, dirigida por Alberto Sarraín–, pero sin que fuera necesario ningún alucinógeno para ver a Eva, solo el acerado e incisivo texto de Lilly y de Adyel, corporizado en las tablas por estas intensas mujeres actrices que se interpretaron a sí mismas en su vida real –salvando lo de putas, aclaro (¿?).


Todos nosotros, mujeres y hombres, llevamos a nuestros muertos en donde y adonde quiera que estemos o vayamos, y en mi caso, los buenos recuerdos me ayudan a vivir.

Durante la obra, pensé mucho en las abuelas –y en general, en todas esas mujeres ya mayores– que “en el ocaso de sus vidas” (eso me quedó algo cursi) se deben adaptar a otra cultura, a otro idioma, en que muchas veces sus nietos no hablan español, y la nostalgia y la añoranza por “el paraíso perdido” (vayan al inicio) las desarraiga del disfrute del presente y de los hijos y nietos “americanos”, a pesar de la abundancia, del confort y del aire acondicionado: extrañan a sus muertos, a sus vecinos del barrio, hasta ese café mezclado con chícharo que se menciona en la obra, pero sin panfleto ni teque (gracias, Lilly).

Ivanesa Cabrera, Dianet Conde 
y Fanny Tachín (al frente); Kirenia Vega 
y Simone Balmaseda (detrás). 
Foto: Manuel Valladares.
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Como he escrito ya en otras ocasiones, no basta la excelencia de un texto si quienes le ponen “alma, corazón y vida” –como reza el título del bolero (¿o vals?) del Trío Los Panchos, de la autoría del peruano Adrián Flores Albán– no dan la talla, y tanto Simone Balmaseda, Kirenia Vega, Dianet Conde como Fanny Tachín “se vistieron de largo”, en realidad y en sentido figurado, para ser Eva, con la crudeza, la intensidad y el desparpajo que los autores no dudaron en “endilgarle” a cada una para el, sin dudas, único y caleidoscópico, a la vez, personaje.

Fanny Tachín y Kirenia Vega (al frente);
 Simone Balmaseda, Dianet Conde
 e Ivanesa Cabrera (detrás). 
Foto: Alfredo de Armas.
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Kirenia Vega, Fanny Tachín y Dianet Conde.
Foto: Alfredo de Armas.
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Y ustedes se dirán: “a este se le pasó mencionar a Lilliam Vega como actriz, además de como coautora y directora de la obra”, pues fíjense que no, pero Lilly merece un punto y aparte en esta reseña, al igual que Flora e Ivanesa.

Lilliam Vega antecedió a su madre casi al final de la obra, con tanta verdad –a cara lavada–, que bastaron sus breves líneas para dar el pre in crescendo emocional de Eva, que sin dudas reservó para su madre, esa luminosa y aterrizada actriz (sí, ya sé que creé un oximorón) del Universo Buendía que se llama Flora Lauten, en aparición “muy especial”, tal y como parece en el programa de mano.

Creo que Flora resumió, tanto como actriz que como mujer, ese desarraigo doble del que hablo, de todas estas mujeres y actrices, que a la vez son una misma Eva única en representación de todas las posibles.

Flora Lauten.
Foto: Manuel Valladares.
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Flora Lauten.
Foto: Alfredo de Armas.
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¿Y de Ivanesa qué?, pues que ella, además de ser una actriz visceral –y a la vez coloquial (otro oximorón) –, es una cantante “de recia estirpe” (¡apreté, Tato!), pues es hija de mi bolerista preferida, la gran Gina León, cuyo inolvidable tema Aléjate forma parte indiscutible de la banda sonora de ese añorado “paraíso perdido” ya descrito al inicio, en que Gina era una de las reinas –o la Reina– del Cabaret del Hotel Capri, y lo seguirá siendo, mientras conservemos y defendamos toda esa ilustre memoria musical y cultural de nuestro pasado.

Ivanesa Cabrera. Foto: 
Alfredo de Armas.
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Ivanesa “acompañó” a su madre en esta puesta, cantando a dúo con ella el bolero ¿Qué te cuesta?, de la autoría de Ricardo García Perdomo, lo cual fue un momento muy emotivo de la obra, pues, como expresé en mi poema Mis tesoros: “cada cubano tiene en su alma libre una victrola con boleros antiguos para alimentar su corazón”.

No debo concluir esta reseña sin alabar la música original de Héctor Agüero –en vivo durante la representación–; y darle crédito a Rubén Romeu por la coreografía de los movimientos escénicos (“por momentos hubo escenas casi de ballet o danza contemporánea”, como ya expresé líneas arriba), así como felicitar a Loipa Alonso por la producción general, asistida por Narah Valdés, de esta Eva tan necesaria y catártica.



Baltasar Santiago Martín Garrote
Hialeah, domingo 15 de marzo de 2025.

Fotos: Manuel Valladares & Alfredo de Armas
(Cortesía de El Ingenio Teatro)
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