Friday, April 4, 2025

Delirios de un autor por el escenario. (por Wilfredo A. Ramos)



“Si la gente quiere ver solo las cosas que puede entender, no tendrían que ir al teatro: tendrían que ir al baño”. Bertold Brecht.




Cada vez que el público se enfrenta a un espectáculo teatral, el resultado de dicho acto provoca que nuestros sentidos dirijan una mirada multidireccional hacia el espacio escénico que se abre ante nuestros ojos, dentro del cual van a converger variados aspectos que dan forma al hecho teatral. De lo anterior se desprende la complejidad que siempre acompaña a dicha manifestación per se, lo que conduce a que en su proceso creativo se vean involucrados una notable diversidad de personas, cada una de ellas con su muy definida dinámica artística, por lo que inobjetablemente el teatro tiene que ser considerado como un proceso de concepción coral.

En toda puesta de teatro hay tres aspectos que acaparan de manera directa a primera vista la atenta mirada de los espectadores, ellos son, el texto, la dirección y el desempeño de los actores, pasando a un segundo plano -aunque no dejen de ser importantes para el resultado completo del espectáculo- la escenografía, el vestuario, la utilería, las coreografías, las luces y la música. Claro está que lo anterior no funciona de forma siempre igual, ya que todo dependerá del tipo de espectáculo teatral que suba al escenario, el cual puede abarcar desde el trabajo de un solo actor sobre las tablas -el tan popular y socorrido económicamente monólogo o unipersonal- hasta las grandes producciones de teatro musical, incluyendo en ello al género lírico.

Pero si es cierto que esta manifestación depende de un esfuerzo de conjunto, hay un elemento que es la base, la columna que sostiene todo su diversificado andamiaje, el cual sin duda es el texto dramático. Partiendo de esta irrefutable razón nos encontraremos que el teatro es la única manifestación que se moverá entre dos disciplinas artísticas diferentes, naciendo como literatura para convertirse finalmente en arte escénico. Debido a ello es que, aunque el hecho teatral del que todo hablamos es aquel que vemos sobre las tablas, al momento de tomar en nuestras manos el texto y sumergirnos en su lectura, ya estamos penetrando en el fascinante mundo del teatro, manifestación que adquiere vida propia dentro de los escenarios.

Siendo producto de un origen eminentemente literario en primera instancia, el cual invita a ser disfrutado por medio de la soledad de la lectura, hay que destacar que al ser trasladado a las tablas -objetivo final de todo texto teatral- dicho traspaso, de un medio al otro, implica que este mantenga sus valores literarios originales intactos, ya que de ello dependerá en gran medida –sin dejar de tener en cuenta aspectos como concepción del montaje, dirección y actuaciones- la trascendencia que logre más tarde dicha obra teatral.

En momentos en que el texto dramático es descaradamente vapuleado por algunos directores de escena en nombre de la ‘libertad de creación artística’ y vemos cómo con total impunidad se toma cualquier obra teatral y se eliminan o agregan textos al gusto, se introducen tramas ausentes de la historia original, se cambia el género de la pieza, se incorporan o desaparecen personajes, dejando finalmente por tanto en muchas ocasiones un producto donde poco puede vislumbrarse del contenido e ideas volcadas por el escritor, hemos visto como muchos dramaturgos se han visto en la necesidad de convertirse en directores de sus propias obras, con la finalidad de verlas representadas tal y como ellos las concibieron. Tampoco podemos dejar de lado que esta necesidad de auto dirigirse ha venido avalada también por la cruenta realidad que representa el que cientos de obras de teatro escritas terminen guardadas en una gaveta u olvidadas en las páginas de en un libro -que apenas ni los propios teatristas se interesan en leer- ya que sobre los escenarios son llevadas las mismas obras una y otra vez, por el hecho de pertenecer a un autor con reconocimiento internacional, está de moda o como sucede bastante en nuestros tiempos, pertenece a una corriente ideológica determinada.


Lo hasta aquí comentando llega como pura reflexión, la que nos provocara haber asistido a la más reciente propuesta que del dramaturgo Eddy Díaz Souza, “Delirios”, subiera al miamense escenario de Artefactus Teatro, que durante tres semanas, entre el 14 y 30 del pasado mes de marzo, convocara a un público que cada vez con mayor asiduidad visita dicho espacio en busca, no solamente de su variada propuesta teatral, sino igualmente de la posibilidad de disfrutar de excelentes exposiciones de artistas de la plástica -como la que se mantuvo durante todo el mes, del destacado pintor de origen cubano Aizar Jalil- presentaciones de libros, recitales, homenajes a artistas, conversatorios, entre otra variada oferta cultural.

Souza, quien trabaja una y otra vez sobre cada uno de sus textos antes de sentir que están listos para subirlos a escena, no ceja en su empeño de procurar envolver al público en el aquelarre de emociones que suele provocar con cada una de sus propuestas. En la dramaturgia de este autor es común encontrar mezcla de géneros y estilos como forma de expresar la complejidad en la relación de los seres humanos y sus comportamientos ante los sucesos enfrentados en la cotidianidad de sus vidas. Igualmente el autor con ello, acude a un lenguaje visual de enorme riqueza, el cual le permite exponer ante el espectador un trabajo de profunda complejidad dramática, que obliga a una detenida lectura imágenes, acciones y hechos que desfilan por la escena.



De la misma manera, su obsesión por la imagen visual contribuye a que al trasladar sus textos a las tablas, el resultado sea un producto portador de muy precisos valores estéticos. Pero si este enfebrecido trabajo con el texto y la imagen no resultara ya de por si una señal de apasionamiento, su labor en la dirección de actores, forma parte de ese verdadero delirio que hemos señalado con anterioridad, llevando a que cada sujeto bajo su dirección logre abandonar su yo personal y absorba el espíritu del personaje.


Como director, Souza modela al actor con delicada exquisitez, como la de un escultor al trabajar el barro con sus manos, entregando un producto final bien procesado, complejo y minuciosamente detallado. Lo anterior conlleva a que cada intérprete al pasar por sus manos, logre desprenderse de vicios y esté dispuesto a abrirse a nuevas experiencias imprescindibles para su carrera, ofreciéndole herramientas de indispensable utilidad, aspecto este que no se encuentra presente en el trabajo de todo aquel que se asume como director de escena, situación que aunque lamentable es demasiado frecuente en nuestros días.

“Delirios”, texto escrito por Souza en el año 2017, guardado entonces y ahora retomado, es una obra donde los aires del teatro del absurdo recorren sus páginas, pero en el que igualmente confluyen otros géneros dramáticos como la comedia, la farsa y el teatro de la crueldad, guiado todo por una sutil línea de teatro psicologista. Este quehacer lo convierte en un verdadero tour de force para los actores y el público que disfruta de la obra, el cual no puede esperar ir detrás de un relato que muestre una sucesión de hechos de manera cotidiana, sino que tendrá que re-interpretarlos uno a uno, parai ir sacando sus propias conclusiones. En fin, es un teatro no solo para el disfrute sino también para pensar, una de las funciones que debe poseer el mismo.

Un aspecto interesante a señalar en esta obra, es que la misma se convierte en un homenaje -desde la ciudad de Miami lugar donde transcurre la acción- al teatro en general y al cubano en particular, nombrando títulos de obras, actores, directores, así como sucesos ocurridos en puestas dentro del ambiente teatral, trayendo a nuestra memoria aquel teatro que se hacía dentro de la isla durante las décadas de los años 50 y 60, en esas pequeñas salas teatrales que abundaban por toda la ciudad de la Habana, que fueron escenarios de recordadas producciones y grandes actuaciones, ya hoy prácticamente desaparecidas.


El elenco a cargo de los personajes en “Delirios”, estuvo encabezado por la actriz Belkis Proenza, en el rol de María Julia -pequeño reconocimiento a esa importante teatrista cubana que fue María Julia Casanova- quien da vida de manera deliciosa a la mujer que es el alma de la obra y la encargada de mover el género de la misma entre la comedia a la farsa, del absurdo a la crueldad. Su rol, el de una antigua actriz de papeles secundarios, ya retirada, es el encargado de ir haciendo referencia a los aspectos que en relación con el teatro se irán nombrando en el transcurso de la obra. El desempeño de la actriz estuvo marcado por una caracterización e integridad profunda, donde sus acciones, voz y proyección escénica no dejaron duda alguna de su compromiso con el espíritu del personaje. Su trabajo deja de manifiesto la madurez que dicha actriz ha ido alcanzando a través de su carrera, siendo capaz de enfrentar retos cada vez mayores.


Rei Prado, como Enrique, hijo de María Luisa o simplemente ‘Mama’ como es llamada durante toda la obra, presentado como actor de poco brillo y retirado también, es quien se presenta como la persona atrapada por su entorno, incapaz de romper las ataduras que él mismo le impone, pero deseoso a la vez de emprender nuevos rumbos. Su personaje marca el carácter claustrofóbico de la obra al desear salir definitivamente a través de una puerta hacia el deseado mundo exterior, pero que debido a sus miedos e inseguridades se ve imposibilitado de hacerlo. El actor, sorprende con un trabajo cuidadoso con su personaje, mostrando sus profundos conflictos internos por medio de un comportamiento farsesco. Su proyección escénica bajo control en todo momento, su buen decir y proyección adecuada de voz, nos hace recordar a ciertos personajes del teatro del dramaturgo francés, Moliere.


Después de haber sido visto recientemente en esta misma sala, en un anterior espectáculo, Alberto Menéndez, se nos entrega diferente, moviéndose entre las cuerdas del absurdo, el mimo, la postmodernidad y la danza. Actor con una excelente preparación corporal, conocedor de diversas técnicas de trabajo y con un gran dominio de la plasticidad en los movimientos, incorpora a Freddy, pareja romántica de Enrique, celoso y posesivo, conocedor de que es despreciado por la madre de este último, subrayando el carácter disparatado de dicha convivencia familiar. Su desplazamiento por el escenario nos remiten todo en todo momento al acto danzario, aportando a la puesta fluidez y movimiento.


Por último, Santiago Salas, actor colombiano, graduado de los cursos ofrecidos por el Adriana Barraza Acting Studio, en su primer papel como profesional, constituyó la sorpresa de esta puesta. El joven, que además posee formación como bailarín, incorpora a Roberto, taxista que es llamado por Enrique para lograr su empeño en abandonar la casa, se convierte en rehén de las acciones disparatadas del resto de los personajes. Su entrada a escena rompe con el anquilosamiento de los habitantes en dicho maltrecho hogar, con él la vida moderna actual penetra en un recinto anclado en tiempos pasados. Salas se entrega al siempre complejo quehacer de lo absurdo y la comedia, con seguridad, desparpajo, sin inhibiciones de actor primerizo.


A propósito de la concepción de esta puesta en escena, la misma cuenta con una sencilla y adecuada escenografía a cargo de Carlos Artime, el vestuario, muy teatral -con reminiscencias de cine mudo de los años 30 del pasado siglo- del propio Souza, la utilería de Aylin Silva y el maquillaje en manos de Vivian Morales, el cual trabaja sobre la idea de la máscara del payaso, acentuando con ello el también carácter lúdico de la obra. Por su parte la asesoría musical y vocal estuvo bajo la dirección de Oda Cardona y la producción general, como siempre, en manos de Carlos Arteaga.

Mención aparte merece la banda musical, que estuvo bajo la supervisión del propio director, donde se incluyen conocidos y magníficos temas como ‘It’s Now or Never’, de Elvis Presley; ‘Tango Nuevo’, por Roberto Vally; ‘Derniere Danse’, en versión instrumental a cargo del Cuarteto Amadeus y vocal por la cantante francesa Indila; ‘La valse des monstres’ y ‘Les jours tristes’, por Yann Tiersen; ‘Dance Me to the End of Love’ y ‘Take the Waltz’, del magistral Leonard Cohen y por último la cubana ‘Conga de los Hoyos’. Dichas interpretaciones musicales contribuyen a definir el carácter de cada acontecimiento y las intenciones de las acciones, formando parte del sub-lenguaje que atraviesa todo el espectáculo, enriqueciendo de manera complementaria su lectura.

A modo de conclusión, solo resta agradecer a Souza, por esta nueva propuesta para los escenarios de Miami y su continuado delirio por el teatro.



Wilfredo A. Ramos.
Miami, abril 3, 2025.

Fotos: Alfredo Armas/Arturo Arocha.