Algunos dirán, no sin razón, que es demasiado temprano para preguntarse cual será el mayor legado de Raúl Castro. El legado de Fidel Castro, si bien existen dos criterios al menos, que señorean sobre otro grupo de elucubraciones más especulativas o imaginativas, goza de una mayor data y definición. Lo curioso es que este, el cual pareciera haber tenido un super-objetivo visiblemente claro en su vida, pasará a la historia, no por el fin, sino por los medios que empleara, durante medio siglo, al efecto de lograrlo. El segundo, un caso más curioso, que no pareciera en modo alguno un hombre con objetivos claros en el departamento de “trascendencia” o búsqueda de un sitio “en los anaqueles de la historia”, que no parece haber trabajado demasiado duro a fin de separar un espacio relevante en el discreto espacio que, en la línea “C”, corresponde a Cuba, apenas ha asumido el protagonismo y tiene ya garantizado un mérito que no superará, al menos no es previsible que lo haga, si no se producen situaciones extremas en su magro mandato.
Un error de cálculo, provocado tal vez por su inmensa egolatría, o como algunos afirman, por las disminución ostensible de sus capacidades intelectuales, no permitió a Fidel Castro establecer el momento oportuno para sustraerse de una ejecutoria pública, administrar el acceso de otros grupos de poder a la cúpula y mantener la histórica sectorización, acuartonamiento se dice en términos de pastoreo ganadero, que le garantizaba un poder absoluto, no sólo sobre las masas, sino sobre las élites, mucho más preocupantes. El intento de mantener una presencia en los medios y una ejecutoria gravitante en todos los asuntos de gobierno, lejos de garantizarle un mayor control, ha permitido a otro, u otros grupos de poder, incidir de una manera indirecta, pero muy efectiva en su desvalorización como mito y como presencia determinante.
La táctica ha sido en extremo pragmática. Usar el doble discurso, típico del lenguaje castrista, con todas las connotaciones que para el pueblo cubano y la opinión pública internacional ha tenido este durante los últimos cincuenta años, en función de, capitalizando su devaluación, lograr un tercer objetivo.
El tropezón de Fidel Castro, el 21 de Octubre del 2004, puede decirse que fue el comienzo de todo un proceso, el detonante de una discreta agitación es la esferas del poder, en que destacan, por un lado, el esfuerzo de los círculos del poder real (político, representado por Fidel Castro y sus colaboradores más cercanos, tributarios de su confianza) por reforzar el mito, y la clara intensión de los círculos del poder funcional (ejecutivo, representado por la burocracia y los estamentos administrativos y de control, algunos bajo el mando directo de Raúl Castro, o cortejados intensamente por este en tiempos recientes) por exponerlo al desgaste, que nada puede propiciar como su exposición a la opinión pública. Los primeros, insistiendo en la mitificación, intentaron ser consecuentes con el libreto, generando un pasaje pletórico de estoicismo, en que el “héroe” minimiza el dolor o las miserias de una "caída simbólica", más estruendosa que la "caída real", que ya lo era bastante, y se mantiene “en control”, consciente, disponiendo los protocolos de comportamiento de su personal, e incluso, del personal médico que le asiste. Este esfuerzo desesperado por alimentar esta metáfora, este precario símil del ejercicio del poder, sin embargo, no logra contrapesar la labor de zapa de los expectantes del segundo grupo, que se apresuraron a acentuar un discurso que reivindica de una forma tan grandilocuente como accesoria el estatus de Fidel Castro como “imprescindible", ilustrándolo con el contra-discurso de las imágenes, que prueban su cualidad de instancia “perecible".
Es este un juego de avances y retrocesos, en el cual Raúl Castro ha sido un maestro de la inflexibilidad y la incuestionable lealtad doctrinaria, casi al borde de la caricatura que puliera hasta el extremo de la perfección el ladino Balaguer en Dominicana, al tiempo que, permisivo, abala de un modo implícito y se incorpora parabólicamente a la evolución del discurso alternativo del cual será tributario. El “cambio", que algunos con el afán de ser mas precisos han denominado “la transición" (sin que este término aporte nada determinante al discurso), no era una prioridad de Raúl Castro , que sabía que no existe una posibilidad real de suceder un mito. Reducirlo a una escala humana era realmente el único modo de sucederlo. Se dio a la tarea con su “promocionada” dedicación y empeño, lo cual se facilitaría posteriormente por la naturaleza de los acontecimientos que sucederían, en el aspecto clínico.
El 17 de noviembre del 2005 el Comandante en Jefe, dio un
discurso en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, que no fue apreciado en toda su dimensión. El pretexto fue recordar el día, sesenta años antes, que Fidel Castro comenzó a estudiar en la Universidad, pero el contenido se tornó apocalíptico, y por primera vez, aunque recurriendo a un leguaje parabólico, consideró la posibilidad de su muerte y de que la revolución fracasara o fuese destruida:
“Cuando los que fueron de los primeros, los veteranos, vayan desapareciendo y dando lugar a nuevas generaciones de líderes, ¿qué hacer y cómo hacerlo?”.
“¿Cuáles serían las ideas o el grado de conciencia que harían imposible la reversión de un proceso revolucionario?”
Se ha especulado que días antes, su médico personal, el Doctor Eugenio Selman Hussein-Abdo le habría comunicado los resultados del último chequeo médico a que había sido sometido a finales de octubre: el cáncer del sistema digestivo hacía metástasis y era imposible detenerlo.
En adelante el ajedrez político cubano abundará en escaramuzas sorprendentes, donde la más interesante, por inusual, es el intento de la elite cercana a Fidel de llenar el vacío, la incertidumbre generada por las afirmaciones de su líder, mediante una intervención del canciller Felipe Pérez Roque, el 23 de diciembre de ese año, en la Asamblea Nacional del Poder Popular. Su mensaje a los cubanos se limitaba a reposicionar y definir el post-castrismo como una nueva etapa del castrismo, que no admite otra opción que el dogma originario. Lo curioso, y lo que hace inusual la reacción de los grupos de Raúl Castro, es la respuesta a esta “jugada", usando a un agente de la seguridad del estado, “quemado” públicamente en el juicio de la Primavera Negra del 2003 contra los 75 disidentes pacíficos, periodistas independientes y bibliotecarios; el giboso David Orrio, el cual intenta una diagonal pero filosa respuesta, desde el diario Trabajadores, apadrinado por Raúl Castro y siempre propicio a acoger intrigas y capitalizar tensiones entre los grupos de poder. Orrio, destaca “...la paradoja de que en el 2002 Cuba declaró con carácter constitucional la “irrevocabilidad del socialismo”, y sólo 3 años después el artífice de la organización político-social imperante en la Isla admitió que tal proclama podía ser papel mojado, aunque millones de cubanos hubieran firmado lo contrario", en una clara alusión a Fidel Castro, que nadie hubiese intentado antes, sin un amparo claro de un poder real, que ya detentara una fuerza equiparable al poder nominal.
Raúl Castro intenta resucitar el Secretariado del Partido, para que se encargue de la dirección de una estructura en la que aspira a legitimarse políticamente. Durante el quinto Pleno del Comité Central del Partido, en junio del 2006, el cual lo eleva, de facto, al máximo nivel del país y lo sitúa, simbólicamente, casi a la altura del
Big Brother. El círculo se está cerrando, pero su posición no es aún sólida. La Dirección de Seguridad Personal del Ministerio del Interior, le impone el uso de chaleco y gorra antibalas en el acto público por el aniversario del Ejército Occidental, el 14 de junio de 2006, lo cual sustenta la gravedad de las tensiones internas. La complicación de la salud de Fidel Castro el 26 de julio del 2006 en Holguín, su operación de urgencia al día siguiente en La Habana, y las complicaciones post-operatorias hicieron pensar en el final, el día 31. “La proclama” que se hace pública ese día, bajo la presión de un grupo de “raulistas", traspasa el grado de Comandante en Jefe a Raúl Castro; elemento no previsto, que desata fuertes enfrentamientos y potencia las tensiones en las altas esferas del poder cubano. Estas se manifiestan en la sustitución de ministros, primeros secretarios del partido y la juventud comunista en las provincias y la promoción o reasignación de cuadros intermedios.
La “
Proclama del Comandante en Jefe al pueblo de Cuba”, del 31 de julio, añade un elemento formal a la nueva situación, que será muy importante. El hecho de que se especifique que Fidel Castro delega sus múltiples “funciones” “con carácter provisional", expresa un último bastión de resistencia de este último a renunciar a su poder. Sobreviene entonces la necesidad de acelerar la muerte política de Fidel Castro. Aprovechando el deterioro evidente de su salud, se arrecia en el doble discurso que por un lado concede a los asuntos relativos a su salud el estatus de “secreto de estado", y a su vez, se procede a exponer gráficamente su gradual deterioro físico. Se “filtran” detalles de su evolución clínica y se administra la distribución de imágenes y videos. Pero se necesita un “tiro de gracia” y es evidente que este ha sido el video en que se le ve “saliendo” de un elevador. Este
video tiene visos de ejecución pública. Es la decapitación del mito Fidel Castro, y ese será definitivamente, el legado de Raúl Castro para el futuro de Cuba. El que le asegurará un sitio, no menor, en los índices de la historia de la isla.
Foto/Reuters