Aunque escribía desde muy joven, quizás por pudor, o por temor, o por respeto a tanta poesía cantada, contada y escrita desde los inicios del tiempo del "Reino de este mundo", no es hasta la bella e independiente otoñalidad de las cuarentonas (y ya se conoce la de matices que tiene todo otoño), que Aleisa Ribalta Guzmán se decidió a publicar sus dos primeros libros.
De niña declamaba. Sus inocentes manos moldeaban en el aire versos ajenos, de los que se adueñaba en su recitar para sentir en carne propia las vibraciones. Con vocecilla trémula rafagueaba metáforas que apenas si comprendía a cabalidad, pero que ponían en su piel irisaciones de núbil arrobada. Fue desde entonces que la poesía la penetró como un garañón febril y la enseñó a amarla; la poesía, ya se sabe, puede ser un sátiro libidinoso o una ramera descocada o ambas cosas simultáneamente. Lo que, quizás, en ese momento, no sabía Aleisa Ribalta Guzmán, era que ese amor sería para siempre, el breve siempre humano, y que la arrastraría hacia una dimensión donde todo es posible si se tiene la bendición/maldición de ser poeta, y se poseen los garabatos/ santo y seña/ del sonido.
Aleisa Ribalta Guzmán es una poetisa (y que conste, escribo poetisa por pura tradición semántica; una sacerdotisa no es un sacerdote, aunque el sacerdocio sea el mismo; pero, como la lengua es diacrónica, según indican, desde los más elementales hasta los más rigurosos, estudios lingüísticos, hoy es más común escribir poeta para referirse a la poetisa; y que a mí, en particular, me importa un carajo esa obsesión genérica, porque una concavidad o una protuberancia, no es lo que define al ser humano, y resulta, en fin, lo que verdaderamente me interesa) y ella guarda en sus versos una serenidad y belleza que la acorazan contra etiquetas, melindres y otros cacareos extraliterarios. Ella parece de pedernal puro cuando se tiene a prudencial distancia, pero, cuando se le camina por el alma, se descubre que es blanda y luminosa como la puerta de entrada a un universo paralelo. Así que poeta o poetisa, me propongo algunas aproximaciones a su poesía que es más esencial que esas bronquitas musicales, además de baladíes, entre "pitos" y "trompas".
Digo aproximaciones a su poesía porque toda valoración es apenas una aproximación al universo del poeta en cuestión, al menos para mi. No creo en el concepto de crítica constructiva porque me resulta socialistoide e hipócrita, un modo solapado de destrucción que aspira a la aprobación del criticado y resulta ser una especie de autoinculpación a la manera stalinista. No creo en el concepto de crítica cómplice porque se torna traicionero, veo en él un modo adulón para no decirle la verdad al amigo, y al cómplice debe decírsele toda la verdad, aunque sea en privado. Luego hacer una valoración estética publica debe regirse solo por el instrumental teórico que respalde la opinión.
En una primera lectura de la poesía de Ribalta Guzmán, la cual, por lo general, decide si se vuelve a por más o no, da la impresión de que escribe una poesía neuronal, que, dicho sea de paso, nada tiene de rechazable si alcanza la elevación y donaire que requiere, pero ya en las lecturas exegéticas que impone hasta el más humilde estudio, se descubre que no es solo fabricación cuidadosa sino que también hay en ella un estro poético que le propicia las resonancias que, luego burila con oficiosa mano lo valioso o taja con cruel navaja lo tumefacto de la versión primaria atrapada de la imago fugaz que una vez disuelta se pierde para siempre.
El primer indicio de esa combinación que algunos suelen llamar délfico/órfica y otros contenido/forma, Aleisa la proporciona en el poema A garabatos, cuyos versos cito en el segundo párrafo. Se necesita poseer la velocidad del trazo urgente (el garabato, engrasado por la acumulación y el sedimento cultural y alertado por el estro poético propio, añadiría yo), el oído proclive a las resonancias (conocer el santo y seña para que se abra el canal de lo inefable) y escuchar (el sonido) la armonía universal dentro del babélico chillar del parloteo inútil. Y he ahí que, más tarde, vendrá la parte cerebral de artesanía para conseguir una pieza digna: las estrellas son curiosas/ novias desde su propio azoro ante la nada.
Si en su primer libro, Talud, Editorial Bokeh, 2018, ya suena el verso sosegado y terso que la caracteriza, aunque aún falta la madurez que se alcanza, en este sentido, en Tablero, Editorial Verbo(des)nudo, 2019. Talud, como todo buen libro inicial muestra al poeta que se lo echó a cuestas y salió airoso, pero paga la cuota de adolescencias de estructuras caprichosas y deja transparentar óptimas influencias junto a otras no tan beneficiosas. No importa si el poeta tomó exprofeso las influencias, sino el resultado estético. En toda intertextualidad o apropiación, como en las analogías, una de las partes comparadas suele perder. Si la influencia es mala, pierde el que la permite. A Talud, excelente libro, en su mayor parte, lo salva la cuota de integridad, honestidad y amor/nostalgia que destilan la mayoría de los poemas, sobre todo, aquellos que le arrancan su éxodo propio de la tierra natal, donde la luz no es más/ que el reflejo del mar/ en cada lágrima, y, La ciudad de las nostalgias/ y de los nostálgicos que la habitan/ ha dejado de existir.
En Tablero ya estamos en presencia de una poetisa (poeta) de mayores quilates. Aquí, además del verso equilibrado y elaborado hasta el tuétano, escuchamos un tono más salmódico y melodioso, una voz más reposada y límpida, un atrevimiento conceptual más elocuente, y sugerente al mismo tiempo, en el que la polisemia toma bifurcaciones de dimensiones impactantes. No vertían allí más que sus sueños/ los jóvenes lánguidos y casamenteros/ en busca de su leyenda más real, y saben que han perdido algo tan preciado como el sueño congelado de una diosa.
¡Qué Catarina ésa, la Fagunda! Se exclama a la manera de los hexámetros épicos de los grandes rapsodas en Tablero, con el aire narrativo de los antiguos aedas sin que se pierda la contemporaneidad ni la sustancialidad. Y es que, ya a estas alturas, Ribalta Guzmán cierra los ojos porque sabe que la derrota es del que suelte el arpón. Aquí ya está la poeta (poetisa) entera. De ahora en adelante habrá que oírla (leerla) con la atención de quien sabe que se halla frente a la madurez de un ser dispuesto a expresar lo que cree su trascendencia propia.
Para muestra de lo que sostengo, "sin honda energía" pero con una convicción abierta a todo debate, aquí les dejo dos poemas de Aleisa.
Astro jodedor
(del libro Talud)
Para Alejandro Fonseca, in memoriam.
Y ahora, ponte el sextante al lomo
que no te faltarán constelaciones.
Puesto a catalogar
no te querrás perder,
agarra brújula y azafea
y llévate una caneca
de aquello, por si acaso.
Sé que no puedes ni nombrarlo,
pero un día es un día.
Date el buche y pa’abajo.
Anonimemos eso.
Te advierto: las estrellas son novias
curiosas desde su propio azoro ante la nada.
Qué haces aquí y por cuánto tiempo
estarás, qué fue lo que te trajo,
caramba, cómo fue que caíste. En fin,
ese tipo de cosas que una estrella pregunta.
Tú no abras boca y contempla,
déjalas, feliz, inquisitarte el alma.
Sin prisa, enfoca el equatorium,
presume por vez primera de astrolabio,
sácales de remate un buen torquetum
despampanante y en desuso,
pa’ que sufran, bellezas.
Total, Galileo y el telescopio
se mueven ya patentados.
¡Ah! pero en eso de divisar
los golpes en la sombra, el cielo amplio,
el tiempo deslumbrado y tu ínsula
(de dónde va a ser) del Cosmos Barataria,
no te ganará nadie la pelea,
viejo poeta socarrón,
astro jodedor maldito,
hoy por la estela
de ti mismo
rejuvenecido.
A tiras y embadurnada
(Del libro Tablero)
"y ahora alumbra tu oficio
con su silencio fugitivo,
en son sereno como de agua a mediodía."
Claudio Rodríguez
¡Que Catarina ésa, la Fagunda! No se lo creería ni Dios.
Decían los marineros que iban a verle los tersos muslos
¡que hembra, cómo arponea la bestia, menudas ancas
pero que pobres brazos!, ¿cómo es posible tanta fuerza?
Ballenas surcan los mares de Terranova,
ahí va la hija de Joao, arpón de la casa Álvarez Fagundes,
mano tibia y púber, de casi niña,
hasta que entierra dura, y el lomo sangra…
Dicen que la ballena herida se hunde
mientras se desangra muy despacio
que sale varias veces a respirar,
y que el soplo es tenebroso.
Sola entre mozos, embadurnada de aquella sangraza
con manteca, dentro de una chalupa que se bandea
y se va a pique. Toda vida de mar es sin garante, dice el padre,
y lo sabe pues está a punto de sucumbir en un charco rojo.
La Fagunda cierra los ojos, entierra más,
piensa en los tres hijos que un día tendrá,
en cuántas bocas pueden comer de una tira de carne,
en el aceite de la cámara que necesita más lumbre,
en su padre que viaja de punta a punta
del océano fundando islas con su nombre.
Cierra los ojos porque sabe que la derrota
es del que suelte el arpón
esta vez no será ella, se dice, a oscuras…
sola con la voz de un poeta del que le separan siglos.
Como soplo de ballena, indescifrable
vuela en el tiempo el mejor consejo
a la niña asustada que todavía es:
"Y no mires al mar porque todo lo sabe cuando llega la hora".
Nota del blog: Aleisa Ribalta está preparando su tercer poemario Cuaderna, bao y regala. En primicia, ha tenido la gentileza de compartir estos dos textos, recién escritos, que forman parte de su libro. Muchas gracias.
En su cabeza se oía el mar
”A veces aún puedo escuchar batir el mar
la extensión de los campos
¡inmensos!”
Chus Pato
En su cabeza se oía el mar
como una daga
como el grito
como la última mano
que separa, dice adiós
no devuelve los préstamos
no recuerda que un día
fueron siameses
y jugaron
una partida
a ganar
los dos
perdiendo
allí, juntos.
(observa cómo los animales plásticos de la granja
se colocan a su antojo ya sin poder evitar el caos)
En su cabeza se oía el mar
como un suspiro
como el sueño
como lo que regresa
de muy lejos
cargado de misterios
se revela
deja cubierto
de una inescrutable
nata de artilugios
varios
desconocidos
toda la costa.
(viste por primera vez la coca-cola en forma
de botellas vacías flotando hacia la nada)
En su cabeza se oía el mar
como un diluvio
como el llanto
como el que llega
por fin de donde nunca
partió, sigue las invisibles
huellas de
lo imaginado.
(ves al niño que fuiste que pregunta
quién nos va a devolver estos años)
Y allí, del otro lado
de ti mismo
solo quieres
una vuelta
en bote
por los cayos
vacíos
del recuerdo.
(y cruje el pargo que se quedó intacto
sin freír en la nevera de qué tiempo)
Ojo de agua
Un rumor peregrino, el percolar del tiempo,
por debajo iba el río, silencioso, certero,
buscando la llamada del curso de la vida
La montaña sabía, los hombres no aceptaban
la presencia muda de aquel fantasma vivo,
como un gorgoriteo de lluvia en la memoria
venido de muy lejos. ¿Y qué traía consigo?
¿Por qué tan cantarina la entrega de lo andado?
Esto no puede ser, dijeron,
el pueblo necesita un acueducto
y no este tintinear sin fin de los demonios.
Lo tapiaron, consiguieron los fondos
y tuvieron por fin, esplendor y acueducto.
Un día, de las entrañas mismas de la tierra
vieron salir rugiendo al fantasma,
el Ojo de agua, cerrado al Tiempo, reventó,
grieta tras grieta se rajó la mentira.
En aquel pueblo hoy corre, sin poder detenerla,
el agua de una sed nunca saciada.
La montaña lo supo, los hombres no entendieron.
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Aleisa Ribalta. (La Habana, 1971). Nacida en Cuba. Reside en Suecia desde 1998. Es poeta y coordinadora cultural. Ingeniera de profesión, se desempeña como docente de asignaturas técnicas y no directamente relacionadas a la literatura como: Diseño de Interfaces Gráficas, Diseño Web y Programación de Aplicaciones.
Tablero es su segundo poemario, de próxima aparición. Ha publicado Talud (Ekelecuá Ediciones, 2018), un primer poemario que apareció ese mismo año traducido al catalán en edición bilingüe Talús / Talud (bokeh, 2018). Tiene en preparación el poemario Cuaderna, bao y regala.
Colabora asiduamente en revistas como Animal Sospechoso (España), Conexos (USA) y Verbo(des)nudo (Chile), con artículos y traducciones. También han aparecido publicados poemas suyos en Revista Humo (México), Le folie (Argentina), Mimeógrafo (México) y Nagaris (USA). Ha participado en las antologías Poesía escrita por mujeres (Verbo(des)nudo, 2018) y Todas las mujeres (de fulanas y menganas) (Fundacionarte, 2018).
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Amigos, durante un tiempo he estado amasando la idea de un cuaderno digital propio pero también un espacio para compartir con los amigos lo que escriben los amigos. Aún no está completamente concebida del todo su estética y sin embargo, aquí va la llamada a participar. Todos los que quieran pueden enviar al email que ahí aparece en este enlace. (argcub@hotmail.com)
No es una revista, es un espacio para compartir, se aceptan colaboraciones en las categorías de Poesía, Crítica, Narrativa(Breve) y Entrevistas. La foto de la portada del cuaderno es del gran fotógrafo cubano @Ramón Grandal y le agradezco a su hija, la poeta y editora Kelly M. Grandal, la gentileza de cedérnosla para este sueño común.
En el diseño y edición he contado con la ayuda de Rank Uiller Uiller.
La primera entrega viene con una selección de poemas de Domicilio Equivocado de Luz Cassino, poemas inéditos de Juan Pablo Roa y de Alfredo Leon Barcelo, un cuento inédito del inigualable José M. Fernández Pequeño, una reseña del poemario Diatribas de NaGinoris Poesía y las entrevistas que he estado haciendo para diversos medios. Aquí adjunto mis conversaciones con Rosie Inguanzo, Luz Cassino, Gino Ginoris, Frank Guiller y Daniel Busquets Corbera, a quienes agradezco profundamente ese intercambio.
A partir de ahora iré publicando lo que me llegue, siempre que pueda y aceptaré sugerencias de quienes quieran y puedan ayudarme en la conceptualización de este proyecto.
De momento, aquí les va un abrazo. (Aleisa Ribalta)
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La falta, siempre falta algo. Hay una suerte de agujero que percute y percute. Quizás el viaje, esa metamorfosis no sólo de lo físico, del lugar, sino del centro mismo del corazón, sea una vía para palpar ese agujero. Hacerlo de uno, a través del viaje más peliagudo, acaso más arriesgado, el de la palabra.
Donde la luz no es más / que el reflejo del mar / en cada lágrima
versos en los que comienza a vislumbrarse el recuerdo, la nostalgia, pero también la conciencia de que el origen, los ancestros, la niñez, siempre acompañan a la poeta, cualquiera que sea el lugar en el que se encuentre.
La ciudad natal –La Habana- como alegoría del hogar, del nido siempre abierto en el imaginario. Sus calles, árboles, rincones y el mar, ese mar que perfila tanto la orografía de la ciudad como la idiosincrasia de sus habitantes:
La ciudad gime / es el latido del mar / el respirar bajo los túneles / el sollozo frente al muro
Aquello que no es posible físicamente, de facto, sí lo es simbólicamente, gracias al lenguaje y, más específicamente, la poesía. Esto lo sabe muy bien nuestra autora. La indagación en el misterio de la existencia, en los sueños, en lo que no se dice, pero no calla: lo imposible necesario.
Cardinalmente / amando y desamando / hasta el delirio / más recóndito / de lo imposible
El misterio originario cabe en una caja, la de Schrödinger –“Enigmas de la cuántica”-, que aparece en el poemario como paradigma de la negación de lo unívoco y el estallido de la multiplicidad, de lo paralelo simultáneamente. Del abanico de posibilidades no atisbadas por el limitado ojo humano. Así pues, la existencia: sombra, jeroglíficos, cueva. Y ese deseo insobornable que nos aborda y persiste, incombustible, que se convierte en motor de la vida y nos renueva constantemente.
Pero no saber es el precio / imposible como el experimento / y hasta dolorosamente justo. / Todo quedó dentro de aquella caja / que no podremos abrir nunca / que está perdida en esta hora / del ser y no ser más simultáneo
Hay a lo largo del poemario una pregunta por el sentido de la vida y, consecuentemente, por la existencia de Dios. El ser humano es insignificante frente al universo; de hecho, en el poemario aparecen frecuentes referencias a los astros, el universo, el cosmos. Qué es el ser humano, cómo ha sido arrojado a este mundo.
Lo cuántico, la indeterminación. El estallido de la multiplicidad. Lo singular y lo universal se funden, las partículas se atraen, los cuerpos se buscan. De modo y manera que en el poemario confluyen ciencia, pensamiento filosófico, indagación en el ser humano y en su relación con el mundo, con el cosmos.
No sé qué hago aquí / ni quién, ni cómo / anduvo estos lares / antes que yo
O estos otros versos:
Regresados al paraje / donde / bailando fue / el comienzo / Caos maravilloso / que vaya usted a saber cómo ni / cuándo duró
Y siempre el mar, la ciudad, la isla del tesoro de la niñez, la rememoración de la infancia, la geografía de las ilusiones. Regresan una y otra vez como olas que jamás alcanzasen su destino. Y siempre los orígenes: la ya citada La Habana, pero también el extremo oriente, China, la provincia de Sichuan, lo lejano, inhóspito y misterioso.
Sólo para probar que existes fiel pez de dorada / marca transversal de Sichuan lejana provincia / de mis ancestros. Milenario fantasma diminuto
Talud: la falta, los ancestros, lo incardinado.
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Alberto Cubero. Licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad Carlos III de Madrid. Ha publicado relatos y poemas en diferentes revistas, como “Shiboleth” (Madrid, 2008), “Poeta de Cabra” (Madrid, 2009), “La Hamaca de lona” (Madrid, 2010) y “Cuadernos del matemático” (Madrid, junio 2013). En los próximos meses será publicado, también en “Cuadernos del matemático”, su ensayo: “Poesía e inconsciente: relaciones entre poesía y psicoanálisis”.
En septiembre de 2008 publica su poemario “Pájaros de granito” en Legados Ediciones.
En septiembre de 2009 aparece el libro “La república de la imaginación”, una antología en la que participa junto a un grupo de poetas, entre los que está Juan Carlos Mestre.
En septiembre de 2011 aparece su nuevo poemario, “La textura metálica del dolor”, en “El sastre de Apollinaire” ediciones. Sobre este libro, José Manuel Querol, doctor en literatura, escribió un ensayo en el número 31 de la revista especializada en literatura “Ferrán”.
Su último poemario, “Hendidura”, fue publicado por la editorial “Devenir”, con un estudio crítico de José Manuel Querol.
Es profesor de escritura creativa e imparte talleres en diferentes centros de mayores, casas de la mujer y centros culturales de ayuntamientos.
Voy a contarles un secreto muy mío. ¿Han oído hablar de un animal místico que no aparece más que en un par de canciones de un cantautor conocido? ¿Saben de un ser escurridizo que tiene las más inverosímiles formas de esconderse? ¿Alguien les contó del unicornio, del que nadie ha encontrado ni puede dar señales de haberle visto jamás?
No me lo van a creer pero yo lo he visto. Lo tenía a veces conmigo, nos teníamos. En realidad, ni siquiera yo supe que era un unicornio cuando lo vi. Poco a poco, más porque él creía que la unicornia era yo, me di cuenta de que lo era él. Cuando ya estuve más segura, no le quise contar a nadie, porque sabía que si me descubrían teniendo un unicornio me iban a tildar de todo menos de cuerda. Yo ya tenía una tremenda fama de no estar en mi sano juicio, así que no fue precisamente por eso que no lo conté.
No sé explicarlo. Era más bien, tibio temor. Yo sabía que pastar pastaba por algún que otro pasto, pero también que aquel lugar secreto donde nos descubrimos, era totalmente nuestro. Allí aprendí a esperarle, hasta allí venía siempre. No tenía cuerno, es verdad. Pero pescaba sueños y canciones, las más bellas. Se desdoblaba todo, se desnudaba para mí. Era una criatura hermosísima, con una piel tan rezumada de ternura, un aliento tan fresco como trémulo y, sin embargo, conservaba el vigor del animal intacto. Podría contarles que por dentro era mucho más hermoso aún, la misma languidez e irresistible olor a marisma solitaria.
Cuando llegaba me invitaba a meternos dentro de un caracol gigante. Allí navegaba alguien que no era ni él ni yo, éramos los dos en uno. Era adormecedor aquel encuentro, como vagar con rumbo hacia el delirio, pero con algo de rienda, no precisamente suelta. Las bridas eran invisibles, las timoneaban fuerzas naturales. ¡Pero claro que había un cierto control para el bregar! No es que tuviéramos el itinerario fijo, pero tampoco errante, no. A ver, ¿cómo decirlo? Si yo extraviaba el rumbo, él me tomaba consigo al lomo, me ayudaba a encontrar algún atajo de aquel caracol enorme y partíamos juntos hacia un nuevo viaje de sueños vegetales. Yo le podía guiar bastante poco, porque no tenía aquel sentido común que tienen los unicornios; pero a él no parecía importarle, le gustaba aquello de revolotear conmigo, uno de esos divertimentos de unicornio que estuvo mucho tiempo solo.
He sido tantas veces lúcida y otras tan torpe (yo no sé andar con unicornios...), que el zurrón con los sueños y canciones para el viaje se me vaciaba entero de un tirón, se desbordaba alguna que otra vez todo el habitáculo (tal vez deba decir receptáculo, no vivíamos juntos). Yo creo que el unicornio casi perdía los estribos, si es que los tenía. Aunque lo disimulaba bastante para que no se le notara el desconcierto. ¡Tanta canción desparramada! De todos modos yo sabía algo de canciones y el unicornio tenía siempre sed de ellas. Allí donde vivía, era otro el alimento de su ánima. Parecía tener hambre de aquello y yo siempre quería compartir que es lo que dicen que hago con especial virtud.
¿Y por qué estoy contando todo esto? Bueno, verán, yo quise. Yo fui humana y tan mortal. ¡No me arrepiento! Yo quise amarle con algo más que “carne y alma”. Yo no sé si él quería, pero un día ya no fuimos más al caracol aquel. No sé quién lo propuso, no hace falta buscar responsables. Un día nos metimos uno dentro del otro. Y otro día, y otro. Fue... ¿como explicarlo? Bastante intenso, claro. Piensen ustedes: un unicornio amando y un ser medio de este mundo y de tantos otros como yo, con sed de unicornio y virtud de compartir. La humedad nos ayudaba. O sea, todo por dentro nuestro estaba tan mojado y propicio, que sucedió el milagro. A la humedad le hace falta la sed, y viceversa. Pero el caracol era mejor, ahora que lo pienso, porque estábamos siempre los dos, y en el viaje al interior hacia a uno mismo se está siempre muy solo.
¡Uf, les voy a ser sincera! Yo toda mortal, toda tremendamente humana, tuve un arrebato de rabia. Celos, posesividad, gritos de “este unicornio es mío, solo mío, yo lo descubrí primero”. Entonces, el instinto, el especial instinto que vive en el unicornio más elemental, disparó montones de alarmas en cadena.
Era un buen unicornio, no salió corriendo despavorido como lo haría cualquier animal. Un caballo hasta me hubiera dado una patada. El unicornio salió lento, muy lento, de mí. Empecé a sentir aquel vacío, un frío que, mire usted, ¡quemaba más que el fuego! Volvió alguna que otra vez, y ya no comió nada, ni siquiera escuchó alguna canción. Siguió como guiado por la inercia visitando el recodo. Se fue apagando la sed, se quedó su piel sin color, sin olor, sin sabor. A mí se me pasó la furia, quise quedarme tranquila para verlo de lejos, como se iba y volvía. Hace no sé cuánto tiempo que veo su sombra gris o me la imagino. Yo creo que el unicornio tiene miedo. No exactamente miedo, sino tibio temor. Necesidad de defenderse de todo y de sí mismo. ¡Eso mismo sentía yo!
Si alguien le ve por ahí, no me lo digan. No tengo con qué pagar el rescate. No quiero que deje de ser libre. Mejor mírenle bien el lomo. Si en la grupa tienen como una marca tenue, algo que nadie ve pero presiente, es mi huella. Yo le marqué, no sé por qué quise marcarle, ¿será por egoísmo? Ya que he contado todo, les digo lo que escribí en su piel: “El deseo es tan humano como mítico y ninguna criatura terrenal o divina puede librarse de él. En eso estaremos siempre juntos, porque aquel deseo es sólo tuyo y mío. Sin embargo, sólo podrá leer este mensaje quien cabalgue en tu lomo con un deseo tan intenso como el mío. Puede que alguna vez tú mismo, si tuvieras menos rígido el pescuezo, y al fin recobraras la flexibilidad de voltearte para leer en ti.”
Post Scriptum: Yo estoy llena de marcas de unicornio por todo el cuerpo, si se acercan a mirar les verán palpitar. También a él se le quedó algo de mí muy dentro la última vez.
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Aleisa Ribalta (La Habana, 1971). Reside en Suecia desde 1998. Es ingeniera de profesión y actualmente se desempeña como docente de asignaturas no directamente relacionadas a la literatura como: Diseño de Interfaces Gráficas, Diseño Web y Programación de Aplicaciones. Escribe desde muy joven, mayormente poesía. Alega que los lenguajes de programación son también un modo de entender la comunicación y hasta de saborearla. Para la autora, en esos símbolos para algunos incomprensibles está también la literatura como forma vital de expresión. Recientemente publicó Talud (Ekelecuá Ediciones, 2018), su primer poemario.
¿Y de mí quién se acordó? Me pusieron en el título del relato junto al cantante y punto. Después me mencionaron al nacer, allí en el rosal helado, aquel que nunca más podía dar flor(eso creían). Y ya poco dijeron o nada más. Todo lo de ustedes era hablar del pobre estudiante y de la tanta falta que le hacía conseguirse una de esas y otra vez del cantante, que se desangró por coloreársela para complacer a su amada. Y todo aquel tiquitiqui inacabable.
Pero digan, ¿quién pensó en mí? Tanto frío, y esta que está aquí, siendo semilla y minerales para ellos, por tantos meses. Sola y debajo de la tierra, mientras aunaba fuerzas para nacer de aquel ansia ancestral, les oía a todos hablar del amor, de eso tantas veces soñado y deseado, de aquel imposible e inalcanzable sueño.
¿Y qué sabían ellos de eso? Cada uno tiene su versión de los hechos, pero piensen… Te dicen que sin ti no habrá baile, que tienes que ser de un color que no eres, te mandan a salir de un palo seco y sin vida; y te la ponen literalmente en China. Pero tú te empecinas en salir de allí como sea, de la humedad y las lombrices, del humus vegetal y de lo oscuro. ¡Como sea! Y en el empeño sales como nunca: blanca y recién estrenada, como la esperanza. Ajá, pues ya no dicen más que “pobrecito el cantante, que se entregó, se inmoló, que puso el pecho ahí para teñirte de rojo, para darte al amado, que a su vez te dará a la amada, y...”
¡Paren ya con esta farsa! ¡Ah, que lo dicen muy poco, pero lo dicen!. El minuto solo en que duró mi sueño, me llevaron en un pico, me dejaron en una ventana, me llevaron en las manos hasta casa de esa, que me tiró con rabia al suelo. ¡Y ahí se acabó el amor!
¡Me van a escuchar ahora! Las ganas de nacer no fueron mías. El cantante tampoco tuvo culpa, no me incitó a nada. Otra cosa: a ese muchacho airado y dulcificado por el tiempo, le importaba poco o nada la rosa. A la del baile, ni mencionarla.
A quien de verdad le hacía falta una rosa, era a ese rosal tan mustio, tan estéril y sin embargo, tan joven. Él se inventó toda la historia, él tejió la madeja de sucesos, para poder florecer a cualquier precio. Le habían helado tanto, durante tanto tiempo. Y cada invierno rumió su dolor, su sequía más larga, su carencia temprana de flores. ¡No era un rosal tan viejo! ¿Cómo pudo pasarle? Yo estuve en las entrañas de la tierra y le ví, le ví llorar, le ví sufrir, le ví tan necesitado de florecer, que no pude quedarme allí. Yo era consciente de lo efímero, una flor sabe siempre que no vivirá por mucho tiempo.
Pero ni el cantante, ni el estudiante, ni la amada sin flor me dan la más mínima pena. Sigo pensando en el rosal, que es quien me duele, que se valió del ruiseñor para teñirme, no sé por qué. Blanca nací, blanca quería ser, roja del pico al suelo hube de morir. Vamos a decirlo bien claro: el suicida no es el cantante, simplemente le tomaron el pelo, es decir, la pluma. El que de verdad murió allí, más seco que nunca, más helado y más solo, sin conocer la primavera; fue el rosal.
De acuerdo: Yo también morí, no me arrepiento. Lo repito: he muerto consciente de lo efímero. El amor, sin embargo, sigue vivo. Es el canto infinito de la garganta de aquel que, patético, todo lo tiñe. Es la tierra, aún con vegetal aliento y eternas las ansias de brotar. Es el suspiro consciente de cada rosa al nacer y un poco el miedo a morir que sienten todos cuando piensan en cada uno de nosotros.
Pero a ése, oiga bien usted, es que a ése, no lo mata nadie. Y qué más da regresar a lo oscuro si por lo menos me dio tiempo a escribir esa carta donde lo cuento todo.
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Aleisa Ribalta (La Habana, 1971). Reside en Suecia desde 1998. Es
ingeniera de profesión y actualmente se desempeña como docente de
asignaturas no directamente relacionadas a la literatura como: Diseño de
Interfaces Gráficas, Diseño Web y Programación de Aplicaciones.
Escribe desde muy joven, mayormente poesía. Alega que los lenguajes de
programación son también un modo de entender la comunicación y hasta de
saborearla. Para la autora, en esos símbolos para algunos
incomprensibles está también la literatura como forma vital de
expresión. Recientemente publicó Talud (Ekelecuá Ediciones, 2018), su
primer poemario.
Cada viernes, Aleisa Ribalta nos presenta un escritor sueco
La primera novela que leí en sueco fue Aves migratorias de Marianne Fredriksson. Estaba en la biblioteca un día cualquiera y me sorprendí, muy a mi pesar, buscando algo para leer en sueco. Fue durante aquel período de adaptación en que me cansé de todas las novelas del estante vecino. Allí donde se empolvaban las solitarias compañeras escritas en castellano, que no es pequeño, la encontré. No se puede vivir en lo que uno llama "su nuevo país" y seguir leyendo en su propio idioma, y menos cuando el estante de lo escrito en tu lengua se va reduciendo, porque te las has leído todas, mientras en el resto de los estantes crece de todo.
Y realmente, lo digo hasta con suerte, se siente uno diariamente tentado. A nuestro alrededor, hay mucho que espera para ser leído. Ese día en particular, buscaba a un escritor sueco, pero no precisamente, una historia que hablara de Suecia. Entonces me encontré con un pequeño libro con aves que estaban casi volando en la portada y lo tomé prestado sólo por puro amor a primera vista. La novela se llamaba Aves migratorias y era una historia sobre dos mujeres distintas. Arquetipos, me dije, otra más sobre la obviedad de salvar esos obstáculos que tiene la amistad. El tema es bastante manido pero aún así, estaba un poco adaptado a mis necesidades. En ella, una mujer sueca y una mujer latinoamericana se conocen, se hacen amigas y chocan cultural y emocionalmente, de principio a fin. Me gustó tanto que después de esa, he leído ya varias novelas de la misma autora.
No me he arrepentido un segundo de mi viaje a través del universo Fredriksson. Si yo no hubiera dado el paso a Anna, Hanna y Johanna, sé que me habría perdido, muy probablemente, lo mejor de esta autora. Una historia real, una saga familiar, un viaje a través del tiempo y de ese país enorme que es Suecia. Esa increíble capacidad de la autora para tejer una poderosa, convincente y equilibrada perfomance coral, suerte de sinfonía tocada por la más variopinta galería de personajes. Como en la mayoría de sus novelas, los personajes son mujeres. Lo más cotidiano está aquí, situaciones tratadas con total naturalidad. Ah, pero a través de estos personajes femeninos y el reflejo casi sutil de sus emociones, puede ser vista toda la sociedad como en un espejo.
Marianne Fredriksson, escritora y periodista sueca, es uno de los autores más leídos y queridos del país. Nació el 28 de marzo 1927 en Gotemburgo. Comenzó su carrera como periodista. Entre otras cosas, comenzó escribiendo una columna en ese conocido periódico sueco que se llama Svenska Dagbladet. Allí escribió de psicología, de las emociones y otras preguntas existenciales como el amor, la igualdad, el matrimonio. Hizo su debut como novelista algo tardío, a la edad de 53, pero las mujeres a veces tienen que casarse, ser madres y encontrar el camino profesional después del familiar. No siempre, no es regla, pero a veces. Su primera novela, El libro de Eva, llegó en 1980. Después llegaron ya sin parar catorce novelas, que han sido traducidas a 47 idiomas. Simon y los robles (1985) y Anna, Hanna y Johanna (1994), mi favorita y sin dudas de las más conocidas. Lo que no todos saben es que ella fue la editora principal de Todo en el hogar (1962-1974) y comenzó así su carrera, escribiendo lo que los padres quieren saber, sobre los hijos, los muebles, los alimentos. Algo que puede parecer trivial y sin embargo, su voz de novelista agradece ese comienzo, siempre sabe describir lo cotidiano, tal vez por eso.
Al final, una novela no es más que esa historia de todos, tantas veces contada, un cuento de camino, en un callejón chismoso. En las de Fredriksson es el letánico y añejo encontronazo de todos, los nuestros y nuestras barreras generacionales. Las nuevas generaciones a menudo no pueden (o no quieren), comunicarse con la anterior. Ni esta con la de más atrás, ni aquella con la que vendrá, y así, siempre. Por lo general, surgen los mismos conflictos, que Fredriksson actualiza. Entre padres, madres o hijos, abuelos, nietos, lo de siempre. La generación más joven es demasiado arrogante, la anterior se siente olvidada, los mayores incomprendidos y solos. No tenemos tiempo para ellos, tampoco para nosotros mismos. De generación en generación, nos vamos encontrando, perdidos en un círculo vicioso que parece no tener fin.
Este es un libro fascinante sobre la independencia de la mujer. Fascinante es también seguir a tres generaciones y ver cómo cambia a través de este viaje escrito, una sociedad. El libro usa dialectos locales, tal vez sea un poco difícil de leer. Sin embargo, el uso de dialectos está justificado en la necesidad de perfilar las diferentes personalidades, edades y caracteres de esos personajes. A través de la lengua está todo más que vivo. Los dialectos son sólo la guinda para degustar una historia deliciosa de tragar, con su mezcla de tonos poéticos. Marianne es siempre fantástica y cautivadora. Es una escritora inteligente. Nos atrapa porque trenza las historias y sin embargo, logra crear una armonía que hace que el lector se sienta siempre en toda su obra como en un libro único y no un manojo de historias inconexas. Los saltos en el tiempo también hacen que libro se perciba sobre puntales sólidos. Se podría decir que lo tiene siempre todo planeado, que ella sabe cómo divertir al lector para que no se aburra.
Marianne escribe sobre su país, sus habitantes y esas cíclicas e interminables generaciones, sus conflictos in crescendo, a través de los siglos. Escribe sobre las mujeres, sobre su lucha universal: la soledad, el amor, las relaciones sociales. Las mujeres tenemos sueños, ella los escribe. Creo que no podría haber sido más acertado nuestro encuentro, ese día como tantos otros yo solo soñaba, con los pies en las nubes, con aves para leer.
Toda Suecia la quiere, aunque Marianne se nos fue un 11 de febrero del 2007. Recuerdo que cuando me enteré de la noticia, me calcinó como un rayo y hasta tuve que consolarme con varios de sus libros en compulsivo duelo para que el alma se sintiera, de alguna manera, menos vacía.
Hoy siento que voy a dormir en paz con todo. He leído la última página de una saga de mujeres de una familia maravillosa, en un país enorme y en el que vivo. Claro que al ser una novela escrita por una mujer, muestra su punto de vista, pero no estoy de acuerdo con los que dicen que se trata de "literatura femenina". Puede que haya quien piense que es una novela escrita específicamente para mujeres, o por lo menos que es más fácil de entender por ellas, pero la única verdad es que la novela es dura como una piedra, y punto. Ya tenemos suficiente con tantas etiquetas. La literatura es sólo literatura, y el escritor ni hombre ni mujer, ni lesbiana ni gay, ni infantil ni adolescente.
La historia de mi encuentro con Marianne, es también la de mi abuela y la mía y la de mi madre, ¿Cuántas veces le pregunté a mi madre por sus opciones en la vida? ¡Y cuántas veces le juzgué! ¡Qué triste que ni mis hijas quieran saber que mi abuela era muy pobre, que lavaba la ropa de muchos y la suya, trabajando como empleada doméstica para poder mantener a sus cinco hijos! Marianne Fredriksson me recuerda todo lo que soy. Cuando pienso en Marianne Fredriksson y lo que me ha legado me viene a la mente la frase que ahora intento traducir: "Así de sueca se puede ser". Un día la vi en la tele y me impresionó tanto. Estaba en su jardín, allí en un pequeño invernadero, que es la mejor esquina para inspirar y ser inspirados. "Aquí es donde mejor escribo, porque la vida crece, ¿sabes?". Unos meses después, ella murió. Yo lo sentí, pero la pensaba en el invernadero del jardín y no en un cementerio sombrío y helado. ¡No! Marianne Fredriksson no ha muerto, y en el recuerdo no es más que esa escritora cercana que escribe libros que cuando alguien los lee siempre crece la vida allí.
(Este trabajo fue escrito en sueco para un curso de literatura. Traducirlo es como no reconocerme en nada, mucho menos
en el estilo.)
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Aleisa Ribalta (La Habana, 1971). Reside en Suecia desde 1998. Es
ingeniera de profesión y actualmente se desempeña como docente de
asignaturas no directamente relacionadas a la literatura como: Diseño de
Interfaces Gráficas, Diseño Web y Programación de Aplicaciones.
Escribe desde muy joven, mayormente poesía. Alega que los lenguajes de
programación son también un modo de entender la comunicación y hasta de
saborearla. Para la autora, en esos símbolos para algunos
incomprensibles está también la literatura como forma vital de
expresión. Recientemente publicó Talud (Ekelecuá Ediciones, 2018), su
primer poemario.
Cada viernes, Aleisa Ribalta nos presenta un escritor sueco
Strindberg es una ínsula desierta, sola y sin descubrir en medio del gran océano literario. Aún cuando haya miles de islas alrededor suyo y todas tan hermosas como ésta, aunque muchos hayan estado allí y tratado de descubrirla y contarnos lo que allí vieron, sigue siendo Strindberg la más bella y sin descubrir de todas. Es siempre así con algunas islas literarias, crecen solas en su soledad, tientan pero intimidan, se necesita mucho valor para acercarse a lo grande.
Me pregunto no solo si Suecia, sino cualquier otro país, incluido el nuestro, ha tenido un escritor de la talla de Strindberg, tan versátil y de tan enorme curiosidad y talento. Nosotros tenemos a José Martí, tal vez nuestro pequeño Strindberg. Un genio de la talla de Whitman, Byron, da Vinci, Victor Hugo o de hasta el mismísimo Mozart es August Strindberg. ¿Y serán los suecos conscientes de esto? No quiero convencerles, sobre todo porque no soy la persona más indicada para hacerlo. Pero el tal August es mucho Strindberg. Estoy totalmente de acuerdo con quienes aseguran que a veces resulta tan inquietante su tono que llega a asustar. En la literatura, como en otros tantos aspectos de la vida, todo es una mera cuestión de gustos y sacudidas. Yo soy de los que no dejamos de sorprendernos ante el Strindberg-escritor y de los que les gustaría saber más sobre el Strindberg-hombre.
El escritor descomunal del que hablo, no solo tiene una vasta producción. No hay como hablar en uno o dos folios de Strindberg, es imposible de resumir y mucho menos de comprender. Strindberg, fue un hombre fuera de su tiempo: escritor, dramaturgo, pintor, alquimista y lo que no sabemos aún que fue. Nació un 22 de enero de 1849, en Estocolmo. A su muerte el 14 de mayo del 1912, con 63 años (la misma edad de mi padre al morir), ya era uno de los escritores más importantes de Suecia y un personaje dominante en la escena literaria del país. Aún aquellos que le odian se ven obligados a reconocer su talento. Ha sido, por demás, polémico como ninguno. Cuando este hombre escribe, parece como si golpeara, y duro. Lo ataca todo y a todos. No tuvo miramientos con el poder, la religión, la política, la economía, las mujeres; y esto lo llevó a estar envuelto en más de un conflicto. Por su "lengua larga", así como suena, fue procesado, desterrado. Fue precisamente en el exilio suizo donde escribió una de las mejores novelas suecas de todos los tiempos, La Gente de Hemsö (Hemsöborna, 1887).
Strindberg fue increíblemente productivo pero también tuvo sus largos períodos de crisis existenciales y sequías creativas, después de los cuales vinieron obras que son casi alquímicas por su belleza literaria. Es este el caso de Infierno (Inferno, 1897) y El juego de los sueños (Ett dromspel, 1902). August Strindberg fue una auténtica "máquina de escribir", se paseó genialmente por casi todos los géneros. De su pluma salieron poemas, novelas, cuentos, ensayos y los dramas más ambiciosos de la literatura sueca. Se dice que hablaba fluidamente varios idiomas, entre ellos el francés y hasta el chino. Y que la música tampoco le fue del todo ajena, tocaba unos cuantos instrumentos y se dice que con la guitarra llegó a ser un verdadero virtuoso. Hasta llegó a componer varias piezas musicales para éste y otros instrumentos.
Fuera de las fronteras suecas se le conoce más por su dramaturgia. La señorita Julia (Fröken Julie, 1888) se ha traducido a varios idiomas y se ha representado en escenarios de todo el mundo. Algunos aseguran que esta es su mejor pieza teatral, e incluso van más allá, y la consideran lo mejor que ha escrito. La obra narra el archiconocido y viejo conflicto entre clases, el del amor entre los que no pertenecen ni se pertenecen. Pero si alguien pretende nombrar la obra del Strindberg-dramaturgo, no puede olvidar El maestro Olof (Mäster Olof, 1872) una verdadera joya literaria e histórica.
Como periodista fue también un ser brillante, a la vez, exquisitamente venenoso. No tenía el hombre paz con nada ni con nadie, como decía mi abuela, de los que siempre eligen estar en bronca con el mundo, sólo porque les gusta. La verdad, es que aunque no lo parezca en tiempos del chat, los periodistas están para eso, la sociedad de cualquier época necesita de quienes le critiquen duro y pongan el dedo en más de una llaga. En este aspecto, como en otros, fue Strindberg siempre el mejor, no temió a nada.
Su novela La habitación roja (Röda rummet) fue su debut y un éxito literario total, no sólo por su forma de descubrir y desenmascarar la verdad social, o lo que él llamó: "la mentira pública", sino por una frescura inaudita en el idioma sueco, que conllevó a una radical renovación gramatical. Strindberg arrasó con todo lo viejo y revitalizó un idioma que lo necesitaba a las puertas del nuevo (ya viejo) siglo veinte. Es el primer modernista sueco, se le incluye entre los de la generación del noventa, los novocentistas y estos nacieron en la última década del siglo anterior.
Hablando en serio, no sólo estuvo fuera de su generación, sino de su país y su tiempo. No hubo, por eso, quien le entendiera y le entienda hoy. El escándalo siempre le persiguió, en parte debido a su forma de "golpear con las palabras", siempre lo dijo: "antes de poeta, quiero que me digan boxeador", en parte porque no tuvo dinero, ni posición política, ni título nobiliario que defender o perder. Strindberg solo tuvo el mejor de los recursos para ejercer poder contra el Poder, la Palabra. "No vengo a escribir, vengo a golpear, que mi arma es la palabra", dijo alguna vez.
Lo concreto es que nació en una sociedad que no estaba lista para entender un genio de su altura, el hombre era terco, no tenía nada que perder, no se doblegaba ante nada ni ante nadie.
Cuando El juego de los sueños (Ett drömspel) vio la luz en el otoño de 1901, acababa Strindberg de recibir una carta de Harriet Bosse, su última esposa. Ella era mucho más joven que él y después de muchos problemas en la relación se decide a dejarlo para siempre. Era su tercer matrimonio que se iba otra vez al traste. Al fin y al cabo se presiente en él, ya cansado, un ansia de felicidad conyugal ya inalcanzable, se casó tres veces y los tres divorcios fueron estrepitosos, en cada uno de ellos se hacía añicos el sueño de amar sin dolor, de convivir con una pareja en una familia feliz, que nunca le llegó. Como sueño de alquimista que tampoco consigue fabricar oro, eso fue para Strindberg el amor. Pero claro, ¿quién podía vivir con él?, y ¿por qué escogía siempre el mismo tipo de mujeres? Herido de amor escribe El juego de los sueños, por eso, bella como ninguna, para mí la mejor obra de Strindberg. Si alguien me hubiera dado a leer esto, traducido a mi propio idioma y sin mencionar el nombre del autor, habría dicho que está escrito por un escritor de hoy. El mismo lo llama: "el más querido de mis hijos, el más doloroso y amado de mis dramas". Aquí nos cuenta de la siempre constante insatisfacción del hombre, de cómo una vez obtenido lo que deseamos, todo nos parecerá poco y efímero porque desearemos siempre más. Porque la realidad no corresponde nunca a los sueños y todo reflejo de ella es insuficiente. Brillante e incomprensible es la obra, es decir, toda una obra de arte, en su propia concepción de lo imposible.
En el juego de los sueños hay esta, mi cita favorita:
El poeta:
– ¿Qué es poesía?
La hija:
- Nada real, y sin embargo más que la realidad...no es sueño, pero sí sueño de hombre despierto ...
Oh, la labor del poeta: su maravillosa capacidad para soñar despierto. Es solo a través de estos humildes seres y sus despiertos sueños, que nos soñamos en otros, nosotros, los que amamos la poesía. Y lo mejor de todo es que nada de ello es real. Al menos no viene de esa realidad que hay ahí fuera, sino de la de cada uno, la propia, la que refleja de manera única lo que mal llamamos "realidad", sin que lo sea. Sólo a través de la poesía, se nos permite ser únicos. ¿No es afortunado que exista en el mundo el poeta? Totalmente convencida, me rindo ante la magia del misterioso Strindberg. Lo cierto es que se necesitan muchos años y una lectura activa de sus textos para alcanzar un mediano conocimiento de su obra y tal vez nada ni nadie nos pueda hacer comprender un genio de semejante talla, nos quedará siempre muy grande, golpetazo tras otro, entenderemos cada vez menos.
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"...durante el tiempo que vivimos en Viena siempre se le saltaban las lágrimas al mencionar a Strindberg, y solo en Zúrich llegó a acostumbrarse tanto a él y a sus libros que podía pronunciar su nombre sin excesiva agitación."
Ellias Canetti sobre August en La lengua salvada.
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"...hasta que los hube terminado todos no me di cuenta de lo que había sucedido. Me había encontrado a mí mismo, y pude hacer una síntesis de todas las antítesis hasta ahora no resueltas de mi vida. Y al ver a la gente a través de sus binóculos había aprendido también a contemplar la vida con los dos ojos, mientras que anteriormente lo había hecho sólo con uno, como a través de un monóculo."
Strindberg en su libro Solo sobre la lectura completa y exhaustiva que hizo de La Comedia Humana de Balzac.
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"Muchos maestros tuve: Schiller y Goethe, Victor Hugo y Dickens, Zola y Peladan, pero quiero firmar esta entrevista con este pie de firma.
August Strindberg,
Alumno de H. C. Andersen."
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Poesía de Johan August Strindberg
(Traducción de Aleisa Ribalta)
Cuco
Cuando los prados al fin todos florecen,
y en la arboleda brota de hojas el abedul
canta en el bosque un fantasma, el cuco
honesto, simultáneo en su bella rareza.
Cuando el hacha maldita llega al prado
y alguien recoge las flores de la muerte,
calla el fantasma del cuco en el bosque
mudo hasta la llegada de la primavera.
Los campesinos le darán por muerto,
y los niños ya convertido en halcón
pero la bruja lo ha escuchado reír;
será que el cuco está endemoniado.
Atardecer marino
Tumbado en el camarote
fumando un ”Fem blå bröder"
y pensando en nada.
El mar es verde,
de oscuro verde absenta;
Amargo como el cloruro de magnesio
y más brillante que el cloruro de sodio;
Casto como el yoduro de potasio;
¡Oh, el olvido, el olvido
de grandes pecados y de grandes penas
solo da al mar,
y a la absenta!
¡Oh, tú verde absenta!,
¡Oh, tú siempre tranquila absenta de mi olvido
enmudece mis sentidos
y déjame dormir
como antes he dormido
sobre un artículo en
Revue des deux Mondes!
Suecia es humo lejano,
como el humo de un maduro habano,
y el sol está allí
como un puro medio apagado,
en el horizonte
soportando sus crímenes granas
como los fuegos de Bengala
en su miseria resplandecida.
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Aleisa Ribalta (La Habana, 1971). Reside en Suecia desde 1998. Es ingeniera de profesión y actualmente se desempeña como docente de asignaturas no directamente relacionadas a la literatura como: Diseño de Interfaces Gráficas, Diseño Web y Programación de Aplicaciones. Escribe desde muy joven, mayormente poesía. Alega que los lenguajes de programación son también un modo de entender la comunicación y hasta de saborearla. Para la autora, en esos símbolos para algunos incomprensibles está también la literatura como forma vital de expresión. Recientemente publicó Talud (Ekelecuá Ediciones, 2018), su primer poemario.
Ella nunca se enamoró de un príncipe.
Esto no sólo es falso,
sino que carece de sentido.
Los cuentos de los niños,
casi siempre,
son versiones libres
de una realidad
que les supera.
El chico aquel
del cuento, era zapatero.
Dos cosas bastaron para el flechazo.
Una: que él le acariciase el pie,
con la ternura y la gracia
de toda una generación
conocedora de un oficio ancestral.
Dos: que a la mañana siguiente,
ella decidiera comprar unos zapatos,
y él le enviara la medida perfecta.
Sus manos: las de él.
Sus pies: los de ella.
Hicieron el milagro.
Y lo demás es ñoñería
de cuentos para niños,
inventados por adultos
sin mucha fantasía.
Fábula de la durmiente
Éste, no era un príncipe como el de los cuentos,
Éste era un príncipe irresponsable e infiel,
que iba despertando doncellas por el camino,
para dejarlas luego, despiadadamente
despiertas e indefensas ante el mundo.
Y ésta, tampoco era un doncella común,
pues estaba, profundamente dormida,
¡A estas alturas!
Luego de cada despertar, había vuelto a dormirse,
y esta vez, no sabía: si despertar para siempre,
o vivirlo todo, como en un sueño.
Epílogo verdadero:
Nunca más volvieron a verse. Salvo la noche del baile, en que fueron por un instante príncipe y doncella y un soñador con alma de poeta les vio desde lejos.
La relación fue más que formal. Tomaron un par de copas, hablaron de temas generales y poco más. A ella le pareció inteligente, o quiso verlo así. A él le pareció una chica común y corriente, o no estaba de ánimos para verla de otra manera. Al pobre del poeta, le pareció que hacían una bonita pareja. Ella quiso volver a verlo, él no estaba para eso. Fue entonces cuando el narrador melancólico se inventó aquella sarta de mentiras y nos contó la típica historia con final feliz, pues la verdad le pareció tan triste, tan triste..., que quiso consolarse mintiendo.
Desde aquel día, a todos nos parece más de lo que vemos y todos mentimos un poco cada vez que hacemos el cuento. Y de mentira en mentira, nos consolamos todos.
(Textos incluidos en el poemario inédito Cuentos infantiles para adultos)
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Aleisa Ribalta (La Habana, 1971). Reside en Suecia desde 1998. Es
ingeniera de profesión y actualmente se desempeña como docente de
asignaturas no directamente relacionadas a la literatura como: Diseño de
Interfaces Gráficas, Diseño Web y Programación de Aplicaciones. Escribe
desde muy joven, mayormente poesía. Alega que los lenguajes de
programación son también un modo de entender la comunicación y hasta de
saborearla. Para la autora, en esos símbolos para algunos
incomprensibles está también la literatura como forma vital de
expresión. Recientemente publicó Talud (Ekelecuá Ediciones, 2018), su primer poemario.
Aquí les cuento mi odisea:
Desde que nací, un calvario.
Nos fuimos un día de la manada
mi madre y yo -dentro de ella-
Era necesario, pero le zumba
el mango, irse a la orilla sola
con los cocodrilos
para poder parir.
La pura es una era, allí
me dio este cuerpo
más livianito
Sí, ¡porque me he puesto!
¡Tronco!
Y luego la mala suerte de nuevo.
Se infestó de esa cosa, que ni
nombrarla puedo
ántrax
me sacude du grafía
La pura reventada
pero antes regresó
a la manada me dejó aquí
¡qué lugarcito!
Grande el cuerpo del que nada
puede contra el pequeño
que se mete
dentro come revienta todo
contamina ...
(Texto incluido en el poemario inédito Tablero)
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Aleisa Ribalta (La Habana, 1971). Reside en Suecia desde 1998. Es
ingeniera de profesión y actualmente se desempeña como docente de
asignaturas no directamente relacionadas a la literatura como: Diseño de
Interfaces Gráficas, Diseño Web y Programación de Aplicaciones. Escribe
desde muy joven, mayormente poesía. Alega que los lenguajes de
programación son también un modo de entender la comunicación y hasta de
saborearla. Para la autora, en esos símbolos para algunos
incomprensibles está también la literatura como forma vital de
expresión. Recientemente publicó Talud (Ekelecuá Ediciones, 2018), su primer poemario.
Cada viernes, Aleisa Ribalta nos presenta un escritor sueco
Hace ya muchos años de ese, mi segundo exilio. Cuando me iba definitivamente de España, compré una antología de poemas de Tomas Tranströmer y un libro de relatos de Lars Gustafsson, traducidos al castellano. Me subí a aquel avión más vacía que cuando me fui de Cuba. Esta vez lo había perdido todo. En aquel primer exilio me servía de asidero la lengua. Con eso se siente cualquiera menos solo, menos exiliado. Ahora sí era este el viaje de un desamparado. Un paria sin palabras, más desamparada que al quedarme sin patria, por contradictorio que parezca.
Estaba convencida de que llevar libros de dos grandes poetas era suficiente talismán. “Con estos dos voy en coche, por lo menos para ir entendiendo”, me dije. Leía y leía en el avión. La verdad es que no entendía ni papa, ni en español, ni en chino. Pertenecían a una realidad tan distinta, tan desconocida, tan lejos de la mía. Necesitaría muchos años de aprendizaje y de esos amigos buenos que me acogieron, de otros poetas por descubrir, libros y más libros. También me ayudaría la dulce voz de Helena dell’Ara, mi profesora de literatura. Me ayudarían la propia naturaleza y esas bruscas estaciones que jamás soñé. Me ayudarían la nieve, el frío, la neblina y la lenta llegada de la primavera, esa cosa que los suecos llaman “längtan”, una mezcla de nostalgia por lo nuevo y la añoranza de lo perdido.
De aquellos primeros meses en Suecia recuerdo que pasaba horas en la biblioteca, donde sacaba una y otra vez los mismos libros que antes había leído en español, me sentía medianamente a salvo si mis lecturas eran “relecturas”. Quería leerlos en la lengua que necesitaba aprender pero aquellos garabatos seguían siendo pura y dura runa-jeroglífico, enigma que se resistía como podía a ser revelado. Probé de todo. Largas sesiones bilingües, cabezazos de ampanga con los diccionarios y muchas horas de anotar y anotar en unos cuadernos que hoy me dan un poco de risa. Al cabo de largos meses y de esos inolvidables e intensos cursos de sueco, Dios y Tranströmer mediante, ya balbuceaba como podía el vocabulario básico del día a día y dos o tres palabras de esas ”cultas” que me regalaba el poeta.
Con los años me fui haciendo amiga de un buen tipo, me especialicé en mirar amaneceres del polo, parejas de amantes furtivos, escuché a Schubert y a Bach haciendo del piano un ejercicio poético de lector canuto pero con curiosidad inusual, yo que siempre he creído no entender ni jota de música. Pero el poeta sí sabía y yo me dejaba guiar. Si miraba el amanecer no era por el amanecer en sí, sino por descubrir cómo es que lograba alguien describirlo así. Curiosa y muy asiática su manera de contar pero a la vez tan nórdica. Desde las lecturas de Tranströmer pude llegar a otros poetas, entre ellos Strindberg. Nadie como él para entender el mundo, y al describirlo, casi pintarlo con palabras, dejarlo como delante de los ojos, detenido. Un instante perfectamente dibujado ante los ojos, eso es su poesía. Una precisa y certera foto.
Una fría tarde del Norte, me atreví a compartir con una bibliotecaria mis progresos y el impacto de la escritura de Tomas Tränstromer en mí. Fue así que intentaba fulminar con mi entusiasmo a la bibliotecaria de turno, sobre el manejo de sus metáforas, la fuerza de las imágenes tan nítidas, el talento de un hombre a la vez poeta, psicólogo y virtuoso del piano… Lo intentaba careciendo de herramientas lingüísticas sólidas y con poco más que una vehemencia más que pueril que nunca me abandonará. Mientras me hundía en un mar inconexo de tartamudeos incomprensibles como ese universo brusco de contrastes que es Tranströmer, se me detuvo la alegría, ella me dijo muy seria:
— ”El hombre no puede hablar, ha sufrido una trombosis y se ha quedado sin voz y sin movilidad de un lado del cuerpo, está sentado en una silla de ruedas, ahora es su esposa quien transcribe".
— “¿Y qué hace el poeta si se queda sin voz? ¡Ah, pobre tipo, no, por favor, no me digas eso! ¡Qué mala suerte, caramba!”, balbuceaba yo.
Y la mujer, tratando de consolarme:
- “No, no, pero escribe, hay Tranströmer para rato”
Me fui casi llorando, llegué a casa y escribí un texto con tristeza, con rabia, con decepción por mi pésimo dominio del sueco ”machaca´o a palos”, un texto en el que lloraba por mí misma y que aún me duele: “El silencio del poeta es también poesía”. No lo volví a leer hasta ese 26 de marzo de 2015, cuando me llegó la noticia de su muerte.
Con ese adiós me enfrenté a los días terribles de mi tercer exilio, quien sabe si el peor. De Cuba a España, no me sentía una desterrada, tenía mi idioma, la capacidad de comunicarme. Pero cuando llegué a Suecia y tuve que aprender una lengua que jamás será mía, lo único que me consoló de mi destierro, fue ese poeta, sus sombras, su silencio, su mundo desde dentro e intacto, como el mío. Sin poder comunicarnos pero vivos nos encontramos aquí. Hoy que no está, o que habita en otro lugar, leer una y otra vez los libros de ese valiente que no detuvo la escritura, que desde el silencio le plantó cara a la vida y me regaló los poemas que hoy son parte indisoluble de la mía, me reconforta como la patria.
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Poesía de Tomas Tranströmer
(Traducción de Aleisa Ribalta)
Un artista del norte
Yo, Edvard Grieg, fui hombre libre entre hombres,
bromeé copiosamente, leí los periódicos, viajé y surqué.
Dirigí la orquesta.
Hice temblar triunfante el auditorio con sus luces
como el carguero del buque
en el instante de atracar.
He llegado hasta aquí para pactar con el silencio
encerrado en una cabaña pequeña
y un piano de cola tan preso como la golondrina
debajo de la teja.
Los bellos acantilados también callan.
No hay un solo atajo
aunque a veces una rendija se abra
para que entre la luz que mana del duende.
¡Abreviemos!
Que un golpe de martillo en la montaña resuene
que suene
que suene
que llegue en noche de primavera a nuestra habitación
disfrazado de latidos de corazón.
El año anterior a mi muerte, enviaré cuatro salmos
para rastrear a Dios.
Todo comienza aquí.
en esta canción de lo cercano.
Canción de lo cercano.
Grito de guerra dentro de nosotros
allí donde los Huesos de los Muertos
luchan para volver a la vida.
Allegro
Toco a Haydn después de un día obscuro
y siento un tenue calor en las manos.
Las teclas quieren. Golpe suave de martillo.
El sonido es verde, vivo y tranquilo.
El sonido dice que la libertad es posible
y que alguien no pagará impuestos al César.
Meto las manos en los bolsillos de Haydn
y me parezco a aquel que va tranquilo por el mundo.
Izo la bandera de Haydn, y digo:
"No nos rendimos. Pero queremos paz ".
La música como invernadero en la ladera empinada
donde las piedras vuelan, las piedras ruedan.
Y las piedras ruedan otra vez al revés
pero cada casilla permanece completa.
Música lenta
El edificio está cerrado. El sol penetra por las ventanas
y calienta sobre el escritorio
tan fuerte que sostiene el peso del destino del Hombre.
Hoy hemos salido, a una ladera larga y ancha.
Gente de ropa oscura. Se puede estar al sol y cerrar los ojos
y sentir cómo el aire se escapa lentamente.
Raramente vengo al mar. Pero hoy estoy aquí,
entre grandes piedras de espaldas tranquilas.
Piedras que lentamente van de vuelta a las olas.
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Aleisa Ribalta (La Habana, 1971). Reside en Suecia desde 1998. Es
ingeniera de profesión y actualmente se desempeña como docente de
asignaturas no directamente relacionadas a la literatura como: Diseño de
Interfaces Gráficas, Diseño Web y Programación de Aplicaciones. Escribe
desde muy joven, mayormente poesía. Alega que los lenguajes de
programación son también un modo de entender la comunicación y hasta de
saborearla. Para la autora, en esos símbolos para algunos
incomprensibles está también la literatura como forma vital de
expresión. Recientemente publicó Talud (Ekelecuá Ediciones, 2018), su primer poemario.