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Friday, November 3, 2023

Tuesday, August 29, 2023

(Miami) Gustavo Pérez presenta libro y documental dedicados a la Virgen de la Caridad y al pueblo del Cobre.


Sábado, 2 de septiembre de 2023, a las 8. 30. p.m.

Sala Artefactus
12302 SW 133 Ct. 
Miami, Fl. 33186.


Gustavo Pérez: Poeta, cineasta y fotógrafo, acaba de publicar un libro, en el que puede apreciarse una colección de fotos hechas en el poblado de El Cobre, Santiago de Cuba (2009), mientras rodaba el documental “Ave María”.

Si en el filme se interroga acerca de las contradicciones entre lo espiritual y lo material, tomando como referencia el santuario a la Virgen de la Caridad, unos veinte kilómetros al Sur de Santiago de Cuba, aquí se revela la misma inquietante pregunta.

En el documental, y en el bello libro, que ahora aparece bajo el sello de la Editorial madrileña, Deslindes, el artista sigue el curso de un debate en el que intenta definir el sentido mismo de dos iconos de aquella región, dando lugar a una discusión, que va de lo filosófico a lo simbólico: la mina de cobre que se encuentra en las inmediaciones de la ciudad oriental, y, la Basílica Santuario Nacional a la Virgen de la Caridad, que se erige junto a ella.

La primera ha sido el sustento de las familias del lugar. La segunda es el símbolo espiritual por excelencia de la Isla. Partiendo de allí, mina y santuario son hitos inseparables en una misma indagación, cuyos protagonistas fueron los vecinos del poblado, llamados precisamente cobreros.

Pero cuando la mina fue cerrada, en el año 2001, ellos necesitaron volverse a la deidad, para encontrar opciones de vida, que todavía hoy los sostienen. Con su imagen, y a través de diversos oficios: fabricantes de velas, vendedores de flores, artesanos, y un nuevo tipo de mineros, que, desafiando peligros, buscan entre las galerías subterráneas y en los pozos abandonados, los restos del mineral, que ha de ser usado en los adornos para las estatuillas de la Virgen, que son vendidos como souvenirs.

El personaje, que hace más de veinte años descubrió por azar la salvación de su familia, tallando estampas de la Virgen de la Caridad, se lamenta del rumbo que más tarde ha tomado su idea. Cree que no hay razón para asediar a los peregrinos, quienes llegan afirmados en su fe, o para resolver los problemas de sus vidas. ÉL piensa que la gente de “El Cobre” debe cuidar de su espiritualidad, y estar más agradecidos a la Virgen, y a los dones que ella les brinda.

En ese tejido social, junto al paisaje de las serranías, el artista capta la formidable belleza de los suelos de la antigua mina, mientras conocemos un modo de vivir diferente, creado por un grupo de jóvenes artistas que han creado la magnifica Steel band del poblado, cuya música acompaña las historias del documental. El film se abre con un amanecer y la hermosa voz de una joven que canta el “Ave María” de Franz Schubert, con toda una diversidad de tonos a los que se suman los sonidos naturales, combinándose para dar un nuevo rostro del pueblito oriental, que es una parte de Cuba. Si el libro de Gustavo Pérez reúne una variedad de instantáneas que pareciera reproducir el apasionante lugar, a través de otra forma de arte, su documental lo expresa. El film podrá verse en la Sala Artefactus el próximo sábado día 2 de septiembre, gracias a la colaboración de la Fundación Cuatrogatos. Los esperamos... (Oneida González)

Friday, June 9, 2023

(Miami) Oneyda González y Gustavo Pérez Fernández, presentan libro y documental sobre Severo Sarduy


Oneyda González y Gustavo Pérez Fernández, presentan el libro Severo secreto. Una biografía coral sobre Severo Sarduy (Rialta Ediciones) y el documental Severo secreto. 

El evento está organizado por la Fundación Cuatrogatos y Artefactus Cultural Project. 

Domingo 11 de junio, a las 5:00 pm.

Artefactus Black Box, 
12302 SW 133rd Ct, 
Miami, FL 33186.

Sunday, April 30, 2023

Oscar Valdés. Un cineasta mayor. (por Fausto Canel)

Foto/ Rebeca Chávez
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Lúcido y cultivado, Oscar Valdés no jugaba a las posturas políticas, tan de moda en aquellos primeros años del Castrismo. Ni andaba con un manual de marxismo bajo el brazo —cosa que hacía ostentosamente otro director de cine que se convirtió, inevitablemente, en un mediocre y sectario funcionario cultural del quinquenio gris.


Nunca he visto El extraño caso de Rachel K, ese largometraje de Oscar Valdéz con guión de Sergio Giral, pero no dudo que sea una excelente película. Su documental Vaqueros del Cauto fue uno de los mejores del ICAIC en los años 60. Con Nicolás Guillén Landrián, Oscar estuvo entre los más interesantes exponentes de un corto momento único en la documentalística cubana.

Oscar era sutil en su ironía. Recuerdo la apuesta que le hizo a Pastor Vega, en 1968, durante las primeras horas de la invasión de Checoslovaquia por la Unión Soviética. Pastor aseguraba que Fidel criticaría la invasión por ser una intromisión de una gran potencia en los asuntos internos de un pequeño país. Después de todo, ese era el gran “principio” de la Revolución Cubana.

Oscar, por el contrario, apostaba a que no, a que ese “principio” se pondría a un lado y que Castro apoyaría la invasión. Para entonces el régimen unipersonal cubano dependía demasiado de la URSS para que se pudiese dar el lujo de desautorizarla públicamente. Luego de seis o siete horas en la embajada rusa negociando su apoyo, Fidel Castro dio un discurso justificando la invasión. Pastor perdió su dinero.

A pesar de su lucidez política, o posiblemente por ello, lo único que realmente apasionaba a Oscar Valdés era el cine —y por el cine estaba dispuesto si no a jugarse la vida, por lo menos a buscarse un buen lío.

Un día, en Berlín Oriental a propósito de un viaje al Festival de Leipzig, precisamente con Vaqueros del Cauto, Oscar se enteró que en el lado occidental ponían Hatari, la nueva película de Howard Hawks. El director americano era uno de sus cineastas favoritos y de él había aprendido el sentido de lo directo, sin formalismos ni “mensajes”.

No hay que olvidar que estamos a principios de los años 60, que la Unión Soviética acaba de cercar Berlín Oriental con un muro, para que no se le escapen sus ciudadanos, y que por los puntos de paso sólo los extranjeros con visa pueden salir del sector comunista. Soldados con armas largas y ametralladoras en el muro se encargan de que esta orden se cumpla a rajatabla.

Sin embargo, gracias a una regulación internacional que nos quedaba de la época de la República, los cubanos (todavía) teníamos visa permanente y automática a todos los países de Europa occidental. Y Oscar lo sabía. Ni corto ni perezoso, y sin decírselo a nadie —en plena etapa caliente de la guerra fría y en una aventura que a John le Carré le hubiese parecido riesgosa—, Oscar cruzó como si nada la línea que dividía el sector ruso del americano por el famoso Checkpoint Charlie.

Oscar vio la película de su maestro —Vaqueros debe mucho a Río Rojo, esa obra mayor de Hawks— y regresó al sector oriental y a su quejumbroso hotel junto al muro como si simplemente se hubiese dado un paseo por el parque.

Ya de regreso en el ICAIC, Oscar me contaba esta anécdota sin darle la menor importancia a lo que hubiese podido ocurrir si lo hubiesen tomado por un espía que venía, no del frío, sino del calor de la lejana Habana pro-soviética.

De lo único que le interesaba hablar era de Hatari y de la inesperada influencia que de Antonioni creía encontrar en los "tiempos muertos" de la película.

De nada más

No tengo palabras (por Fernando Pérez)


Texto tomado del FB de Ricardo Figueredo Oliva:  Mi amigo Fernando Pérez me ha pedido que cuelgue este texto en mi muro porque él no está en las redes. Es su opinión sobre la reciente censura ejercida por el Ministerio de Cultura sobre varios documentales programados en El Ciervo Encantado por Nelda Castillo.


No tengo palabras 

por Fernando Pérez

Una vez liquidada (no encuentro otra palabra) la Muestra de Cine Joven pensé que otros espacios alternativos comenzarían a suplir las confrontaciones y difusión del nuevo cine que es hoy y será mañana el rostro del audiovisual cubano más dinámico y renovador. El Ciervo Encantado dirigido por esa gran artista que es Nelda Castillo comenzó a hacerlo.

Hoy me entero que nuevamente la censura impide la proyección de las obras más recientes de Fernando Fraguela, Ricardo Figueredo y Juanpin demostrando que el espacio cultural en Cuba sigue empecinadamente cerrado a la diversidad, a la divergencia y al pensamiento complejizador de nuestra realidad. Pero una vez más la censura no impedirá que el pensamiento siga siendo empecinadamente libre y que, como afirma en el documental de Juanpin ese otro gran artista que es Fito Paez, el arte y la vida sigan expresando su derecho a la duda frente a las verdades absolutas.

Wednesday, February 15, 2023

El amor y la amistad en el cine cubano (por Juan Antonio García)

Memorias del subdesarrollo
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Hoy estuve pensando en las historias de amor desarrolladas en el cine cubano.

En sentido general, los cubanos asociamos el amor a lo que se enciende de modo violento y lo devora todo de modo (melo)dramático: a la pasión sin límites, al deseo que todo lo consume en segundos, incluyéndose él mismo, a la tragedia que después los bolerones con olor a aguardiente se encargarán de simplificar.

Yo tengo otra manera de pensar en el amor: más bien lo vinculo a la calma que, no importa los años que pasen, permite entender la vida como un todo adictivo, con sus opuestos que se necesitan, y se funden en algo que trasciende la atracción del instante.

Santa y Andrés
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¿Cuántas veces ha logrado reflejar eso el cine cubano?

Supongo que cada cual tendrá su propia selección. Yo tengo la mía, que seguro cuestionarán algunos, y dejará indiferente a otros, lo cual hablará bien de esa selección, porque las cosas que tienen que ver con las emociones deben responder a lo que vemos desde nuestra ventana espiritual, y no a lo que establecen las convenciones sociales.


Pienso, para empezar, en ese segmento de Memorias del subdesarrollo (1968), de Tomás Gutiérrez Alea, donde el personaje evoca a Hanna, y asegura, entre otras cosas, “Hanna es lo mejor que me ha sucedido en la vida”, y más adelante, “Hanna querida, un día ya fue tarde. Te busqué, te buscaré siempre. ¿Dónde estarás ahora? ¿Qué pensarás de mí?”. Y la música de Leo Brouwer impregnándose en nosotros, como si fuera la extensión de la lluvia que acompaña la última conversación que sostienen esos amantes.

Una novia para David
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No sé los demás, pero yo veo allí una historia de amor interminable. ¿Y si mañana alguien nos cuenta la historia de Hanna en Nueva York? Al final, sería la historia del nunca acabar, como lo es la historia de Ernesto y Nereida en Clandestinos, o de David y Ofelia en Una novia para David, o del propio David y Diego en Fresa y Chocolate, o de Santa y Andrés, en la película que lleva por título los nombres de ellos, o de Carmela y Chala en Conducta.

Fresa y Chocolate
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¿Y qué tendrían de común todas estas películas? Que detrás de la Historia con mayúsculas en las que se mueven los personajes, está el deseo de reconocer al “otro”, que es a mi juicio, la mejor manera de amar. Porque “amor” sería sobre todo esa dimensión que nos permite experimentar lo afectivo como algo ciertamente complicado, pero al mismo tiempo, enriquecedor. De allí que el amor y la amistad sean realmente cosas más bien raras de encontrar en una época donde todo lo dicta la prisa, y el ruido ambiente.

Mirando desde ese punto de vista, anoto a continuación diez películas cubanas donde aprecio el esfuerzo de los realizadores por dejar a un lado el cliché del “amor platónico”, mostrándonos ese sentimiento (el amor, entendido en su dimensión más amplia, que incluye a la amistad) con gran eficiencia dramática.

Clandestinos
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Por supuesto, que cada cual hará su propia selección. Esta es la que yo hago:

1. Memorias del subdesarrollo
2. Algo más que soñar
3. Madrigal del inocente
4. Clandestinos
5. Una novia para David
6. María Antonia
7. Fresa y Chocolate
8. Conducta
9. Santa y Andrés
10. A media voz

Sunday, December 18, 2022

P M. El principio del fin. (por Fausto Canel)


Tarde en la tarde del miércoles 10 de mayo de 1961 llegué a la redacción del periódico Revolución con la intención de escribir mi crítica de cine. Camino de mi escritorio Guillermo Cabrera Infante me salió al paso y me dijo: “Ven, vamos a ver PM”.

“¿Y qué cosa es PM?”

“Es la película de Orlando y Sabá”

“Es que todavía no he escrito mi crítica”, le dije.

“Ya la escribirás más tarde”, me respondió. “Es sólo un corto”.

Guillermo agarró su chaqueta y salimos del salón en el que se encontraban la redacción de Lunes de Revolución y de la página de Espectáculos del periódico, con su colección de fotos cubriendo toda una pared. Nos dirigimos a los ascensores.

Sabía que Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante trabajaban en una película sobre la noche habanera. Sabía también que el corto era producido por el programa Lunes en Televisión con la intención de mostrarlo en su emisión semanal, como antes habíamos hecho con El Congo 1960, estos fueron los hechos, un montaje de materiales de archivo editados por mí sobre un texto de Pablo Armando Fernández. Pero no sabía que el trabajo de Orlando y Sabá estuviese terminado. Y mucho menos que tuviese título: PM

Ya en la calle montamos en el Nash Metropolitan. Era una agradable tarde de mayo sin aguacero y Guillermo bajó la capota. Tomamos por la calzada de Ayestarán hasta la Avenida 26, donde doblamos a la derecha.

El cine Acapulco pasó raudo a nuestro lado y ya en la esquina de la calle 23 esperamos a que el semáforo cambiase para doblar a la izquierda, en dirección al puente Almendares.

Cruzamos la intercepción de la calle 25, donde miré de reojo el anodino edificio del ya desaparecido BRAC, Buró de Represión de Actividades Comunistas. Enseguida llegamos al puente que conecta el Vedado con el reparto Kohly. Del otro lado del río y entre los árboles un enorme letrero anunciaba: “Marianao, ciudad que progresa”.

Cruzamos el río con las ruedas del Metropolitan sonando diferente sobre el asfalto del puente. Pasamos por sobre el parque Almendares y manteniendo su izquierda, siempre izquierda, Guillermo detuvo el automóvil antes de llegar a la bifurcación de las calles 47 y 41.

No había señal de parada ni instrucciones para doblar hacia el río y la maniobra era evidentemente riesgosa con el caudal de automóviles que se nos venía encima. Un pequeño error de cálculo y hubiésemos terminado con La guillermita de sombrero. Pero se hizo un claro en el tráfico y Guillermo dio un golpe rápido de timón, haciendo penetrar el autito por una calle angosta.

La vía fue girando a la derecha hasta llegar a una imponente casa de dos plantas que aparecía de repente en pleno Bosque de La Habana, al borde mismo del río. Al fondo había un área de parqueos y Guillermo condujo hasta allí.

Dos siluetas surgieron de un automóvil ya aparcado y enseguida reconocimos a Orlando y a Sabá que se nos acercaban impacientes. “Todo está listo”, dijo Orlando. Sabá, mucho más tímido, se mantuvo en silencio. Por la puerta posterior penetramos en el edificio.

Telecolor era una empresa de revelado y edición de materiales en 16 mm., montada por el magnate de la televisión cubana, Gaspar Pumarejo. Dos años antes, en el verano de 1959, Néstor Almendros y yo habíamos revelado y editado en aquella casa nuestros documentales didácticos para el ICAIC.

Pumarejo había procesado allí la programación filmada de su canal 12, una empresa que había convertido a Cuba en la segunda nación en el mundo en tener televisión en color.

Pero ya para entonces el empresario había abandonado el país cuando su canal, como todos los otros canales de televisión, fue nacionalizado sin indemnización por el Gobierno Revolucionario. La sombra del ICAIC comenzaba a planear sobre la empresa.

Era ya de noche cuando entramos en la sala de proyección de Telecolor a presenciar el primer pase de la primera copia de aquella pequeña película de apenas 14 minutos.

En seguida sospechamos —es más, supimos— que el estilo libre y lo independiente de la producción de PM, (Pasado Meridiano), su filmación sin guión previo, provocaría una reacción no necesariamente favorable entre los dirigentes de un ICAIC celoso de mantener totalmente controlado, a través de los guiones obligatorios, el monopolio y contenido de la producción de películas y documentales.

Pero por nuestras mentes no pasó ni por asomo la idea de que la peliculita pudiese provocar la más mínima conmoción política. Tierno y sincero, el pequeño film mostraba al pueblo habanero divirtiéndose en los clubes y bares de la playa de Mariano y del puerto. Nada más —y nada menos. Pero el nada menos, ni imaginárnoslo podíamos.

El lunes 22 de mayo la edición impresa de Lunes, suplemento gratuito del periódico Revolución, se distribuyó como cada mañana de lunes por todo el país. Por la noche, el Canal 2 de CMBF-TV trasmitió el programa Lunes en Televisión. En esa edición se exhibió PM —y los que lo vieron tuvieron la misma impresión nuestra. Atmósfera conseguida. Edición precisa. Poesía visual. Un excelente documento.

Luego Orlando y Sabá quisieron pasarla en el Rex Cinema, una sala especializada en cortometrajes, y ya para entonces todo lo que fuese exhibición en los cines tenía que ser autorizado y clasificado por la Comisión de Estudio y Revisión de Películas, en manos del ICAIC.

Desde mucho antes ya se había hecho evidente que no contento con ser el presidente del ICAIC, Alfredo Guevara quería ser Ministro de Cultura del Castrismo. Pero no había llegado la ocasión y, además, el hombre tenía competidores.

Por un lado, los viejos comunistas del PSP, estalinistas atrincherados en el periódico Hoy y en el Consejo Nacional de Cultura, dirigido por Edith Garcia Buchaca, Mirta Aguirre y Vicentina Antuña.

Por otro lado, Carlos Franqui y Guillermo Cabrera Infante.

Franqui había sido hasta ese momento el hombre clave de la propaganda del Castrismo. Antiguo comunista que abandonó el partido cuando las denuncias por Jruchev de José Stalin, Franqui se hizo Castrista y fue luchador en la clandestinidad, dónde fundó el periódico Revolución, y luego combatiente en la Sierra Maestra, donde continuó publicando el periódico y creó Radio Rebelde.

Cabrera Infante, escritor y crítico de cine conocido internacionalmente, era el director del semanario Lunes, publicado cada semana por el periódico Revolución. Como amigo y confidente de Franqui, ambos representaban el ala liberal, social demócrata, del Movimiento 26 de Julio.

Alfredo Guevara era muy amigo de Fidel Castro desde que, en su época de estudiantes, le ganara las elecciones a la Federación Estudiantil Universitaria. El amigo que le había prestado sus primeros libros de marxismo leninismo en una época en que Fidel no leía más que a Primo de Rivera y a Mussolini.

Guevara había sido, con Lionel Soto, el hombre que llevó a Raúl Castro a la URSS, por petición del hermano mayor. El hombre que había sido testigo del primer contacto de la KGB con Raúl en el viaje en barco de regreso a la isla.

El hombre que Fidel, inmediatamente después del triunfo, había pedido a su hermana Lidia que localizara en Matanzas para que organizase el grupo que durante meses se reuniría en la casa del Ché, en Tarará, a escribir leyes socialistas que el gabinete del primer ministro Miró Cardona ni siquiera sabía que se estaban preparando —un hecho divulgado por primera vez en 1986 por el periodista estadounidense Ted Szulc en su libro Fidel.

Un gobierno paralelo y secreto al que ni los viejos comunistas, ni tampoco Franqui, fueron invitados —y que ni idea tenían que aquel grupo existía. Pero Alfredo Guevara había sido el coordinador de aquellas reuniones. Además, Castro necesitaba del cine para llevar al mundo la mística de sus barbudos, y sabiéndole ahora fiel Castrista (aunque hubiese sido operativo de los comunistas en los años 40 y 50), es a Alfredo a quién confía ese proyecto.

Hasta ese momento, el equilibrio entre Guevara y Franqui había sido la regla. Pero a mediados de 1961, Alfredo Guevara cree que ha llegado su momento, el momento perfecto para atacar a Carlos Franqui, debilitado ahora en esta nueva etapa que ha comenzado con Playa Girón y la proclamación por Castro, apenas un mes antes, del carácter socialista de la Revolución. Orlando y Sabá han presentado PM al ICAIC, para su aprobación en los cines y Guevara aprovecha para prohibirla.
La película ofrece una pintura parcial de la vida nocturna habanera, que empobrece, desfigura y desvirtúa la actitud que mantiene el pueblo cubano contra los ataques arteros de la contrarrevolución a las órdenes del imperialismo yanqui.
Wow! Gruesos cañonazos en el acta de prohibición para tan pequeña película. Y es que detrás de la retórica había un ajuste de cuentas por los ataques que Cabrera Infante y Franqui le habían hecho a Guevara cuando la muerte de Ricardo Vigón, uno de los hombres clave del mundo cinéfilo de los años 50, y fundador junto a Germán Puig del Cine Club de La Habana, que luego, gracias a las gestiones de Puig en Francia, se convertiría en la primera Cinemateca de Cuba.

Vigón se había hecho amigo de Gerard Phillipe, hombre de izquierda y estrella del cine francés, durante el rodaje de La Muerte sube al Pao, una película mexicana de Luis Buñuel en la que Ricardo había sido uno de los asistentes. Cuando triunfa la Revolución, Vigón regresa a La Habana, manteniendo contacto con Phillipe por carta. Un día se acerca a Guillermo y a Franqui y les dice que el actor le ha expresado su interés de visitar Cuba.

Como las relaciones entre los dos grupos son todavía cordiales, Franqui le pasa la información a Alfredo para que sea el ICAIC el que haga la invitación, ya que Lunes de Revolución se está ocupando de traer a Jean Paul Sartre. Cuestión de ir tendiendo juntos los puentes que luego serán esenciales para la propaganda castrista en Francia, todavía capital cultural de Europa.

Gerard Phillipe vino a Cuba y fue agasajado tanto por el ICAIC como por el periódico Revolución. Todo un éxito. Y como su gestión fue apreciada, Vigón creyó que había llegado el momento de pedir trabajo en el Instituto del Cine.

Pero Alfredo Guevara se lo negó. La leyenda cuenta de una discusión en la que Vigón le da una bofetada a Alfredo cuando le visita en su oficina. En otra la bofetada es al revés. Pero los puentes están rotos.

En realidad los puentes entre Ricardo y Alfredo estaban rotos desde que Vigón y Puig, en 1951, decidieron independizar el Cine Club de La Habana de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, alegando que la sociedad se había convertido, subrepticiamente, en un frente encubierto de los comunistas. Y las recaudaciones del cine club eran una fuente importante de financiación del organismo, lo cual hizo muy doloroso el divorcio.

Cuando a principios de abril de 1960 Ricardo Vigón muere, Guillermo Cabrera Infante escribe el 4 de ese mes en el periódico Revolución:
Ya sé que Ricardo no era un santo. Si hubiera sido un santo no estaría escribiendo yo esto, ni su muerte me hubiera dolido tanto, porque, simplemente, detesto a los ‘santos’.
No quiero acusar a nadie, porque tendría que acusarme a mí mismo (acusarme por ejemplo de no haber reunido el dinero necesario para que Ricardo hiciera un film en la Ciénaga, que había proyectado junto con el poeta Fayad Jamis, y creo que también con el poeta Escardó, hace casi un año); Carlos Franqui me decía que él se sentía también responsable que de Ricardo sólo se pueda decir ahora “el talento que tenía”, y me recordaba una discusión de una noche en que le decía a Ricardo que concretara sus ideas, que en el Instituto del Cine tenían derecho a pedirle un guión sobre sus ideas del film y la Ciénaga; pero se reprochaba él, no haberle conseguido la cámara y la película, como le prometiera, para que fuera a la Ciénaga con Jesse Fernández a hacer la película que Ricardo deseaba, me decía Franqui.
Luego Guillermo denuncia: “Creo que el Instituto del Cine pudo —y debió— darle una oportunidad a Ricardo Vigón, como se la ha dado a los demás que trabajan allí.”

Esta andanada pública no la olvidaría Alfredo Guevara jamás. Como tampoco –y sobre todo– el final de aquel texto:
Nosotros aquí en la página de Espectáculos y en Lunes de Revolución no queremos que se olvide su gran talento frustrado tan temprano. Así Humberto Arenal ha ideado el mejor homenaje para Ricardo. Desde ahora anunciamos los auspicios de un concurso al mejor corto experimental que se realice en Cuba y en América Latina cada año. Este premio se llamará Ricardo Vigón.
Cabrera Infante, (y Franqui, claro), anunciaba un premio independiente con vistas a distinguir cortos nacionales y latinoamericanos que nada tendrían que ver con Alfredo Guevara. Pura declaración de guerra contra el monopolio del ICAIC.

No hay que olvidar que además del periódico Revolución, Franqui controlaba el canal 2 de CMBF-TV, donde se transmitía el programa de Lunes. Era un medio de difusión visual dónde se podrían exhibir estos cortos fuera del control de Guevara. Y dónde Cabrera Infante exhibió PM.

Estos son los antecedentes que explican el caso. Denuncias. Guerra de grupos. Lucha de influencias en una revolución que se define socialista. Guarda celosa del área cultural controlado por cada cual. Turf.

Sin encomendarse ni a dios ni al diablo, improvisando, y lo más riesgoso, sin consultar con el Comandante en Jefe, Alfredo Guevara respondió con el zarpazo no sólo de prohibir el corto en los cines, su territorio, sino que, además, confiscó la copia. Y allí mismo se formó el titingó.

Cabrera Infante y Franqui tratan de razonar con Guevara por teléfono. Sin resultados. El presidente del ICAIC toma la iniciativa de hablar con el presidente de la República, Osvaldo Dorticós, y consigue su apoyo sin que tenga siquiera que enseñarle la película. Más tarde Dorticós comentará en las reuniones de la Biblioteca Nacional: “Aquí nadie, por ejemplo, diría que era limitar la expresión formal artística impedir que en los principales cines de La Habana se exhiba una película pornográfica.”

La Comisión de Estudio y Clasificación de Películas, adscrita al ICAIC, tenía por objeto, según la Ley 259 del 7 de octubre de 1959, “estudiar y clasificar las películas que deban exhibirse en nuestro país, rechazando las de carácter pornográfico y los films que sin análisis crítico ni intención artística alguna, se conviertan en apología del vicio y del crimen; autorizando el resto de la producción según una escala de exhibición por edades, en atención a principios educacionales perfectamente claros y razonados”.

Es decir, los derechos de la Comisión se limitaban a clasificar por edades, y en algún caso muy extremo, prohibir. ¿Era PM pornográfica, o una apología del vicio y del crimen? Por supuesto que no, y por lo tanto la Comisión no tenía la justificación legal para prohibir el corto. Pero ya la revolución era “socialista” y las leyes habían perdido su intención primera.
Ante la actitud intransigente de Alfredo”, cuenta Emmanuel Vincenot en su texto ‘Censura y cine en Cuba: el caso PM’, “Cabrera Infante hace circular una petición entre los artistas, que recoge rápidamente 50 firmas.
El primero en reaccionar dentro del ICAIC es Tomás Gutiérrez Alea, el más importante de los directores de cine. En un memorándum a Alfredo Guevara, Alea condena la censura de obras problemáticas y le reprocha ser un autócrata.

Pero Gutiérrez Alea, que era abogado, no menciona que la ley misma ha sido violada. Sin tocar ese tema, el cineasta denuncia que si bien la película muestra “sólo una parte de la realidad de la noche habanera” —y que por lo tanto es efectivamente “criticable” y “discutible”— prohibirla, sin siquiera escuchar a sus autores, “es inaceptable”.

Guevara reacciona escribiendo un comunicado oficial donde expone sus razones. Saca copia de la película, sin informar a sus dueños, y se la muestra a los miembros del comité organizador del Primer Congreso de Intelectuales y Artistas, evento que lleva semanas gestándose y que se espera ocurra varios días más tarde.

Dicho comité decide convocar a una reunión en la Casa de las Américas para discutir el caso, una reunión en la que el ICAIC es representado por Eduardo Manet y Julio García Espinosa —no por Alfredo, que no se presenta.

Que sean las organizaciones de masa las que decidan, se avanza desde la presidencia del acto. Pero la moción no prospera. Los intelectuales no confían en las correas de transmisión de un poder ya camino de ser totalmente centralizado y la mayoría de los allí presentes consideran que la prohibición es una barrabasada que hay que levantar.

Al ver que la moción ha sido presentada en nombre del Consejo Directivo del ICAIC, instancia a la que pertenece, Gutiérrez Alea renunciará a dicho consejo en carta del 3 de junio, alegando “que había sido excluido de las discusiones donde se trató el (…) comunicado y se definió la política a seguir.”

La reunión en la Casa de las Américas terminó como una olla de grillos y el escándalo fue tan grande que el propio Comandante en Jefe tuvo que tomar cartas en el asunto. El inoportuno libretazo de Guevara le había creado un problema prematuro e innecesario justo después de la invasión de Playa Girón y ya discutiendo con Moscú la instalación de los cohetes soviéticos que desatarían la crisis del Caribe.

Además, la reestructuración —con guante blanco— del campo de la cultura ya había sido programada para el citado Congreso de Intelectuales y Artistas, a ocurrir varios días más tarde —un congreso que ahora a Castro no le queda más remedio que suspender. Fue entonces que convocó las conversaciones en la Biblioteca Nacional.

Tres tardes de viernes (perdidas, desde su punto de vista) oyendo a intelectuales quejarse de miedo, cuando tenía otros graves y urgentes problemas que afrontar, dijo. Pero Castro había visto que la polémica sobre una breve película (que alegó no haber visto) le daba la oportunidad de reconvertir la crisis y adelantar sus planes, saltando etapas.

¡Qué Congreso ni Congreso! ¡Ya era hora que se supiese de una vez que las reglas del juego habían cambiado y que el régimen sí se iba a abrogar el derecho de dirigir la cultura y de prohibir lo que no fuese utilizable en su beneficio!

Con un golpe de retórica jesuita de resonancia mussoliniana (“dentro de la Revolución todo, contra la Revolución ningún derecho”), y con la funda con su pistola sobre la mesa, Castro hizo desaparecer de un tajo los grupos y las publicaciones culturales independientes y exigió que todos los intelectuales, sin excepción, entrásemos por el aro.

Desaparecieron los programas culturales del Canal 2 de CMBF-TV, controlado por Franqui, y desapareció Lunes de Revolución, así como también Lunes de Revolución en Televisión, también dirigido por Cabrera Infante. Al mismo tiempo se dejó de publicar el magazín literario del periódico Hoy, órgano de los comunistas pro-soviéticos.

En lugar de estas publicaciones independientes, Castro ordenó crear La Gaceta de Cuba, una revista centralizada donde todos colaboraríamos bajo la pupila insomne de los nuevos censores.

Todos, excepto Cabrera Infante que, en señal de protesta, se negó a aceptar la vice presidencia de la recién creada Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, UNEAC, ahora gremio oficialista único —para retirarse en su apartamento del edificio Retiro Médico a escribir la primera versión de Ella Cantaba Boleros, la novela que terminará titulándose Tres Tristes Tigres, y que ganará el premio Biblioteca Breve, en España.

Guillermo sobrevivió gracias al breve sueldo que su compañera, la actriz Miriam Gómez, ganaba en el Conjunto Dramático Nacional —hasta que finalmente lo sacaron a Bélgica como agregado cultural.

A Sabá y a Orlando les ofrecieron becas para estudiar cine en Polonia, que nunca aceptaron.

A Sabá terminarán por enviarle a España como agregado comercial, y Orlando, que desde antes de la Revolución tenía visa de entradas múltiples a Estados Unidos, se fue al “Norte revuelto y brutal que nos desprecia”, como un viajero más. Al año siguiente, por orden de Fidel, Franqui perderá la dirección del periódico que había fundado y dirigido desde la clandestinidad.

En la Biblioteca Nacional el mundo de la cultura dejó de ser autónomo para adquirir las rígidas estructuras verticales que ya controlaban el nuevo régimen. Los miedos de los intelectuales se hacían realidad.

En su intervención en la Biblioteca, Alfredo Guevara confesó: “(E)s cierto que nosotros no tuvimos lucidez suficiente para prever las consecuencias y complicaciones que podía traer la prohibición de PM.” Y es que el poder corrompe, ya se ha dicho, y el poder absoluto —aunque no sea más que sobre un sector de la sociedad, en este caso el cine—, le hizo perder el sentido de la realidad.

En una entrevista con Leandro Estupiñán del año 2007, Guevara afirmó: “Por eso te lo digo de una vez: [con la prohibición de PM] no me enfrenté a Lunes, sino a Franqui”.

Y Franqui y Lunes, ¿no eran la misma cosa?

En la misma entrevista, Guevara siguió diciendo: “Franqui le teme mucho a la influencia creciente del [antiguo] Partido [Comunista]. Franqui tenía suficientes redes para no ignorar que por todas partes el PSP estaba diciendo que le estaban pasando el poder. Y, si además de eso, se iba produciendo un acercamiento a la Unión Soviética, entiendo su terror […] Puedo decirte que el PSP, en mi convicción, no fue leal… No disolvió sus Comisiones... Entre ellas, no disolvió la […] Comisión de Cultura, manejada por Edith [García Buchaca]”.

¿Y si Guevara entendía el “terror” de Franqui y pensaba que los “viejos comunistas” (estalinistas) no habían sido leales, por qué se ensañó con Franqui?

Agrega Guevara: “Un día, en una reunión convocada por el PSP, y presidida por Edith García Buchaca […] —esto estaba pasando en el mismo momento de PM, lo que pasa es que la gente no lo supo—, se intentó ponerme un comisario. Y todos lo aceptaron, porque Edith les informó que Fidel le estaba pasando el poder al Partido. […] Yo no acepté, y cuando salí de ahí, me fui directo a ver a Fidel… No estaba Fidel y se lo conté a Celia —Fidel y Celia vivían a unas cuadras del ICAIC... Celia se indignó: ‘Está pasando en todo el país. Nos tienen tomado el teléfono’, me dijo. ¡A Fidel! ¡Fidel vivía ahí!”

Alfredo Guevara se pone truculento cuando le asegura a Estupiñán: “Lo que pasa es que Sabá y el otro muchacho [Jiménez Leal] se presentan en el quinto piso […] y me llaman fascista. Entonces, les entré a piñazos.

A lo que Jiménez Leal respondió en su texto Conversaciones en la Biblioteca: “La realidad fue mucho más patética y cómica. Mientras yo, furioso, increpaba al funcionario del ICAIC [Rodríguez Alemán] que me había dado la noticia de la prohibición […], Alfredo, que había aparecido sigiloso detrás de nosotros con cara de estar al borde de un ataque de histeria, pero sin atreverse a acercarse demasiado, daba pataditas y portazos a derecha e izquierda de las diferentes oficinas que estaban en un pasillo cercano, con la idea, creo yo, de mostrar su disgusto”.

Dos años más tarde, en 1963, un siempre impaciente Alfredo cree que ha llegado el momento de recuperar su prestigio y convertirse en el paladín del “dentro de la Revolución todo”.

Trae buenas películas para resolver el gran problema de las salas vaciadas por la avalancha de filmes didácticos y aburridos que nos llegaban de la URSS y de los nuevos “hermanos del Este”—y comienza a permitir que se rueden películas críticas del “proceso”.

Su táctica consistía en enviar el film a un festival europeo y si ganaba premio, estrenarlo entonces con el aval de la opinión internacional. El prestigio de la “Revolución Cubana” se acrecentaba gracias a la imagen que del régimen daban en el extranjero las películas del ICAIC. Y Guevara sabía que Castro lo sabía.

Pero las pugnas por el Ministerio de Cultura estaban todavía en el aire y los tiburones pro-soviéticos esperaban el momento oportuno. Como nuevos (o mejor, viejos) ventrílocuos, los PSP estalinistas decidieron activar un muñeco, el actor Severino Puente, para comenzar un ataque en forma contra un Alfredo Guevara que todavía consideraban débil por su torpe manejo del caso PM.

En una carta al periódico pro-soviético Hoy, el actor se quejó de lo inapropiado de la programación del ICAIC, es decir, las películas que Alfredo importaba de Europa. Y allí mismo comenzó una nueva trifulca.

En un editorial en Hoy, Blas Roca atacó a Guevara, convoyándose una y otra vez con artículos de Mirtha Aguirre y Edith García Buchaca. Los directores de cine se quejaron y apoyaron a la dirección del ICAIC.

Y Guevara respondió a Roca: “No hay madurez sin herejía”. Y en una carta que exigió se publicase en el propio Hoy, el periódico del “enemigo”, atacó: “Para gentes como ustedes, el público está compuesto de bebés necesitados de manejadoras que los alimenten con papilla ideológica, altamente esterilizada y cocinada de acuerdo con las recetas del realismo socialista”.

Songo le dio a Borondongo, Borondongo le dio a Bernabé y cuando la polémica se encontraba en su mejor punto, el Comandante mandó a parar. De nuevo.

El momento era ahora de unidad, dijo Castro, e invitó a “una cena que duró hasta el amanecer del día siguiente”. Así comenzó la organización del Congreso Cultural de La Habana, un evento que —según Rafael Acosta de Arriba, en su artículo "El Congreso Olvidado", (La Gaceta de Cuba, enero-feb, 2013) —,“formó parte de un grupo de acciones en el plano internacional para darle cobertura a la guerrilla del Ché llevada a cabo en algún lugar del continente latinoamericano”.

Y con el propósito de anunciar a bombo y platillo este congreso —un canto de sirenas con el que arrobar de nuevo a las izquierdas europea y latinoamericanas chamuscadas por el caso PM—, Castro mandó llamar a Carlos Franqui para que le organizase en La Habana una “enorme” feria cultural internacional.

Franqui vivía un retiro discreto, casi un exilio de baja intensidad en Montecatini, Italia, después de presentar en Argel una muestra completa de lo que había sido el periódico Revolución —desde los ejemplares correspondientes a los años heroicos de la clandestinidad y de la Sierra Maestra, hasta los números publicados después del triunfo, incluyendo Lunes y los libros de su Editorial R. Una exposición que Castro había pedido a su embajador en Argelia, “Papito” Serguera, que le organizase a Franqui como desagravio por el cierre del periódico.

Fiel al llamado de su Comandante en Jefe, Carlos Franqui aceptó “con la esperanza de colocar un granito de arena en el mecanismo aparentemente imparable de los pro-soviéticos en la cultura cubana.” Un gesto que fue la reivindicación de un hombre que lo había dado todo por una causa, incluido el silencio. Y una declaración, una más, de su posición anti-estalinista y anti-realismo socialista.

Con la presencian de artistas tan importantes como Calder y Joan Miró, el Salón de Mayo se inauguró con éxito espectacular en agosto de 1967, en una Habana en la que también se celebraba la Conferencia Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) y en la que por todas partes se veían vallas anunciadoras con el llamado del Ché a crear “muchos Vietnam”.

Pero en octubre Ché Guevara muere en Bolivia y con él perece la guerra de guerrillas como táctica de lucha en Latinoamérica. Castro continuará, sin embargo, con su plan del Congreso Cultural de La Habana, que se llevará a cabo en enero de 1968.

Pero ya es demasiado tarde. Al darse cuenta que no le va quedando otra, Castro comienza a dar un giro de 180 grados y a aceptar la construcción del “socialismo en un solo país”: la tesis estalinista soviética.

Alfredo Guevara recogerá vela tanto en su política de importación de filmes de calidad como en la producción de películas críticas. Era evidente que en el contexto de los nuevos tiempos, tanto el escándalo PM como su polémica con los estalinistas seguían planeando peligrosamente sobre su carrera.

Por si fuera poco, uno tras otros se acumulan los acontecimientos internacionales. Luther King, Kent, Chicago, Paris, Bobby Kennedy, Tres Culturas, Praga… 1968 es el año en que los jóvenes de todo el mundo se rebelan contra sus gobiernos.

Castro había apoyado a los jóvenes inconformes en USA desde la época primera. Pero ya para 1968 la rebelión estudiantil se les había escapado de las manos a los demagogos de izquierda —y el Comandante en Jefe comprende que hay que tomar medidas drásticas si se quiere evitar que en Cuba ocurran brotes de rebelión semejantes. Reveladora contradicción de una revolución que nueve años antes había sido ejemplo— de rebeldía, e inclusive de imagen con las barbas y los pelos largos— para esos mismos jóvenes que ahora se baten con las policías de todo el mundo.

Y se acaban los pequeños comercios y los timbiriches en las calles, operados por cuentapropistas que le sacaban las castañas del fuego a un régimen cuyo centralismo burocrático es ya incapaz de alimentar a su pueblo. A los cubanos no les va a quedar más remedio que “aceptar” el “llamado de la patria” a trabajar gratis en la zafra de los 10 millones. Una decisión dirigida a neutralizar una población joven, frustrada e independiente, dispersarla y alejarla de sus ciudades, de sus amigos, de sus familias, y así evitar los conflictos que afectaban a otras partes del mundo en aquel año definitivo.

Con la Ofensiva Revolucionaria de 1968 llegó el futuro y un país de economía considerablemente urbana se apaga para que se intenten producir 10 millones de toneladas de azúcar que ni el ministro del ramo creía posible. El resto no es sólo Historia, sino la triste historia del endiosamiento de un hombre y del fracaso profundo de sus ideas y de su régimen.

Y con la ayuda de la URSS ya funcionando como única tabla de salvación posible, el apoyo de Castro a la invasión soviética de Checoslovaquia no hará más que confirmar la crisis de un país sin futuro independiente.

A la población, el apoyo a la invasión no gusta. Va contra la identidad anti-imperialista sobre la que se ha creado el régimen. En ese año clave de 1968, obras de teatro capciosas, libros de poemas y novelas sin “mensaje optimista” ganan todavía primeros premios —pero ahora se publican con un prólogo-advertencia del Índice censor.

Y llega el Quinquenio Gris. ¡Que nadie se mueva! Parámetros por doquier. El Ministerio de Cultura se crea finalmente y Alfredo Guevara no será el ministro. Para mayor humillación, al ICAIC, su feudo, le quitan la condición de ente independiente y lo reconvierten en dependencia de ese nuevo ministerio. A principios de los años 1980 a Guevara le terminan por quitar la presidencia del ICAIC y Castro lo envía a un exilio dorado en un París donde su prohibición de PM sigue siendo citada como el detonador de la censura en la cultura cubana.

En la entrevista con Estupiñán, Alfredo se queja de que siempre le pregunten por este corto. “Estoy harto”, dijo, “de que la historia de la cultura cubana sean PM, la UMAP y el caso Padilla”.

¿Por qué será?

Y agregó: “Por eso es que digo que hubiera actuado posiblemente distinto”.

Troppo tardi.


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Monday, December 12, 2022

(Social. Diciembre 1930) Un cubano en Hollywood


"Los fanáticos de los Estados Unidos conocen al "famoso italiano" Frank Sabini, estrella de unos de los actos de vaudeville más conocido en Broadway. Frank Sabini ha sido contratado por la Casa Pathé para filmar varias cintas en español. ¿En español? ¡Naturalmente! Frank Sabini es "cubano" por nacimiento, por ciudadanía y por el más acendrado amor al país. El verdadero nombre es Fernando Sabourin y Poo, perteneciente a una conocida familia cubana. Sabourin es cuñado de nuestro compañero Sr. Alfredo T. Quíléz. Los críticos más autorizados señalan a Frank Sabini como una valiosa adquisición de la Casa Pathé para la filmación de cintas sonoras en español."

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Gaspar, El Lugareño Headline Animator

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