Agradezco al poeta Efraín Riverón, que comparta su
Crónica de la Calle Ocho con los lectores del blog.
Fotos/Blog Gaspar, El Lugareño
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Salen mis ojos: La esquina
los recibe. Se detienen.
Se avivan en los que vienen
y en el que no se avecina.
Comparten la cartulina
de un anuncio mal situado.
Pasa un poco demacrado
-casi mínimo en la acera,-
quien ayer contento era
y hoy es un desamparado.
Está la joven de enfrente
como suelta en un desgano.
Por su cabello temprano
rueda el aire sonriente.
En la hojarasca creciente
se reunen los insectos
con sus asiduos proyectos...
Después de la cerca: Un nombre
de mujer....Repite un hombre
de numerosos defectos.
De súbito algun ladrido
sube a la atmósfera. Suena
como un timbre la colmena
entre las flores y el ruido
de los autos... Se han caido
palabras de los letreros,
que grises y chapuceros
cuelgan de la vieja cal;
y hay una emoción viral
de autobuses y extranjeros.
En el parque endomingado:
Las mesas del dominó
están llenas..,(Menos yo
hasta un neófito ha jugado.)
Todos observan; callado
está el gentío...(!Qué historia!)
!El más viejo, el de más gloria,
el que nunca se encapricha,
exprime ficha tras ficha
el zumo de la victoria!
A un lado, junto a la media
luna del árbol contiguo,
se nota como un ambiguo
color-ácido que asedia
al corazón...(¿Qué remedia
de tanto sol un alero?)
Más que por pan, por dinero
retorna tibio, algo noble:
Con una súplica doble
en su mano, el pordiosero;
Pasa suave, como quién
anda de espuma o de nube...
Por la otra calle que sube
caminan el mal y el bien.
Otro pulsa sin amén
su fatídica opulencia,
y alguien, que late en esencia,
sin sentido estacionario,
en columpio imaginario
pone a mecer la inocencia.
El calor como un acero
derretido nos atrapa;
su resplandor es un mapa
que tiembla en lo pasajero
del tiempo...Sobre el cantero
se estrujan las hojas viejas,
y paradójicas quejas
abundan en los suburbios,
como si jardines turbios
ahuyentaran las abejas.
Ese que conversa a solas
y ve descreido el verde,
huele a mar que se nos pierde
donde se encuentran sus olas,
Apagadas amapolas
van en el rostro del ciego,
y como en un “hasta luego”
al blancor de la sonrisa,
el drogadicto sin prisa
le suma ceniza al fuego.
Está aquel, que siendo él
es otro. Lo espiritual
lo induce a hacer de la sal
una existencia de miel.
Tan blanco que por su piel
acontece la pureza;
volátil en su grandeza
de íntimo desprendimiento,
nada oculta, pone al viento
su vital naturaleza.
Al fondo sin que el temor
lo desprenda de su ego,
está con el mismo juego
de cartas el jugador.
Su estirpe de estafador
en la ropa se le mira,
y las barajas que tira,
untadas de habilidad
ennegrecen la verdad
para ocultar la mentira.
Rabia el “jabao” bronquero,
-grito a flor de necedad-.
La misma brutalidad
agregándole otro cero.
Llega limpio el barrendero:
Brillo. Almidón de primera
planchado en su guayabera
de mangas cortas. (La suma
del tiempo borra la bruma:
Resucita primavera.)
Pasa en su peso un anciano
y atraviesa el mediodía,
como si el último día
se le ahuecara en la mano.
Atardece más temprano
sobre la mía-ciudad,
y con una infinidad
de luz donde la contemplo,
la calle Ocho es un templo
de eterna cubanidad.