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Wednesday, March 4, 2020

Fragmento de la primera novela que estaba escribiendo Elena Tamargo


Nota de la autora: Fragmento de la primera novela que está escribiendo Elena Tamargo, leídos por primera vez, esta noche, [Octubre 26, 2009] en Agartha Galería. 

La escritora agradece al amigo Joaquín Estrada-Montalván esta primicia en su blog Gaspar, El Lugareño.


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Texto publicado originalmente en este blog el 26 de octubre de 2009. Lo reproduzco hoy, recordando su nacimiento el 4 de marzo de 1954. Elena Tamargo falleció en Miami, el 20 de noviembre de 2011. (JEM)
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Cada vez que me siento en un sillón dejo una mancha de sangre. Se que he perdido tantas cosas que no podría contarlas, sólo el que ha muerto es nuestro de verdad, sólo lo que he perdido es mío, no hay otro paraíso. También es nuestra suerte saber convalecer.

Mis mayores me hablaron de la sangre, del apellido y los abuelos, pero nunca de ésta que pierdo y pierdo en los trenes, las camillas y los cines.

Nunca encontré tristeza en la carne. El cielo que iría a buscar lejos lo tengo sobre la cabeza. Se me queman los labios por decirlo.

Mi figura es un mar que asoma desde el pequeño muro encalado de una iglesia de pueblo y sólo lo ve la otra muchacha a quien el viento le levanta el vestido, y yo lucho con el consuelo que dan unas palabras griegas. He ahí la pequeñísima esterilla en la que puede bordarse el ideograma de mi vida. Por lo demás, no es la claridad sino el peligro de la claridad que conforme avanzamos hacia el norte y conforme nos acercamos a nuestra época aumenta sin cesar, ese secreto que en nuestra tradición contuvo la mano del poeta para que nunca insultara. Una vez consumada la ruptura con todo mito divino el poeta ha sido llamado a actuar el papel principal.

Tengo miedo. Camino por una costa y nadie siente a nadie. Vuelvo a mi manuscrito y mientras llega el rocío que nada ocurra, que nada se mueva, por si acaso de pronto sale el sol y me deslumbra. No quería llegar sin temblar hasta ahí donde la carne acumula la sangre y hunde en el corazón un apresurado reloj. Cuando el amor y el rencor están ausentes todo se vuelve claro. Sigo caminando aunque no haya lugar a donde llegar.

Qué les ocurrió a los hombres que les dio por combinar las palabras de tal modo que no dijeran lo que decimos cotidianamente. En las canciones con que me criaron jamás me vino algo semejante a la cabeza. Pero ahí, en la edición facsimilar alemana que tenía en las manos, había otra cosa que no entendía porque, claro, no entendía el griego clásico, y eso seguramente explicaría el modo especial de la escritura. Intento expresar con palabras actuales la sensación que tenía en aquella época y que volví a encontrar en una sola cosa; en los conjuros que con sobrecogimiento y admiración sin reserva le veía hacer al mismo hombre al que quise besar en los labios.

Al mundo se entra admirándolo, me decía a mí misma. Imaginé mi obra destruida y encontrada por fragmentos. Veinticinco años de mis dones me dejan perdida de mi muerte. Pero mirando al hombre de los conjuros en los labios había aprendido esa misma mañana, que si uno tiene la belleza delante y no la ve comienza a empobrecer, entonces el tiempo sin acaecimientos me empezó a resultar más franco; así sin arabescos, me parecía el misterioso refugio que andaba buscándole a mi miedo.

Porque la palabra vacío me asustaba todavía, no era capaz de darle fe a esa sugestión de vastedad que tenía el vacío, donde antes había arrojado la voluntad.

“La vieja verdad --decía Goethe—aférrate a ella”; y yo la buscaba en los sueños, porque en el día no la hallaba. Sabía que habían existido y existirían siempre hombres excelentes a quienes dirigirles una buena palabra, decirla y dejarla escrita sobre el papel. Esa era la comunión con los santos que entonces profesaba.

Era importante la escritura; con los labios no es suficiente la palabra, siempre hay alguien que oye algo completamente distinto a lo que dices, aunque tal vez eso también sirva. Ambas cosas las pensaba antes. Después supe que las grandes verdades que uno busca se escriben en el cielo, con letras de oro, que es como se escribe en el cielo. Ese misterio lo había aprendido y era mi tesoro.

Elige un norte para tu afán, me había dicho una vez el hombre en manto blanco. A los muertos les decía amigos ocultos a sus amigos por las nuevas colinas, y los llamaba por su nombre y los levantaba de abajo de aquellos sellos ya borrados donde yacían tendidos. Todo eso se me confundía con Goethe y con Fichte y con Schleiermacher. Pero buscaba seres que se parecieran a mí en ese sentido. La profesión más deseada, mi única ambición era anticiparme, era encontrar el ideal de la comunidad con las personas animadas de los mismos sentimientos. Buscaba espíritus en los que la oscuridad era vencida por la luz y la claridad serena se había impuesto sobre la confusión. La divinidad que ansiaba alcanzar es la que actúa en lo vivo no en lo muerto, en lo que transforma y deviene, no en lo que ya ha sido y ahora es una piedra.

Porque al mundo lo encontraba viejo, y marcada por mi tiempo como estaba, la tradición y lo antiguo no los consideraba clásico por viejo sino por su vigor. La fe tenía que ser una revelación eterna.

Ahora, febrero sepulta mi paisaje, pero todo respira nuevamente, el mantel volverá a ser blanco. La constancia es más fuerte que el destino. Me dio seguridad aquel tablero, y un signo resumió lo que seguía: la tierra se pudrió pero no se murió, dijo con voz nerviosa el adivino.

En una sala de hospital empezó la historia. Puede ser cáncer, y yo dije, es cáncer, porque las palabras eternas, duras, únicas, cuando se pronuncian ya van siendo, también lo había aprendido con Goethe, quien al contemplar unas caracolas en una playa de Sicilia exclamó: “so wahr, so seiend”, “tan verdadero, tan siendo”. Así son las palabras como cáncer, si la dices ya es. El médico mexicano, en ese pueblo del volcán a donde había ido a vivir con el poeta, para escribir libros por encargo, me dió la noticia. Me viró boca abajo en una camilla, “baje las manos y levante los gluteos”, y al poeta, le dijo, “usted me tendrá que ayudar”, y mirando aquellas nalgas, que en alguno de sus poemas, ya clásicos, él había calificado, como cola de pez, y unas manos que eran alas y unas piernas y un cuello como cisne lento en el estanque y la cintura de mujer pero más fina y pronunciada y unos dientes de conchas y los labios abriéndose en un rictus amargo, como el que prueba sal, los ojos, grandes de pez y pájaro, se abrían como el mundo en su día inicial, pero ya aquellos versos no podían seguir resonando, porque aquello que pasó en la camilla, no era una lluvia lenta, cayendo dulcemente desde el cielo del alma, como una melodía, aquello era el acto de dolor más grande que habríamos de experimentar los dos juntos, un corte con tijera del tumor, y “abra el frasco”, que el poeta aguantaba temblando entre sus manos. “Lleven al laboratorio esa muestra para una biopsia”. El pomo con el pedazo mío estuvo algunos meses por ahí guardado y un día lo boté, de todos modos la palabra ya estaba pronunciada.

Las palabras son mis amuletos, creía en el pensamiento, en la cabeza, en los ritos que las religiones le hacían a la cabeza. El bautizo, agua en la cabeza sobre la pira, y ya está la criatura bendecida. Y los yorubas, sangre caliente de animal en la cabeza, sin pira, sobre el santo, que es una piedra, no es cualquier piedra, sino la que se convirtió ya en santo, y el animal sin cabeza ahí presente, sufriendo, pataleando sin cabeza un buen rato, eso se llama rogarse la cabeza.

Yo entonces explicaba el asunto africano como mímesis, y decía que la única y verdadera rogación de la cabeza era la que le hacía la madre al hijo al nacer, porque cuando iba a salir le dejaba caer unas goticas de sangre de su sexo, ahí, en la cabecita, y por eso los niños nacen con la cabecita embarrada, es decir, rogada; lo demás es una repetición muy cruel, porque hay que ver el dolor que siente un animal sin cabeza, para aquellos que creen que el dolor es solamente racional.

Entonces me volqué a buscar sanaciones, diversas, todas, de donde vinieran, pero si eran con palabras mejor, si eran con la cabeza mejor, y en ese pueblo del volcán junto al poeta, empecé a recordar las palabras más viejas de mi vida: rosario, lechón, fermin, cabañas, pide perdón, se dice gracias, gaseosa, dios, plátano macho, vaca, historia, novio, nube, piedad, buñuelo, prohibido, tristeza, hija mía, negro y blanco, francisco, abedul, ceniza, libélula, camino real, purita izquierdo, la primera maestra, escoba, espada, menta, leyenda, cuchillo, lengua, carne, golondrina, desierto, desnudez, abanico, columpio, piano, tamargo, leche, leche, leche, y algunas se quedaban goteando; busqué palabras en la tierra, en la mesa, en la escuela, en la cama, en la noche, en el mar, en el potrero, en el amor, en la poesía, y estas últimas eran las más viejas. Sabía que podía sanarme con palabras, y por eso no estaba triste con el pomito que guardaba la sentencia. Era valiente, porque todavía era feliz.

Friday, January 24, 2020

La naturaleza, la ecología, el hombre y la poesía (por Osvaldo Navarro )

Nota mía: Texto que forma parte del libro inédito Las paces con Martí. Fue publicado originalmente en este blog en el año 2010, por cortesía de Elena Tamargo.

Cuando, años después, le comenté a Félix Luis Viera, sobre este texto, me amplió que él había leído el manuscrito original del ensayo y le había enviado una carta a Navarro con sus comentarios. Le pedí compartir su misiva fraterno literaria. Generosamente, como es su costumbre, me envió la correspondencia, de la que incluyo  el enlace para su lectura. 

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La naturaleza, la ecología, el hombre y la poesía
por Osvaldo Navarro



De todas las obsesiones martianas, una de las que con más insistencia aparecen a lo largo de su obra es un culto casi panteísta a la Naturaleza, palabra que solía escribir con mayúscula. Ese culto constituye uno de los ejes centrales de su concepción del mundo. Para él, la naturaleza (la tierra, el universo, el ser) era la fuente original de toda riqueza material y espiritual. Pero, además, en su diversidad y armonía encontraba el punto de referencia de toda verdad científica, incluyendo las verdades sociales. En su opinión, la igualdad social no es más que el equilibrio que se observa en la naturaleza, y el hombre no puede vivir sin una permanente y cada vez más íntima relación con sus verdades, a no ser a costa de atentar contra su propia condición humana. Martí plantea una naturaleza unitaria, de la que participa el hombre como un ser natural más, y lo hace desde una posición no depredadora, utilitarista, desde la que sólo se vería como objeto de la ciencia o como materia prima, sino que la percibe, en una evocación de la concepción mítica de los griegos, como experimentable estéticamente, en el sentido sensorial–receptivo y artístico. En esa práctica de apropiación, la naturaleza, las cosas, se expresan, hablan, a través de la sensibilidad, del espíritu humano en una comunión perfecta.

Martí era un universo repleto de mundos, todos en equilibrio, pero era también, y eso es lo más conmovedor, un árbol, una palma, un paisaje, una atmósfera, un clima. Era, por todo ello, una naturaleza humana plena y armónica. Su vida, su poesía, su ideología no podrían ser entendidas totalmente sin tomar en cuenta ese aspecto principal, tal como ya lo había advertido el poeta español Juan Ramón Jiménez:
Hasta Cuba, no me había dado cuenta exacta de José Martí. El campo, el fondo. Hombre sin fondo suyo o nuestro, pero con él en él, no es hombre real (...). Y por esta Cuba verde, azul y gris, de sol, agua o ciclón, palmeras en soledad abierta o en apretado oasis, arena clara, pobres pinillos, llano, viento o manigua, valle, colina, brisa, bahía o monte, tan llenos todos del Martí sucesivo, he encontrado al Martí de los libros suyos y de los libros sobre él.
Había nacido en La Habana, pero La Habana era entonces una ciudad que apenas se había desbordado más allá de su vieja muralla. La casa de su nacimiento y de su infancia y adolescencia quedaba precisamente muy cercana al gran muro de piedra, por lo cual tenía a un costado el campo y al otro la urbe. De tal modo, los primeros años de su vida, etapa cuyas vivencias fijan para siempre el carácter de las personas, se desenvolvieron entre esas dos posibilidades, las cuales quedaron plasmadas dramáticamente y con asombrosa plasticidad en sus Versos sencillos. De la ciudad: “Pasa, entre balas, un coche:/ Entran, llorando, a una muerta:/ Llama una mano a la puerta/ En lo negro de la noche”. Del campo: “Rojo, como en el desierto,/ Salió el sol al horizonte:/ Y alumbró a un esclavo muerto,/ Colgado a un seibo del monte”. Su vida intelectual toda se desarrollaría en el ambiente citadino, incluso de grandes ciudades (además de La Habana, Madrid, Zaragoza, México y Nueva York), pero no se podría extraer de su obra un elogio seguro a ese ambiente (“Me espanta la ciudad”, diría en sus Versos libres). Su espíritu estaba arraigado en la tierra, sobre la cual no dejaba de indagar (“Yo sé los nombres extraños/ De las yerbas y las flores”. Versos sencillos). Sin embargo, su poesía, que en mucho partía del Romanticismo y que tantos elementos suyos conservó (el culto a la naturaleza, por ejemplo), no siguió el rumbo de los románticos cubanos y no fue ya, como la de todos ellos, ruralista. En ese sentido, su poesía y su prosa marcan un tránsito, un cambio en la cultura cubana. Su prosa, por la que más se le ha considerado un escritor modernista, era escandalosamente novedosa, pero esa novedad tampoco hubiera sido posible sin el barroquismo que la caracteriza. Barroquismo que no era ya el de los místicos y otros escritores españoles, como Quevedo, que indudablemente influyeron en él, sino el barroco (por abigarramiento) espontáneo, sin solemnidades, jubiloso si se quiere, de la vegetación y de todo el entorno natural cubano, cuya nostalgia lo acompañó hasta su reencuentro con ellos unos días antes de su muerte. Por eso, la clave para penetrar en el estilo, tanto de la prosa, como de la poesía de Martí, está en su Diario de campaña, que más parece una explosión de euforia y emoción poética que un registro de hechos de guerra. ¿Es ese texto romántico? ¿Es modernista? ¿Es realista? ¿En qué medida la naturaleza antillana, tropical de América, y su espíritu humano comenzaron a expresarse por primera vez, plenamente, como algo diferente, en él? ¿En qué medida ese texto culmina el intento dramático de Cristóbal Colón por describir este continente y expresar cómo era el carácter de quienes lo habitaban?:
De suave reverencia se hincha el pecho, y cariño poderoso, ante el vasto paisaje del río amado. Lo cruzamos, por cerca de una seiba, y... entramos al bosque claro, el sol dulce, de arbolado ligero, de hoja acuosa. Como por sobre alfombra van los caballos, de lo mucho del césped. Arriba el curujey da al cielo azul, o la palma nueva, o el dagame que da la flor más fina, amada de la abeja, o la guásima, o la jatía. Todo es festón y hojeo, y por entre los claros, a la derecha, se ve el verde del limpio, a la otra margen, abrigado y espeso. Veo allí el ateje, de copa alta y menuda, de parásitas y curujeyes; el cagauirán, ‘el palo más fuerte de Cuba’, el grueso júcaro, el almácigo, de piel de seda, la jagua, de hoja ancha, la preñada güira, el jigüe duro, de negro corazón para bastones, y cáscara de curtir, al jubabán, de fronda leve, cuyas hojas, capa a capa ‘vuelven raso el tabaco’, la caoba, de corteza brusca, la quiebrahacha, de tronco estriado, y abierto en ramos recios, cerca de las raíces, (el caimitillo y el cupey y la pica pica) y la yamagua, que estanca la sangre.
La naturaleza cubana, lejos de la cual se había visto obligado a permanecer la mayor parte de su vida, lo sacude, lo cimbra, lo agiganta, lo hace entrar en sí mismo, reconcentrarse y luego salirse a borbotones en el más alto goce espiritual. Todo lo sobresalta, lo acoge y no pierde ni un detalle, ni siquiera en la noche, donde tanta belleza lo desvela:
La noche bella no deja dormir. Silba el grillo; el lagartijo quiquiquea, y su coro le responde: aún se ve, entre la sombra, que el monte es de cupey y de paguá, la palma corta y espinada; vuelan despacio en torno las animitas; entre los nidos estridentes, oigo la música de la selva, compuesta y suave, como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza, abre el ala y se posa, titila y se eleva, siempre sutil y mínima –es la miríada del son fluido: ¿qué alas rozan las hojas? ¿qué violín diminuto, y oleadas de violines, sacan son, y alma, a las hojas?, ¿qué danza de almas de hojas?
Y es que para Martí la naturaleza era el mayor motivo de felicidad, una fiesta innombrable –“Nos llena la pasión de la naturaleza”–, tanto que en su contemplación y disfrute hallaba el más elevado sentido de la belleza espiritual –“el hombre asciende a su plena beldad en el silencio de la naturaleza”1–. Pero, además, en su estudio y conocimiento veía el más elevado objetivo de la poesía. En una carta dirigida a su niña, María Mantilla, unos días antes de caer en combate, en forma de recomendación, de lección para la vida, así se lo confesaba:
Donde yo encuentro poesía mayor es en los libros de ciencia, en la vida del mundo, en el orden del mundo, en el fondo del mar, en la verdad musical del árbol, y su fuerza y amores, en lo alto del cielo, con sus familias de estrellas, –y en la verdad del universo, que encierra tantas cosas diferentes, y es todo uno, y reposa en la luz de la noche del trabajo productivo del día”.
Pero, en Martí, la naturaleza no es sólo una base para la ciencia, una cura espiritual y un deslumbramiento para la poesía, sino un problema práctico vital, de salud física, para las personas, y, tratándose de los bosques y otros recursos, como la tierra y el agua, un motivo de preocupación económica, ante todo por la influencia que estos elementos ejercen en el desarrollo de la agricultura.

Aquella capacidad martiana para desentrañar el porvenir lo llevaría a prevenir uno de los más graves, si no el más grave, de los errores cometidos por el género humano, cuando el problema apenas comenzaba a manifestarse: haber considerado en forma separada el destino del hombre sobre el planeta y el destino del planeta mismo. La constante necesidad de progreso económico compulsó al hombre a la absurda e irracional idea de “conquistar la naturaleza”. Pero sucedió que, cuando parecía que lo estaba logrando, se percató de que su esfuerzo había sido más destructivo que constructivo y, lo peor, que en el intento había comenzado a crear las condiciones para su autodestrucción.

Resulta en verdad asombroso que Martí, quien fuera precursor de tantas ideas nuevas en el ámbito latinoamericano, lo fuera también del movimiento ecologista contemporáneo. Desde una fecha tan temprana como 1883, año en el cual escribió varios artículos relacionados con el tema, su pluma denunciaba la creciente deforestación del planeta y, en general, la destrucción del medio ambiente, motivado por la voz de alerta que habían comenzado a dar los especialistas. Él, posiblemente, no haya conocido el término ecología, introducido por Ernst Haeckel en 1866, pero es notorio que estaba al tanto de las discusiones que desde entonces tenían lugar acerca de un tema que tanto atraía su interés. Así, al contemplar el fenómeno de explotación irracional de los recursos naturales, comentaba: “cuando se tienen buenas maderas, no hay que hacer como los herederos locos de grandes fortunas, que como no las amasaron, no saben calcular cuándo acaban (y) las echan al río”.

Esa afirmación se basaba en que sabía también que los bosques son útiles no sólo por las maderas que de ellos se puede extraer, sino por una cuestión científica no menos importante: “la protección y amparo que dan (...) a las comarcas agrícolas”. Más que eso: “Comarca sin árboles, es pobre. Ciudad sin árboles, es malsana. Terreno sin árboles, llama poca lluvia y da frutos violentos”.

Quien esto escribía llamaba, al mismo tiempo, a la conservación de los bosques, donde existieran, al mejoramiento de los mismos, donde existieran mal y a su creación, donde no existieran. Por eso, estaba al tanto de que repoblar los bosques era entonces para España una cuestión vital, y saludaba la iniciativa mexicana de plantar millones de árboles en el valle de México.

Sin embargo, parece un hecho que Martí ignoraba lo que ocurría en su propio país, donde se había venido cometiendo uno de los ecocidios más brutales de la historia. Tan grande era el crimen que sus efectos se percibieron en Europa, y Federico Engels, hombre tan alejado de la circunstancia cubana, en su libro Dialéctica de la naturaleza, llegó a tomar su caso como ejemplificador, aunque lo que dice acerca del cultivo del café resulta poco significativo al lado de lo que verdaderamente ocurrió con la plantación, casi generalizada, de la caña de azúcar:
A los plantadores españoles de Cuba, que pegaron fuego a los bosques de las laderas de sus comarcas y a quienes sus cenizas sirvieron de magnífico abono para una generación de cafetos altamente rentables, les tenía sin cuidado el que, andando el tiempo, los aguaceros tropicales arrastrasen la capa vegetal de la tierra, ahora falta de protección, dejando la roca pelada.
Aquel proceso de deterioro ecológico, que había comenzado a finales del siglo XVIII y que se mantuvo a en el siglo XIX, continuó a lo largo del siglo XX. La revolución triunfante en 1959, en sus inicios quiso poner freno al problema, pero los errores de su propia dinámica económica y social no sólo impidieron una solución a la catástrofe, sino que la agudizaron. En su libro Biofilia, el entomólogo Edward O. Wilson narra la experiencia de un viaje suyo a Cuba, en 1953, durante el cual visitó uno de los bosques remanentes de la antigua vegetación de la Isla, llamado Bosque Blanco. El científico se refiere a lo imprescindible de aquel lugar para el estudio de la población vegetal y animal de la isla, y asegura que después de su viaje había ocurrido lo siguiente:

en un insignificante lapso evolutivo, en el interior del círculo de vida de Fidel Castro (...) se ha desvanecido gran parte de las tierras boscosas y, por lo tanto, una importante fracción de la historia de Cuba. En 1953, durante el juicio a [de] Batista, Fidel Castro declaró que la historia lo absolvería. Yo dudo que eso suceda. El Bosque Blanco ha sido talado 'por el bien del pueblo' (lo cual significa el bienestar durante unas pocas generaciones). Me pregunto cómo valorará algún día el pueblo cubano sitios como ése, que son parte de su herencia nacional. Sí, algún día, cuando los héroes y las revoluciones políticas sean únicamente vagos recuerdos.

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Wednesday, January 25, 2012

(Miami) Presentan el poemario "Días ya vacíos de Elena Tamargo"

Zu Project, Akuara Teatro y Bluebird Editions invitan a la presentación del libro Días ya vacíos. Poemas escogidos de Elena Tamargo (Miami. Bluebird Editions, 2011), una edición realizada con el propósito de reunir la obra poética de la fallecida escritora cubana y ofrecer a los lectores la posibilidad de apreciar su valor e importancia para la literatura cubana. Incluye textos de todos sus libros y también otros inéditos. La compilación fue revisada y autorizada por Elena Tamargo.

La presentación estará a cargo del escritor y periodista Álvaro Alba

  Este Jueves 26 de Enero a las 8. 00 p.m.
en la sede de Akuara Teatro
4599 Sw 75 Ave.
Miami FL 33155
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Sunday, November 20, 2011

(Miami) Elena Tamargo ha fallecido en la madrugada de hoy domingo 20 de noviembre.

 Foto/ Blog Gaspar, El Lugareño
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Manny López nos ha comunicado la triste noticia del fallecimiento de Elena Tamargo:

"La poeta Elena Tamargo falleció esta madrugada de domingo. Su hijo, Nazim Navarro estaba con ella. Hemos estado esperando esta noticia por días, y días…

Finalmente descansa esta mujer valiente que lleva una eternidad luchando con cáncer".

Sus restos serán cremados y no habrá servicios funerarios

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Manny López nos confirma que se mantiene su presentación de los poemas de Elena Tamargo, hoy domingo 20 de noviembre a las  4. 00 p.m., en la Feria del Libro de Miami, en el salón 6100. 

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Fragmento de la primera novela que estaba escribiendo Elena Tamargo

 Foto/ blog Gaspar, El Lugareño
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Fragmento de la primera novela que está escribiendo Elena Tamargo, leídos por primera vez, esta noche, en Agartha Galería. La escritora agradece al amigo Joaquín Estrada -Montalván esta primicia en su blog Gaspar, El Lugareño. (Texto publicado originalmente, en el  blog Gaspar, El Lugareño el 26 de octubre de 2009)



Cada vez que me siento en un sillón dejo una mancha de sangre. Se que he perdido tantas cosas que no podría contarlas, sólo el que ha muerto es nuestro de verdad, sólo lo que he perdido es mío, no hay otro paraíso. También es nuestra suerte saber convalecer.

Mis mayores me hablaron de la sangre, del apellido y los abuelos, pero nunca de ésta que pierdo y pierdo en los trenes, las camillas y los cines.

Nunca encontré tristeza en la carne. El cielo que iría a buscar lejos lo tengo sobre la cabeza. Se me queman los labios por decirlo.

Mi figura es un mar que asoma desde el pequeño muro encalado de una iglesia de pueblo y sólo lo ve la otra muchacha a quien el viento le levanta el vestido, y yo lucho con el consuelo que dan unas palabras griegas. He ahí la pequeñísima esterilla en la que puede bordarse el ideograma de mi vida. Por lo demás, no es la claridad sino el peligro de la claridad que conforme avanzamos hacia el norte y conforme nos acercamos a nuestra época aumenta sin cesar, ese secreto que en nuestra tradición contuvo la mano del poeta para que nunca insultara. Una vez consumada la ruptura con todo mito divino el poeta ha sido llamado a actuar el papel principal.

Tengo miedo. Camino por una costa y nadie siente a nadie. Vuelvo a mi manuscrito y mientras llega el rocío que nada ocurra, que nada se mueva, por si acaso de pronto sale el sol y me deslumbra. No quería llegar sin temblar hasta ahí donde la carne acumula la sangre y hunde en el corazón un apresurado reloj. Cuando el amor y el rencor están ausentes todo se vuelve claro. Sigo caminando aunque no haya lugar a donde llegar.

Qué les ocurrió a los hombres que les dio por combinar las palabras de tal modo que no dijeran lo que decimos cotidianamente. En las canciones con que me criaron jamás me vino algo semejante a la cabeza. Pero ahí, en la edición facsimilar alemana que tenía en las manos, había otra cosa que no entendía porque, claro, no entendía el griego clásico, y eso seguramente explicaría el modo especial de la escritura. Intento expresar con palabras actuales la sensación que tenía en aquella época y que volví a encontrar en una sola cosa; en los conjuros que con sobrecogimiento y admiración sin reserva le veía hacer al mismo hombre al que quise besar en los labios.

Al mundo se entra admirándolo, me decía a mí misma. Imaginé mi obra destruida y encontrada por fragmentos. Veinticinco años de mis dones me dejan perdida de mi muerte. Pero mirando al hombre de los conjuros en los labios había aprendido esa misma mañana, que si uno tiene la belleza delante y no la ve comienza a empobrecer, entonces el tiempo sin acaecimientos me empezó a resultar más franco; así sin arabescos, me parecía el misterioso refugio que andaba buscándole a mi miedo.

Porque la palabra vacío me asustaba todavía, no era capaz de darle fe a esa sugestión de vastedad que tenía el vacío, donde antes había arrojado la voluntad.

“La vieja verdad --decía Goethe—aférrate a ella”; y yo la buscaba en los sueños, porque en el día no la hallaba. Sabía que habían existido y existirían siempre hombres excelentes a quienes dirigirles una buena palabra, decirla y dejarla escrita sobre el papel. Esa era la comunión con los santos que entonces profesaba.

Era importante la escritura; con los labios no es suficiente la palabra, siempre hay alguien que oye algo completamente distinto a lo que dices, aunque tal vez eso también sirva. Ambas cosas las pensaba antes. Después supe que las grandes verdades que uno busca se escriben en el cielo, con letras de oro, que es como se escribe en el cielo. Ese misterio lo había aprendido y era mi tesoro.

Elige un norte para tu afán, me había dicho una vez el hombre en manto blanco. A los muertos les decía amigos ocultos a sus amigos por las nuevas colinas, y los llamaba por su nombre y los levantaba de abajo de aquellos sellos ya borrados donde yacían tendidos. Todo eso se me confundía con Goethe y con Fichte y con Schleiermacher. Pero buscaba seres que se parecieran a mí en ese sentido. La profesión más deseada, mi única ambición era anticiparme, era encontrar el ideal de la comunidad con las personas animadas de los mismos sentimientos. Buscaba espíritus en los que la oscuridad era vencida por la luz y la claridad serena se había impuesto sobre la confusión. La divinidad que ansiaba alcanzar es la que actúa en lo vivo no en lo muerto, en lo que transforma y deviene, no en lo que ya ha sido y ahora es una piedra.

Porque al mundo lo encontraba viejo, y marcada por mi tiempo como estaba, la tradición y lo antiguo no los consideraba clásico por viejo sino por su vigor. La fe tenía que ser una revelación eterna.

Ahora, febrero sepulta mi paisaje, pero todo respira nuevamente, el mantel volverá a ser blanco. La constancia es más fuerte que el destino. Me dio seguridad aquel tablero, y un signo resumió lo que seguía: la tierra se pudrió pero no se murió, dijo con voz nerviosa el adivino.

En una sala de hospital empezó la historia. Puede ser cáncer, y yo dije, es cáncer, porque las palabras eternas, duras, únicas, cuando se pronuncian ya van siendo, también lo había aprendido con Goethe, quien al contemplar unas caracolas en una playa de Sicilia exclamó: “so wahr, so seiend”, “tan verdadero, tan siendo”. Así son las palabras como cáncer, si la dices ya es. El médico mexicano, en ese pueblo del volcán a donde había ido a vivir con el poeta, para escribir libros por encargo, me dió la noticia. Me viró boca abajo en una camilla, “baje las manos y levante los gluteos”, y al poeta, le dijo, “usted me tendrá que ayudar”, y mirando aquellas nalgas, que en alguno de sus poemas, ya clásicos, él había calificado, como cola de pez, y unas manos que eran alas y unas piernas y un cuello como cisne lento en el estanque y la cintura de mujer pero más fina y pronunciada y unos dientes de conchas y los labios abriéndose en un rictus amargo, como el que prueba sal, los ojos, grandes de pez y pájaro, se abrían como el mundo en su día inicial, pero ya aquellos versos no podían seguir resonando, porque aquello que pasó en la camilla, no era una lluvia lenta, cayendo dulcemente desde el cielo del alma, como una melodía, aquello era el acto de dolor más grande que habríamos de experimentar los dos juntos, un corte con tijera del tumor, y “abra el frasco”, que el poeta aguantaba temblando entre sus manos. “Lleven al laboratorio esa muestra para una biopsia”. El pomo con el pedazo mío estuvo algunos meses por ahí guardado y un día lo boté, de todos modos la palabra ya estaba pronunciada.

Las palabras son mis amuletos, creía en el pensamiento, en la cabeza, en los ritos que las religiones le hacían a la cabeza. El bautizo, agua en la cabeza sobre la pira, y ya está la criatura bendecida. Y los yorubas, sangre caliente de animal en la cabeza, sin pira, sobre el santo, que es una piedra, no es cualquier piedra, sino la que se convirtió ya en santo, y el animal sin cabeza ahí presente, sufriendo, pataleando sin cabeza un buen rato, eso se llama rogarse la cabeza.

Yo entonces explicaba el asunto africano como mímesis, y decía que la única y verdadera rogación de la cabeza era la que le hacía la madre al hijo al nacer, porque cuando iba a salir le dejaba caer unas goticas de sangre de su sexo, ahí, en la cabecita, y por eso los niños nacen con la cabecita embarrada, es decir, rogada; lo demás es una repetición muy cruel, porque hay que ver el dolor que siente un animal sin cabeza, para aquellos que creen que el dolor es solamente racional.

Entonces me volqué a buscar sanaciones, diversas, todas, de donde vinieran, pero si eran con palabras mejor, si eran con la cabeza mejor, y en ese pueblo del volcán junto al poeta, empecé a recordar las palabras más viejas de mi vida: rosario, lechón, fermin, cabañas, pide perdón, se dice gracias, gaseosa, dios, plátano macho, vaca, historia, novio, nube, piedad, buñuelo, prohibido, tristeza, hija mía, negro y blanco, francisco, abedul, ceniza, libélula, camino real, purita izquierdo, la primera maestra, escoba, espada, menta, leyenda, cuchillo, lengua, carne, golondrina, desierto, desnudez, abanico, columpio, piano, tamargo, leche, leche, leche, y algunas se quedaban goteando; busqué palabras en la tierra, en la mesa, en la escuela, en la cama, en la noche, en el mar, en el potrero, en el amor, en la poesía, y estas últimas eran las más viejas. Sabía que podía sanarme con palabras, y por eso no estaba triste con el pomito que guardaba la sentencia. Era valiente, porque todavía era feliz.

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Friday, November 18, 2011

(Miami Book Fair International) Manny López presentará poemario de Elena Tamargo

Foto/Elsa Roberto
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"This past weekend I was contacted by the Miami Book Fair International, where she was going to be presenting a book with other poets. They asked if I wanted to participate by reading her poetry since it was impossible for her to be there. I agreed, because she had called me days before in the middle of the night, agitated, saying I needed to cover for her at the Fair Presentation. I agreed because it is an honor to read her work. But most important I agreed because her voice needs to carry on.

She knows I am going to be reading on Sunday. I have told her. She cannot talk, but she hears me… when I read to her Hölderlin's Hymns, or when I consult with her on the poems I am going to be reading Sunday (4. 00 p.m., Room 6100), or when I tell her that everything will be alright". (read full text at Manny Lopez's blog)


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Friday, October 21, 2011

Un poema por y para Elena Tamargo (de Félix Luis Viera)

 Elena Tamargo presenta el poemario Yo, el arquero aquel
de Manny López. Akuara Teatro, Miami. Octubre 20, 2011.
(Foto de Elsa Roberto para el blog Gaspar, El Lugareño)
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Quisiera, si Gaspar, el Lugareño, me lo permitiera, poner a continuación este poema que por Elena y para Elena escribí en octubre de 1999 y que se halla en el libro de mi autoría La Patria es una naranja (2010)*.
Félix Luis Viera

69


Elena está en la verja
en la verja está escribiendo un poema en donde se ven pasar 500 yeguas cargadas de albahaca
que ahora mismo han desembarcado de La Habana,
vienen las yeguas muertas y matemáticamente destazadas
y traen banderas de varios colores que sugieren
la intención de continuar escribiendo poemas donde las yeguas
sigan llegando como llega el recuerdo de otros muertos que han sido destazados en vida.
Elena se ha vestido de blanco nuevamente
y los árboles de la colonia Del Valle
se dan cuenta de que es una niña la que va pasando
pero quizá ella no se da cuenta de que es una niña
y por eso de pronto no comprende por qué los árboles
le dejan caer esos arbolitos que se han puesto a parir para ella.

Elena está en la verja y es una tarde fría en la enorme Ciudad,
digamos que también es una tarde de verano vaporosa y blanca,
agreguemos que es una de esas tardes de otoño cuando las hojas ocres recuerdan el venir de la Muerte
es también la tarde de primavera en que las jacarandas tiñen de lila el pavimento.
En fin, es una tarde
y ella sigue cantando un poema dedicado a los perros de Cabañas
(Cabañas ahora está tan lejos que ni las barajas podrían alcanzarla).

Elena se aparta de la verja
y la vida la persigue.
Vuelve a la verja y la vida va con ella
y la lleva por las calles de la vasta Ciudad
y le va enseñando las últimas yeguas cargadas de yeguas muertas
y de albahacas insurrectas que ahora mismo han llegado de La Habana.

Y ella sigue andando y andando por la ciudad inacabable.

Pero
en realidad
ella siempre está en la verja.


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 *Este poema, tomado de la sección de comentarios del post Manny entrevista a Elena Tamargo, es un regalo a los seguidores del blog, que agradezco a su autor Félix Luis Viera.

Manuel Adrián López entrevista a Elena Tamargo

Foto/Elsa Roberto
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por Manuel Adrián López
(para el blog Gaspar, El Lugareño)


Si quieres escribir de mí, pastor, di que lo vi con furia
que cerré los ojos y dormí cuando estuve cansada
que tuve mucho miedo
y lloré por perder.
Elena Tamargo, Poema III, de Pastor del Monte



Esta semana marca el fin y el principio de muchas cosas importantes en mi vida. Acabo de presentar mi primer libro anoche, y hoy doy por terminado mi serie de Manny entrevista, que lleva más de un año. La vida y sus muchos ciclos, que como el planeta tierra siempre está en movimiento…

Pero que mejor cierre para estas entrevistas que las respuestas de mi querida Elena Tamargo.

La poeta Elena Tamargo es una mujer que al mirarla vemos una luz intensa…brillante a su alrededor… y su sonrisa quieta, casi callada…pero de una dulzura extrema y no empalagosa, sino que cautiva. Ele es una seductora nata. Con su modo único va por la vida repartiendo cariño, abrazos, ayuda a cuantos la necesiten. Ella aparenta ser la muchacha que pide a gritos que la salven, sin embargo es justamente ella quien salva a más de uno de nosotros a diario.

Como todos saben en los últimos tiempos le ha tocado luchar duro, y no ha sido, ni es fácil esa tarea, sin embargo ella puede… Esta mujer de apariencia frágil es mucho más valiente que 100 soldados juntos. Todos los dioses que existen… los de Israel, África, el Tíbet, y hasta los que radican en el Vaticano han tendido una red para ayudarla.

Hoy por hoy, Elena Tamargo está por presentar libro nuevo en la próxima Feria del Libro, sigue con sus criticas de teatro para El Nuevo Herald, y un puñado de proyectos en la mira. Mientras estos días lluviosos azotan, ella se asoma por rato a su jardín encantado, escribe, lee, medita, y observa… ahí en su nuevo escondite rodeada de una nueva familia que le han abierto los brazos, y que son parte de su recuperación… Ele vive cada día como si fuera un personaje de alguna novela que está por escribirse. Aunque hay miles de personajes femeninos en la literatura universal, todavía falta uno con que se le pueda comparar a ella … la poeta más brillante.

Una noche de poesía conocí a esta increíble mujer, y desde entonces no ha dejado de ser una de las mujeres más importantes de mi vida… en una lista donde están mi abuela, mi madre y mi hermana…


¿Cuál considera usted el estado más miserable de la condición humana?

El cáncer

¿Cuál es su idea de la felicidad?

Nazim

¿Quiénes son sus personajes favoritos de la historia?

F. Holderlin, Paul Celan, Anna Ajmatova 


¿La cualidad que más admira en un hombre?

Que sea tan suave y dulce como una mujer

¿La cualidad que más admira en una mujer?

El candor

¿Su característica más marcada?

El llanto

¿Qué es lo que más valora en sus amigos?

Que me adoren como me adoran, no se por qué

¿Cómo le gustaría morir?

Bonita, sin este dolor en mi cuerpo

¿Cuál es su estado de ánimo actual?

La tristeza, mis días tan vacíos

¿Cuál es su lema?

Es poéticamente que el hombre habita esta tierra


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see Manny Interviews ...

Ver Elena Tamargo en el blog

Tuesday, June 15, 2010

(tonight) Conversando con Elena Tamargo

Mujeres Latinas Impulsando Mujeres Latinas
se une al Sistema Universitario Ana G. Méndez
en su

Coloquio Cultural de Junio con:

Elena Tamargo

hoy 15 de junio de 2010
Hora: 7:00 p.m.

Sistema Universitario Ana G. Méndez
Centro de Recursos para el Aprendizaje
Miramar Park of Commerce
3520 Enterprise Way
Miramar, FL 33025

www.suagm.edu/florida

Wednesday, April 14, 2010

Textos inéditos de Osvaldo Navarro ...

Foto/Reuters
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Desde que conocí a Osvaldo, antes de que cumpliera sus 30 años, era ya un poeta consciente de su herramienta: la palabra. Con Raúl Rivero y con Wichy Nogueras, en la intimidad de las reuniones poéticas y los vinos, que era nuestra manera natural de vivir, jugaban a hacerse sonetos. Y después, hasta el final, jugó y jugó con la palabra. Jugaba como un niño, por gusto y por recreo, por debajo del nivel de la vida seria. Pero también podía jugar, y jugó, por encima de este nivel. Osvaldo sabía cuánto de niñez tiene que preservar el poeta, sabía que el poeta tiene que ser capaz de investirse el alma del niño como una camisa mágica y preferir su sabiduría a la del adulto, y jugar.

Unos poemas inéditos de Osvaldo Navarro para Gaspar El Lugareño, con mi admiración y mi cariño. Elena Tamargo (archivo de la familia Navarro).


MELODÍA PARA UNA GUAJIRA


Una guajira puta como una enredadera
me enredó la muy puta, tan puta y tan guajira,
que me dejó sonando, sin sonar, cuerda y güira,
sonando sin sonar, sonar de qué manera.

Como una enredadera, una guajira puta
me enredó, la muy puta (guajira y no ramera),
que me dejó la güira seca de una manera,
que de tanto estar seca, me sabe y huele a fruta.

Una guajira puta es quien me desespera,
por puta y por guajira, pero no por ramera.
(Es putería extraña esta de mi guajira).

Ninguna putería como ésta se disfruta,
pues siendo putería, no es la puta puta,
es sólo una guajira que me besa y suspira.


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DE MUJERES


En la cama muy loca, en la casa muy cuerda;
No olvides tal mujer, antes bien recuérdala.
Arcipreste de Hita


I

Yo recomiendo una mujer bien puta
que os sacare del juicio y los cabales.
Una mujer como los animales:
suelta, resuelta, viva y absoluta.

Esa mujer que sufre y que disfruta
su amor feroz de pueblos y arrabales.
Una mujer de piernas inmortales.
En fin, lo dije, una mujer bien puta.

Yo os recomiendo una mujer entera,
que mida treinta y cinco de cadera
y quince de cintura, por lo menos.

Una mujer que tenga de ramera
el aire, la sonrisa y la manera,
pero intactos los ojos y los senos.

II

Una guitarra. Si es posible,
tostada por el sol en los veranos.
cuerdas en las manos,
con mucha música, pero inaudible.

Una mujer angélica y terrible,
como Gioconda, pero más profana.
Unos senos de carne de manzana:
mujer sencillamente comestible.

Una mujer que sude adrenalina,
como ese ron vulgar que desatina
y pone la cintura en vate y vate.

Una mujer diabólica y divina,
sabor del más allá, si Dios cocina:
una mujer dispuesta al disparate.

Tuesday, March 2, 2010

Elena Tamargo hoy en Madrid

Foto/Archivo del Blog Gaspar, El Lugareño
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Recital de poesía por Elena Tamargo
esta noche, a las 21:30, en el Café Libertad 8 de Madrid.

Monday, January 18, 2010

Elvira de las Casas y Elena Tamargo en Zu Galeria

En la noche del pasado sábado, se presentaron en Zu Galeria la expo La mujer del güije, 17 dibujos de Elvira de las Casas y la segunda edición del poemario, de Elena Tamargo, El caballo de la palabra (Ediciones Dos Aguas). Los dibujos de Elvira de las Casas fueron utilizados para ilustrar el libro.

Acá les dejo unas fotos del evento y el prólogo del libro escrito por Raúl Ortega.

Joaquín Estrada-Montalván
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Elvira de las Casas
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Elena Tamargo
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Cabalgar con los ojos cerrados
(Prólogo de la segunda edición del poemario, de Elena Tamargo,
El caballo de la palabra,
Ediciones Dos Aguas)

por Raúl Ortega Alfonso
Miami y noviembre y 2009



La poesía, entre otros sobresaltos, tiene la eterna manía de interrogarnos, aunque, por supuesto, casi nunca reciba las respuestas a sus distintas formas de preguntar si somos o no, una equivocación, un error del azar, o una presencia que debemos asumir y defender. Es en ese conocimiento de lo desconocido donde radica, quizás, su mayor misterio. Lo más difícil en esta época de histéricos chillidos —que muchos confunden con el acto de vivir— es la de conservar esa incógnita que casi siempre se revela en la capacidad de asombrarnos.

Con El Caballo de la palabra, de la poeta y ensayista Elena Tamargo, es saludable constatar que, en medio de tanto pataleo, todavía puede separarse la palabra del oficio más viejo del planeta, para que ésta retorne a sus orígenes: la poesía. Éste es un libro que pretende engrasar la maquinaria ya en desuso que es el alma, y no con un discurso trasnochado, sino con un grito que tiene la virtud de convertirse en música. Aquí vive una poeta a corazón abierto que es, al final, la única forma real de desnudarse y, también, la única forma real que es aceptada por la entrega. Y hay que tener valor para desnudarse de ese modo ante al paisaje de una ciudad que nunca será una ciudad a pesar del lamentable empeño de sus pobladores por encasquetarle un apodo que no le pertenece. Entregarse no quiere decir estoy de acuerdo, sino todo lo contrario, estoy en contra, sobre todo cuando la vulgaridad adopta la costumbre de tragárselo todo.

Prefiero dejar a un lado los orígenes egipcios, o el concepto que asume algunas religiones sobre el sintagma utilizado por Elena para titular su libro, y quedarme con la libertad de abrazar la metáfora como cuando uno se acerca a otro cuerpo en busca de calor. Aquí tiene la palabra su caballo; ha encontrado otra manera de volar hacia el que aún se siente agradecido porque sabe escuchar. A veces la palabra engancha su caballo a un carretón que carga su lamento como en su Pequeña elegía al mar: estoy sola bailando y en mi musgo / me pisan miles de pies desesperados; a veces tiene alas; y en otras siente cómo a su cabalgadura se le parten las patas y relincha como en estos dos versos que se integran en uno de los mejores poemas del libro (Lamentación por Mond): Dame cosas que sirvan a este miedo / No me preguntes mucho porque vengo sangrando; y otras veces galopa contra la soledad como si le exigiese que se rinda, a costa de perder su propia vida, como si resumiera en un solo verso una de las tesis que defiende en este libro la poética de Elena Tamargo: Quiero amor o la muerte. La indigencia del hombre no es dada por su harapo, sino por su egoísmo de tragarse un aire que debe compartir con la caricia, parece decirnos la poeta en su silencio a gritos. No olviden que es la palabra su jinete elegido, la que hinca la ijada de la bestia como si nos pidiera que escuchen el zumbido; no que la vean, no, no hace falta, no hay que pedirle tanto al oidor; sólo que no olviden la música porque la poesía es también cabalgar con los ojos cerrados sin el temor de perdernos o de llegar al mismo sitio, y esto es precisamente lo que pretende la poeta cuando descubrimos la intención de circularidad que recorre los textos, como si quisiera ofrecernos un único discurso que se muerde la cola, apoyado no sólo por un propósito que se logra, sino a través de un diálogo que se establece con la justificados exergos de Osvaldo Navarro (una de las voces más grande de la poesía cubana, y quien fuera maestro y esposo de Elena), donde se quiere dejar constancia, por parte de la poeta, en qué lugar ha quedado después de su muerte, y qué lugar ocupaba su Yo mientras el poeta escribía su obra. Dos voces que se vierten en una sola para establecer la coincidencia del arte y del amor.

Yo he tenido el privilegio de cabalgar junto a ellos hasta el epitafio de este libro; secreto que no revelaré porque sería como abrir un regalo antes de que llegase a su destinatario; pero sí puedo adelantar que en él está la esencia de las andanzas de una poeta que sólo ha defendido el derecho a no quedarse sola aunque a veces haya tenido que revolcarse en el fango y empeñar su saliva. No se pudre la voz cuando se tiene la certeza de que hay que darlo todo para que ella sobreviva; el tizne que vamos soltarnos por la piel mientras ésta se gasta, asegura su altura, blanquísima, allá en su pedestal, y es entonces cuando podemos llamarle por su nombre: poesía. Ya Elenita lo sabe. Ahora que vengan otros a nombrarla siempre y cuando se deje.

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Leandro Soto presentando a Elvira de las Casas
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Raúl Ortega y Ernesto Fundura presentando a Elena Tamargo
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Marta Ramos fotografiando ....
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Pedro Portal fotografiando ...
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Elena Tamargo y la fotógrafa Vanessa Ruíz
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Elvira de las Casas y Heriberto Hernández
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Manuel Vázquez Portal y Carmen Duarte
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Alvaro Alba
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Carlos Pintado
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Fotos/Blog Gaspar El Lugareño

Nota: Si utiliza alguna de estas fotos en su website o en sitios como Facebook, debe
mencionar: foto del blog Gaspar, El Lugareño, o foto por Joaquín Estrada-Montalván

Wednesday, January 6, 2010

Un Regalo de Reyes para los Poetas (por Elena Tamargo)

Foto Archivo del Blog Gaspar, El Lugareño
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por Elena Tamargo
(para el blog Gaspar, El Lugareño)



Cuenta las almendras,
cuenta lo que amargo fue y te mantuvo despierta,
cuéntame además a mí.

Paul Celán


A los doce años empecé a traducir poemas del alemán, desde entonces trato de acercarme a un enigma poético. Yo nací en una bahía, junto a un central azucarero donde hubo esclavitud. En el pueblo había muchas maestras y un maestro, Fernando Torres. Un día en su biblioteca, encontré un libro que se llamaba El alemán sin esfuerzo. Hasta hoy, cuando me preguntan cuando empecé a escribir poesía, digo que a los doce años, cuando comencé a leer en alemán el Werther de Goethe. Pero de todos modos sigue siendo un misterio, que a los doce años en la bahía de Cabañas, yo me haya encontrado un libro que marcara mi vida.

Luego a los 18, en la Casa de las Américas, conocí a Osvaldo Navarro, que me enseñó todas las cosas importantes de la vida, pero sobre todo, a ser la niña que sigo siendo, aunque ya no esté el para dormirme.

Como los hombres de uno son una filigrana, un tejido, una telaraña, un día descubrí a Holderlin, que como yo quería ser niño para siempre, y que en una carta a su madre de 1799, llama al hacer poesía la tarea entre todas más inocente,
durante mucho tiempo no supe por qué el estudio de la filosofía, que normalmente compensa con sosiego la empeñada aplicación que exige, por qué a mí cuanto más ilimitadamente me entregaba a él me volvía más intranquilo e incluso apasionado; y ahora me lo explico pensando que me alejaba un paso más de lo necesario de la que es mi tendencia propia, y que mi corazón suspiraba por sus queridas ocupaciones en medio de ese trabajo innatural, igual que los pastores suizos anhelan en su vida de soldados su valle y sus rebaños. ¡No diga que es pura fantasía! Pues entonces por qué estoy tranquilo y soy bueno como un niño cuando ejerzo en paz y con dulce despacio esta tarea, la más inocente de todas, a la que sólo honran, y con razón, cuando se la ejerce con una maestría de la que seguramente yo, y también por el motivo indicado, carezco todavía, porque ya desde la edad de muchacho nunca me atreví a ejercerla en el mismo grado que alguna otra tarea que llevé a cabo con demasiada bondadosa escrupulosidad por amor a mi situación y temor a la opinión de la gente. Pero lo cierto es que todo arte exige la vida entera de un hombre, y el discípulo debe aprender todo lo que aprende en relación con ese arte, si es que quiere desarrollar las disposiciones necesarias y no quiere que al final éstas se ahoguen.

Ya ve, madre querida, que la hago en gran medida mi confidente y no siento temor de que Ud. interprete mal estas sinceras confesiones.
Luego conocí a Paul Celan que me enseñó la idea de la lengua adánica. Ese idioma mítico que siempre dijo la verdad y que, por algún irrevocable estado de gracia, siempre despertó a las cosas de su sueño, les dio un nombre y las hizo vivir. La lengua adánica no es sino la justicia exacta de las cosas. Las cosas son como Adán las nombró y dijo que eran.

Hoy, sigo aferrada a ese balbucir y enmudecer de los poetas, que como los niños, no pueden mentir, y balbucean si buscan la palabra y enmudecen cuando no la encuentran.



ABEDUL Y MEMORIA

Para el poeta Raul Ortega,
un alma como la mía


Mi cuerpo de abedul

se armó tardíamente.

Soy árbol del comienzo.

En una tableta de latón

estaba grabado con letras alemanas

el año de mi alma.

Con mi sangre sequé a veces las rudas y la hiedra,

empañé el cobre

descoloré un paño purpureo

y ennegrecí la ropa blanca,

hice abortar a las yeguas y

que las abejas abandonaran la colmena,

pero caminando desnuda

libré también de plagas algún campo,

calmé tormentas en el mar

mostrando mi tulipán abierto

y curé a otras mujeres de la esterilidad.

Pasé entre dos hombres con mi sangre

y uno de ellos murió.

Los leños de abedul arden muy rápido,

yo no vuelvo a quemarlos en el próximo invierno.

Aullar contigo en la tierra de los chacales

ya no será un secreto,

tal vez vengue esta dilaceración

con leños de roble, si son

viejos y secos,

porque el pino olerá gratamente

mientras arda,

pero las chispas volarán.



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Ver Elena Tamargo en el blog

Thursday, October 29, 2009

El Retorno (un poema de Osvaldo Navarro)

Foto/Blog Gaspar El Lugareño
Elena Tamargo leyendo el poema El Retorno, en la sesión literaria
dedicada a ella el domingo pasado, día 25, en Agartha Galería
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El Retorno


La luz, vuelve la luz, es el solsticio,
se incuba el primer trueno (primavera).
Retorna la ilusión a su escalera,
y va dejando atrás el precipicio.

Vuelve radiante y luminoso el juicio,
y se abre a la verdad, que es su manera.
El alma en estar límpida se esmera
como en celebración de un natalicio.

La voluntad retoma el paso recio,
después de humillaciones y desprecio,
que cubrieron de sombras tantos años.

Se ha transformado en sabio el joven necio:
ya pagó por ser Dios el alto precio,
y sube, humilde y fuerte, los peldaños.

Osvaldo Navarro (de Horror al vacío)

Tuesday, October 27, 2009

La Tertulia de Agartha Galería

El domingo pasado, día 25, se celebró la primera sesión de lo que podría nombrarse la Tertulia de Agartha Galería, ubicada en 133 Giralda Ave. Coral Gables, Miami y que es propiedad de Carlos Díaz escritor, editor, pintor ...

La primera invitada, como ya habíamos anunciado, fue Elena Tamargo, quien brindó una velada que sobrepasó cualquier expectativa.

La introducción la dedicó a Miami, sus amigos y su relación con la ciudad, luego leyó el poema El Retorno de Osvaldo Navarro. También compartió en primicia un fragmento de la novela autobiográfica que está escribiendo, su primera incursión en este género literario. Culminó con una disertación sobre que es lo que pudiera ser considerado o no como poesía, demasiado adémica para mi gusto personal (cuando de poesía se trata), pero que provocó un intenso y extenso debate.

Agartha Galería, además de ser un interesante espacio postmoderno miamense, es un lugar al que voy con la absoluta seguridad que siempre será un tiempo ganado.

Gaspar El Lugareño

Nota: Leer aquí un Fragmento de la primera novela que está escribiendo Elena Tamargo

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registro visual ....
(click en las imágenes)

Fotos/Blog Gaspar El Lugareño
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