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Wednesday, November 27, 2024

Hemingway en un discurso olvidado... Anécdotas del día en que supo de su Premio Nobel. (por Carlos A. Peón-Casas)

Foto/ Diario de la Marina.
Octubre, 1954.
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Lo que narro lo tomo de oídas de la propia Mary(1). Fue el día 28 de octubre de 1954 y Hemingway amaneció con la noticia de que finalmente la Academia lo premiaba con el Nobel de Literatura, como debería haber hecho antes, quizás incluso antes que a Faulkner: un detalle que en su minuto Hemingway aceptó con resignación espartana, aunque era evidente que se sentía tan merecedor del lauro como su coterráneo narrador.

Papa amaneció con la noticia. La AP fue la primera en felicitarlo. Emocionado despertó a su esposa Mary y le espetó: “My kitten, my kitten, I’ve got that thing...” (“Gatita, lo conseguí”).

Pero todos los corresponsales de periódicos cubanos y foráneos con oficinas en la capital cubana se daban prisa para alcanzar la Finca Vigía y tener las primicias del incontestable hecho; cuando la Academia sueca anunciaba a Hemingway como el ganador absoluto de aquel año y le endilgaba epítetos tan merecidos como aquel de “iniciador de una nueva técnica de la ficción; o calificaban al Viejo Mar como “obra maestra.

Mary ni corta ni perezosa se puso manos a la obra preparando un bien surtido menú para recibir a los “muchachos de la prensa” que incluía apetitosos “bocaditos” de jamón inglés y español, quesos acompañados de frutas y unas cuantas botellas de vino de un Marqués de Riscal ligero, pero bien redondo en el paladar.

Hemingway los recibió con emoción y estuvo por horas atendiendo sus preguntas por toda la casa: lo mismo en la escalera de amplios escalones al frente, las terrazas y en cada mínimo espacio de su acogedora Finca.

Como a las tres de la tarde, una concurrencia de más de una docena de invitados se acomodaba a como daba lugar en la sala para escuchar al Mestro , que micrófono en mano, se disponía a compartirles sus palabras en un semi improvisado discurso del que ya tenía esbozado algunas ideas, garabateadas con su letra infantil y su infaltable lápiz desde muy temprano en la mañana.

Foto/George Leavens
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De aquellas palabras que fueron primordialmente para el consumo de sus invitados, Mary nos deja la evidencia traducida que ahora compartimos al amable lector:
Como saben hay muchas Cubas. Pero como la Galia, se puede dividir en tres regiones: la de los que pasan hambre, la de los que son frugales, y la de los que comen demasiado. Pero en este convite de hoy, todos pertenecemos a la tercera, al menos por este minuto.

Me considero un hombre apolítico. Este es un gran defecto, pero es preferible a la arterioesclerosis. Con esta limitación uno puede apreciar los problemas del Palmolivero, lo mismo que los triunfos de mi amigo Alfonsito Gómez Mena. Fui amigo de Manolo Guas, quien era primo de Felo Guas, y también amigo de Manolo Castro.

Me gustan los gallos lo mismo que la Orquesta Filarmónica. Fui amigo de Emilio Lorents, y esto no ha disminuido mi amistad con Mayito Menocal quien con Elicio Arguelles son mis mejores amigos en este país. Y Dios sabe que no peco al considerar que Antonio Maceo fue un mejor general que Barnard Law Montgomery, tampoco al esperar por la muerte de Trujillo, que muera de muerte natural, por supuesto. Es la única persona que quisiera ver partir antes que yo. (...)

Ya son muchas palabras hasta aquí, y no quiero quedarme en ellas sino pasar a la acción. Deseo ofrecer esta medalla sueca a Nuestra Señora la Virgen del Cobre.
Algunas ideas no escritas fueron igualmente compartidas por Papa, como su simpática alusión a que aun los 35.000 dólares del Premio no estaban en su mano, por lo que podría no temer ninguno fuera a venir a robarlo, igual que le gustaría compartirlo con sus amigos más desafortunados de las calles habaneras o aquellos del entorno del Floridita, pero que inevitablemente con aquel dinero debería primero honrar sus deudas.

Igual ya hacia patente a la prensa su imposibilidad de concurrir a Estocolmo a recoger su premio, porque por su reciente accidente africano, su espalda no soportaría el esfuerzo. Para cerrar su alocución, Hemingway nombraba quizás con falsa modestia, tres posibles escritores que podrían haber recibido el premio en su lugar: Carl Sandburg, Isak Dinesen, y Bernard Berenson.

La jornada fue interminable aquel día, y aun a las seis de la tarde la prensa y los invitados revoloteaban por la casa. Mary, la atenta anfitriona, ya no pudo soportar más la intrusión y el tumulto de sus huéspedes, e igualmente nos acota como se esfumaba graciosamente hacia la invitante piscina de la Finca, para solazarse en soledad y escuchar mientras nadaba sus 30 vueltas reglamentarias: “el silencio puntuado solo por los murmullos de los pájaros y los distantes ruidos del tráfico sobre la colina".




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1. How it Was. Mary Welsh Hemingway. Futura Publications,Great Britain,1978. pp.410-412.

Wednesday, November 6, 2024

Hemingway reportero de guerra en Constantinopla (por Carlos A. Peon-Casas)


La labor periodística de Hemingway en los tiempos de Paris como reportero del Toronto Star, incluyó en 1922, un periplo de tres semanas al Oriente Medio, específicamente a la ciudad turca de Constantinopla donde había estallado una conflagración entre la primera nación y Grecia, por causa de unos territorios (Anatolia) en los avatares de la Guerra Greco Turca. Los hechos habían terminado con la recuperación turca de la región de Anatolia, y el incendio del puerto de Esmirna.

Hemingway debía cubrir los hechos estrictamente para su periódico (Toronto Star), pero secretamente, según lo relata Baker, había pactado reportar igualmente para la Hearst's International News Service(1). El hecho no dejaba de preocuparlo dado su condición de reportero exclusivo de el Toronto Star, lo que no dejaría de traerle el reproche de su periódico, por la duplicidad de información.

Su primer despacho, no mas alcanzada la ciudad el 29 de septiembre, era lacónico pero explicito: “Constantinopla es ruidosa, calurosa, montañosa, sucia y hermosa…atestada de uniformes y rumores”(2).

Su estancia en la ciudad, por entonces ocupada por tropas inglesas en evitación de una supuesta invasión turca, estaba marcada por el miedo de los habitantes de las atrocidades de los turcos cometidas en Esmirna. Para su mala suerte, contrajo malaria debido a la picadura de insectos en el Hotel de Londres, regentado por griegos cristianos.

Sus funciones reporteriles se vieron afectadas por su lamentable condición de salud, que le impidió sumarse al resto de los corresponsales a un viaje hasta Mitilene a bordo de un destroyer británico. Igual se vio confrontado por:
la estupidez de los censores y la negativa de los militares de permitir la presencia de periodistas en la Conferencia de Mudania, que le cedía Tracia a los turcos y obligaba a las tropas griegas a evacuarla en tres días(3)
Febril y débil Hemingway empacó su Corona y tomó un tren hasta Adrianapolis. La ciudad estaba colapsada, y las imágenes que Hemingway retendría de aquellos días de octubre jamás se borrarían de su retina. Baker deja evidencia cuando nos cuenta:
Casi la totalidad de la población cristiana de Tracia se apiñaba a lo largo del camino empedrado que les llevaba al oeste. Era una larga fila de veinte millas de carros repletos de refugiados. Miles de cansados hombres, mujeres y niños caminaban enceguecidos en medio de la lluvia, con sabanas sobre sus cabezas. Nadie hablaba. Solo podían seguir moviéndose. En una de las carretas iba una mujer en trabajo de parto, el único sonido eran sus quejidos, su esposo había cubierto el carromato con una sabana para protegerla de la lluvia. La pequeña hija miraba con horror y empezó a gritar. La lenta procesión seguía su marcha(4)
El propio Hemingway inmortalizaría el suceso del puente sobe el río Maritza años después, en una miniatura de las incluidas entre sus relatos de The First 49 Stories en 1938. El texto intitulado Minaretes, es altamente revelador del sentimiento mas compasivo arraigado en su memoria muchos años después:
Los minaretes resaltaban a lo lejos en Adrianapolis, entre la lluvia, desde la lodosa planicie. Las carretas iban en marcha compacta por muchas millas a lo largo del camino de Karangatch. Los búfalos de agua y el ganado las arrastraban a través del fango. Los viejos las mujeres, empapados, marchaban y hacían marchar el ganado. (…) Había una mujer de parto y una pequeña niña sostenía una sabana sobre ella y gritaba. (…)(5)
La trepidante experiencia vería su fin el 21 de octubre con la llegada de un maltrecho Hemingway a la estación de Gare de Lyon. De aquella incursión reporteril, quedaría en manos de su esposa Hadley un valioso presente como recuerdo: un bello brazalete de ambar(6), que Hemingway habría comprado a un antiguo miembro de la nobleza rusa que trabajaba como mesero en Constantinopla.



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  1. Véase también la carta de Hemingway a John Bone, Octubre, 27 de 1922, donde detalla a su jefe del Toronto Star, la relación de gastos incurridos durante el viaje. En Ernest Hemingway. A Life Story. Carlos Baker. Scribners and Sons. NY. 1969 p.97.  Letters of Ernest Hemingway 1907-1922. Edited by Sandra Spanier and Robert Trogdon. Cambridge University Press. NY. 2001. pp 355-363.
  2. Ibid.
  3. Ibid. p.98
  4. Ibid. p.99
  5. The Complete Short Stories of Ernest Hemingway. The Finca Vigia Edition. Scribner Paperback Fiction. NY. 1987. Chapter II. p.71.(Traducción personal)
  6. A Life Story..op cit. p.99

Sunday, September 29, 2024

"Hemingway: Poeta enamorado", entrevista a Carlos A. Peón-Casas. (por Jeffrey Herlihy-Mera)




Enlace a la entrevista
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Hemingway: Poeta enamorado y otros ensayos (DECO Mc Pherson S.A. 2020) de Carlos Peón Casas nos adentra en una zona poco explorada de la creación literaria de Ernest Hemingway. La monumental obra narrativa de Hemingway ha eclipsado un tanto su producción poética; este libro posee la virtud de enfatizar un recorrido lo más anecdótico posible sobre la génesis de la poesía de Ernest Hemingway sin excluir la explicación y la valoración interpretativas. La lírica de Hemingway, al participar de los rasgos esenciales de este género, tiene también un carácter confidencial, se enmarca así en los ejes imprescindibles de su biografía, con sucesos relevantes de su andadura personal. Al leer este libro vamos descubriendo poemas de su primerísima juventud en su natal Oak Park, pasando por la escritura subsiguiente en Chicago, los poemas-testimonios del descubrimiento apasionado y también languidecimiento de sus distintos amores, así como los textos que refieren su estancia en París como reportero del Toronto Star hasta su vida en la casa habanera de Finca Vigía, que habitara desde 1939. Hemingway: Poeta enamorado y otros ensayos revela una apoyatura vivencialmente intensa de su poesía, donde se amalgaman sus mejores afectos y sus peores pesadillas.



Entrevista realizada por Jeffrey Herlihy-Mera, Catedrático de Humanidades, Universidad de Puerto Rico-Mayagüez y Jorge A. Rodríguez Acevedo. Este podcast y el Instituto Nuevos Horizontes son patrocinados por la Mellon Foundation.

Recursos mencionados en este episodio:El vino mejor: Ensayos sobre Ernest Hemingway, episiodio de Nuevos Horizontes.
Complete poems / Ernest Hemingway, Nicholas Gerogiannis (Editor).


Wednesday, September 25, 2024

Hemingway en Matanzas (por Carlos A. Peón-Casas)


Es un hecho fácilmente contrastable, que el peso pesado de la literatura universal, como acaso Ernest Hemingway hubiera disfrutado ser reconocido, viajó poco por la geografía cubana, en las dos décadas de permanencia en su casa habanera de Finca Vigía.

Salvando sus no pocos bojeos por las costas de nuestro archipiélago a bordo de su entrañable Pilar, tocando tierra en algún que otro cayo, o alguna bahía acogedora (Nuevitas), en la década de los años 30’s, y su presencia otra vez, en los predios camagüeyanos del Central Santa Marta, propiedad de la familia de su amigo Mario García Menocal Jr. (Mayito), y de su paso cierto por la Ciudad de los Tinajones, en el año 1940(1), con motivo de aquel periplo que realizó por carretera, no hay otras evidencias de su presencia en otras ciudades o pueblos cubanos.

La de Matanzas, en el año 1957, es otra rara excepción, y sobre todo se sabe con exactitud, que no fue planeada, sino aconteció como una escala accidental en uno de sus tantos viajes de regreso de Europa por vía marítima, que normalmente terminaban en la ciudad de Nueva York, pero que el aquella ocasión lo acercó, como se verá, hasta la urbe matancera.

Leímos recientemente en la prensa cubana un reportaje(2), sobre el encuentro acaecido entre el Dios de Bronce de la Literatura norteamericana, al tomar tierra desde el lujoso trasatlántico Ile de France, en el puerto matancero, y una entonces muy joven poetisa local (Carilda Oliver Labra), comisionada por las autoridades para, entregarle a Hemingway una distinción local, y declararlo “Huésped de Honor de la Atenas de Cuba”(3), allí igualmente se nos dice equívocamente, por parte de uno de los testimoniantes del autor que:
(…) el Ile de France (…) se vio forzado a hacer escala en la espaciosa rada yumurina tras el intento sin éxito de entrar en la bahía habanera(4)
En realidad, lo que es rigurosa e históricamente cierto, según nos lo cuenta su esposa Mary Welsh(5), es que la llegada a Matanzas de Hemingway en febrero de aquel año 1957, obedecía a que a su regreso a Nueva York, a bordo del ya citado trasatlántico, procedente de Francia, luego de un largo periplo por España, había seguido viaje en aquel, que continuaba como un crucero por las islas del Caribe Occidental, y que a su vuelta habría de tocar, en último termino, el puerto de Matanzas, antes de regresar a Nueva York.

Con lo que es fácilmente deducible, que el puerto de La Habana, no estaba incluido en el recorrido, y Hemingway tenía que, por obligación, tomar tierra en la ciudad de Matanzas para de allí dirigirse hasta su residencia habanera. Mary no lo acompañaba pues, había desembarcado en Nueva York, y se había dirigido a Minnesota a visitar a su anciana madre.

La salud de Hemingway se resentía en ese minuto, y durante toda la travesía desde Paris, fue atendido a bordo por el doctor Jean Monnier, quien trató su creciente hipertensión y colesterinemia(6).

En aquel periplo por el Caribe, antes de desembarcar en Cuba, se hizo acompañar por su amigo George Brown, quien subió a bordo en Nueva York, y de quien la bien enterada biógrafa Mary V, Dearborn nos apunta que:
Presumiblemente la idea fuera que Brown le daría masajes a Hemingway, y lo pondría en forma en su viaje de regreso a casa. El empeño de Hemingway era conservarse saludable (…)(7)
Al desembarcar, Hemingway tuvo por acompañantes a Brown, junto al Dr. Monnier, quienes fueron sus huéspedes en Finca Vigía.


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  1. Cfr. Cercanías a un Hemingway camagüeyano. Carlos A. Peón Casas. En el blog Gaspar, El Lugareño.
  2. Cfr. El Encuentro entre Hemingway y Carilda. Ventura de Jesús. Granma. Miércoles 16, 2018. p. 11
  3. Ibíd.
  4. Ibíd.
  5. “Desde Nueva York el Ile de France haría un crucero por las islas del Caribe Occidental- Martinica, Trinidad, Granada, terminando en Matanzas, Cuba-y Ernest decidió continuar a bordo…” En How it Was. Mary Welsh Hemingway. Futura Publications.London, 1978.p.443.
  6. Cfr. Ernest Hemingway. A Biography. Mary V. Dearborn. Alfred A Knopf. NY, 2017.
  7. Ibíd. p.580

Wednesday, August 21, 2024

Hemingway y la impronta anti submarina de la Sexta Fuerza Aérea desde el aeropuerto de Camagüey, en los años de la Segunda Guerra Mundial. (por Carlos A. Peón-Casas)


Aclaro a mis atentos lectores que la conexión del tema con coordenadas bien interesantes, y que me ocupa hoy, me llega inevitablemente por esa mi pasión hemingwayana.

Y es que leyendo con atención desde esta orilla floridana, la enorme bibliografía que conecta a Papá con su famosa incursión anti-submarinos a bordo de su antológico yate Pilar, al norte de la geografía del Camagüey, aprovecho y anoto desde mi lectura entre líneas, algunos detalles interesantes al respecto.

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La presencia de la Sexta Fuerza Aérea en el aeropuerto de Camagüey durante el conflicto bélico está bien documentada y no abundo en muchos detalles, solo atino a comentar que su jefatura en tales años ocupaba el todavía en funciones Hotel Camagüey, antes Cuartel de Caballería, en la barriada de La Vigía.

Leemos y compartimos al respecto otros interesantes hints para el lector interesado:
Durante la Segunda Guerra Mundial, el aeropuerto fue utilizado por la Sexta Fuerza Aérea de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos desde 1942 hasta 1944. El 25° Grupo de Bombardeo 417° Escuadrón de Bombardeo voló bombarderos B-18 Bolo desde el aeródromo, conocido como Base Aérea de Camagüey, desde el 13 de abril. De 1942 a agosto de 1943. El escuadrón realizó misiones antisubmarinas sobre el norte del Caribe. La base también fue utilizada para misiones de rescate aire-mar por el 1er Escuadrón de Rescate.

Desde el 1 de enero de 1943, la USAAF estableció operaciones postales para Camagüey utilizando Army Post Office, Miami con la dirección: 2714 APO MIA. La Marina de los Estados Unidos también se configuró para usar un número indescriptible para operaciones postales. Utilizaron la oficina de correos Fleet, Atlantic ubicada en la ciudad de Nueva York con la dirección: 617 FPO NY.(https://es.wikibrief.org/wiki/Ignacio_Agramonte_International_Airport)
Precisamente entre los años en que tal fuerza estuviera operativa en Camagüey, Hemingway operó por su parte en las aguas del norte camagüeyano a la altura de Cayo Romano y hasta Confites, en una incursión de un grupo anti submarino a su cargo a bordo de su yate Pilar y conocido como The Crook Factory.

Pero como del tema se sabe en abundancia solo cito desde la autoridad que representa Carlos Baker, su único biógrafo autorizado, algunas perlas.

En Mayo de 1942 Hemingway proponía. su plan a la Embajada norteamericana en La Habana:
Se trataba de equipar el yate Pilar como un Qboat con una bien entrenada tripulación y una dotación de bazookas y granadas, bombas de profundidad, y dos o tres ametralladoras calibre 50… el grupo se camuflaría tras la fachada del American Museum of Natural History… Ernest enseguida alistó a una tripulación de ocho escogida entre sus más íntimos confederados… dos norteamericanos: un atleta y millonario (Wiston Guest), un sargento de la Marina de la propia embajada (Don Saxon), para el resto escogió a pelotaris españoles, a su entrañable amigo y patrón del Pilar: Gregorio Fuentes, y otro buen amigo cubano José Luis Herrera.” (Ernest Hemingway. A Life Story. Carlos Baker, Scribner and Sons, NY, 1969 pps 73 y sgtes.)
Para el mes de junio de aquel mismo año 1942, ya la operación estaría activa en su primera salida, patrullando a la altura de Punta Purgatorio y Bahía Honda.

Las incursiones en la zona al norte camagüeyano se hicieron igualmente frecuentes.

Amén del objetivo militar, representaban empero una oportunidad para fiestas y jolgorios interminables. Martha Gelhorn su tercera esposa, se sumó a una de tales y acabó muy decepcionada, apuntándole a su esposo de lo inoperante de aquella empresa.

Otro crítico diría al propio Baker que “a pesar de su profesionalismo, los participantes estuvieron más motivados por sus afectos a Papá que por su ardor patriótico…” (Baker, op cit, p 635)

La operación terminó como mismo se le vio comenzar. Para mediados de 1943 se le ponía fin a sus actividades, pero leyendo con atención a la ya citada presencia de los bombarderos de la Sexta Flota en Camagüey, para agosto de aquel año también dejaban de ser igualmente operativos en sus misiones de vigilancia sobre el área del Caribe.

La atención de aquel minuto a la lucha anti submarina giraba hacia el Canal de Panamá.

Coincidencias aparte, en las que muy puntualmente no suelo creer, se daba una interesante coordenada entre aquella operación de vigilancia aérea antisubmarina, y al mismo tiempo la presencia de Hemingway con fines parecidos, en aquellas aguas del norte camagüeyano que sin dudas recorrió y conoció como pocos.

De su andadura quedaría para la posteridad su novela más cubana Islas en el Golfo que retrataría póstumamente y desde la ficción, muchas de aquellas aventuras del Pilar en el norte del Camagüey.

Wednesday, June 19, 2024

José Lorenzo Fuentes y un relato de juventud en posibles cercanías hemingwwayanas. (por Carlos A. Peón-Casas)

Foto/Miami 2010
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En el año 1952, el nobel escritor santaclareño, con solo 24 años, era ya un exponente de la mejor narrativa cubana al ganar incuestionablemente el reconocido Premio Nacional "Hernández Catá".

El muy joven creador poseía ya talento suficiente, y aun más, y a pesar de su juventud: garra y oficio.

A no dudarlo, y en conjunción con muchísimos creadores cubanos de aquel entorno, desde la generación literaria de los años treinta y en adelante, se notaban en las obras de todos aquellos cultores influencias inevitables a otros narradores de más larga data y prosapia creativa.

Hemingway, por supuesto, junto a otros maestros norteamericanos de más o menos las mismas coordenadas temporales y creativas, acaso como Faulker, Fitzgerald y Steibeck, no era excepción.

Y de las empatías e influencias del primero mentado traemmos al curioso lector una referencia que lo conecta a un relato de quel joven José Lorenzo Fuentes: Cuando regresa el humo.

Lo curioso por su coincidencia, es el detalle que la publicación de aquel short story del cubano, apareciera compartiendo la misma edición con que la revista Carteles, en Mayo 1 de 1955, regalaba al lector cubano con un texto de impresionante calado biobibliográfico, dedicado a un Hemingway en Cuba, y firmado por el reconocido Andre Maurois, de la Academia Francesa.

El relato corto de Fuentes, se insertaba con toda intención, como referente singular a aquella ejemplar remontada de la vida y obra del ya Premio Nobel Hemingway, laureado por su impresionante obra, y en especial aludiendo a su inmortal noveleta El Viejo y el Mar con setting y argumento cubanos, aunque de alcances tan universales como se quiera entender en su trama de derrota, luchas, y esperanzas.

La insersión del relato de Fuentes era a no dudarlo un inteligente guiño del editor de aquella edición de la revista, en un aparte que dedicaba a la obra de cuentistas cubanos de aquel minuto.

Una estratgia editorial sin dudas cómplice, con aquel relato de amor, tragedia y muerte; de pasión, celos y mentiras, tejido de manera magistral con las mejores coordenadas, y la maestria de un Hemingway, un Faulkkner o un Fitzgerald, pero con más méritos para el primero mentado, por aquello del iceberg y esa técnica magistral de contar sin decir más que lo preciso, y dejar al lector con el enigma y la imaginación desbordada en un final sorpredente quizas, pero ineluctablemente inevitable.

Esa es quizás la mejor nota del relato de aquel joven narrador cubano de quien hasta donde sabemos, no habría de tener del escritor norteamericano afincado en los habaneros predios de su finca Vigía, no más referentes que haber tenido atisbos de su ejemplar obra cuentística y novelada.

Aunque como acaso hubiera podido ser, no nos resultaría extraño, si indagáramos un poco al respecto, que diéramos con el hilo y la conección posible del joven narrador, y el mismísimo Papa; como acaso sucedió con más de un creador cubano de aquella, más o menos la misma hornada creativa, a la altura de un Serpa, un Cabrera Infante, un Guillén o un Feijoo.


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Cuando regresa el humo

por José Lorenzo Fuentes



"La muerte es la corona
de lo vida", Young.


Edelmira no sabía lo del láguer en la bodega, y lo del cuento. Sobre todo lo del cuento no lo sabía. Por eso miraba sin comprender cómo la cama y el escaparate y cada trapo continuaban justamente en su sitio, y cómo el marido andaba en la cocina como siempre, con las viandas y los cacharros. Como siempre. (“Eso es lo que ella no entendía”, piensa ahora).

Así anduvo una semana, un mes... ¿Qué tiempo anduvo así, sin ella comprender, sin imaginarse apenas su desquite? ¿Y quién le diría al fin lo del láguer en la bodega, y lo del cuento? Sobre todo lo del cuento. ¿Quién se lo diría?

Cuando él la conoció, aun Martina compartía su lecho y lo despertaba en la mañana el cosquiIleo esponjoso de unos labios sobre su nuca, sobre sus mejilla sin rasurar, sobre su boca cargada de bostezos todavía. Después Martina se borró de su vida. Un día él salió y no volvió al cuarto nuevamente. Allá quedó ella un tiempo, atareada, planchando aquel pantalón, revisándole los botones a esta camisa, metiendo una bombilla en los agujereados calcetines del hombre y cruzando hilos sobre la bruñida superficie. Martina esperaba. Pero el hombre pensaba:.“Edelmira es más pulida, es más mujer Edelmira”. Y sonreía. (“Más fuerte”, piensa ahora).

Antes no era fuerte Edelmira,.sin embargo. No lo era cuando él le puso una mano en la cadera y otra en la mata de pelo y la empujó hasta hacerla caer de espaldas. Y cuando él la vió por vez primera tampoco le pareció una mujer fuerte. Tampoco.

Eso vino después, pero no fué cuestión de un día ni de dos. Fué cuando el dueño dijo la palabríta aquella, incosteabilidad o cosa así, antes de cerrar la fábrica e irse para España. Fué cuando él anduvo un mes y otro sin conseguir empleo, y ella, Edelmira, vino un día diciendo que iba a trabajar y él empezó a meterse en la cocina, a ocuparse de las viandas y los cacharros, y a tenerle preparada la comida a su mujer para cuando ella regresara del trabajo. Fué cuando sucedió todo eso, pero tampoco al principio sino mucho después, cuando ya él no se decidía a salir en busca de un empleo.

- Estoy trabajando como una perra y total na -dijo Edelmira un día-. Ni un trapo decente puedo echarme encima.

Y para poder comprarse ella.un vestido decente y unos zapatos que combinaran con el vestido decente y hasta una que otra baratija para colgarse al cuello hubo que hacer mayores economías. El presupuesto tenía que reducirse: había que cercenar un gasto cualquiera, que acogotar una erogación superflua. Y desaparecieron los cigarrillos del marido. ¿Que era poco lo que se gastaba en humo? Bien. Pero había que empezar por algo. 

Edelmira nuso su perfil en el ventanuco de la cocina, y allí, a contraluz, interceptando el resplandor del cielo mañanero, se quedó inmóvil, sin decir palabra. Y Evencio tuvo que fruncir el entrecejo y cerrar casi los ojos para que la silueta comenzara a llenársele de colores. Luego dejó de mirarla y se acercó al fogón. Con un cigarrillo estuvo escarbando en la ceniza, pacientemente, hasta que logró encenderlo en la sangre de una brasa.

- ¡Mira que quemar el dinero! Era la voz de ella, de Edelmira, la misma voz que volvió a escuchar enseguida parejamente a un taconeo de mujer; pero nítida, firme, imperiosa, muy por encima del ruido de los pies que iban hacia el cuarto:

- Yo, trabajando como una perra y tú quemando el dinero. ¡Na más que aquí se ve eso!...

El hombre estuvo en la bodega aquel día, olfateó un pedazo de tasajo, separó alguna latería, trepó al mostrador hasta meter la cabeza en la balanza (“Aunque sea fiado tienen que darme libra'de dieciséis onzas”, pensó) y regresó a su casa -a su cocina- como siempre. Y eso que ya no venían los cigarrillos en el cartucho.

A menudo el hombre daba vueltas y más vueltas en la cama, con una calentura por dentro que no era del fogón, con una fiebre que no le permitía conciliar el sueño. Entonces se acordaba de “su” mujer y le miraba el sueño reposado hasta no poder ya más. La remecía por una cadera, suavemente.

-Edelmira- musitaba tan sólo. El temblor de sus manos era una súplica que no necesitaba palabras.

- Tas loco, Evencio. Despertarme pa eso.

“Está cansada la pobrecita -reflexionaba entonces-. Está cansada y tiene que levantarse temprano”. Pero instantáneamente, pensaba en Martina... 

(“¡Martina! ¡Martina!”). Y pensaba también en Edelmira, en la Edelmira de antes, cuando él le ponía una mano en la cadera y otra en la mata de pelo, y la empujaba hasta hacerla caer de espaldas.

Cuando aquello sucedió él venía con un cartucho, de la bodega. (“No traía tampoco los cigarros aquel día”, piensa ahora»). Al entrar fué que escuchó los pasos atropellados, el ruido allá por la cocina, el corre-corre en el traspatio. (‘¿Quién sería?... Nunca he sabido quién fué. Nunca lo he sabido”). Edelmira salió a su encuentro, turbada, casi pálida.

Evencio, yo... -dijo. Y no pudo continuar.

La mujer le estaba dedicando una sonrisa que no venía al caso, o que en todo caso la delataba. ¿Qué le detuvo el brazo? ¿Qué lo dejó sin gestos, sin palabras? Estaba él mismo turbado, casi pálido. Como ella. Separó los ojos de la mujer y siguió rumbo a su cocina. (“Edelmira hubiera querido decirme que por qué no compré los cigarrillos”, piensa ahora).

Evencio no hubiera querido que "su” mujer le diera la oportunidad de los cigarrillos, pero sin embargo desde aquel momento el humo regresó a la casa en el cartucho, entre el tasajo y la latería y las libras que le obligaban a treparse en el mostrador y meter la cabeza en la balanza para que fueran de dieciséis onzas. Ella vió regresar el humo y nada dijo, pero se sintió aliviada. (Si a mano viene pensó: "Evencio se enteró y no ha pasado ni medio. ¡Qué bien!”). Se quitó la duda de encima. (A lo mejor pensó: "Evencio no es capaz ni de matar una mosca, ¿cómo yo he pensado que podía matarme a mi?”».

Pero el humo no fué lo único. Después del humo vino el láguer y vino el cuento también. El bodeguero no supo si sonreír cuando Evencio dijo la primera vez:

- Na, a cualquiera se los pegan. Usté ve a Edelmira tan tiesa como va por ahí... Pues na, no se pue dudar...

Y otro día, después del último laguer;

- Compadre, póngase a cuatro ojos cuando tenga mujer... Mírese en mi espejo...

El espejo eran sus manos en la frente, con los dedos índices apuntando hacia lo alto. Así anduvo el humo, el laguer y el cuento. ¿Que cuánto tiempo anduvo sin Edelmira comprender, sin imaginarse apenas su desquite? Eso era lo de menos. El caso fué que alguien se lo dejó caer en el oído. (“¿Quién se lo diría? ¿Acaso yo le haría el cuento en la bodega al mismo del
ruido en la cocina y el corre-corre en el traspatio?”, piensa ahora).

Esta vez el láguer nada más estaba empezado cuando empezó el cuento:

¿Usté nunca ha llegao a su casa y se ha encontrao el nío ocupao?... ¿Usté nunca...?

Evencio sintió de pronto que algo le daba en el costado, haciendolo girar y doblarse de rodillas, a tiempo que oía un ruido seco, como un tablazo sobre el piso enladrillado. (“¿O como.fogonazo?”) Y en seguida oyó a alguien, al bodeguero tal vez, que gritaba espantado.

-¡Es Edelmira! ¡Es Edelmira!

Luego no escuchó más nada. Ni nada sintió. Si acaso, un líquido corriéndole por el muslo izquierdo. (“Se me botó el láguer”, pensó). Pero, cuando, lo acostaron, se le zafó un párpado, alcanzó a abrir un ojo, pudo mirar por un momento la herida y el pantalón lleno de manchas rojas, enormes. (“No, no se me botó el láguer. Es sangre, Me han herido. Es sangre"). 

¿Dónde estaba? No sabía donde estaba. Alguien habló a sus espaldas:

- ¿Está grave, doctor? 

Y más allá, otra voz martilleaba:

—Ella hizo lo que él debió hacer mucho antes. ¿Ella? ¿Quién era ella? (“Ah, Edelmira", pensó). Sí, era de Edelmira de quien hablaban, sin duda. Pero ella no hizo lo que él debió haber hecho entonces.

El debió matarla. Y ella solamente lo había herido. (“La herida es pequeña... no es casi nada la herida”). El no debió conformarse con el regreso del humo, con el humo en el cartucho, y luego con el láguer y los cuentos, con los cuentos y el láguer en la bodega. El debió matarla. (“Lo pensé, pero no sé, nunca he sido fuerte. No he sido fuerte ... como ella”).

Se sentía Evencio bien, súbitamente mejorado. (“¿Por qué no me dicen que puedo irme?”, pensó). Sabía que apenas le pusieran un vendaje en la herida, que apenas le limpiaran la sangre allí acumulada, echaría a andar como si nada. (“Volveré a hacer el cuento en la bodega”).

- No es necesario operar- oye decir lejos, muy lejos-. Ya todo es inútil, 

¿Inútil, qué? ¿Qué podía ser inútil? (“¿Por qué va a ser inútil que yo haga el cuento en la bodega?”, pensó). Evencio se sentía muy bien. Ni siquiera trataba de incorporarse porque se sentía muy bien así. Lo único que lo molestaba era esa palabra: inútil. ¿Qué podia ser inútil? (“Y, ¿si se trata de mí, si todo es inútil porque me estoy muriendo?”)


¡Muriéndose! Ahora sí quiso incorporarse y llamar a Edelmira, a “su” mujer, para que le dijera que eso no era lo inútil, que él no se iba a morir. (“¡Edelmira! ¡Edelmira!”)

Tan sólo consiguió menear un poco la cabeza, que cayó de repente sobre su hombro derecho.

-- Martina- dijo. Y ya no dijo nada más.



Texto e ilustraciones: Carteles. Mayo 1, 1955.



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Wednesday, May 29, 2024

"Welcome to Havana, Señor Hemingway": Los primeros años habaneros de Hemingway en una novela de Alfredo José Estrada. (por Carlos A. Peón-Casas)


Mucho se ha dicho de aquella temprana incursión habanera de un Hemingway que ya había conocido la ciudad de paso rumbo a su nueva realidad existencial en el cercano Key West en abril de1928.

El año 1932 marcaría ese reencuentro que su bien enterado biógrafo Carlos Baker reseña con profusión.

Esas primeras jornadas que Hemingway planeó inicialmente para que duraran unas dos semanas, se extendieron a dos meses a partir de abril de aquel mismo año.

Desembarcados a bordo del Anita propiedad de su amigo Russell, a su vez el regente del famoso Sloppy Joe’s Bar, los viajeros tomaron los predios habaneros por asalto.

Con ese setting a la vista Alfredo José Estrada desgrana su interesante y bien contada novela ya mencionada.

Una vieja foto le sirve de apoyatura. Datada en abril de aquel año, retrata uno de los tantos momentos de un Hemingway notoriamente feliz con una de sus espléndidos marlins recién arrancados a la impetuosa corriente del Golfo frente a la mítica ciudad habanera

A su lado posaba, believe or not, el abuelo del autor. Sería uno de los primeros habaneros en entablar cercanías con aquel Hemingway ya reconocido escritor, que incluso se había traído consigo las pruebas de galera de su próxima entrega a las prensas: Muerte en la Tarde.

Estrada, hábil narrador y primero editor educado en Harvard, desanda aquella relación de su abuelo, hábil pugilista en sus años coincidentemente en Harvard, y de quien la leyenda familiar que el autor rastreó con profusión, decía que habría noqueado al propio Hemingway alguna vez.

De la relación de ambos, que arrancó alguna tarde de aquel abril en el mítico Floridita, donde el propio autor enrumbaría sus pasos en pos de detalles para su novela, se entretejen los intríngulis de esta excelente pieza narrativa donde otra vez, y casi siempre se entrelaza el amor y la pasión, y una y otra dama, incluyendo inefablemente a aquella Jane Masón tan imbricada con aquel Hemingway de míticas prestancias.

El resultado de una trama que se afinca en la ficción, pero que no carece de oleadas de muy bien documentada historicidad, incluyendo los avatares de una era de revolución e intrigas conspirativas de aquel “machadato” de convulsas y aún discutibles resonancias, que Hemingway habría de mencionar en su reconocida Tener o no Tener, cuyo setting está también contada entre las dos orillas del Estrecho de la Florida: Key West y La Habana.

El autor reconoce que su libro es un acto conspirativo donde no faltan las inevitables referencias biográficas que van desde Baker en su Hemingway: A Life Story, las alusiones de Michael Reynolds y los apuntes de Norberto Fuentes para su Hemingway en Cuba.

Otros atisbos de valor documental les fueron cercanos desde valiosos recuentos de la revista Bohemia, el periódico Havana Post, y otras publicaciones y autores con puntuales referentes a la capital de Cuba como Alejo Carpentier y Miguel Barnet.

Tuvo además la inmensa suerte de que la propia Mary Hemingway fuera la primera lectora de esta interesante saga, que sin dudas es valiosa y elocuente, y altamente recomendable para amantes de la obra de Papá y también para entendidos y estudiosos del tema.

Wednesday, May 22, 2024

Andre Maurois nos habla de Hemingway. (por Carlos A. Peón-Casas)


En 1955 la revista cubana Carteles(1) publicaba una singular entrega biográfica sobre Hemingway firmada por una de las plumas más relevantes de la literatura gala en ese mismo minuto: Andre Maurois(2).

No se trataba de una simple y poco comprometida mirada biográfica, uno de esos emprendimientos menores que los autores ya consagrados dedican a sus congeneres del mismo oficio, aquel empeño era a no dudarlo: “un estudio sobre una obra consagrada por completo a la violencia y a la muerte”.

Con ese preámbulo que el escritor francés derivaba desde las palabras de otra connotada voz: la de Simone Weil: “cuando se sabe que es posible matar sin castigo ni censura, se mata...”; el lector cubano podía barruntar a donde irían los tiros, a no dudarse una singular proximidad biográfica al Hemingway de ese mismo minuto, derivado desde la magistralidad de una obra que según lo citaba el autor esta vez desde otra voz autorizada: Archibal McLeish se trataba a no dudarlo del : “veterano a los veinte, famoso a los veinticinco, magistral a los treinta”, que de paso seguía acotando sin faltar a la verdad: “ha tallado en una vara de avellano, el espíritu de su época”.

Con tales prolegómenos a la vista, el recorrido de la anécdota biográfica sobre aquel Hemingway aplatanado suficientemente en Cuba era de una sutileza sugeridora.

Aquella mirada crítica encontraba caldo propicio entre los lectores cubanos, ya con obra suficiente para ser recorrida incluyéndose en tal minuto su El Viejo y el Mar, recién estrenada por la revista Bohemia, y en versión traducida para Cuba.

Igual ya para el verano de aquel año se daban los primeros pasos por parte de Hollywood, para llevar al celuloide, en el mítico poblado de Cojímar, el setting original, de la versión fílmica de la noveleta hemingwayana.

Se nos hace imprescindible aclarar que este texto que Carteles ponía en blanco y negro, en mayo de aquel 1955, provenía de una muy reciente entrega crítica del escritor francés firmada para La Revue de París(3), en marzo del mismo año.

Significativa es entonces esta entrega de la revista habanera, luego del inevitable proceso de traducción al español del texto original francés. Aunque nos consta además la proximidad y el dominio del propio idioma Inglés que Maurois llegó domeñar con impecable soltura, y que nos hace pensar que el texto tuviera igualmente su popia versión a la lengua inglesa, y de donde pudiera haber sido tomado por la revista Carteles.

Los aspectos biográficos de este deambular por la vida y obra de Hemingway nos parecen ciertamente impresionantes en su dimensión más crítica. Maurois desentraña algunos pormenores con el más fino bisturí, desmembrando las esencias tempranas de la obra del genial esccritor norteamericano, y sobre todo, promoviendo a la luz del entendimiento del lector esas coordenadas resurgentes y siempre enaltecedoras de su condición de impecable narrador.

Para empezar con buen pie Maurois recreaba los intringulis de sus tempranos atisbos literarios sin que faltaran las coordenadas del primer encontronazo con la realidad:
Ernest Heminway mostró, en la escuela de Oak Park mucha afición por las letras y ocupó un puesto importante en la redacción del periódico escolar. Sus camaradas admiraban su talento, pero le trataban sin afecto; con ello le confirmaban en la idea de que es preciso, en la vida, ser duro y que solamente los coriáceo sobreviven.
Otras coordenadas de sus primeras rebeldías marcarían al decir de Maurois al hombre en primaria instancia, y luego al escritor:
No queriendo ni a su familia ni a la escuela se escapó dos veces, llevó durante unos meses una existencia errante y adquirió en los bajos fondos el conocimiento de la violencia y del mal. Trabajó como campesino, hizo de lavaplatos en los restaurantes viajó sobre los topes de los trenes de mercancías: y en resumen conoció esta vida picaresca que más que la bohemia frencesa de los cafés de Flore o los Deux Magots, parece favorable al joven escritor norteamericano.
Luego vino inevitablemnte su experiencia en la Primera Guerra Mudial, que buscada o no como un complemento lo más parecido a una experienia de emociones al límite, o confirmando en sí mismo al aventurero Huckleberriano de Twain que sin dudas lo habitaba, sería su forja ante el destino como acaso lo fuera el personaje tan admirado de Henry Fleeming, de aquella mítica novela The Red Badge of Courage, y de un autor a quien mostrara respeto: Stephen Crane, claro anticipo del peronaje homónimo para su Adiós a las Armas.

Maurois nos cita pormenores suficientes para entender estas coordenadas para futuras elucubraciones de la ficción hemingwayana:
Estaba delante de las trincheras, en Fossalta de Piave cuando un minenwerfer le alcanzó... Fue entonces cuando morí, dijo él... Esta herida le ha marcado de manera profunda en lo físico, con cicatrices imborrables a lo largo de la piernas, pero también durante algún tiempo, con cicatrices en el espíritu (...) No quería dormirme pues desde hacía algún tiempo tenía la convicción de que, si cerraba los ojos en la oscuridad y me abandonaba, mi alma desertaría de mi cuerpo. Me encontraba en ese estado desde aquella noche, que sorperendido por la explosión, sentí que mi alma se fue y luego volvió. Yo procuraba no pensar jamás en ello, desde esa época había tratado de abandonarme todas las noches, antes de que me quedase dormido, y tenía que hacer un gran esfuerzo para retenerla...
El lector avisado descubre de inmediato en el imaginario narrativo del autor al menos dos relatos conectados ineluctablemente con lo antes dicho, el primero: Now I Lay Me (1927), muy clara proximidad a la vivencia del propio autor ya esbozada; y A Way You´ll Never Be, este último, tercero en la saga de la historia de su alter ego Nick Adams en la Italia de 1918, y una especie de pesadilla recurrente,  según nos cita Baker. Sugerida esta última, desde la ficción en las cálidas noches habaneras de 1932, es un título, a su vez, con otras alusiones, esta vez a la voluptuosa Jane Mason, quien debutara en tal época con preocupantes signos depresivos, y con quien se le involucrara en una impetuosa relación sentimental en la tórrida Cuba de aquel año(4).

El oficio del narrador se consolidaría en los años de París, desde la primaria experiencia periodística del avezado corresponsal, que en algún minuto quemaría las naves, en pos del sueño final de la escritura total como oficio. Maurois desgrana de ese período, atisbos nuevamente reveladores al temprano oficio del nobel narrador:
Hemingway escribía cuentos. Estos eran duros como clavos... Uno de ellos Fifty Grand, contaba la aventura de un boxeador que, sintiendo llegar su decadencia, apuesta contra sí mismo y gana. Era un relato dialogado, con aristas cotantes. Nada se explicaba; todo era sugerido. Su lectura nos hace recordar al mejor Kipling. Pero Hemingway no habla jamás de Kipling. Quizás no le leía entonces... Los lectores competentes reconocieron a un maestro...
Maurois le sigue al rastro a ese temprano Hemingway que en dos años se consolida como narradoor nato. Sus alusiones son inevitables para dos obras de ese minuto: “Tres cuentos y diez poemas” y “En nuestro tiempo”, 1923 y 1924 respectivamente. Dice Maurois de este último:
Tecnicamnete es excelente. Pintado con esta frialdad detallada, el horror se destaca más vigorosamente sobre un fondo liso. Merimee sabía ya esto. El título... no podía ser más que irónico. Evocación del “peace in our time, oh Lord...” del Common Prayer. “Paz en nuestro tiempo, oh Señor...” en nuestro tiempo en que se fusila a los moribundos; en que las multitudes exigen de los toreros que se jueguen la vida; en el que los heridos gimen y se desangran delante de las trincheras; en que en las prisiones, se pasa fríamente la cuerda al cuello de los condenados. Esto era a la vez, una muda protesta contra la violencia, una voluptuosidad masoquista al describirla, y una liberación... El niño y el hombre habían visto demasiadas tragedias...
Para 1926 llega la primera novela. Maurois deja las coordenadas de aquella mítica realizacion que fue The Sun Also Rises:
El héroe Jake Barnes, mutilado por una herida de guerra, pasea por los bares y los mediocres hoteles de Francia y España, un amor para siempre irrealizable. La mujer que ama, lady Brett, pasa a ser la amante de un boxeador y después de un torero. Brett y Jake sufren, pero sin frases.... El efecto trágico está obtenido por una larga película de noches de hotel, de borracheras tristes... Nada sirve para nada. El sol sale también, y también inútilmente.
Literariamente hablando Hemingway es un todo terreno que se mueve con facilidad asombrosa entre uno y otro género literario. Maurois detalla ya sus nociones más sugerentes de como logra sus efectos entre la novela y el relato corto donde igualmente Hemingway pontifica a su aire:
Una novela de Hemingway era, con respecto a una novela clásica, lo que una arquitectura funcional a una arquitectura barroca... Una breve historia corta como Los Asesinos es en realidad una obra maestra. Se reconoce una obra maestra, decía Valery, en esto: “no pude cambiarse nada en ella” El ataque es brusco, sin largas preparaciones al estilo dde Balzac. Corresponde al lector imaginarse la decoración, y los personajes. Al principio no se sabe de qué cosa hablan. Repiten diez veces las mismas palabras. Poco a poco, la situación emerge de este caos. Y es hermoso.
Hasta Adiós a las Armas, hay un impass que Maurois replantea desde su perspectiva crítica con acieerto ineludible:
Siete en años en barbecho transcurrieron durante los cuales no había escrito un buen libro... y de esta esterilidad se había compuesto una actitud: fingir no conceder ninguna importanciaa lo que ya no era capaz de producir... En 1936 estalla la guerra civil en España. En Estados Unidos, muchos intelectuales se alistan para ir a ayudar a los republicanos. Hemingway es uno de ellos. Menos por convicción que por ir a oler nuevamente el olor de la sangre y tratar de creer en alguna cosa. De esta eventura sacará una novela: “Por quién doblan las campanas” cuyo héroe, Roberto Jordan, encarna como antes Nick Adams al mismo Hemingway, Héroe sin política y cuyo sacrificio es gratuito.
El impass literario se hará otra vez evidente durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Hemingway. Serán los años de “nuestro hombre en la Habana”, donde pone su cuartel general y que solo habrá abandonar hasta la década subsiguiente, en las temporadas de viajes ineludibles, a sus cuarteles de invierno en la tierra firme sean de su norteamerica natal, o de Europa, o Africa.

Maurois recolecta de este período interesantes pinceladas:
En 1942 ofrece su yate Pilar a la marina norteamericana, y se ofrece para realizar una misión de hombre suicida. Navegará solo para atraer a los submarinos enemigos y luego cuando uno de estos se le acerque, volará junto con él. Se comprende que esta idea romántica le seduzca, pero la marina rechaza su oferta y Hemingway solo consigue ser enviado como corresponsal de guerra a Inglaterra. Después del desembarco de junio de 1944, le pone en contacto con los F.F.I franceses y forma un cuerpo franco del cual es general  o capitán, no se sabe exactamente. Es “papa” y sus hombres comprenden vagamente que debe ser un personaje importante. Tiene cuartel general en Rambouillet. Armado hasta los dientes, gemelos en banderola, vermouth sobre un muslo y ginebra sobre el otro, se revela buen técnico de la guerra de la cual tiene larga experiencia. Los “maquis” le respetan; el ejército le tolera: entra en París que el utilizado por la división Leclerc y va inmediatamente a liberar el Ritz, lo que no es un símbolo oscuro. Plaza Vendome, a la puerta del edificio, pone un centinela y un cartel: “Papa took good hotel. Plenty stuff in cellar...”
Luego de otra experiencia reporteril por tierras francesas, belgas y alemanas, Hemingway regerasaba a Cuba para contraer nupcias con su cuarta esposa Mary. Ese período cubano que duraría hata su salida definitiva en 1960, es rastreado igualmente por el ojo avisor y crítico de Maurois.

Leemos con atención esos pormenores:
... Hemingway se había casado por cuarta vez, con Mary Welsh, periodista. Con ella vive hoy en su casa, cerca de La Habana, en la Finca Vigía que ha escogido porque ama a Cuba, y se encuentra un poco más tranquilo en ese país que en ningún otro... Hemingway, mosntruo sagrado con barba blanca, curtido y arrugado, se levanta a las cinco y media, de la mañana, y trabaja. Escribe con lápiz sus descripciones y a máquina sus dálogos. Por la tarde, si el tiempo lo permite pesca con su marino. Sigue pensando que un escritor debe guardar el contacto con la Naturaleza mediante alguna forma de acción. Si se retira de la vida, su estilo se atrofia.
En el año 1952, y afincado en su casa cubana, Hemingway demostraba con creces que su estilo creativo además de inigualable mantenía su vitalidad, a pesar que para muchos críticos su precedente novela Allá lejos y entre los árboles, había rumorado su declive escritural.

Maurois dejaba constancia en su ensayo ya mencionado:
En 1952 probó que su doctrina (el contacto necesario con la vida) es verdadera, escribiendo El Viejo y el Mar, breve relato acogido con entusiasmo unánime... El libro es hermoso, a la vez, por la excelencia del estilo, por la exactitud de la le técnica marítima y deportiva, y por su expresión de calurosa humanidad. Un sentimiento vivo y verdadero, anima esa historia del viejo que ha conseguido pescar a fuerza de valor y tenacidad, el pez más grande de su vida, y se ve despojado por los escualos, que devoran su presa y no le dejan más que un esqueleto. Yo me siento inclinado a pensar que hay en este cuento un símbolo, quizás inconsciente. El pez gigante, es la hermosa novela que Hemingway había querido traer y que los críticos han destrozado. Este sentimiento personal y esta ardiente herida dan al cuento El Viejo y el Mar una resonancia amarga y emocionante.
En su largo ejercicio crítico sobre Hemingway que el lector cubano tenía con increible celeridad a su vista en aquel año 1955, el critico francés Andre Maurois ahondaba sobre el ya mítico lugar del escritor norteamericano avecinado en Cuba entre los escritores de modernidad indiscutida en aquel minuto; pero a la vez descorría un velo siempre interesante a la hora de fomentar los precedentes de cualquier hombre de letras, en cuanto a formación e influencias:
Tiene aspecto de un moderno -ha dicho de él Gertrude Stein- y despide un olor fuerte a museo. La frase escrita en momento de discordia, quería ser punzante; pero constituye un bue elogio, involuntario. Un gran autor, por muy moderno que sea, se relaciona siempre con alguna tradición (...) Cuales son los maestros de Hemingway. El dice: Leyendo la Biblia fue como aprendi a escribir... No unicamente así, pero la Biblia enseña al narrador el arte del relato desnudo, la fuerza de la repetición, la poesía. Confiesa que debe mucho a Flaubert, y se comprende facilmente cuál es esta influencia: el escrúpulo, la rebusca de la palabra justa, la necesidad de una cadencia. La suya es tan diferente de la de Flaubert como el jazz puede serlo de las sonatas de Mozart, pero toda música es música. Elogia a Sthendal, lo cual no nos sorprende. Sin embargo, sus verdaderos patronos son americanos: Ambrose Bierce, Stephen Crane, y sobre todo Mark Twain...
Respecto a su mundo filósofico y existencial, Maurois, apunta a una cierta convergencia con Kipling, “bien por coincidencia, bien por filiación”. Y desgrana sus razones:
El mundo revelado a los dos hombres, desde su infancia, no es el mundo de la escuelita parroquial. La fuerza y la astucia reinan en él. Contra esto el héroe no puede hacer nada. El universo es como es. Unicamente el hombre, en el interior de este mundo sin leyes morales, puede darse un código y obedecerlo. Código de honor y valentía que en una vida dolorosamente tensa, hace de un hombre un hombre y le diferencia de los que sólo saben obedecer a sus instintos... y viven sin reglas inviolables.
La figura de la mujer, y el detalle sensualista no escapan a la instrospección del crítico al remontar los alcances de tales coordenadas en la dimensión de la obra y los personajes hemingwayanos:
la mujer para Hemingway como para Kipling es a la vez obstáculo y tentación. Respecto al hombre fuerte, al hombre del código, pero no resiste a la tentación de dominar al hombre débil... La sensualidad parece la esencia misma de los héroes de Hemingway. Amor físico, bien; pero es precsiso no pagarlo demasiado caro. La mujer del combatiente moderno es aquella que se da generosamente, entre dos combates, y sabe que el olvido vendrá...
De la muerte, y de la moral asociada al Hemingway de vitalidad indiscutida, Maurois nos deja reflexiones interesantes derivadas de la de sus alter egos creativos:
Toda la moral está fundada sobre la conducta a demostrar en presencia de la muerte. En este estado constante de alarma, hay dos soluciones, Una, es olvidar. Los personajes de Hemingway como suss prototipos, beben y aman para aturdirse. La otra solución, la más noble, es un estoicismo que acepte como normal este aplazamiento de la ejecución de lod condenados a muerte. El hombre camina sobre las ruinas, siempre dispuesto para la explosión final, tratando de olvidar sus pesadillas... El amor, como la caza o la guerra, o la bebida, actos de violencia o de exceso, nos ocultan la presencia de la nada, durante un momento, un corto momento.
Muy a pesar de advertencia tan nihilista, Maurois sabe que desde la permanencia de la angustia, que considera légitima en Hemingway “despues de dos interludios infernales y ante el peligro de sufrimientos mayores”

Pero Maurois apela a la dimensión de otro optimismo que descubre entre los entresijos de la dimensión creativa del Maestro:
Este mundo se salva por la forma. Tiene para escapar “a a la falta de sentido de un mundo sin valores”, una evasión más bella que la embriaguez o el espasmo, la cual es la creación, Aquí Hemingway se une con Proust. Este buscaba envolver las cosas más simples en los anillos de un hermoso estilo. Hemingway recurre menos a la imagen. Su estilo es objetivo y desnudo. Describe los peores horrores con una sobriedad clásica. Este comedimiento en la descripción de lo monstruoso, es exactamente, su estilo...
Last but not least, Maurois sabe que en Hemingway hay esperanzas a pesar de que no parezcan tangiblemente posibles, sino que sean, a lo sumo el atisbo insignificante, que emerge como el iceberg en la profudidad desconocida:
Un mundo no carece completamente de valores cuando reconoce los de la estética. El escritor, como el cazador, y como el soldado, respeta su código, y llega con su encantamiento, no a encontrar el Tiempo, lo que sería para Hemingway encontrar el horror, sino a matarle. Es posible que la palabra del universo sea nada, pero el código y el oficio, en esta nada, dibuja vagamente la sombra de algo.




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1. "Ernest Hemingway". Por Andre Maurois. En Carteles. La Habana Cuba. Año 36. No. 18. 1 de Mayo de 1955. p.72

2. Pen name del escritor francés nacido como Emile Salomon Wilhem Herzog (1885-1967) en Fantasticfiction.com

3. Citado en Carlos Baker, Hemingway and his critics. An International Anthology. American Century Series, Hill and Wang, NY, 1961.

4. Carlos Baker, Hemingway A Life Story, Charles Scribners and Sons, NY, 1969, p.228



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Wednesday, May 1, 2024

Hemingway y el Sloppy Joe's Bar de Key West (por Carlos A. Peón-Casas)


La historia del celebre bar, que muchos erróneamente creen fue primero en el tiempo, y que del mismo se derivaría el también muy famoso de la Habana, hoy día un sitio rescatado para la nueva y necesaria oleada de turismo yanquee, avido de desvelar los secretos de una ciudad y un país todavía enigmático para los ciudadanos de la América profunda.

La Habana en los 50s
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Pero en verdad, la historia discurrió al revés, y el de la Habana fue primero en tiempo. El de Key West, con su inevitable impronta hemingwayana, fue Papa quien le sugirió el nombre a su amigo Joe Russell, intimo amigo de correrías piscatorias en la Habana a bordo del Anita, el yate del segundo alquilado en buenos términos al amigo escritor y fan inveterado de las agujas off the Morro, que vería la luz en el famoso cayo the southernmost point del territorio de Estados Unidos, en 1934

Ya desde 1933, Russell, con la supresión de la nefasta Ley Seca, que es bueno aclarar nunca fue oficialmente declarada en el Cayo, y que el propio Russell, contravino en mas de 150 ocasiones, trayendo de contrabando ingentes cantidades de ron desde La Habana, optó por abrir un local para el expendio de bebidas, ubicado en 428 Greene Street, y que muy pronto obtendría notoriedad entre los de su tipo. Dotado de un salón de baile anexo, fue bautizado inicialmente con el nombre de Silver Slipper.

En algún minuto de 1934 vendría el cambio de nombre que fue sugerido por Hemingway y en clara alusión al establecimiento homónimo de la capital cubana, que Hemingway conocía de sus incursiones, aunque no necesariamente visitara con asiduidad, sabida su conocida preferencia por El Floridita.

Para 1937, el bar fue nuevamente re-localizado en el numero 201 de la calle Duval. Como dato ya literario, Hemingway ficcionalizó en su conocida novela Tener o no Tener, la primera localización en Greene Street con el nombre de Freddy’s, el mismo sitio, años después, y con el apelativo para entonces de Captain Tony’s Saloon, serviría de setting para su encuentro con la atractiva y muy joven Martha, quien seria luego su tercera esposa.

Hemingway volvería al Sloppy’s en los cincuenta, esta vez acompañado de su entrañable amigo, A.E. Hotchner. El suceso acaecido en 1955, ha sido recogido por el propio Hotchner en su libro Hemingway in Love. His Own Story.

El sitio, para entonces, ambientado con oportuna memorabilia hemingwayana, era ya una parada obligatoria para turistas, pero mantenía empero un discreto espacio reservado permanentemente para el afamado escritor. Para la ocasión el anfitrión convido a su invitado con su famoso daiquiri Papa Doble, creación del Floridita, acompañado de camarones pelados y una fuente de un guacamole especiado.

No hay otras evidencias en el tiempo de que Hemingway volviera al mítico bar, lo cierto es que acaso como el Chicote en Madrid, el Harry’s de Venecia, o el que lleva su nombre en el famoso Hotel Ritz de Paris, guarda todavía esa impronta tan peculiar del hombre y el escritor, que gustaba acodarse a la barra, y degustar, como buen parroquiano, algún reconfortante espíritu luego de un día de arduo trabajo creativo.



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Sloppy  Joe's Bar 
La Habana

Wednesday, November 29, 2023

Un almuerzo con Hemingway. (por Carlos A. Peón-Casas)



Howard Berk(1) era en 1952 un ex soldado con sueños y afanes de ser escritor. De paso por La Habana, y según narra en First Person: My Lunch with Hemingway(2), en viaje de negocios como vendedor de cuberterías de plata, tuvo la suerte de encontrarse al que consideraba su ídolo literario: el ya famoso Ernest Hemingway. En sus pretensiones de escritor en ciernes, y presumiendo que la oportunidad era única, ni corto ni perezoso le puso determinación.

El contacto con Papa se lo proporcionó un amigo común, Roberto Herrera, quien conocedor de su interés, le propició la cercanía, nada más y nada menos que el 21 de Juio de aquel año, el mismo del cumpleaños de Papa, en no otro que aquel mítico espacio del Bar Floridita.

En la calle Obispo, había ambiente de fiesta. El trío de ocasión animaba el ambiente del bar ya concurrido de la clientela que venía a “tomar su mañana”. De pronto, ya instalados, el chef Nico, presentaba al homenajeado y su compañía un sabroso entrante de masas de cerdo frita y frituras de maíz. Los músicos al unísono entonaron el felicidades de ocasión animando el jolgorio mañanero para el maestro Hemingway.

Menudearon los aplausos, y Hemingway saludó a la concurrencia y agradeció el gesto con tolerancia inusitada, que el propio cronista reseñara luego como sorprendente, conocedor del carácter reservado del escritor, al invitar a los concurrentes de las mesas cercanas a sumarse a la celebración cumpleañera.

En aquel minuto Hemingway compartía igualmente una agradable primicia: el contrato para su nuevo libro: “Across the River and into the trees”. Herrera Sotolongo, según recuerda el escribidor en su artículo para el National Geographic, le felicitaba por la doble celebración: “Magnífico regalo de cumpleaños, Papa” Hemingway le correspondería en su español singular: “Gracias Paco”. El cronista celebraría su cumpleaños al día siguiente, Herrera creyendo era el mismo día que Papa, le hacía saber en su presentación, Berk se excusaba con amabilidad, pero Hemingway insistía: Happy Birthday Paco, llamando a Howard con el apodo de Herrera.

Lo que siguió fue una apoteosis de singularidad literaria. Howard, el cronista al escuchar la noticia sobre la novela de Hemingway recién contratada por sus editores, le preguntó a Papa si había escuchado bien:
- “Ud dijo Across the River..” Papa le confirmó:

- Es correcto. Ese es el título. Con una pequeña ayuda de Stonewall.

- Across the River and Into the Trees?

Hemingway me espetó extrañado:

- ¿Lo conoces?

-Bueno así es, señor. Esas fueron las palabras del moribundo Stonewall Jackson. Crucemos el río y descansemos a la sombra de los arboles.

Lo que dije sonó tan personal para Hemingway que me dijo muy animado:

- ¿Cómo demonios sabes eso?

-Douglas Southall Freeman, señor… traje los tres volumenes a Cuba conmigo.

-No me digas. Libros muy pesados

- Así es señor

- Bueno, no me impresionas hijo, yo también los leí.

Era sin dudas una nueva intimidad. Compartimos su famosa mueca.
Lo que siguió, en la voz peculiar de Papa le sonó a gloria a Howard el nobel émulo de fama creativa: “Saben que, nos vamos a almorzar a Finca Vigía."

Al salir todos los ojos los seguían con atención, muchos no dejaban de preguntar quien era aquel muchacho agraciado por una invitación tan seria de parte del escritor.

Subieron al Buick Roadmaster de Papa conducido por Juan que esperaba por Obispo. Roberto y el invitado en el asiento trasero. Juan al timón, y a su lado un flamante Papa con su habitual vaso enorme, lleno de un helado Daiquirí, que paladeaba sin recato tan pronto el auto se ponía en movimiento.

Lo que nos narra el cronista de la llegada a la Finca es digno de mención en sus propias palabras que comparto desde el original:
Delante de nosotros estaba la casa -Finca Vigia- y justo más allá una sutil construcción como un faro, que Roberto me había dicho el escritor usaba algunas veces como segunda oficina. Juan hizo una aproximación al frente de la casa y dijo sus primeras y últimas palabras: “Estamos aquí”. Hemingway hurgó en sus bolsillos y exclamó: Donde diablos están las llaves? Toco el timbre. Y luego lo hizo dos veces más. Mary Welsh Hemingway nos recibió con una postura decidida. Tenía el cabello crespo y corto, facciones firmes, y una actitud suficiente. Era la cuarta esposa, y Roberto que sabía muchas cosas, me había dicho que era la menos domesticada de todas. Siguió un curioso silencio. Marido y mujer parecían medirse el uno al otro. Yo tenía la sensación de que ella estaba molesta y que él trataba de explicar lo que había hecho. El momento se hizo más agudo cuanddo Hemigway, intentando salvar la situación dijo: Traje a los muchachos para almorzar… La próxima vez que traigas a tus compinches a almorzar me avisas antes… Lo interesante acerca de aquel diálogo fue que las palabras escalaron a los extremos más extremos.

Pero la pareja aunque intercambiaban invectivas mantuvo una civilidad a toda prueba mientras se conducían a sus respectivos sitios. Hemingway mostró sus sitios a los invitados, Mary ocupó el suyo sin prestarnos atención a mi ni a Roberto. Por nuestra parte, agachamos las cabezas, y no fuimos parte de las hostilidades.

La descripción que sigue es también notoria por los detalles de aquel encuentro tan singular:
El almuerzo fue servido por dos damas que entraban y salían de la cocina portando los decantadores de vino, hogazas de pan y ensaladeras. Durante un respiro, Roberto tentativamente entró al ruedo sosteniendo su copa, pero sin alzar mucho, para evitar la presunción de una incursión extraña, y acotó a sotto voce: Me recuerda los Jumilla.

-Uno de los mejores de España, redondeó Hemingway. Mrs Mary quien al momento solo bebía agua añadió: A mi me sabe a orine”. A pesar de su exuberante descripción yo comencé a disfrutar la comida. Hemingway comentó por su parte:

- Tú no sabes lo bueno que es un vino hasta que no te bañes en él. Como con el piss.

Aquí brindo con el orine, dijo Roberto, y Hemingway se sintió divertido con el aporte, porque Mrs hemingway no oyó la frase, y no le hubiera hecho mucha gracia si la hubiera escuchado… Hemingway volvió a servirnos, y respiramos aliviados. Convulsivamente y tras las servilletas, Roberto y yo intentábamos contenernos. Habíamos salidos parcialmente liberados, y la Sra Hemingway nos fulminó con su mirada.
Howard tuvo aquel día tuvo su minuto de gloria junto al Maestro: un día recordaría aquella frase inmortal que le escuchara sobre el arte de escribir, aquel día en aquella mítica jornada: “No hay nada al respecto. Solo siéntate en la maquina de escribir y sangra”


Luego de aquella ocasión coincidiría un par de veces más con Hemingway en los ambientes habaneros de la época: una vez en una fiesta privada festonada con luces de colores, y otra en el Floridita para decirle adiós. Volvería a Cuba luego ya de luna de miel pero no encontró al escritor que entonces hacía su segundo safari africano. Tampoco a Roberto, quien por entonces estaba por Brasil.




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1. Howard Berk (22 de Julio de 1924, Brookline, Massachusetts) fue un Escritor Distinguido en Residencia en la Universidad de Georgia. Sus créditos incluyen 13 filmes, docenas de episodios de TV, incluyendo Misión Imposible y Colombo, y cuatro novelas. Falleció en 2016 en los Angeles, California.

2. "First Person: My Lunch with Hemingway". By Howard Berk, For National Geographic. Published July 22, 2013.
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