YateritasTexto y fotos por Ena LaPitu Columbié para el blog Gaspar El Lugareño
Bajando la loma donde se enclava a Tortuguilla y buscando acercarnos a Guantánamo, aparece
Yateritas, la playa amada por los guantanameros, la playa de las locuras adolescentes.
Yateritas era cenáculo de trovadores jóvenes y enamorados que cada fin de semana se reunían junto a muchas familias a cantar a viva voz las canciones de los Beatles, de Silvio o José Antonio Méndez —según los intereses— y a protestar así por el trozo arrebatado. A Yateritas la partieron en dos para la misma época en que a mí se me acabo la infancia.
Por el río del mismo nombre que bordea la playa en una de sus costas y muere en el mar como un Tibaracón; allí donde crecen el mangle rojo, el guayacán negro, los cocoteros, las uvas caleta, y otras plantas resistentes a las altas temperaturas, una gran cantidad de muchachos sorteaba los peligros para internarse en el territorio de la base naval norteamericana —limítrofe con la montaña aledaña al río— y saltar a la otra orilla. Entonces los malos se percataron de que ya no podían controlar el flujo y la burla; montaron una unidad militar, dividieron la playa con una prohibición so pena de cárcel para el que violara las demarcaciones, e instauraron el toque de queda a las 8:00 pm. Comenzó así el intento por ahuyentarnos de nuestro pedazo de mar.
Pero a los jóvenes les importaba un pito que se les despojara de la mitad del lugar, igual se iban a conquistar en su playa los fines de semana, sobre todo en el verano. A veces salían de las fiestas los sábados cuando apenas comenzaba a despuntar el día y allá dormían parte de la mañana, los inteligentes bajo los frondosos pinos que llenaban el lugar, los desesperados achicharrándose al sol. Más de uno pescó una insolación, pero por lo regular el enfermo frito, desesperado, ambicionaba curarse para poder estar “en talla” el próximo fin de semana y volver a la playa amada. Yateritas también fue cementerio de algunos inexpertos que disgustados con la situación política y con la escasez, se lanzaban a sus aguas en busca de libertad, o de varios borrachos que por la tozudez clásica que impone el alcohol, se perdían en las traicioneras aguas de la pequeña bahía de bolsa.
El pueblecito playero fue un lugar de exploración para aliviar la grave crisis alimenticia de los años sesenta y setenta. Allí buscábamos puercos para asar en púa los fines de año —a veces se compraban ya asados—, frijoles, pescados y cualquier otro alimento. Siempre fue un poblado de pesqueros, pero sus hombres y mujeres decidieron sembrar plátanos y uvas y así jugarle una trastada a la tierra magra y estéril. Los plátanos eran deliciosos, las uvas no tanto, eran aciditas, pero para nosotros se convirtieron un deleite en aquel país donde desaparecieron muchas de las frutas.
De pronto cesaron los cultivos de uvas, porque en vez de ser excitante y erótica, se convirtió en la representante —para los oficialistas del gobierno— de las reminiscencias de una sociedad burguesa que había que eliminar. Poco a poco se fueron descalabrando los sembradíos de plátanos que terminaron por desaparecer, los pinos se esfumaron del ambiente marino, su madera es más necesaria que brindar sombra y belleza. Entonces se desvanecieron los cantos de guitarra, la algarabía juvenil, los disfrutes familiares y los “empates” de ocasión… Los malos habían ganado un terreno más de la Isla tomada.
Ahora no hay gasolina para poder llegar al mar, ni deseos de nadar contracorriente, ni mar que limpie tanta desesperanza. Pero ¿saben algo? tampoco importó, y sigue sin importar, sus habitantes se han convertido en hombres curtidos por la soledad y la abulia. Allí quedó encajado el desinterés, con su pequeño muelle que ya no llega al mar, lleno de huecos que sortean a las maderas levantadas, y unas solitarias y desvencijadas sombrillitas plantadas sin la gracia de sus predecesoras, que esperan lánguidas y olvidadas un cambio de tiempo que las vuelva útiles, o que de una vez las desmenuce el viento.
Cuando me paré frente a la sucia y desolada playita de mi vida el pasado fin de año, imaginé los pinos y los amigos y no pude dejar de sentir que la música venía a mi mente, primero muy baja, luego se hizo ensordecedora, sacándome las lágrimas. Los Beatles estaban allí junto a Yateritas pidiendo Socorro…
Help, I need somebody,
Help, not just anybody,
Help, you know I need
someone, help.
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