La Trascendencia se hace a la mar
Un acercamiento a la espiritualidad hemingwayana en El Viejo y el mar.
por Carlos A. Peón Casas
Cuando analizamos la obra hemingwayana, escudriñando, quizá los espacios de un hálito trascendente, donde parece subyacer, debajo de la dura corteza con que el narrador lo cubre todo, no podemos dejar de entrever la intimidad espiritual del héroe y la del narrador, inevitablemente incluido y entrelazado en el discurso, definiendo en sí misma un aliento de tal signo.
El Viejo y el mar(1) es una obra de madurez, aludida por muchos , y entre ellos otro peso pesado de las letras norteamericanas, William Faulkner, quizás la otra gran voz literaria de Norteamérica junto a Hemingway. No parece errado entonces el criterio esbozado por esa otra figura descollante de las letras norteamericanas, cuando nos descubre las perspectivas existenciales de El viejo y el mar, y en especial el descubrimiento de Dios que a su ver, explicita Hemingway en su noveleta:
(…)“Creo que en su último libro, es el mejor porque ha encontrado algo que no había encontrado antes, que es Dios. Hasta ese momento sus personajes se desenvolvían en un vacío, carecían de pasado, pero de repente, en El Viejo y el mar, él encontró a Dios. Ahí está el gran pez; Dios hizo el gran pez que tiene que ser capturado, Dios hizo al viejo que tiene que capturar al gran pez. Dios hizo a los tiburones que tienen que comerse el pez, y Dios los ama a todos ellos (…)(2)
Sin dudas, hay elementos que aluden a lo Trascendente en tales páginas; igualmente se hacen obvias las alusiones cargadas de simbolismo de la figura/personaje del gran pez, desde la perspectiva de la investigadora norteamericana Leslie A. Fielder. Cuando aquella habla a propósito de esta obra que nos ocupa, resalta otra faceta, muy interesante y nuevamente asociada a la presencia del gigantesco marlin, a quien Santiago, el viejo pescador no persigue con saña; en cambio sí, con un espíritu de grandísima humildad, y con un sentimiento encontrado entre la reverencia y la inevitable certeza de que su captura es algo así como un acto de blasfemia, de allí que jamás podrá ser exhibido como un trofeo. Dice textualmente la Fielder:
En las ficciones más serias desde Moby Dick (de Melville), pasando por El Oso de Faulkner y llegando al El Viejo y el mar de Hemingway, el sentimentalismo se redime al hacer de los animales implicados no la mera ocasión para la pérdida de la virginidad, sino las monstruosas corporizaciones del mundo natural en toda su ambigua e indestructible esencia. Como Moby Dick, tienen de la bestia totémica que es ubicua e inmortal, o como el Big Ben de El Oso de Faulkner, no pueden ser destruidos hasta el último día, o quizás con el gigantesco pez espada de El Viejo y el mar, jamás pueden ser exhibidos como trofeos. Son los sagrados continentes del poder, objetos tabú en sí mismos, cuya muerte si no es una blasfemia al menos es un rito. Detrás de cada una de estas historias se escucha el eco del reproche de Dios a Job: ¿ Acaso puedes capturar a Leviatán con un garfio(3)
En la misma línea argumental del relato, se deriva otra interesante arista, el tema de la dignidad del pez, muy bien imbricada, en ese sentido ya esbozado de la lucha con el peje, y al que dota de una excelencia inalcanzable para los que supuestamente puedan beneficiarse de él. Dice el narrador:
Luego sintió pena por el gran pez que no tenía nada que comer y su decisión de matarlo no se aflojó por un instante. “Podría alimentar a mucha gente-pensó- ¿Pero serán dignos de comerlo?, No hay persona digna de comérselo, a juzgar por su comportamiento y su gran dignidad(4)
A lo largo de El Viejo y el mar, podemos sentir a cada instante la alternancia de tales sentimientos encontrados que son, en definitiva, ejes de una motricidad siempre ascendente en la que la acción dramática va ganando el necesario crescendo hasta desembocar en el momento más álgido de la historia que no es, precisamente, la muerte del pez, sino el convencimiento de que la lucha es directamente proporcional al volumen, no de la destrucción que lleva implícita, sino del valor que la conduce; valor que: “a pesar de su inutilidad, es presentido como la única justificación de la existencia del ser humano"(5)
De tales sentimientos, –al decir de un panegirista de Hemingway, allá por los tiempos de la publicación de su obra: “el coraje alterna con la humanidad (y) la poesía con la aspereza”(6) ;– se nutre sin dudas algo que es más que una fábula, porque es en esencia una historia, donde el elemento humano marca cada momento con una certeza de realidad siempre trascendenta. (7)
Y más que usar tales citas como una partícula de apoyo a la idea de la espiritualidad subyacente, nos referimos a ellas, en plan de descubrir, esa humanidad que tiene el personaje de Santiago(8), el héroe hemingwayano que mejor podría definir el sentido último de la vida, si se trata de descubrirlo en consonancia más o menos biográfica con el autor.
Lo primero es que el personaje de Santiago se califica a sí mismo como no religioso. De cualquier manera, su afirmación no puede ser tomada a pie juntillas, en nuestra opinión se trata de una persona con cierta información religiosa, aunque su práctica como hombre de fe sea descuidada. Podríamos hablar sin lugar a dudas de esa raíz cristiana que subyace en los entresijos del alma, que viene a expresarse de mil modos, siempre nobles, en el pensar y el actuar de quienes no son practicantes asiduos de la fe cristiana, pero tampoco ateos o agnósticos confesos. Desde la apertura de la narración descubrimos en una de las paredes de la destartalada casucha del pescador: dos estampas, una propiamente de la Virgen de la Caridad, y la segunda del Sagrado Corazón, que el narrador dice pertenecían a la esposa ya desaparecida, pero que este conserva con cierta devoción y respeto.
Y no sólo eso, sino que en los momentos más duros de su batalla contra el pez, se sienta dispuesto a rezar las clásicas oraciones del Padre Nuestro y el Ave María, y prometerle a la Virgen del Cobre, como era y sigue siendo costumbre entre los fieles, peregrinar hasta su Santuario en las cercanías de Santiago de Cuba.
Con toda la distancia a que este análisis literario me obliga, me sigue pareciendo muy sugerente que el Hemingway escritor, donara a la Patrona de Cuba, la Medalla del Premio Nobel de Literatura, que precisamente ganó con esta obra(9). Y algo más sugestivo puede ser el hecho de que la noveleta El viejo y el mar, que estuvo lista en lo que sería su primer borrador en abril de 1951,- ya una obra sexagenaria- se diera a la luz pública como primera edición(10) , justamente el 8 de Septiembre de aquel mismo año.
Algunos pudieran hablar de una simple coincidencia, pero para ningún cubano pasa desapercibido el detalle singularísimo de que, el libro viera la luz justamente el mismo día en que la Virgen de la Caridad recibe la veneración de quienes la aclaman como Madre de todos los cubanos, al aparecerse, justo en aquella fecha, flotando sobre las aguas de la Bahía de Nipe(11). Hemingway, viviendo tanto tiempo en nuestra patria, tampoco quedaba ajeno al detalle, y a pesar de que ninguno de sus biógrafos acota nada al respecto, pudiéramos entender el hecho como algo más que fortuito, volviendo otra vez sobre el detalle de que hubiera podido ofrecer a la Virgen, hacer coincidir su Fiesta, con la aparición de su libro, como un homenaje de sincero agradecimiento, un dato que aunque no pase de una mera especulación de nuestra parte, parece ser en verdad, más que una simple casualidad.
Aludiendo entonces a esa presencia icónica y singular de la Virgen de la Caridad en El viejo y el mar, y tratando de responder de paso, la interrogante sobre su proximidad en línea de devoción personal a la Patrona de los cubanos, escuchamos la voz de Santiago, el protagonista de la novela aludida, clarísima sugerencia a un cubano sencillo, quien interpela con confianza a Madre de los pobres y los desamparados, en su hora de necesidad y cuya palabra resuena desde las páginas de la novela hemingwayana.
La voz pudiera ser la suya, o desde el parapeto de la ficción, la del propio Hemingway ensimismado en su responsable labor creativa, signada por tal época por la fama inmerecida de que ya para entonces estaba agotada su inveterada y bien ganada nombradía de fabulador. Lo que escuchamos suena, inequívocamente, como la sentida expresión de un ofrecimiento muy vivo y sincero a la Virgen del Cobre:
—No soy religioso—dijo— Pero rezaría diez padrenuestros y diez avemarías por pescar este pez y prometo hacer una peregrinación a la Virgen del Cobre si lo pesco. Lo prometo.
Comenzó a decir sus oraciones mecánicamente. A veces se sentía tan cansado que no recordaba la oración, pero luego las decía rápidamente, para que salieran automáticamente. Las avemarías son más fáciles de decir que los padrenuestros, pensó
—Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús. Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Luego añadió:
—Virgen bendita, ruega por la muerte de este pez. Aunque es tan maravilloso(12)
De vuelta a los avatares de la ficción, escuchamos otra vez la voz en el largo fluir de la conciencia de Santiago, en su lucha contra el pez por noches y días que parecen interminables, alude el viejo pescador a la idea del pecado, y como realidad de tan trascendente signo, resulta una muy interesante disquisición, en la que tal término con toda su carga judeo-cristiana, pasa a la realidad vital de este hombre, quien parte de un presupuesto de tamaña singularidad como lo puede ser el hecho de abandonar la esperanza, antes bien, tener el suficiente coraje para esperar contra toda esperanza, en Algo que lo trasciende. Dice Santiago:
Es idiota no abrigar esperanzas- pensó-. Además creo que es un pecado. No pienses en el pecado. Hay bastantes problemas ahora sin el pecado. Además, yo no entiendo eso(13)
De tal signo es su argumentación que, en buena ley, pudiera remitir sin duda alguna a cualquier afirmación teológica, pero que escuchado en el resonar del fragor del combate del viejo pescador con el desafiante pez, es un detalle que si bien no intelectualiza la cuestión, nos deja en su lugar un sabor de la marca del autor detrás de la acción del personaje.
Acto seguido el viejo Santiago volverá a la carga:
No lo entiendo y no estoy seguro de creer en el pecado. Quizá haya sido un pecado matar al pez. Supongo que sí, aunque lo hice para vivir y dar de comer a mucha gente. Pero entonces todo es pecado. No pienses en el pecado. Es demasiado tarde para eso y hay gente a la que se paga por hacerlo. Deja que ellos piensen en le pecado. Tú naciste para ser pescador y el pez nació para ser pez. San Pablo era pescador, lo mismo que el padre del gran Di Maggio(14).
Lo que Santiago está pensando es alta teología, aunque sea el discurrir de un simple y poco instruido pescador. En sí palpita el deseo de reafirmar una verdad como un templo: su misión de hombre singular y sencillo se magnifica con ese expreso deseo de hacer bien lo que debe y dejar que el mundo corra adelante. No es, obviamente, un pensador. Hemingway tampoco lo era, y lo que se escuda tras la imagen del hombre que lucha y no se deja vencer es puramente eso, el sentimiento siempre profundo de que el ordenamiento del mundo tiene una lógica que muchas veces no es razonable, ni reducible a esquemas de pensamientos más o menos lógicos. Santiago tiene la vivencia; Hemingway lo sabe de sobra.
La línea de pensamiento que articula todo el gran discurso donde fluye la conciencia de Santiago tiene otro momento de singular apoyatura en la narración conduce la acción de aquél. Sucede casi al final, en el recorrido inverso de Santiago hacia la costa luego de capturado el gran pez a quien los tiburones reducen a casi nada. Santiago clama con dolor con un ¡Ay! que escapa de sus labios en un rictus final. Hemingway, el narrador, nos aclara la naturaleza de aquel grito con una imagen de la que no puede quedar ninguna duda del perfil trascendente que encierra:
No hay equivalente para esta exclamación. Quizá sea tan sólo un ruido, como el que puede emitir un hombre, involuntariamente, sintiendo los clavos atravesar sus manos y penetrar en la madera(15)
La alusión, tiene sin dudas un sentido muy claro al recordarnos el acto sacrificial par exellence, de Cristo en la cruz, y es otra vez, un indicio que nos aclara sobre que coordenadas, está trabajado el texto, en un contexto que alude a las realidades de la fe como clara apoyatura ideo-temática. Y si antes del hecho referido, nos remitimos a la acción narrativa, como eficaz flash-back, justo al instante en que un casi exánime Santiago pronuncia su conocida declaración de principios: “Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”, sin dudas uno de los discursos más singulares del humanismo que cruza a la noveleta; podemos entonces entender con toda claridad que la suerte está echada en el mejor sentido trascendente y trascendental del que Hemingway es ya más que un simple exponente, para convertirse en un bien intencionado defensor de la idea.
La batalla de Santiago el pescador y el gran pez pudiera seguir teniendo lecturas que en su pluralidad conducirían a muchas o a ninguna parte. Según nuestro juicio, el detalle que hace la diferencia, lo marca el terco sentido y la mirada que se lanza más allá del hondo sentimiento personal de soledad interior para alcanzar Algo que está siempre más allá. Como al principio, donde dejamos establecido el sentido relativamente cristiano del personaje, reiteramos otra vez, ya en el cierre, con otro momento de la historia, cronológicamente anterior al desenlace, pero ya enmarcado en el sentido final de la lucha frontal de Santiago con el enorme pez, cuando aquel clama otra vez a Dios, y se anima a sí mismo, y se entrega a la lucha hasta el final. Nada puede ser más obvio en este punto, y el lector puede hacer su propio juicio. Para nosotros es concluyente:
No puedo fallarme a mí mismo y morir frente a un pez como este-dijo-. Ahora que lo estoy cercando tan lindamente, Dios me ayude a resistir. Rezaré cien padrenuestros y cien avemarías. Pero no puedo rezarlos ahora. “Considéralos rezados-pensó- Los rezaré más tarde(16)
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- El Viejo y el mar. Ernest Hemingway. Seix Barral. Barcelona. 1983
- En Hemingway en Cuba. Norberto Fuentes. Letras Cubanas. Ciudad de la Habana, 1984. p 416
- Leslie Fielder en Love and Death in the American Novel, New York, 1966, pp. 359-360
- El Viejo y el mar. op cit. p.84
- En “Grandes Figuras de la Literatura”. Espasa. Madrid. Tomo I. p. 117
- Citado en El Autor y su Obra. Hemingway. Mined. La Habana, 1973. pp. 3-6
- Téngase siempre en cuenta que la historia original fue presumiblemente una narración oral que Hemingway escuchó, y que como anécdota ya había relatado en su crónica “En las aguas azules” aparecida en la revista Esquire, en 1936. Hemingway, empero, supo reservarla en el tiempo, y cuando se decidió a ponerla en blanco y negro como novela, le salvó para toda posteridad, las esencias más secretas de una humanidad siempre atrayente y altamente convincente.
- Mucho se habló de la existencia real en Cojimar, del personaje del viejo pescador en quien Hemingway se inspirara para esta noveleta. Para Norberto Fuentes, el personaje pudo modelarse de la recia personalidad de Carlos Gutiérrez, primer patrón de Hemingway, y a quien profesó gran cariño. Gregorio Fuentes, cuenta por su parte-según acota también el citado Fuentes-otra posible fuente de inspiración: la de un hombre y un muchacho que frente a Cabañas, perseguían u gran pez, suceso del que presumiblemente, fue testigo junto al narrador allá por los años cuarenta. (En Hemingway en Cuba, op cit. p 419)
- Aunque el gesto de tal donación es bien conocida, no lo es tanto otro, cuyo signo humanitario es muy notorio, y fue la cesión de los derechos de publicación de esta noveleta en la Revista Bohemia, y cuyo monto de 5000 pesos, Hemingway los destinó para la compra de aparatos de televisión, que serían donados a los enfermos de el sanatorio habanero de El Rincón (Citado por Norberto Fuentes en Hemingway en Cuba. P. 435.
- Antes había aparecido en la revista Life, justamente una semana antes que el libro.
- Morris Buske, estudioso de la obra de Heminway , afirma que : “la veneración a la Virgen María parece haber sido un eje central en la creencia de Hemingway”, y para corroborarlo cita lo que George Herter, otro conocedor del tema, apuntara a Stoneback: “La fe de Hemingway se centra en las apariciones de la Virgen…El me confesó muchas veces, que aún si no hubiera habido la Biblia, ni las leyes humanas de la Iglesia, las apariciones probaban, más allá de ninguna duda, que la Iglesia católica era la Iglesia verdadera…Me aseveró igualmente que el creía que la Virgen era el puesto de escucha de este mundo para Jesús y para Dios”. En Hemingway faces God. Morris Buske. Hemingway Review. The Fall 2002. p.9
- El viejo y el mar, op. cit p.71.
- Ibíd. p. 119
- Ibíd. p.119
- Ibíd. p. 121
- Ibíd. p.27