Rafael tenía razón
por Félix Luis Viera
Allá por el año 1972 yo trabajaba en la Delegación Regional Santa Clara del Ministerio del Trabajo y hacía unos días habían llegado los efectos eléctricos. Eran un televisor, dos radios de pila y una lavadora (todo soviético). Por entonces la lavadora era lo más pretendido, sin desdorar a los demás, muy pretendidos también.
Será por eso que la Comisión de Repartición de Artículos —les recuerdo a quienes deben de saberlo y les aviso a quienes no lo podrían saber: compuesta por tres trabajadores de sobrado prestigio, un miembro de la Sección Sindical y otro del núcleo del Partido Comunista de Cuba—decidió comenzar la liza por la lavadora.
Eran las seis de la tarde, los trabajadores colmábamos el patio, aun de pie: como era habitual no alcanzaron las sillas que trajeron del salón de reuniones.
La presidenta de la Comisión —Nora Bugnes, negra y buena persona por cierto—, expresó que después de debatir hondamente las solicitudes de los compañeros trabajadores durante 10 días, proponía, la Comisión, que el derecho a comprar la lavadora fuese otorgado al compañero Arsenio Lara, jefe del Departamento de Organización del Trabajo y secretario del núcleo del Partido. “¿Alguna opinión?”, preguntó Nora a los presentes.
A mí no me pareció justo: la lavadora también la había solicitado Amelia, una hermosa mujer trasladada hacía poco desde Guantánamo, una rareza de mujer para la región central del país: de piel tersa, color tamarindo, ojos negros, cabello largo y liso. Y miembro del Partido Comunista de Cuba. Por otra parte, si bien Lara, como había expuesto la Comisión, tenía 10 hijos, su esposa no trabajaba, como sí lo hacía Amelia, ejemplo de la mujer revolucionaria. Está bien, Lara, como había planteado uno de la Comisión, el de la Sección Sindical, era un compañero abnegado, pero también Amelia lo era, y era mujer. Pero sobre todo: ¿acaso no era la lavadora para lavar, es decir, para “una labor de mujer”? ¿Tenía sentido entonces que en lugar de otorgársela a una mujer trabajadora se la destinaran a un hombre?
Todo lo anterior dije, y redije, apliqué y repliqué y volví a replicar. Y corrió el tiempo, oscureció.
Como otras veces en lances semejantes, vi que algunos de los que estaban más cerca de mí me miraban con rencor. En algún momento escuché que Silvino, el jefe de Ubicación, masticó por lo bajo: “Cojones... miren qué hora es y todavía falta por repartir los radios y el televisor”.
Finalmente: “Bueno los que estén de acuerdo con que la lavadora se le entregue a Amelia, que levanten la mano”, pidió Nora. Solo yo la levanté.
Nora de inmediato pidió que, para poder continuar la reunión, le consiguieran el farol de la Dirección porque allí a la mesa donde estaba la Comisión apenas llegaban las luces del patio.
Casi siempre a la salida del trabajo yo marchaba con mi amigo Rafael Gutiérrez, que vivía en Placetas, militante de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba y un buen socio sin duda. Lo acompañaba hasta su albergue.
Esta vez, durante aproximadamente 300 metros, Rafael, un tipo jovial, estuvo sin hablarme. Cuando llegamos al Parque, él me detuvo por un brazo.
—¿Por qué te empeñas en destruirle la vida a los demás? ¿Serás comemierda? –Me dijo mirando hacia el suelo, dando unas patadas contra este.
En ese momento no, pero, unos años después, fui comprendiendo que Rafael tenía razón.
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Félix Luis Viera (Santa Clara, Cuba, 1945). Poeta, cuentista y novelista. Ha publicado los poemarios: Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia (Premio David de Poesía de la Uneac*, 1976, Ediciones Unión, Cuba), Prefiero los que cantan (1988, Ediciones Unión, Cuba), Cada día muero 24 horas (1990, Editorial Letras Cubanas), Y me han dolido los cuchillos (1991, Editorial Capiro, Cuba), Poemas de amor y de olvido (1994, Editorial Capiro, Cuba) y La patria es una naranja (Ediciones Iduna, Miami, EE UU, 2010, Ediciones Il Flogio, Italia, 2011); los libros de cuento: Las llamas en el cielo (1983, Ediciones Unión, Cuba), En el nombre del hijo (Premio de la Crítica 1983. Editorial Letras Cubanas. Reedición 1986) y Precio del amor (1990, Editorial Letras Cubanas); las novelas Con tu vestido blanco (Premio Nacional de Novela de la UNEAC 1987 y Premio de la Crítica 1988. Ediciones Unión, Cuba), Serás comunista, pero te quiero (1995, Ediciones Unión, Cuba), Un ciervo herido (Editorial Plaza Mayor, Puerto Rico, 2002, Editorial L´ Ancora del Mediterraneo, Italia, 2005), la noveleta Inglaterra Hernández (Ediciones Universidad Veracruzana, 1997. Reediciones 2003 y 2005) y El corazón del Rey (2010, Editorial Lagares, México). Su libro de cuentos Las llamas en el cielo es considerado un clásico de la literatura de su país. Sus creaciones han sido traducidas a diversos idiomas y forman parte de antologías publicadas en Cuba y en el extranjero. En su país natal recibió varias distinciones por su labor en favor de la cultura. Fue director de la revista Signos, de proyección internacional y dedicada a las tradiciones de la cultura. En México, donde reside desde 1995, ha colaborado en distintos periódicos con artículos de crítica literaria, de contenido cultural en general y de opinión social y política. Asimismo, ha impartido talleres literarios y conferencias, y se ha desempeñado como asesor de variadas publicaciones.