Nota del blog: Agradezco a Waldo González López, quien a partir de esta semana comienza a colaborar en el blog.
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Una triste noticia me llegó desde La Habana: falleció el pasado miércoles, a los 71 años, la notable intelectual Inés María Martiatu Terry (La Habana, 2 de febrero de 1942-4 de julio de 2013).
Sí, triste e inesperada noticia. Nos habíamos comunicado por e-mail varios meses atrás, para expresarle nuestra alegría por la buena nueva de la justa entrega de un apartamento. Tanto nos alegramos entonces, pues Lalita hasta ese momento había vivido en malas condiciones, a pesar de su prestigio como intelectual y su singular e importante producción literaria, en la creación (narrativa y ensayo), como en la investigación (la cultura afrocubana y su vínculo con la escena, las letras, la mujer y la sociedad).
Yo la había conocido en uno de los festivales escénicos que se realizan en algunas provincias cubanas (no recuerdo con exactitud si fue en Ciego de Ávila o en Camagüey). Nos presentaron y enseguida me cautivaron los que siempre fueron sus más peculiares rasgos: su humildad, su dulzura y «esa sonrisa imperecedera que no se me borrará nunca de la mente», tal bien define con exactitud el director del grupo teatral Las Estaciones, Rubén Darío Salazar en su artículo, un fragmento del cual anexo a continuación de esta crónica. Tal sencillez evidenciaba sus orígenes humildes: procedía de una familia obrera.
Creo que fue una amiga común quien nos acercó y, apenas dijo: «Waldo, te presento a
Lalita, quien, como tú, es crítica e investigadora», ya no hizo falta más nada, pues tales atributos y cualidades caracterológicas bastaron para ser, a partir de ese momento, para Mayra y para mí, nuestra querida
Lalita, diminutivo o mote de afecto por el que siempre sería identificada, con cariño, por sus genuinos
colegamigos.
Y tal fue nuestra amistad, que mi Mayra (Hernández Menéndez, destacada editora de Letras Cubanas), como laboraba en la Redacción de Teatro de esa editorial, se ocupó de la cuidada edición de varios de sus valiosos volúmenes, como, entre otros: Remolino en las aguas y otras obras, de Gerardo Fulleda León (selección y prólogo, 2004), El bello arte de ser. Antología de teatro de Tomás González (2005), Wanilere teatro, antología de teatro mitológico y ritual (2005) y Una pasión compartida: María Antonia (2004), dedicado a una exhaustiva antología de ensayos sobre la ya mítica pieza de tema afrocubano.
DESARROLLO INTELECTUAL
Lalita cursó estudios de Música en el Conservatorio Municipal de La Habana, hoy «Amadeo Roldán», y estudió bachillerato en el Instituto de La Habana, donde fue condiscípula de la fallecida cineasta Sara Gómez y de la poetisa y ensayista Nancy Morejón.
Ejerció el periodismo cultural en la revista Mella, de la Juventud Socialista, con la propia Sara y, luego, en la Asociación de Jóvenes Rebeldes, donde escribió para la sección «Espectáculos»: seis páginas con «Notas de cine», «Notas de Teatro», «De lo que se ve en TV», «Notas de Ballet» y «Puntillazos». Ambas tenían tan sólo 18 años. También colaboraron en las páginas culturales del periódico Hoy Domingo, del homónimo diario Hoy.
En 1960, fue alumna del Seminario de Etnología y Folklore, fundado por el desaparecido profesor, etnólogo y músico Argeliers León, donde tuvo de condiscípulos, entre otros, a los también etnólogos Rogelio Martínez Furé y Alberto Pedro Díaz (padre del destacado dramaturgo, actor y poeta Alberto Pedro Torriente, ambos ya fallecidos).
Licenciada en Historia, en la Escuela de Letras, de la Universidad de La Habana, más tarde pasó con Sara Gómez a la nómina del ICAIC, donde permaneció durante mucho tiempo. Con posterioridad trabajó en la Revista Revolución y Cultura.
Fue Asesora Teatral y fundadora del Grupo Teatro de Arte Popular, a cargo de los actores, dramaturgos y directores Tito Junco y Gerardo Fulleda León, y el dramaturgo, director y Premio Nacional de Teatro Eugenio Hernández Espinosa.
Asimismo, se desempeñó como Asesora de la Cátedra de Estudios Africanistas «Argeliers León», del Instituto Superior de Arte de La Habana, y fue asidua colaboradora de la Fundación «Fernando Ortiz». Integró el Consejo de Expertos del Consejo Nacional de Artes Escénicas y la Asociación Internacional de Críticos de Teatro.
Además de su permanente labor como crítica, prologuista y editora de libros, en los últimos años mantuvo una importante actividad en la promoción de los temas que la obsesionaban, a través de los blogs AfroCubanas y Teatro Afroamericano.
Destacada narradora y ensayista, participó en el Congreso de Mujeres Escritoras Caribeñas de Habla Hispana (Nueva York, 1998), así como en eventos, en algunos impartiendo conferencias, en Cuba y otros países.
Sus trabajos aparecieron en publicaciones especializadas, antologías y en Enciclopedias de Canadá, Estados Unidos, México, Venezuela, Colombia, Perú, Argentina, Guadalupe, Reino Unido, España, Alemania e Italia.
Publicó, además, los volúmenes:
El Caribe, teatro sagrado, teatro de dioses, (monográfico, en
El Público, Madrid, 1992);
Teatro de Eugenio Hernández (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1989) y
El rito como representación (Ensayos, Ediciones UNION, La Habana 2000).
PREMIOS
En 1984, obtuvo el Premio de Crítica de la Revista Tablas; en 1990, el Premio de Cuento «De tema femenino» otorgado por el Colegio de México y la Casa de las Américas; en 2002, la Beca Razón de Ser, instituida por la Fundación «Alejo Carpentier» para la investigación y la creación literarias.
Asimismo, en 2002 recibió la Distinción por la Cultura Nacional, conferida por el Ministerio de Cultura y el Consejo de Estado y, en 2012, fue finalista del Premio Casa de las Américas.
De igual modo, junto con sus numerosos ensayos y artículos sobre ritualidad, teatro y cultura popular, como sus prólogos y reseñas críticas a libros de y sobre teatro, publicó dos cuadernos de cuento: Over the waves and other Stories (bilingüe, Swan Isle Press, Chicago, 2008) y Algo bueno e interesante (Premio de Cuento Mexicano-Cubano De Tema Femenino, otorgado por el Colegio de México y Casa de las Américas, México, 1990 y Editorial Letras Cubanas, 1993).
Su última incursión en su más abordada temática, le mereció ser finalista del Concurso Casa de las Américas 2013, en la categoría «Premio extraordinario de estudios sobre la presencia negra en la América y el Caribe contemporáneos», por su ensayo donde reunió sus escritos sobre la ascendencia africana en Cuba, la situación del artista y la mujer negra, para lo que seleccionó algunos trabajos sobre Nancy Morejón, Georgina Herrera, Belkis Ayón, Rogelio Martínez Furé, Manuel Mendive, Eugenio Hernández Espinosa y Gerardo Fulleda León, así como la ritualidad en la cultura popular tradicional. Al fallecer, preparaba una novela y un libro de ensayos.
OTRAS DESPEDIDAS:
Sí, ha sido tal la sensación de pérdida entre otros no menos cercanos suyos, que algunos de estos colegamigos escribieron sentidas crónicas sobre la que, desde ya y durante mucho tiempo, será nuestra querida Lalita. Leamos al menos dos de esas sensibles despedidas.
En su «¡Hasta siempre, querida Lalita!», el laureado director general, artístico y actor del grupo teatral Las Estaciones, de Matanzas, Rubén Darío Salazar, escribió:
Hija de Ochún, con esa sonrisa imperecedera que no se me borrará nunca de la mente, no se dejó caer mientras pudo y nos siguió regalando ensayos, cuentos, análisis críticos y hermosos prólogos para antologías teatrales.
Ya no estará más para consultarla teóricamente por teléfono o pedirle un consejo de vida, saber el último cuento del mundillo cultural o, simplemente, oírla reír y conversar con su voz de mulata cubana, mezcla de fruta y tumbadora. Pienso en el dolor de sus familiares y amigos, de Eugenio Hernández, Gerardo Fulleda, René Fernández, dramaturgos que la inspiraron en su escritura reflexiva y aún siguen produciendo textos que Lalita no leerá. Pienso en Tomás González, un autor que ella nos ayudó a re-conocer. Los estudios teatrológicos cubanos pierden a una defensora y estudiosa del arte escénico ligado a las culturas africanas. Con ella aprendí a amar la leyenda de Okín, pájaro que no vive en jaula, escrita en forma de espectáculo unipersonal para mí por René Fernández. Me ayudó a sentirme orgulloso de mi estirpe mezclada, a saber de los títeres negros y mestizos de mi país.
Ojo de águila y mano de cierva, esta hija de la Virgen de la Caridad del Cobre nos ilumina desde el cielo empedrado de un julio caluroso y triste que la despide, para colocarla en un altar eterno, con 5 girasoles, miel, calabazas, una corona dorada, un abanico con plumas de pavorreal y una jícara llena de besos, abrazos y amor inmenso ¡Hasta siempre, querida Lalita!
En otra sensible despedida («Que tu espíritu me acompañe, Lalita», el destacado narrador, ensayista crítico cultural y curador laureado en importantes concursos, Alberto Abreu (Cárdenas, Matanzas), subraya, en su crónica —aparecida en www. afromodernidades.wordpress.com—:
Quienes tuvimos el privilegio de conocerla y emprender junto a ella innumerables aventuras y luchas intelectuales, podemos dar fe de su espíritu controvertible, más que controvertible: desafiante a todo orden, su cimarronaje cultural a veces rozaba el fundamentalismo, su sensibilidad como pensadora la llevaba a siempre estar al tanto de las últimas vueltas y revueltas teóricas en el plano de los estudios culturales, y subalternos, a acercarse a la producción de las raperas cubanas. También acompañó al nacimiento de este blog Afromodernidades.
Los más jóvenes que en los años noventa o un poco antes llegamos a esta lucha por el reconocimiento y representación de nuestra identidad racial, hallamos en las largas conversaciones telefónicas con ella, en los intercambios de correo, o en las visitas a su casa (donde siempre nos recibía junto a su laptop), el vínculo con un pedazo de nuestra memoria fracturada, con la lucha que emprendieron los negros y mulatos de su generación en los años sesenta. Nunca, que yo sepa, escribió sobre aquellos años, a pesar de mi insistencia. Dios mío, ¿cómo sobrevivir ahora a tanto olvido?
En mi vida he conocido a pocas personas como ella, dotadas de una memoria excepcional para reproducir los detalles más elementales de eventos transcurridos hace treinta, cuarenta o cincuenta años. Su memoria era casi fotográfica, no exenta de la fabulación, pero sabía contar estos hechos con una gracia y originalidad que pocas personas tienen. Como si en el acto de rememorar los reviviera, más que revivirlo, los re-componía sin traicionar su esencia para el presente. En el centro de estos actos memorísticos siempre estaba Cuba, sus vaivenes, los silencios y fracturas de su historia. Por eso se puede decir que amó a este país con la misma desesperación y vehemencia con que defendió a sus negras y negros. Su cubanía era visceral, porque no conocía otra forma de amar u odiar que no fuera esa. Ahí están sus escritos sobre nuestras tradiciones publicados por Prensa Latina, y de la mano de este amor a Cuba marchaba su amor a La Habana y a nuestra música, la cual evoca en muchos de sus cuentos.
Siempre he lamentado las pequeñas sabidurías que en cada muerte se nos va. Lalita, era hija de Oshún, con ella muchas veces solía conversar sobre estos temas y de espiritismo y sobre lo que hay más allá de la muerte. Tenía una manera muy peculiar de explicarse los diferentes eventos de su vida, el destino, incluso la historia a partir de estos supuestos, de este saber otro. Por eso, ahora que has pasado a mejor vida, que estás en proceso de convertirte en uno de esos grandes espíritus que los babalaos o los oriaté, antes de iniciar cualquier ceremonia, moyurban: voy a pedirle a Olofi y a Olordumare que te den mucha luz para que tu espíritu me acompañe.
Creo que este sencillo, pero sincero (multi)homenaje, evidencia el cariño y el respeto que sentimos por la inolvidable Inés María Martiatu o, mejor, ya para siempre, nuestra querida Lalita.
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Waldo González López. Poeta, ensayista, critico teatral y literario, periodista cultural. Publica en varias páginas: Sobre teatro, en
teatroenmiami.com, Sobre literatura, en
Palabra Abierta y sobre temas culturales, en
FotArTeatro, que lleva con la destacada fotógrafa puertorriqueña Zoraida V. Fonseca y, a partir de ahora, en
Gaspar, El Lugareño.