Foto/Flickr
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Querida familia y amigos,
“Mami,” como yo le decía, se llamaba Silvia Margarita Lubián-Muro, y nació el 25 de Octubre, 1917 – hace 98 años. ¡Tantos años!
Nación en la bella isla de Cuba, a la que se conoce por la belleza de sus playas, palmas, flores, y montañas. Su familia – los Lubián – fue una de las 18 familias que fundaron la ciudad de Santa Clara. Las 18 familias estaban viviendo en Remedios, un pueblo en la costa norte. Querían dejar detrás a los huracanes al lado del mar; los mosquitos que transmitían enfermedades; y los piratas que atacaban la costa de la isla. Así que de forma muy deliberada se fueron hacia adentro y fundaron a Santa Clara el 15 de Julio, 1689. ¡Así que por seguro sé que mi familia estaba en Cuba en 1689! ¡Hace tanto tiempo! En Cuba conmemoran este evento con las 18 columnas que por mucho tiempo han estado en frente de la Iglesia del Carmen, una por cada familia fundadora. Dos son de mi familia, tanto por parte de padre como de madre.
Sus padres fueron Silvio Lubián y Blanca Muro, y su hermano – que le llevaba 10 años – también era Silvio (Silvito). Con tantos Silvios y Silvias, mi abuelo la empezó a llamar “Margot” porque a él le encantaban los poemas de Juan de Dios Pesa, a menudo dedicados a su hija – “A mi Margot.” Por lo tanto, amigos que conocen a mi mamá de Santa Clara la conocen como Margot; los que la conocen de la Habana o los EE UU la conocen como Silvia.
Mi abuelo Silvio fue uno de varios hermanos que tenían un pequeño negocio haciendo mermeladas de frutas tropicales, que se llamaba Dulces Hermanos Lubián. Pero el negocio no duró y mi abuelo pasó a ser el representante de la Coca-Cola en Santa Clara. Mi abuela era ama de casa, madre, y esposa. Una mujer sumamente bonita y bondadosa (era muy clarita, con el pelo castaño claro y ojos azules, le pusieron Blanca Rosa – blanca como una rosa), ella también era muy religiosa y quería mucho a sus hijos y nietos. Con tantas Silvias y Silvios en la familia, yo me convertí en “Silvita.” De niña, mi abuela me cantaba para que me durmiera y me llamaba “Lulita.”
Mami nació y creció en la Calle Tristá. Así que se convirtió en “Margot Lubián de la Calle Tristá.” Ahí vivían mis abuelos en una casa típica de las provincias de Cuba – angosta pero larga, tipo “townhouse” nuestro, que tenía un pequeño vitral de muchos colores, como una media luna, arriba de la puerta de la entrada, un patio adentro en el centro que se mojaba todo cuando llovía. Ese patio era sumamente bueno para todas las matas que crecían en él, con abundancia, bajo el sol. Esos patios son parte de la herencia española de Latino América.
Siempre una excelente estudiante y una niña muy bonita, mami conoció a mi papá a los 12 años – ambos tenían la misma edad. Ambos estaban presente en una función de un mago en el Teatro de la Caridad en el centro de la ciudad – un pequeño teatro con asientos de terciopelo rojo decorado en oro, muy parecido al Michigan Theater nuestro aquí en Ann Arbor. Cuando un hipnotista pidió que alguien se prestara de voluntario para hipnotizarlo, mi papá, Alfredo Pedraza, con coraje se presentó. Cupido soltó su flecha y ella se enamoró de él. A pesar de las dificultades en el largo camino de 55 años de matrimonio, nunca lo dejó de querer. Una proeza.
Mami recibió su educación en las Escuelas Pías, una excelente escuela pública. Era una excelente estudiante, pero cuando llegó el momento de ir a la universidad, en aquel entonces no había universidad en Santa Clara. Así que mis abuelos se mudaron para la Habana, dejándolo todo detrás, para que ella pudiera estudiar. Se graduó de la Universidad de la Habana en las humanidades, en Filosofía y Letras.
Allí completó su tesis (como las tesis de Honor para nosotros) sobre el Club Revolucionario Juan Bruno Zayas, una organización de la resistencia clandestina que reunió a los patriotas que peleaban en la guerra por la independencia de Cuba de España en la provincia de Las Villas. Tenía acceso a mucho material en la familia porque del lado de ella su abuelo había luchado por la independencia. Eventualmente la ciudad de Santa Clara honró su esfuerzo nombrando una calle por él: Rafael Lubián. Aún tiene ese nombre.
Por el estilo, de parte de mi papá, muchos también lucharon por la independencia de España, como el Coronel Justiniano Pedraza, que crio a mi abuelo y lo ayudó a hacerse médico. Victoria Pedraza también jugó un papel importante, ya que cuando era muy joven bordó una de las primeras banderas que se erigieron en Cuba en la batalla por el General Máximo Gómez, uno de los líderes de la guerra por la independencia. Le mandó la bandera y el escudo con la ayuda de su prima Piedad Pedraza, que se atrevió a ponerse la bandera como una sayuela para llevársela a los rebeldes, pasando por la línea enemiga de los españoles. Victoria le escribió una carta al General contándole que como estaba muy de prisa cuando estaba trabajando en el escudo, le había bordado la llave (el símbolo que decía que Cuba era la llave del Golfo de México) al revés, pero que ella estaba segura de que él la sabría enderezar. Movido por su gesto, Máximo Gómez le contestó que él esperaba merecer su confianza.
Victoria Pedraza tenía un closet lleno de cartas y documentos sobre la guerra de la independencia. Cuando ya era mayor, le dio a mi mamá acceso a ese closet, para que ella pudiera buscar ahí lo que quisiera. El resultado fue el libro que escribió mi mamá sobre El Club Revolucionario Juan Bruno Zayas, que fue publicado por la Universidad Central de las Villas, en Santa Clara, en 1961, unos meses después que mis padres se fueron de Cuba por la revolución. El libro recibió una excelente reseña en The Hispanic American Historical Review (1966). En ella, el autor de la reseña señaló que a pesar de toda la investigación que se había hecho sobre la guerra de la independencia, “aún había un hiato con respecto al movimiento clandestino en Cuba que había sido llevado a cabo por las organizaciones que se llamaban clubs, que recogían y mandaban a las fuerzas en los campos dinero, comida, medicina, y (especialmente) información estratégica.” El autor continuaba, subrayando que una de las organizaciones más efectivas había sido la de Santa Clara, la historia de la cual había sido escrita por Silvia Lubián, que nos había dado “una pintura detallada de las organizaciones clandestinas durante el último esfuerzo por la independencia.” Yo bien recuerdo que cuando yo era chiquita mi mamá siempre estaba trabajando en este libro, con las cartas, fotos, y documentos que ella había heredado de ambas partes de mi familia. ¡Como Ustedes saben, muchos años después yo también escribí un libro que tenía que ver con la historia de Cuba: la revolución y el éxodo!
Cuando su familia se mudó para la Habana, mi papá fue a los EE UU para estudiar, como era a menudo la costumbre en las familias de clase media entonces (para los varones, es decir – las niñas las mantenían muy cerca de la casa). Mi papá estudió en Peddy High School, en New Jersey, y entonces en M.I.T., Massachusetts, de dónde se graduó como ingeniero químico. Volvió a para casarse con mi mamá y empezó a trabajar con la compañía B. F. Goodrich (mayormente en Ventas, ya que habían pocas oportunidades para un ingeniero químico en Cuba entonces). Aunque volvió a la Habana, dejó parte de su corazón en Boston. Adoraba a M.I.T., le encantaba el “brunch” americano (pancakes, maple syrup, y bacon), y el pavo de Thanksgiving. Esto todo fue parte de nuestra niñez en la Habana. Cuando yo tenía nueve y mi hermana Alicia tenía siete, ambas fuimos por primera vez a los EE UU y tuvimos parte en el primer peregrinaje de varios a Boston a través de los años. ¡Siempre la casa estaba llena de parafernalia de M. I. T.: la sombrilla, el “blazer,” los vasos de whisky, de cuánto hay!
Después del matrimonio de mis padres en la Iglesia del Buen Viaje en Santa Clara, mi mamá empezó a enseñar en el Instituto de la Víbora en la Habana, excelente escuela que preparaba a los estudiantes para la universidad. También aprendió a manejar y manejaba lo que los cubanos llamaban un “fotingo” (mi PT Cruiser tiene tipo de “fotingo”). Pocas mujeres manejaban entonces, pero mi mamá sí manejaba (aunque muy despacio). De hecho, cuando estaba en estado conmigo estaba enseñando en el colegio de Güines, en las afueras de la Habana. ¡Para llegar allá, tenía que levantarse a las 4 AM de la madrugada y manejar con una linterna! También fue miembro y secretaria del Liceo de la Habana, la primera organización creada para mujeres de clase media – por mujeres y para mujeres, para darles apoyo. De niña recuerdo tomar clases de ballet en el Liceo e ir a su biblioteca por libros, que leía con gusto.
A mi mamá le encantaba la enseñanza: primero en Cuba; después en Bogotá, Colombia; entonces en Akron, Ohio; y por último en Miami-Hialeah, Florida. Mis padres se mudaron a Bogotá poco después de que dejaron a Cuba, cuando a mi papá lo transfirieron allá para trabajar con Icollantas (Industria Colombiana de la Llanta) – también B. F. Goodrich. A mi mamá le encantó enseñar en el American School de Bogotá, el Colegio Nueva Granada, de donde mi hermana Alicia se graduó. Su director, James Baker, había sido el director del Ruston Academy en la Habana.
Jim Baker además fue una de las dos figuras principales (junto con Monseñor Bryan Walsh) que organizaron la Operación Pedro Pan que trajo a más de 14,000 niños cubanos solos a los EE UU de 1960-62. En Bogotá, el Colegio Nueva Granada quedaba muy cerca de nuestro apartamento, en la cima de las montañas con la bella vista de la ciudad rodeada por los Andes. Los maestros eran excelentes; así como los estudiantes.
A mami le encantaba la enseñanza (¡como a mí!) y era una excelente maestra. Cuando yo estaba limpiando los papeles de mis padres en su apartamento de Miami (¡qué trabajo!), encontré todas las evaluaciones que sus estudiantes le habían dado por muchos años. Y las guardé – en “storage.” Después que la observaban marcaban la evaluación diciendo que siempre estaba bien preparada, presentaba el material con claridad, escuchaba atentamente las preguntas de sus estudiantes, trabajaba duro para hacer el material interesante, y por el estilo.
Entonces venían los comentarios escritos, que invariablemente decían algo así como: “Esta señora tan bonita es un verdadero modelo de la buena enseñanza. Sobresale en su profesión, y es muy apreciada por sus estudiantes.” Yo además recuerdo todos los regalos que sus estudiantes le traían al final del curso (una costumbre en Latino América). Su último trabajo fue en Hialeah Junior High, por 25 años. ¡Una edad tan difícil de enseñar! Se retiró a los 70 no porque quería retirarse (no lo quería) sino porque mi papá insistió, ya que él quería viajar más.
A mis padres ambos les encantaba viajar – y por lo general se llevaban mejor y peleaban menos cuando estaban viajando. Viajaron a muchos países en Europa y Asia, así como Latino América. Sobretodo disfrutaban de viajar a España y dentro de los EE UU, a los parques nacionales en los estados del Oeste. Sobretodo recuerdo el viaje a España, Francia, Italia, Austria, y Alemania que los cuatro hicimos juntos en el verano de mi primer año estudiando en la Universidad de Michigan – una excelente edad para viajar y aprender a apreciar otras historias, otras culturas. Dejó una marca en mí, una apreciación de otras historias y culturas.
Recuerdo también el viaje que dimos a España hacia el fin de la vida de mi papá, cuando ya estaba bastante enfermo, así como los viajes que dimos desde Ann Arbor al lindo pueblo de Stratford, en Canada, a ver obras de teatro y musicales. Aunque él era un hombre de negocios, a mi papá le encantaban las artes y pintaba sumamente bien – en el estilo del impresionismo. Recuerdo una vez que estábamos en el teatro en Stratford, mirando a “Madame Butterfly,” que él insistía, “Silvia, mira qué bonita es la producción: los colores, la actuación, y la música.”
Mami vivió con mi papá en Miami desde los 1970s en adelante – cuando lo transfirieron a los
EE UU primero a Ohio y entonces a Miami (Cuando llegó a Miami dijo, “Ahora que estoy aquí, de aquí no me muevo más”). Allí vivieron, primero en Coral Gables, en Sunset Road, y después en Brickell Bay Drive, hasta que murió en 1997. Como era pintor de Domingo, como él mismo se describía, le encantaba la vista del mar y la ciudad desde el balcón, como le había gustado la vista de los Andes antes.
Después de haber empezado una nueva vida cuando dejó a Cuba a la edad de 43, empezó una nueva carrera a los 58. Empezó a trabajar en el negocio de embarques, primero con Coordinated Caribbean Transport y después para Isaías, una familia judía envuelta en el embarque y comercio del Ecuador a los EE UU. Le encantaba el negocio de mover mercancía, el comercio, de un país a otro. Yo sé que cuando yo voy manejando a Chicago siempre le pongo atención a los camiones, fijándome en cómo mueven el comercio de un estado para otro, en esta parte del país.
“Papi” murió a los 79, después de haber vivido una vida muy llena. Aunque yo insistí que mi mamá viniera a vivir conmigo en Ann Arbor, por 12 años mami rehusó porque no quería dejar a Miami, donde había vivido con mi papá. Después de una mala caída, se dio cuenta de que ya ella no podía seguir sola, y vino a Ann Arbor muy tarde en su vida. Acabábamos de celebrar su 90 cumpleaños en Miami, rodeada de toda la familia extendida y nuestros amigos cercanos. En Ann Arbor celebramos sus 95 y, hace muy poco, sus 98, rodeadas de nuestros amigos cercanos aquí.
Aunque Ann Arbor no conoció sus mejores años, ella logró apreciarlo y disfrutarlo, en gran parte gracias a la amistad y ayuda que tantos de Uds. en Michigan nos dieron. Vivió en mi casa por cinco años, y después fue a vivir a “Birchwood” assisted living por dos años y medio, donde se ocuparon de ella muy bien. En total, yo me ocupé de ella por 18 años después de la muerte de mi papá. Éramos madre e hija; éramos nuestra mejor amiga. Es una enorme pérdida, sin duda. Pero estoy contenta de haberla tenido como el modelo que me inspiró a ser profesora de la universidad, a que me importara la vida intelectual, a escribir libros, y a querer a mis estudiantes. ¡Le encantaba compartir la graduación conmigo en Michigan! Era una persona muy determinada y nunca dejó que los reveses de la vida la detuvieran, sino que siempre siguió hacia adelante. Yo doy gracias por su vida, así como por el cariño y la amistad de Uds.