I: Los años del espíritu
En aquellos buenos y malos tiempos todos éramos jóvenes y hermosos—o así nos lo creíamos con el desparpajo tronante de los veinte años. Comenzaban los duros noventa y la gente buscaba un escape por donde pudiera: el sexo, el mar, las drogas o el esoterismo. Yo estaba entre los que se daban a la fuga usando métodos espirituales.
Para entonces el estigma de asistir a la iglesia, la que fuese, estaba, si no desapareciendo, al menos suavizándose. Pero en mi caso, aquella no era la primera vez que me acercaba a la religión. Había participado a finales de los ochenta en el grupo de jóvenes del Sagrado Corazón de Reina, que dirigía la oblata Lourdes López Chávez, y más tarde en el de los mayores, coordinado por el Padre Juan de Dios Hernández, quien ahora es obispo auxiliar de La Habana, y luego el español Fenol, ambos jesuitas. Me pasaba los fines de semana en el convento de las Religiosas de María Inmaculada en El Cerro y asistía a todas las convivencias que podía porque alguna vez pensé que tenía vocación de monja.
Fue Lourdes quien me invitó a un cursillo que daba el Padre Marciano García; en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, en Infanta. El curso se trataba, si no me falla la memoria, del modelo de Padre-Adulto-Niño y el análisis transaccional. Todavía no me explico cómo llegó aquella carga de psicología moderna a La Habana de la mano de los frailes carmelitas, pero así fue y un grupo numeroso asistía a las charlas los jueves por la noche. Allí conocí a Mercedes Soca, otra amiga queridísima que luego fundaría el primer grupo cuáquero silente de La Habana, del que formé parte también.
Mi inmersión en aquel cursillo del Carmen me abrió la puerta a un mundo que ignoraba hasta entonces: el de los numerosos grupos de enfoque espiritual que habían surgido por aquellos años o que comenzaban, tímidamente, a darse a conocer. Entre ellos estaban los seguidores de San Germán y la Llama Violeta. Se reunían en el apartamento de Eloy, en Espada, a dos cuadras de donde yo vivía, y llegué a conocerlos bastante bien. Años más tarde dos de sus miembros, Eloy y Ciro, se suicidarían en las montañas del Escambray –un incidente que nunca se llegó a aclarar del todo.
Estaban también los rosacruces, con sus maestros, monitores, fratres y sorores, que se reunían en el pronao de La Habana y entre los que había personajes alucinantes como el doctor Ovidio, que trabajaba en el policlínico Van Troy y aseguraba que visitaba a sus pacientes astralmente; una muchacha encantadora del Instituto de Literatura y Lingüística que leía en sánscrito y la Monitora Marieta, más conocida como “Madame Mariette.”
Eduardo Pimentel, que ahora es famoso, impartía clases de yoga en el Hospital de Emergencias y había varios grupos de distintas modalidades de esta disciplina. La Autobiografía de un Yogui circulaba entre los iniciados y los que aspiraban a serlo y me parece recordar que había un centro oficial de yoga en El Vedado.
Chala, el teósofo, tenía un montón de seguidores jóvenes con los que se reunía cada semana en su casa o en la Sociedad Teosófica para estudiar los libros de Helena Blavatsky. Asistí una vez a una de sus seances en una azotea de la Habana Vieja, en la que se fue muy apropiadamente la luz, y nos quedamos a solas en la oscuridad con los espíritus presentes.
Los grupos espiritistas pululaban también pero no tenían el atractivo de aquellos que venían “de afuera” como los Ananda Marga, con sus dadas y didis españoles que organizaban festines de arroz frito en un apartamento de Miramar. Esta asociación sería más tarde expulsada oficialmente del país, nunca llegué a saber por qué.
Había un señor ya mayor, del que no recuerdo el nombre, que se decía representante en Cuba de Sai Baba. Una vez lo visité con una amiga, y para saludarnos, el buen señor nos palmeó la cabeza. Mi socia se molestó mucho porque no le gustaba que le manosearan el chakra craneal. ¡Ahora pienso que fue una suerte que no nos palmeara otra cosa!
Y tantos, tantos más…
Se trataba, en fin, de una amalgama, un abanico variopinto de espiritualidad que marcó mis últimos años en La Habana. Fue en estas aguas esotéricas donde conocí a Vladimir y a Elena, que me llevarían de la mano a la Clarividente de Camagüey. (Ver segunda parte)
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Teresa Dovalpage:
I was born in Havana, Cuba, and left the island in 1996.
I’ve been writing since I was a teenager. My first published novel, A Girl like Che Guevara (Soho Press, 2004), was written in English, a language that I didn’t start speaking daily until I was thirty years old. I hope this inspires my second-language students to never give up! (I am currently the ESL and Spanish professor at New Mexico Junior College.) I have a Ph.D. in Latin American literature from the University of New Mexico and have been an educator for over thirty years.
My other novels are Posesas de La Habana (Haunted ladies of Havana, PurePlay Press, 2004), Muerte de un murciano en La Habana (Death of a Murcian in Havana, Anagrama, 2006, which was a runner-up for the Herralde Award in Spain, El difunto Fidel (The late Fidel, Renacimiento, 2011, that won the Rincon de la Victoria Award in Spain in 2009), Habanera, A Portrait of a Cuban Family (Floricanto Press, 2010), La Regenta en La Habana ( Edebe, Spain, 2012), Orfeo en el Caribe (Atmósfera Literaria, 2013) and El retorno de la expatriada (The return of the expat, Egales, Spain, 2014). I also wrote three collections of short stories: ¡Por culpa de Candela! (Floricanto Press, 2009), Llevarás Luto por Franco (Atmósfera Literaria, 2012), and The Astral Plane: Stories of Cuba, the Southwest and Beyond (University of New Orleans Press, 2012). My novellas Las Muertas de la West Mesa (The West Mesa Murders, based on a real event) and Death by Smartphone were published in serialized format by Taos News.
In 2016 I tried my hand at mysteries. Death Comes in through the Kitchen (Soho Crime, 2018) features Padrino, a santero-detective. The best thing about writing this novel was coming up with the recipes—it includes real, true-and-tried Cuban recipes like caldosa, tocinillo, drunken salad, lobster enchilada and more. I made all of them before including them in the book! The problem was that I gained nine pounds in the process. I am back on the South Beach Diet to get rid of them.
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