Nota: Agradezco al amigo Manny López, que comparta con los lectores del blog, una selección de textos incluidos en su entrega más reciente, Los días de Ellwood (Nueva York Poetry Press, 2018).
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al detenerse frente a los sangrientos tapices
en el preciso momento
que buscaba al culpable de semejante masacre.
Miró a su alrededor.
Se oyó el grito que emanaban
los textiles
goteando un rojo desteñido.
Celebraron con algarabía.
Turistas insensibles
ciegos ante el suplicio.
Vuelve el roce que ahora distingue:
esplendorosa crin del unicornio
antes de sucumbir.
Quiere flotar como el Hudson
igual a los restos de los cerezos
desplomándose en la orilla
o la basura que desechan
hombres de otras islas
que después de festejar
atropellan el verdor recibido.
Oh divinas aguas déjenlo flotar
aunque sean demasiado heladas
y estén pobladas de sueños
por visitantes
que han venido buscando un respiro
de la aniquilante nostalgia del trópico.
Evita aceras atestadas de sillas plegables
y jugadores de dominó empedernidos.
Va en busca de un jardín
y al encuentro del cardenal que pertenece a la poeta.
Árboles que todavía no logra llamar
por sus nombres
escuchan sus conversaciones.
Las ramas se convierten en coristas
de piernas largas
y uniformes añil
cantando al unísono.
Un segundo sin ruido de bocinas
se convierte en monje
predica con sus versos
salpicando al exhibicionismo
que atolondra.
Asesinan con la destreza
de un respiro.
Son una plaga incapaz
de detenerse a recoger el papel extraviado
o la cerveza
que alguien dejó de florero en un banco.
Aplastan las florecillas silvestres
porque no saben sus nombres.
Gritan igual al pájaro
cuando el niño le lanza un flechazo.
Se han convertido en plaga infernal.
Expertos asesinos en serie.
Ha intentado ser trapecista en más de una ocasión.
Ha sentido la mano invisible
prohibiéndole lanzarse.
Le seduce el brillo de los rieles
y la basura que la gente va desechando.
Se detiene a unos pasos
al filo de la plataforma.
Extiende el cuello como garza
olfateando lejanías.
Ha querido ser brisa y saltar al vacío
sentir el paso del tren que se aproxima
acariciándolo.
Y si una noche de otoño
durmiera en el banco del vagabundo.
Y si le robara su manta de estrellas
usurpando
su puesto de vigilante.
Le cambiaría su lado de la cama
que no suena
las sábanas blancas
y los ronquidos de su amante
por ese banco incómodo suyo
con vistas a los Claustros.
Todos los días se alzan altares por el barrio
velas blancas
coronas de flores
dulces para la difunta.
Un gran cartel con su foto de quince
con la sonrisa que había desaparecido.
Nadie habla
de las palizas recibidas en la madrugada
de sus gritos
del ruido almacenado.
Sacan sus muebles a la acera.
Para hacerle culto a la muerta
se emborrachan.
Tantos altares en las calles
y nadie se detiene a salvar
un perro.
Foto/Marisa Russo
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Manuel Adrián López camina por la poesía atajando las imágenes que deben surgir desde el urbanismo ansioso y vertiginoso de la ciudad de Nueva York. La gran metrópoli, como un personaje que conmueve y contraría a la voz poética. Y junto con ella, una segunda persona que pasa revista por todos los poemas de este libro y que se ve aligerada en la sensibilidad ahíta de dolor y búsqueda.
La fuerza urbana de López y de su interlocutor -su actuante poético- asumen una empresa poética de la que no hay forma de dudar de su calidad lírica y con la que se dignifica la voz, cada vez más firme y potente, de este poeta.
Sin que este libro pretenda ser un diario, Los días de Ellwood son las razones que conllevan a su autor a despojarse de todas las máscaras, a darle a la ciudad y a su cosmopolitismo una fuerza líquida y desnuda que atraviesa cualquier significado desde sus más espléndidos significantes.
En este libro se demuestra que la experiencia puede ser una forma de presentar la universalidad sin derecho a que un poema se pertenezca solamente a su autor. Los lectores somos los que caminamos por los días de este poemario con toda la fuerza, la brutalidad y la aceptación del dolor. O como diría el cantautor catalán Joan Manuel Serrat: “Nunca es triste la verdad/ lo que no tiene es remedio”.(Palabras de Contraportada por Xavier Oquendo Troncoso)
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Manuel Adrián López nació en Morón, Cuba (1969). Poeta y narrador. Su obra ha sido publicada en varias revistas literarias de España, Estados Unidos y Latinoamérica. Tiene publicado los libros: Yo, el arquero aquel (Poesía. Editorial Velámenes, 2011), Room at the Top (Cuentos en inglés. Eriginal Books, 2013), Los poetas nunca pecan demasiado (Poesía. Editorial Betania, 2013. Medalla de Oro en los Florida Book Awards 2013), El barro se subleva (Cuentos. Ediciones Baquiana, 2014), Temporada para suicidios (Cuentos. Eriginal Books, 2015), Muestrario de un vidente (Poesía. Proyecto Editorial La Chifurnia, 2016), Fragmentos de un deceso/El revés en el espejo, libro en conjunto con el poeta ecuatoriano David Sánchez Santillán para la colección Dos Alas (El Ángel Editor, 2017), El arte de perder/The Art of Losing (Poesía Bilingüe, Eriginal Books, 2017) y El hombre incompleto (Poesía, Dos Orillas, 2017).
Su poesía aparece en las antologías: La luna en verso (Ediciones El Torno Gráfico, 2013) y Todo Parecía. Poesía cubana contemporánea de temas Gay y Lésbicos (Ediciones La Mirada, 2015), Voces de América Latina Volumen II (Media Isla Ediciones, 2016), NO RESIGNACIÓN. Poetas del mundo por la no violencia contra la mujer (Ayuntamiento de Salamanca, 2016) y Antología Paralelo Cero (El Ángel Editor, 2017).