Nota del blog: Agradezco a Yovana Martínez, de Cuban Artists Around the World, INC. (http://www.cubanartistsaroundworld.com) y a Ernesto González, que compartan con los lectores este capítulo de la novela.
La presentación en Miami será el jueves 20 de septiembre a las 7:30 pm, en la librería Altamira (219 Miracle Mile, Coral Gables).
I’m a loser
Ingresé en la facultad de Filología a estudiar Estudios Cubanos y tú en Matemáticas, Javy, y durante ese año inicial de una carrera difícil, tus notas encanecieron a unos cuantos. Y eres nombrado alumno ayudante y ofreces unos repasos que ganan la admiración del claustro, y uno de los profesores trata de motivarte para la docencia: «No hay contradicción en que quieras investigar y enseñes, a los profesores nos dan tiempo para investigar y estamos obligados a escoger un tema cada dos o tres cursos».
Dedicas el día a estudiar, sales poco y nos vemos los sábados. Y Monchi, tu nuevo amor, te visita de madrugada, y tu madre y tu padrastro lo conocen y le toman afecto. «Emilito, mi hijo es otra persona, estoy fría, Monchi ha cambiado a mi hijo por completo, todavía no lo puedo creer». En la universidad se ven obligados a darte el viaje de estímulo a Varadero y me invitaste porque a Monchi lo habían llamado para el servicio militar. Ese viaje fue la gota que desbordó el tibor de los resentimientos, y alguien fue a verificarte a tu cuadra porque cómo era eso de que un maricón fuera más destacado que el mejor afiliado a la Juventud Comunista del aula, y rebotó el escándalo de los seis maricones y bugarrones que habías metido una madrugada en tu casa, «y de un trigueñito que está metiendo, el muchacho se escapa de la unidad militar y viene a ver a Javier, le hemos informado el caso a un capitán que vive en la cuadra, él va a encargarse del seguimiento requerido por estos problemas». Y el dirigente de la Federación de Estudiantes de la facultad te cita y te echa en cara tu moral incompatible con la de un estudiante revolucionario, deudor perenne de la Revolución, y te sugiere un cambio de carrera.
Te me apareciste a casa llorando, porque no existía nadie a quien recurrir entre cielo y tierra como no fueran tu madre y tus amigos, quienes no podíamos hacer nada por ti, «qué ganas tengo de irme de este país de mierda, Emilito, qué ganas de meterme en una embajada, de irme en una balsa, qué ganas de morirme, Emilito». Te iban a acusar de homosexual usando la temida figura jurídica de convicción visual, y previamente realizarían un escrutinio de tu infancia, de tus actitudes como becado de la Revolución y en el preuniversitario, de tu vida en la cuadra, y le preguntarían a los vecinos y a la negra y al negro cheo que no te resiste, y al analfabeto responsable de vigilancia, y al pipirigallo, y así reunirían los elementos necesarios para la innecesaria convicción visual de tu mariconería. Duermes mal, y ni te excita estar junto a Monchi, y la alergia te agarra un mes completo. Y Zoila: «No puedes ir a la universidad de esa manera, mi hijo». Y tú: «¿Quién dice que no?». Y la mayoría de tus compañeros ni te habla (están cagados de miedo, yo los entiendo, hubiera hecho igual), «qué mal me siento, Emilito, esto me tiene al borde de cortarme las venas». «Mi hijo, no puedes ir a la escuela en ese estado», repetía Zoila. «¿Quién dice?», respondías desde la puerta de tu casa.
Hiciste una crisis de depresión y alergia conjuntas, tres días estornudando y con asma, te subió la presión y el médico te certificó reposo. Y te le escapabas a tu madre para asistir a las clases difíciles, y te presentas a los exámenes y obtienes unos cincos que estremecen el tibor de los resentimientos y encanecen a los de tres y cuatro. Y el dirigente de la Federación de Estudiantes te llama a un rincón: «¿No te has buscado el traslado de la facultad, Javier?». «¿Quién dice?, ¡ni lo pienso!». «No digas que no te lo advertimos y no te tratamos de ayudar, a fin de curso vienen las Asambleas de Reafirmación Revolucionaria y tu caso se va a analizar en colectivo. Piénsalo bien y busca traslado, te lo aconsejo de buena fe». Y tú, siempre y cada vez más alto: «¿Quién dice?».
Esa noche te subió la presión a no sé cuánto y hubo que ingresarte en el hospital, porque te bajaba y de pronto te subía, y estornudabas y tenías asma y la presión máxima se te juntaba con la mínima, o se disparaban en direcciones opuestas y pensamos que te nos morías. Tuviste que darte por vencido, Javy, no te quedó remedio. Se salieron con la suya. Eras demasiado brillante y demasiado maricón a la vez. Te trasladaste para la facultad de Economía. Habías optado por la comodidad: una carrera fácil para ti, podías convalidar asignaturas y disponer de tiempo libre. Y retornaste a las casas de tía, te pasabas el día en la Playita de 16 y no querías coser ni pelar a nadie. Se habían salido con la suya.
Y te habías sentado con Monchi en Malecón, la segunda noche de carnavales (no estábamos haciendo nada, Emilito, de verdad, si no, te lo contaba), y vino la policía a recogerlos. Y tú: «¿Usted me quiere explicar por qué me quiere llevar preso?». «En la estación te enteras, dale, ¡sube!». «No me empuje, ¿por qué me empuja?». «¡Qué subas, cojones!», «¡Qué no me da la gana, coño!». Y parece que por lo que habías acumulado (o te habían acumulado), te dio uno de esos ataques de machanguería y te viraste repartiendo golpes, y cuatro policías te doblegaron en el piso, y pudiste con la fuerza de los tipos y te incorporaste gritando: «¡Fascistas, ustedes son unos fascistas, fascistas, fascistas!». Entonces te patearon, los policías te patearon con furia, y caíste en una oscuridad sin resquicios y te llevaron como querían.
Tu conciencia y tu vista nubladas por la pateadura y la sangre, y te sientes mucho menos que un animal o vegetal, y el piso frío, y hay voces lejanas y quejas. Estás en un sótano de la Seguridad, adonde te llevó la inseguridad de los guardias del orden que calificaste de fascistas. No sabes si han transcurrido horas o semanas, y por cada plato de sopa aguada introducido bajo la puerta deduces la muerte de veinticuatro horas, te palpas la humedad del cuerpo, ¿es sudor o sangre?, y te hueles los dedos y saboreas un líquido salado en la cabeza, los ojos y los pies. Continúas tirado en el cemento frío y acude el asma, la coriza y el sentimiento de ser menos que un vegetal. Orinas y defecas en un hueco que has intuido en una esquina de la celda, sin papel ni agua para limpiarte, y te debilita la diarrea, te deja embadurnado de heces, apestando a muerto, a muerte, y te vienen esas viejas ganas de ser polvo, aire, nada. Afuera es julio, adentro hiela y tiemblas, y te colocas en posición fetal encima del cemento congelado, y sientes alivio, estás de nuevo guarecido por el vientre de Zoila, y te duermes.
Los gritos: «Fascistas, ¿no?, ¿estás oyendo a este maricón de mierda?, ¿estás oyendo lo que se ha atrevido a repetir?». Un golpe te tira al piso, siguen las patadas, decenas de ellas, y cientos de gritos: «fascistas, ¿no? Firma esto si quieres que te soltemos. Fírmalo, tu madre lleva horas esperándote». Y un juicio (¿cómo usted lo niega, si este documento está firmado por usted?), una multa por desacato y la prohibición de ir a tomarte un helado a Coppelia y caminar por La Rampa. Y «Emilito, no puedo seguir en esta isla de mierda, Emilito no aguanto esto, Emilito, me voy en lo que sea», y me arrastrabas a la iglesia de Regla, donde le pedías a la Virgen que te sacara de Cuba, y llorabas desmadejado frente al altar. Nunca te había visto implorando, y pusiste tanto de ti y activaste tanto tu fe, o era que tenía que ser, que al fin se cumplió el deseo que te impusieron, y lograste salir de Cuba como asilado de la embajada del Perú.
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Sobre el libro:
Título: MariQuita
Autor: Ernesto González
Catálogo Erótika, CAAW Ediciones, 2017
Segunda edición revisada
192 páginas. Tapa blanda
ISBN 978-1946762054
Novela finalista del Concurso Novedades-Diana. México, 1993
«Escribí esta novela a finales de los años ochenta, para recoger una etapa oscura de la historia de mi país que, paradójicamente, tuvo un imborrable encanto. Mis ideas no son las de entonces. El contacto con otras realidades tiene el poder de transformarnos, si no nos empeñamos en levantar un muro entre nosotros con nuestras ideas fosilizadas, y el mundo tal como es. Estos personajes hablarían hoy de forma diferente. Dos de los amigos que inspiraron estas historias murieron de sida en Estados Unidos. Con uno de ellos me reencontré en 1994. Había mantenido su nobleza, si bien su inteligencia sorprendente, casi renacentista, había desaparecido. Murió en un club gay de Fort Lauderdale, víctima de una sobredosis de drogas». (Ernesto González)
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Ernesto González (Cuba), Licenciado en Información Científica y autor de varias novelas como Bajo las olas, Todas las ausencias y Memorias de una bodega habanera. Ha publicado poemas, cuentos y artículos en varios medios de comunicación digitales, principalmente del área de Chicago. Fue profesor de español en la East-West University y en la academia Cultural Exchange, y asesor de la prueba de eficiencia de español creada por Riverside Publishing. Trabajó durante trece años como traductor y editor en el periódico en español Hoy, del Chicago Tribune. Sus libros están disponibles en Amazon y en lulu.com. Reside en los Estados Unidos.