Friday, January 29, 2021

Camagüey (by Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño)



Nuestro Camagüey está situado en el centro de la isla de Cuba; su suelo es fértil; su clima el más benigno y delicioso de la Isla, pues no se experimentan los ardientes calores de Santiago de Cuba, ni los fríos nortes de la Habana. La ciudad-capital tiene por el norte, a diecisiete leguas, el surgidero de Santa Cruz. Conviene que se sepa que todavía no se ha experimentado un solo caso de vómito negro, tan común en casi todas las costas de la América tropical. Los extranjeros y aun las guarniciones militares, que no son nada prudentes en sus alimentos y costumbres, no han sufrido jamás esta enfermedad, y nosotros, los de tierra adentro, ni aun la conocemos.

La espaciosa bahía de Nuevitas está situada en la embocadura del Canal de Bahamas, de manera que los buques de travesía entran en ese puerto sin peligro alguno. Desde Europa y los Estados Unidos vienen a reconocer la Punta de Maternillo, y desde allí al oeste o Cabo de San Antonio corren todos los peligros del Canal y Banco de Bahamas. No puede ser más ventajosa la situación de esta bahía...

En cuanto a los terrenos de la jurisdicción, baste decir que en ellos se da la caña, el café, el cacao, arroz, maíz, tabaco, algodón, etc. Diré más, que aun aquellos terrenos que se consideran aquí como inferiores para algunos de estos frutos, son muy superiores a los de otros países que también los producen. Nueva Orleáns, por ejemplo, no puede producir tanta y tan buena azúcar como los terrenos inferiores que se encuentran entre el Camagüey y sus costas. La Virginia, que produce tabaco, no puede competir con el nuestro de Saramaguacán, Concepción y otras vegas. Y cuenta que el estado de progreso en que se encuentran allá las artes, la maquinaria y los sistemas de cultivo son una ventaja de la mayor consideración; pero la naturaleza ha sido con el Camagüey más pródiga en sus beneficios.

Mas no es ésta la sola ventaja. Nuestra provincia es mejor que las otras dos para la crianza pecuaria. En efecto, bañada por infinidad de riachuelos, o teniendo manantiales tan cerca de la superficie que será muy contado el pozo que pase de veinte a treinta varas, no estamos sujetos a los estragos de la seca; o sólo lo están aquellas haciendas en que la desidia y laceria de los amos se niegan al sacrificio de unos pocos pesos que les ahorrarían pérdidas graves. Nuestros potreros son un testimonio de esta verdad. Ni se crea que hay terrenos tan malos, que no sean buenos para potreros. En todas partes se da la caña, la yerba de guinea, el millo y otros pastos que pueden sustentar de veinticinco a treinta animales por caballería, sin necesidad de abono, bastando la sola operación del arado. (Fragmento de la "Escena Cotidiana" # 18)

Thursday, January 28, 2021

"Los Duendes" de Camagüey (por Janisset Rivero)

por Janisset Rivero
para el blog Gaspar, El Lugareño


"Los Duendes". Año 1967. 
De izquierda a derecha: Sergio García Cardalda “Pupy”, Alfredo Martínez, 
Jaime Rivero y Rebeca Atienza.
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Tengo la límpida memoria de una noche en la playa Santa Lucía a fines de los años setenta. Recuerdo la oscuridad de la arena, levemente plateada por el resplandor de la luna, las estrellas adornando el cielo de mi querida tierra, las guitarras y las voces de mis padres y de un grupo de hippies que vivían a la interperie, pero que siempre encontrábamos en nuestros viajes a la playa con el grupo musical "Los Duendes".

"Los César": de derecha a izquierda: Julio César Fonseca Benemelis,
 Jaime Rivero Benemelis, Alfredo Martínez, 
persona no identificada
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Mi padre, Jaime Rivero Benemelis, heredero de una larga tradición musical, había fundado el grupo a fines de 1967 después que el cuarteto "Los César" se había desintegrado. "Los César" fue la creación de mi tío mayor, el compositor y bajista Julio César Fonseca Benemelis. Era un cuarteto de jazz del cual mi padre fue guitarrista, y mi madre, muy jovencita, de vez en cuando sustituyó a otros pianistas y acordionistas.

1967. De derecha a izquierda: Alfredo Martínez,
 Jaime Rivero, Rebeca Atienza y Sergio García.
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Inicialmente "Los Duendes" fue también un cuarteto formado por Alfredo Martínez en la batería y voz, Sergio García Cardalda “Pupy” en la guitarra prima, mi madre Rebeca Atienza en el teclado, y mi padre en la guitarra bajo. Para ponerle el nombre siguieron un proceso muy democrático: cada uno escribió en un papel el nombre que quería y los doblaron y pusieron en un sombrero. El papel seleccionado al azar fue el de Alfredo Martínez: "Los Duendes". 

Y aquellos nuevos duendes, lograron a través de gestiones y amistades que aceptaran en el Ministerio de Cultura el nuevo grupo musical y comenzaron su camino en la ciudad de los tinajones. De aquel grupo original sobreviven Pupy y mi madre, a los que he bombardeado con preguntas en los últimos días.

De esa época recuerdan un repertorio variado que incluía música instrumental, jazz, bossa nova y también baladas pop y boleros. Se presentaban en el Antillano (donde hicieron su debut), Camujiro, Aeroclub, La Cueva, Salón Rojo y otros lugares concurridos del Camagüey de aquella época.

Para 1968, Pupy fue llevado al servicio militar obligatorio, y fue en ese momento que entró al grupo Osvaldo Castellanos “Molleja”. En los casi dos años que Pupy cumplió el servicio militar y luego fue procesado en una causa por supuestamente no denunciar a otros reclutas que planearon escapar de Cuba, el grupo fue tomando notoriedad. Al regreso de Pupy, este pasó a tocar guitarra acompañante y a cantar en los duos y trios de voz que fueron incorporando al repertorio.

1969. Jaime Rivero y Osvaldo Castellanos
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1970. De derecha a izquierda: Sergio García, 
Osvaldo Castellanos y Jaime Rivero
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De forma casi clandestina, la música de "The Beatles" comenzó a escucharse en la Isla, y "Los Duendes" comenzaron a reproducir aquellas melodías con letras en español. Las letras las sacaban entre todos, no eran traducidas de las originales, según me cuenta Pupi eran versión libre. El repertorio se fue ampliando a otros grupos de rock inglés como "Led Zepellin", y los neuyorquinos "Sangre, Sudor y Lágrimas" ("Blood, Sweat and Tears") y "The Fifth Dimension". Aquella mezcla de jazz, blues y rock alucinaba a los jóvenes del mundo entero, y en Camagüey, prácticamente sin acceso directo a esa música, "Los Duendes" tenían todo un sistema de búsqueda y grabación. Amigos especiales y familiares, que contaban con antenas clandestinas, grababan las transmisiones de emisoras de radio europeas y americanas, para que después mi padre las escribiera y las montara. 

Concierto de "Los Duendes" en el Teatro Tasende, principios de los 70. 
De derecha a izquierda: Alfredo Martínez, Osvaldo Castellanos “Molleja”, 
Sergio García “Pupy” y Jaime Rivero.
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Ya a principios de los años setenta, los seguidores de "Los Duendes" crecían y los conciertos en el Teatro Tasende, el Teatro Principal y la Plaza de la Merced (ahora Plaza de los Trabajadores) se llenaban. Las colas de fanáticos eran larguísimas al final de cada presentación, incluso rebasaban las de famosos cantantes como Luisa María Güel, quien se presentó varias veces junto a "Los Duendes". Y en las esferas oficiales los comenzaron a llamar “los inglesitos”.

Década del setenta. De derecha a izquierda: 
Jaime Rivero, Sergio García, Rebeca Atienza, 
Alfredo Martínez y Osvaldo Castellanos.
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1983. De derecha a izquierda: Rene Herrera,
 Alfredo Alonso, Janisset Rivero, 
Jaime Rivero, Sergio García, 
Nelson Rabades, Roberto Porro y Juan A. Guzmán.
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Yo nací dentro de "Los Duendes", siendo muy pequeña viajé junto a ellos por toda la Isla, cuando se hacía tarde en la noche, me acostaban en la tapa del piano de mi mamá, detrás del escenario, mientras la música y el público sonaban estrepitosamente. También tuve la oportunidad (ya en la década del ochenta) de cantar en escenarios con ellos, cuando fui parte de un concurso de canto amateur, y logré llegar a la competencia nacional con dos canciones en tiempo de bossa nova.

En 1973, se incorporó al grupo Juan Armando Guzmán a la salida de Molleja quien fue el bajista desde 1968, y luego se incorporaron dos saxofones, trombón y trompeta, agregando el sonido de metales para la interpretación de canciones como You’ve Made Me So Very Happy, de "Sangre, Sudor y Lágrimas". Varios saxofonistas tocaron con "Los Duendes", pero de la década del setenta quien se quedó y de hecho es su director hoy, es Alfredo Alonso Díaz “Macuso”. Durante ese tiempo también fue cantante de "Los Duendes" Octavio Salazar. Esa época memorable también contó con el baterista Leoginaldo Pimentel “Leo”, quien además de percusionista cantaba en inglés perfectamente pues había nacido en Estados Unidos, y quien se incorporó después de que Pupy fungió como baterista sustituto y otros bateristas tocaron con el grupo luego de la salida de Alfredo Martínez. 

Fines de los 70. De derecha a izquierda:
 Roberto Porro, Alfredo Alonso,
 Sergio García, Juan A. Guzmán y Jaime Rivero
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1978. de derecha a izquierda: 
Leoginaldo Pimentel, Juan A. Guzmán,
 Jaime Rivero, Rebeca Atienza y Julián Blanco.
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1979. De derecha a izquierda: Juan Armando Guzmán,
 Sergio García, Alfredo Alonso, Leoginaldo Pimentel, 
Rebeca Atienza, Jaime Rivero y Roberto Porro.
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De mediados y fines de los setenta, son los covers de los "Bee Gees", Billy Joel y otros cantantes y grupos de habla inglesa. Asimismo, y por la presión creciente desde el Ministerio de Cultura, se vieron obligados a montar otras canciones cubanas, de la trova tradicional, el feeling y la música bailable, aunque nunca abandonaron su estilo original.

Principios de 1980. De derecha a izquierda Rolando, Rene Herrera “Pelusín”, Alfredo Alonso, Manuel de la Torre “El Lobo” y Roberto Porro.
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1983: De derecha a izquierda: Rene Herrera “Pelusin”, 
Rolando Méndez, Sergio García, Alfredo Alonso,
 Jaime Rivero y Juan A. Guzmán
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A inicios de los ochenta, y al irse Leo para buscar otros horizontes en La Habana, el grupo incorporó más percusión y metales, y durante un período Pupy fungió como baterista hasta la entrada de Nelson Rábades “Florencio” y Roberto Porro “Pancho” en la tumbadora. También de esa época es René Herrera “Pelusín”, Manuel de la Torre “El Lobo” y otros excelentes músicos.

Del liderazgo de mi padre como director del grupo hablan todos al recordar aquellos tiempos. El grupo era una gran familia, no solamente eran los músicos que trabajaban con él. Se preocupaba por sus problemas personales y familiares, incorporaba a esposas e hijos a muchos de los viajes y actividades, y además de tocar juntos, se reunían informalmente, a conversar y “descargar”, creándose entre ellos un nexo personal inquebrantable. A nivel profesional, ellos dicen que aprendieron mucho de lo que saben como profesionales bajo el liderazgo de Jaime Rivero, quien no solamente los hacía ser mejores cada día en sus instrumentos sino que los desafiaba a aprender nuevas cosas, y a “matizar” sus interpretaciones. El amor por la música y por la vida, por la familia y la libertad de crear, es un sello que identificó esos duendes de los primeros quince años, y que viéndolo ahora, con la perspectiva del tiempo, marcó también el carácter de mi padre.

Jaime y Rebeca, en el Floridita de Caracas
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Jaime y Rebeca en Venezuela
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A fines de 1983, mis padres, mi hermana y yo salimos exiliados a Venezuela, dejando atrás parte de la familia y el gran proyecto de mi padre, "Los Duendes". Desde nuestra salida al exilio en Venezuela, mis padres siempre tuvieron trabajo en la música. Se reinventaron como el dúo Jaime y Rebeca y trabajaron en lugares de renombre como “El Floridita” en el centro de Caracas y luego ya en Miami en los noventa en Los Violines, y restaurantes como El Cid y la Caballería Rusticana. En Caracas iniciaron el proyecto de otro grupo musical que al final fracasó por las inestabilidades de la vida exiliada. Pero en Maracay, ciudad donde vivimos casi cinco años, tuvieron fieles seguidores y un público que los valoró enormemente.

En Camagüey, "Los Duendes" continuaron, primero bajo la dirección de Juan Armando Guzmán y luego la de Macuso hasta la actualidad. El repertorio sigue siendo múltiple, aunque ahora es un grupo más grande de música bailable, por el que han desfilado varias generaciones de músicos camagüeyanos de calidad indudable.

Han pasado casi cincuenta y cuatro años desde que aquellos jóvenes se embarcaron en la tarea de crear un grupo de música popular que hiciera la diferencia. "Los Duendes" ha hecho vibrar a disímiles públicos de casi tres generaciones. Estoy segura, que aún en los escenarios de la ciudad de los tinajones, entre las notas vibrantes de los metales, cuerdas y teclados de "Los Duendes", persiste la presencia del duende fundador, mi padre, quien con su energía e ingenioso atrevimiento, ayudó a escribir hermosos recuerdos en la memoria de aquellos jóvenes de ayer. 


1983. De derecha a izquierda: Rolando Méndez,
 René Herrera “Pelusín”, Roberto Porro, Jaime Rivero, Rebeca Atienza, Juan Armando Guzmán,
 Nelson Rábades, Sergio García y Alfredo Alonso.
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Para escribir este artículo colaboraron Rebeca Atienza, Sergio García Cardalda “Pupy”, Juan Armando Guzmán, Rafael Atienza, Ileana Fernández y Alfredo Alonso Díaz “Macuso”.

Carolina Otero, la "Bailarina Española"


X


El alma trémula y sola
Padece al anochecer:
Hay baile; vamos a ver
La bailarina española

Han hecho bien en quitar
El banderón de la acera;
Porque si está la bandera,
No sé, yo no puedo entrar.

Ya llega la bailarina:
Soberbia y pálida llega:
¿Cómo dicen que es gallega?
Pues dicen mal: es divina. 

Lleva un sombrero torero
Y una capa carmesí:
¡Lo mismo que un alelí
Que se pusiese un sombrero! 

Se ve, de paso, la ceja,
Ceja de mora traidora:
Y la mirada, de mora:
Y como nieve la oreja. 

Preludian, bajan la luz
Y sale en bata y mantón,
La virgen de la Asunción
Bailando un baile andaluz. 

Alza, retando, la frente;
Crúzase al hombro la manta:
En arco el brazo levanta:
Mueve despacio el pie ardiente.

Repica con los tacones
El tablado zalamera,
Como si la tabla fuera
Tablado de corazones. 

Y va el convite creciendo
En las llamas de los ojos,
Y el manto de flecos rojos
Se va en el aire meciendo. 

Súbito, de un salto arranca:
Húrtase, se quiebra, gira:
Abre en dos la cachemira,
Ofrece la bata blanca.

El cuerpo cede y ondea;
La boca abierta provoca;
Es una rosa la boca:
Lentamente taconea. 

Recoge, de un débil giro,
El manto de flecos rojos:
Se va, cerrando los ojos,
Se va, como en un suspiro...

Baila muy bien la española;
Es blanco y rojo el mantón:
¡Vuelve, fosca, a su rincón
El alma trémula y sola



Jose Martí
Poema X de Versos Sencillos

Foto de María García Granados a Martí: "Tu niña"

Foto/Bohemia. Febrero 1953
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IX


Quiero, a la sombra de un ala,
Contar este cuento en flor:
La niña de Guatemala,
La que se murió de amor.

Eran de lirios los ramos,
Y las orlas de reseda
Y de jazmín: la enterramos
En una caja de seda.

...Ella dio al desmemoriado
Una almohadilla de olor:
Él volvió, volvió casado:
Ella se murió de amor.

Iban cargándola en andas
Obispos y embajadores:
Detrás iba el pueblo en tandas,
Todo cargado de flores.

...Ella, por volverlo a ver,
Salió a verlo al mirador:
Él volvió con su mujer:
Ella se murió de amor.

Como de bronce candente
Al beso de despedida
Era su frente ¡la frente
Que más he amado en mi vida!

...Se entró de tarde en el río,
La sacó muerta el doctor:
Dicen que murió de frío:
Yo sé que murió de amor.

Allí, en la bóveda helada,
La pusieron en dos bancos:
Besé su mano afilada,
Besé sus zapatos blancos.

Callado, al oscurecer,
Me llamó el enterrador:
¡Nunca más he vuelto a ver
A la que murió de amor!


José Martí
Poema IX de Versos Sencillos

(Bohemia. Febrero 1955) Los cumpleaños de Martí. Por Gonzalo de Quesada y Miranda



28 de enero de 1899, en la casa de Martí


Se considera el primer homenaje público que se le rindió a José Martí en Cuba.

Representantes del exilio cubano de Key West, develaron la tarja que aparece en el frente de la Casa Natal del "Apóstol".

En los balcones se pueden apreciar en la foto a Carmen Zayas-Bazán, al "Ismaelillo, a Doña Leonor (la madre de Martí) y a una de las hermanas de este.

Entre los asistentes Fermín Valdés Domínguez, Juan Gualberto Gómez y Enrique Loynaz del Castillo. (JEM)


Leonor Pérez, Carmen Zayas Bazán, 
Martí hijo, y Leonor, hermana de José Martí. 

Imagen tomada dentro de la casa, el 28 de enero de 1899, 
cuando se le rindió el primer homenaje público a José Martí en Cuba. Foto/Bohemia

Martí (por Carlos A. Aldao)


El otro trabajador inteligente é infatigable era José Martí el Mariano Moreno de los cubanos, sacrificado pocos años después en aras de su ideal. El haber llevado por meses una vida de contacto casi diario con él, trabajando juntos, el haber penetrado íntimamente en todas las delicadezas de aquella naturaleza selecta y de aquella alma fuerte me mueven á escribir estas líneas como tributo á su memoria.

Era Martí de pequeña estatura y enjuto de carnes, su rostro ovalado con ese tinte casi cetrino característico de los que nacen en países tropicales, su frente bombeada y ancha respondía á un notable desarrollo del cráneo simétrico sin ser grande, cabello castaño, fino y un tanto ensortijado, bigote caído no muy abundante y mosca debajo de la boca de labios delgados guarnecida de dientes fuertes y separados. Lo más notable de su fisonomía eran los ojos, pardos, límpidos, grandes, notablemente apartados entre sí que alejaban toda idea de falsedad ó hipocrecía, con reflejos simultáneos de bondad y fortaleza.

Tengo como estereotipada su figura cuando lo encontraba en el Elevado ó en Broadway envuelto en un paletó de tejido de astrakán raído, con paso corto, rápido y nervioso, llevando siempre debajo del brazo un lío de diarios y manuscritos, mirando al suelo como preocupado y abstraído ¿En qué pensaba? En Cuba y en su independencia, animado por un patriotismo ascético.

Con entusiasmos de apóstol, sin desfallecimientos, en todas las horas y en todos los momentos acarició ese ideal durante diez largos años de ruda labor y constante anhelo. Jamás en medio de las dificultades y desencantos que encontraba en la paciente y ardua organización de su obra, se le oía una expresión de odio ó siquiera de mala voluntad contra nadie, ni contra España. Nunca proferían sus labios, ni en momentos de impaciencia, esas palabras enérgicas y poco cultas usadas en conversaciones de hombres. Era un convencido y un intelectual que después de madura reflexión, seguía su ruta sin cejar.

Encantaba oirlo exponer el papel que representaría en el futuro su Cuba libre, como llave del itsmo perforado y centinela avanzado para resistir el empuje absorbente de las razas del norte. Admiraba á los Estados Unidos, pero no los quería y solía narrar con cierto orgullo haber acompañado hasta la escalera de su modesta vivienda al emisario de Blaine que había entrado en ella á proponerle ventajas pecuniarias, en cambio de cuatro mil votos cubanos de que él podía disponer en Florida y que acaso decidieran en aquel Estado la elección presidencial.

Para juzgar la contextura moral del hombre baste citar estas palabras proferidas en la intimidad y sin petulancia: "Si yo concibiera que puedo perfeccionarme lo haría porque tengo voluntad"; Y la tenía sin duda alguna. Inteligencia eximia, corazón bien puesto, gustos delicados, aficiones artísticas, apreciador de todos los refinamientos del espíritu y del cuerpo, fué la voluntad férrea la que lo determinó á seguir un camino contrario á sus gustos y aficiones.

El joven que concurría al Bar de Hoffman House cuando era moda neoyorkina ir todas las tardes para depositar flores al pié de los cuadros de Bouguereau, se convirtió en maestro de escuela, daba dos clases por semana á negros cubanos que habitaban en Brooklyn. Redactaba en horas y agitado el periódico revolucionario Patria, vivía en los trenes avivando el fuego patriótico en Baltimore, en Filadelfia, en Tampa, en Key West, y donde quiera que latía un corazón cubano y al mismo tiempo mantenía una correspondencia constante y abrumadora para otra actividad menos fecunda que la suya.

Aparte de esta ímproba tarea, se daba tiempo para la producción literaria. Debe haber dejado alrededor de sesenta volúmenes inéditos que algún día alguien se ocupará de seleccionar y publicar. Martí escribía admirablemente, pintaba ó traducía con la pluma todos los colores y todas las emociones; su estilo nervioso y movible que á las veces parecía amanerado era espontáneo y fluía abundante y preñado de ideas. Como escribía, hablaba: era un mago que subyugaba al auditorio.

Recuerdo que un día, aniversario del nacimiento de Bolívar, me invitó á una velada en que él debía tomar la palabra en honor del libertador. Por la noche hallábase congregado en un salón de la Quinta Avenida un grupo numeroso de caballeros y familias oriundos de las repúblicas que bañan el Golfo de México y el mar Caribe. Todos los oradores con ese lenguaje ampuloso y vacío que es lujo de los trópicos, henchido de adjetivos, metáforas y exageraciones, describían á Bolívar como un dios y, en mi concepto, despojábanle de su mérito. Para un hombre de carne y hueso la empresa del vencedor de Boyacá y Carabobo era grande y meritoria, para un dios si igualmente grande era sin esfuerzo. Todo estribaba en variaciones sobre el conocido incidente de Bolívar con el príncipe que después fué Fernando VII á quien le volteó la gorra de un pelotazo, sobre el juramento del Aventino y el delirio del Chimborazo.

Llególe el turno á José Martí y subiendo á la tribuna hizo, con la palabra suelta, fácil, brillante que le era habitual, un estudio analítico de la revolución de la independencia sudamericana en que no se sabría qué admirar más, si la precisión, profundidad y lógica de sus ideas ó la música de su oratoria. Revelando conocimiento acabado de los elementos étnicos y sociales que habían contribuido á la formación de nuestras naciones, puso en claro la acción eminentemente personal y absoluta de Bolívar, proyectándola sobre la de nuestro taciturno Libertador y evocó las hazañas de la bravia democracia del sud ante la que Bolívar detuvo su caballo de guerra. La brillante peroración producía en la médula una sensación análoga á la que despierta la vista del acróbata lanzado al aire en un ejercicio peligroso y cuando todos los circunstantes orΩ tenebant ante el encanto de su palabra, Martí se detuvo, tomó aliento, irguióse aún más y con la mirada perdida y voz que era casi un grito que expresaba el dolor y la esperanza, concluyó así: «Señores, el que tenga patria que la honre y el que no que la conquiste.»

La conquista de esa patria fué el sueño de su vida; en las cárceles de Cuba donde vivió con presidiarios y bandidos, en sus confinamientos sucesivos de Madrid y Zaragoza, ó en la pobreza cuando el general Martínez Campos, á quien pintaba como grandemente simpático, hacíale proposiciones honorables y halagadoras para apartarlo de su causa.

Aquel poeta, aquella alma noble ha muerto por su patria. La víspera de zarpar de Nueva York fui á su modesta casa con objeto de despedirme. No lo encontré, pues andaba en una de sus continuas excursiones por Filadelfia, de donde, según me informaron, debía regresar al día siguiente. Déjele una carta en la cual le decía que si la recibía á tiempo fuera á verme al vapor que zarpaba de Hoboken, pues deseaba dar un fuerte abrazo de despedida al único hombre cuya suerte envidiaba por haberse consagrado á la consecución del más grande de los ideales humanos, hacer una patria; pero, que si no lo veía más, le agregaba, quizá contagiado por su entusiasmo triste, deseábale que muriera cuando Cuba fuera libre ó él creyera que estaba libertada.

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Texto tomado de Carlos A. Aldao, A Través del Mundo (Buenos Aires, Argentina 1907)

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(Se ha respetado el texto como fue escrito)

José Martí. Esbozo. (por Diego Vicente Tejera)


Al llegar esta vez a Nueva York, hace pocos días, experimenté la sensación de que me faltaba algo, y ese algo era la presencia de Martí. ¡Tanto me había acompañado otras veces y guiado a través de la imperial ciudad, que nunca después había podido yo evocaría imagen de ésta sin que al punto surgiese, como para iluminarla, el recuerdo del inquieto desterrado!  Su ausencia ahora renueva en mi corazón el dolor de esa su muerte no por gloriosa menos lamentable, y con mano torpe aventuróme a trazar alguno que otro rasgo de su fisonomía, porque creo que los que lo conocimos de cerca debemos apresurarnos a dar los elementos conque ha de componerse la imagen definitiva de ese hombre que será, o es ya la primera o una de las primeras figuras de la historia patria.

El simple aspecto de Martí producía impresión extraordinaria. Era delgado, nervioso, recio, de movilidad tan continua, que a primera vista se asemejaba a la inquietud morbosa; pero luego se veía que no era aquella sino la condición indispensable de la vida que se había dado, la sola manera de realizar el trabajo enorme que se había impuesto. Aquellos movimientos que se sucedían con vertiginosa rapidez, aquel pasar incesante de una cosa a otra, aquel ir y venir perpetuos y siempre de carrera, producían al fin de cada jornada, un resultado de asombrosa regularidad y gran provecho: los asuntos de su consulado, la dirección y redacción del periódico propio que casi nunca le faltaba, sus correspondencias para diarios y revistas de todos los países, su vasta correspondencia privada, las traducciones que las casas editoriales le pedían... todo quedaba escrupulosamente despachado. Y había además tenido tiempo para hacer visitas, para acompañar y guiar por la ciudad a amigos que de todas partes le llegaban y para servir a todo el mundo, pues Martí era para compatriotas y extraños, todo complacencia y abnegación. Sin contar con que todavía —parece increíble— había encontrado modo de leer lo  mas portante de toda la prensa americana y extranjera y de no dejar pasar libro nuevo sobre cualquier materia sin estudiarlo y anotarlo.

Y fuera por último —ya esto es pasmoso— de que jamás dejó de tener entre manos la composición de algún discurso, de una poesía, de tan concienzudo examen crítico de un drama... ¿Háse visto mayor  capacidad para el trabajo? Y cuando al cabo de tal tarea cotidiana se rodeaba por la noche, para descanso y distracción de familiares y amigos, maravillaba el ver coa que frescura y buen humor, con que viveza y abundancia, con que verdadera inspiración abría y sostenía durante largas horas una conversación que era en realidad incomparable. El que no oyó a Martí en la intimidad no se da cuenta de todo el poder de fascinación que cabe en la palabra humana: ningún cubano, ninguno, ha tenido la conversación de Martí. ¡Qué variedad, que gracia, que elevación, que fuego, que nitidez y que elegancia! ¿Había afectación en su manera de decir? Algunos lo creían; yo no: el atildamiento, el horror a la llaneza eran naturales en su temperamento soberanamente artístico, ¡Qué conversación! El oído percibía en aquel raudal inagotable modulaciones exquisitas; los ojos veían pasar, llenas de movimiento y luz, imágenes extraordinarias; el pensamiento quedaba absorto ante perspectivas extrañas que se le abrían y el corazón se ensanchaba al son franco de expresiones henchidas de nobleza y generosidad. ¡Cómo irradiaba y sonreía aquel rostro, de suyo pálido y severo! ¡Cómo relampagueaban aquellos ojillos, debajo de la enorme frente, de aquella frente serena y blanca, la más hermosa que haya dado albergue a una privilegiada inteligencia!

La inteligencia de Martí era genial. Martí, como Víctor Hugo, a quien se parecía por lo abierto del ángulo de la visión, sorprendía aspectos nuevos de las cosas, relaciones recónditas, sentidos! ocultos; penetraba, abarcaba, desentrañaba; miraba claramente armonizarse todo en el concepto que tenía del mundo y de la vida. Veía tanto, que al querer expresar lo que veía el idioma le faltaba, el espacio también, y tenía que apelar a concreciones supremas, que parecían naturalmente confusas al auditorio, ignorante del proceso que las había formado. Sí, esa oscuridad de expresión, que ha sido para muchos el solo y grave defecto de Martí, no provenía de insuficiencia de nociones ni de trabucación de espacias, sino por el contrario del  exceso mismo del número de ideas, de la amplitud exagerada de las concepciones. Escribiendo o hablando en la tribuna, la menor excitación nerviosa ponía en movimiento y encendía mundos tan vastos en el cerebro, que para exteriorizarlos la pluma y la lengua, no muy disciplinadas después de todo, tenían que ceñirse a simples apuntaciones luminosas, al parecer incoherentes. Pero tome el crítico  un discurso cualquiera de Martí, el más abstruso; busque las senda por donde el autor llegó a esos puntos brillantes que se nos antojan aislados, inconexos, y hallará que éstos son en realidad cumbres de montañas que se ligan allá abajo y componen un sistema apretado y grandioso.

¡Y qué destellos en medio del desorden! Las letras castellanas le deben a Martí frases fulgurantes, de vencedor atrevimiento!

Martí era genial. Su prodigiosa inteligencia tenía a su servicio una voluntad de hierro, tenaz, encarnizada, dominadora; voluntad que por la persuasión o por la fuerza se imponía y arrastraba. Preferentemente por la persuasión. No, yo no sabré dar idea del poder de seducción de aquella palabra sutil que parecía salir del corazón y al corazón se encaminaba, flexible, acariciadora, ingenua sin embargo, y siempre honrada que para el bien esclavizaba y atraía, que engrandecía al vencido levantándolo a la clara percepción de su deber. Al político americano sabía hablarle el lenguaje sobrio que el sajón aprecia; a nuestra raza la deslumhraba o conmovía; al negro... ¡Oh! qué lenguaje no sabría hablarle al negro cuando todos los negros lo adoraban?

Así ha hecho esta revolución que nos asombra. Laborando durante largos años, solo, solo, solo, avivando en el seno de una generación cansada y descreída la chispa reducida y vacilante llevado de la fé pasmosa que tenía en los suyos, sin más mandato que el de su conciencia, sin más estímulo que su amor a Cuba, y todo muy callado, muy callado, porque ese cubano tuvo hasta la grandeza de ser un buen conspirador. La súbita revelación de su trabajo causó en la adormecida colonia el espanto de un trueno que estallase en el espacio azul.

Desapareció en medio de la tempestad que desató, y su vida, en el momento de apagarse, resplandeció en su trágica unidad. Bala española tenía que matar al hombre que había entrado en la vida con un grillete español ceñido al pie. Y España pasará por la vergüenza de que el cubano que liberta a Cuba, aparezca en la Historia arrastrando como el esclavo antiguo una cadena material.



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"José Martí. Esbozo." en Patria, por Diego Vicente Tejera.

Wednesday, January 27, 2021

Foto de Leonor Pérez, embarazada de José Martí

Revista Bohemia. 


 

(Bohemia. Julio 1940) El Tío Sam y Liborio en la Acera del Louvre

 


Aurelia Castillo de González (por Francisco Calcagno)

Aurelia Castillo de González.
Camagüey, Enero 27, 1842-Agosto 7, 1920
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Hé aquí su carácter pintado por ella misma en la moraleja de su fábula El Jilguero y el Oásis:

Dulce esposa, haz de tu hogar
un oasis placentero,
y si marcha tu jilguero
pronto te vendrá a buscar.

Todo cuanto escribe Aurelia confirma el principio que el estilo es el hombre; porque en todo lo que escribe se retrata inconscientemente á si misma, derramando las efusiones purísimas de su alma.

Aurelia, por la índole de sus versos, es el Milanés del bello sexo: enseñar, moralizar son los nortes de su pluma; y su poesía, como sucedió en aquél, a menudo pierde en lirismo y galanura, cuanto gana en espíritu doctrinario. Se le asemeja hasta en la falta de pulidez del lenguage. Es que tanto el ilustre matancero como la inspirada camagiieyana comprendieron, ó tal vez se exageraron, el principio utilitario que es el alma de la época. Cierto que hoy la forma es secundaria, pero es siempre atendible: cierto que hoy ante todo, preguntamos cui bono, pero luego examinamos quo modo.

Esto no impide que los escritos de la jóven Aurelia prometan una autora distinguida.

Patriótica cuando canta A Cuba, llena de intencion y tino cuando anatematiza Los efectos de la moda, profunda, sin afectacion, cuando reflexiona Sobre la conciencia, el carácter de Aurelia imprimirá a cuanto escriba el sello de la sencillez, del sentimiento, de la filantropía.

¡Cubana, siempre cubana!

Por eso adoptó la fábula, por eso consagró su lira á esos poemitas morales que unen lo útil a lo agradable, y que tanto pueden enseñar deleitando.

Muchas desechamos; pero con las que restan es el primero de nuestros fabulistas. ¡Cuán sencilla é intencional en El Canario y la Jaula, cuanta verdad y novedad en El Ruiseñor y la Hormiga, cuanta exactitud y pulcritud de forma en El Labrador y la Zarza! Leed el apólogo La Araña y la Mosca, y lo creereis digno de La Fontaine.

La Ola y la Roca, más que fábula, parece uno de esos poemitas que inmortalizaron á Heine y á Becquer.

Aurelia tiene un defecto: consiste en la timidez, en la falta de confianza en sus fuerzas: pudiera atacar una obra de mayor fuste y se entretiene en futilidades. Su facilidad para los pequefios diálogos de sus fábulas nos inclina á creer que triunfaría en la dramática.

Empréndala: su patria no la premiará, porque no premia escritores.

Pero la admirará. ¡Premio grande para las almas grandes!

¿Quereis conocer su fisico? Es cubana tambien en sus formas: trigueña, cabos negros; en sus labios vaga siempre una sonrisa pura y afable: brillan en su frente los resplandores del genio.

¿Quereis conocer su vida privada? «Pudiera vivir en una casa de cristal.»



F. CALCAGNO.
Guirnalda Cubana. Bosquejos y Semblanzas Femeniles. Habana  1881. 




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(Se ha respetado el texto como fue escrito)


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Aurelia Castillo de González (por Julian del Casal)

Aurelia Castillo de González.
 Camagüey, Enero 27, 1842-Agosto 7, 1920
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Una Estatua de jaspe rosado coronada de nieve. Los ojos verdes, de un verde marino, lanzan miradas severas, atenuadas por cierta dulzura femenina y cierta melancolía secreta. Los labios, color de fresa, si se entreabren ligeramente para dar paso a una sonrisa, ciérranse al punto con fría rigidez. Hay en el conjunto de su figura la majestad de una patricia romana y la gracia de una duquesa del siglo dieciocho. Tal es, a vista de pájaro, en lo físico.

Cuanto a lo moral, lo más próximo a la perfección. Su espíritu, como el de toda camagüeyana, esencialmente varonil. La imagen de la patria, semejante a la de una Mater Dolorosa, con su manto de terciopelo negro, recamado de estrellas de oro, y con su pecho virginal, atravesado por los siete puñales, se entroniza en él. Nunca faltan flores en los búcaros, ni se apagan los cirios en los candelabros. Tras el amor a la patria, el culto al hogar, austero como una capilla, pintoresco como un caracol, fragante como un invernadero, tibio como un nido y atrayente como un jardín de rosas, donde se filtra la luz de las estrellas y revolotean luciérnagas entre los pétalos. Después de ambos cultos, el de la Musa. Ésta no es para ella la Bacante que, con la corona de pámpanos en las sienes y con la copa de falerno alzada a la diestra, ahuyenta el sueño de los párpados que se entornan, reaviva el ardor de los sentimientos que languidecen y llama de nuevo la carcajada a los labios que comienzan a bostezar. Ni es una de esas figuras del Tiziano, de ojos serenos como astros y cabellos rojizos como oro líquido, sonriendo plácidamente a sus amantes, sobre tapices de púrpura que hacen resaltar la morbidez de sus carnes desnudas.

Tampoco es la Margarita moderna, hambrienta de ideal y cubierta de heridas, alocada por la neurosis y amoratada por la tisis, que lo mismo se ciñe el sayal de estameña de la religiosa, que el peplo de gasa de la cortesana, que desgrana las perlas del rosario en el templo y agita con igual gracia las varillas del abanico en el salón, que huele a incienso y a polvos de arroz, que salmodia oraciones y esputa blasfemias, que siente el ardor del cilicio en la cintura y la frialdad de la morfina en el brazo, que se asfixia entre el humo de las cervecerías o vaga al aire libre por las alamedas oscuras y desiertas. Su musa es la Juana de Arco legendaria, cabalgando en blanco bridón, con el estandarte de la Libertad al brazo y la trompa épica en los labios, hacia el encuentro de la Victoria y dispuesta a subir a la hoguera, antes que abjurar de sus dioses tutelares.

Ante esa gloriosa Trinidad, formada por la Patria, el Hogar y la Poesía, ofician sus dos cualidades distintivas: la bondad y la sinceridad. No hay alma más bondadosa bajo apariencias más severas. Es una bondad que brota plácidamente de su alma, como la frescura de la onda, como el aroma del jazmín, como el fuego del astro, como la voluptuosidad del beso. Descuella por cima de sus acciones, como el oro de la espiga sobre el verde de las mieses. El mal le pone en su nube de tristeza, del mismo modo que la noche pone su sombra en la luna de un espejo. Su compañía es grata, como la lumbre en invierno y como la nieve en estío. A la aparición de su figura, los desencantos se alejan como las víboras a la salida del sol. Ella es la Aurora. Devuelve el azul al cielo, el movimiento a la marea, el verdor a la montaña, la azada al labrador, el himno al bosque, la blancura al cisne, el águila al éter, la fuerza al músculo, la vibración al nervio, el color al pincel, la estrofa al bardo y al alma la ilusión. La mentira no ha aprendido jamás el camino rosado de sus labios. Dentro de su espíritu no ha podido albergarse, como la avispa en la hortensia, el guijarro en el alga, la carcoma en el sándalo, el veneno en la adelfa y la pollla en el raso.

Junto a esas cualidades, posee el don que salva: el de la admiración.

De todos los dones que el alma recibe, al bajar a la tierra, ninguno más bello, más eficaz. Es el leño que flota sobre el oleaje negro de la vida y que conduce al espíritu náufrago a la playa salvadora; la palma que cobija, bajo su quitasol de hojas verdes, la caravana tostada por el sol y asfixiada por el polvo del desierto; el junco que se yergue, al borde del abismo, brindando apoyo a la mano trémula del que se siente vacilar. Dios sonríe, desde la bóveda azul, al verla resplandecer. Quien tenga tal don, llevará consigo el talismán que conjura al maleficio, el ácido que aniquila al microbio, la fuerza que arranca la pistola al suicida, la moneda de oro en el fango del arroyo, la tea fulgurante que deshace el pavor en las tinieblas.


Fruto de ese don, en consorcio con su inteligencia, es el volumen que con el título de Un paseo por Europa, dio, no ha mucho, a luz. Es un libro de viajes, como su nombre indica, escrito a la moderna, donde la autora ha estereotipado las impresiones que recibiera, día por día, durante su permanencia en algunas ciudades europeas. Francia, con su última exposición, Italia, con sus reliquias artísticas, y Suiza, con sus maravillas naturales, han inspirado esas páginas encantadoras, donde el espíritu del lector se extasía en la evocación de las grandezas que desfilan impresas por delante de sus ojos. Desde la llegada a París, la pluma de oro de la gallarda escritora comienza a anotar en su libro de viajes las sensaciones recibidas al paso desarrollándolas luego, en abundantes períodos, cada uno de los cuales, por sí solo, es un cuadro completo inspirado por asunto grandioso y ejecutado por distinto procedimiento que los demás. Recorriendo las hojas del libro, se contemplan todas las maravillas que el mundo entero expuso, por espacio de muchos meses, en la última Exposición Universal de París. Ya es la Torre de Eiffel, como un fantasma rojo, envuelto en un sudario de brumas, alentejuelado por las chispas multicolores de las fuentes luminosas; ya la Galería de las Máquinas, donde los metales entonan el himno de la industria; ya el salón de las esculturas en el que le encantan Molière moribundo y la alegoría de la Paz; ya el pabellón azteca, repleto de granos, materias textiles, ricos minerales y obras artísticas; ya el de las colonias australes, con sus lanas, sus sedas, sus aves acuáticas, sus selvas artificiales y sus figuras de cera; ya las instalaciones orientales, forradas de tapices deslumbradores, cortadas por biombos resplandecientes y ornadas por innumerables objetos de porcelana, bronce y marfil; ya los palacios de repúblicas americanas, en los que se interna con acendrado cariño y con júbilo especial, no exento de vaga tristeza, complaciéndose en detallar las maravillas amontonadas en ellos; ya el museo de antigüedades, cuyo contenido le fatiga, hasta el punto de llegar a ridiculizarlo; ya el Palacio de Bellas Artes, donde la deslumbra El ensueño de Detaille, El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros por Gisbert, La rendición de Granada por Pradilla y algunas obras bélicas que guardan cierta analogía con su manera de pensar y sentir; ya los departamentos de lo útil, cuya contemplación le sirve de pretexto para ensalzar los beneficios de la industria, del comercio, de la agricultura y de las artes prácticas en general.

También pueden contemplarse, lo mismo en la parte referente a Italia que en la consagrada a Suiza, las innumerables bellezas de ambos países, artístico el uno y positivista el otro, del mismo modo que si se estuviera en ellos. En la primera, se ve una sucesión de ciudades, de templos, de monumentos, de museos, de palacios, de teatros, de estatuas, de cuadros y de recuerdos históricos; en la segunda, de lagos, de montañas y de paisajes, acompañados siempre de oportunos comentarios. Durante la lectura, el lector siente latir, en las páginas del libro, el espíritu varonil de la autora, templado para la acción y rebelde al ensueño, que se enamora de todo lo grande, de todo lo verdadero.

Tras las páginas en prosa, se encuentra el poema “Pompeya”, donde se evocan en trozos pequeños, pero hábilmente trabajados, como mosaicos pompeyanos, las bellezas de la ilustre mártir que duerme para siempre en su lecho de lava. El poema tiene color local y las estrofas están saturadas de poesía. Allí resurgen los labradores entregados a sus faenas; los fieles que acuden a los templos para adorar sus dioses tutelares; las bellezas sumergidas
en las termas perfumadas
por amorcillos guardadas
bajo festones de rosas;
la multitud aglomerada en el Foro para la celebración de los comicios; la bacanal animada y deslumbradora; y, en fin, la mañana del nefasto día en que los pompeyanos huían quedando luego sepultados bajos su propias cenizas. Hay en este poema vida, movimiento, energía, sobriedad, colorido, relieve y armonía. Tiene el encanto supremo de lo exótico, de lo lejano, de lo desconocido, de lo pasado, de lo que no se ha visto, de lo quebno se espera ver.

Y, por último, una página negra, la de la vuelta a la patria, en la que le asedia, al tocar sus playas, las tristezas de sus miserias y la nostalgia de la civilización. Es la página más bella, más varonil, más enérgica y más oportuna. Parece el grito del cóndor caído, desde lo más alto del azul, al fondo de lóbrego foso, poblado de reptiles que babean en las tinieblas y tras cuyos muros se divisa un cielo plomizo, donde la tormenta no acaba de estallar, ni asoma el disco dorado del sol.



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(Social. Junio 1919) Alas. Un poema de Aurelia Castillo de González


 

Tuesday, January 26, 2021

(Camagüey 1923) Inauguración de la fachada de las Escuelas Pías


"En las Escuelas Pías. 

En la mañana del 16 de septiembre [de 1923] se verificó el solemne acto de la inauguración de la fachada monumental y algunas dependencias del Colegio de los P. P. Escolapios; siendo madrina la distinguida señora Isabel Recio de Zayas Bazán, esposa del señor Rogerio Zayas Bazán, Gobernador de esta Provincia. 

La bendición de la obra estuvo a cargo del Ilimo, y Rvmo. señor Obispo doctor Enrique Pérez y Serantes. 

A continuación el señor Alcalde Municipal  doctor de Para izó la bandera patria a los acordes del Himno Nacional. 

Y acto seguido hicieron uso de la palabra el  señor Abelardo Chapellí, Presidente del Ayuntamiento y el doctor Emilio L. Luaces, quienes recibieron nutridos aplausos del numeroso público congregado en la plaza de la Avellaneda. 

La banda municipal amenizó el acto con escogidas piezas". (Prensa de la época)

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Aspecto anterior
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Brigadier José Martí y Zayas-Bazán

 

Brigadier José Martí y Zayas-Bazán.
Jefe del Estado Mayor del Sr. Presidente de la República.
(Revista Social. Junio 1917 by Massaguer)

(Bohemia. Enero 2, 1921) La ventana de la Ilusión. Un poema de Temístocles Betancourt.

 


De las "Ordenanzas Municipales de la ciudad de Puerto Príncipe" (actualmente Camagüey). Vigentes en enero de 1857.



articulo 44. ° 

Se prohibe igualmente en las plazas, calles, portales públicos y calzadas, jugar á la rayuela, á los mates, al picado, á la pelota y á cualquiera otro juego que impida el tránsito ó incomode al público; pena de dispersion y de medio á dos pesos. 

articulo 45. ° 

En los portales públicos no se colgarán jaulas con pájaros ni otros efectos que puedan perjudicar á los transeuntes; pena de uno á tres pesos. 

articulo 47.° 

Nadie azuzará perros para hacerlos reñir; pena de uno á tres pesos. 

articulo 48. ° 

El que lleve perros por las calles sin bozal, pagará una multa de seis á quince pesos.




(Se ha respetado la manera de escribir del original.)

What Are You Doing the Rest of Your Life? (Michel Legrand. February 24, 1932 – January 26, 2019)



What are you doing the rest of your life
North and South and
East and West of your life
I have only one request of your life
That you spend it all with me
All the seasons and the times of your days
Are the nickels and the dimes of your days
Let the reasons and the rhymes of your days
All begin and end with me

I want to see your face in every kind of light
In fields of gold and forests of the night
And when you stand
Before the candles on a cake
Oh, let me be the one to hear
The silent wish you make

Those tomorrows waiting deep in your eyes
In a world of love you keep in your eyes
I'll awaken what's asleep in your eyes
It may take a kiss or two

Through all of my life
Summer, winter, spring and fall of my life
All I ever will recall of my life
Is all my life with you
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Gaspar, El Lugareño Headline Animator

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