Wednesday, February 3, 2021
El Dojo de los Sabatés (por Carlos A. Peón-Casas)
Estado actual de la otrora Academia de Judo.
Lugareño entre San Isidro y Cristo,
frente al antiguo Vivac.
Foto/Carlos A. Peón-Casas
para el blog Gaspar, El Lugareño.
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En el proceso indagatorio de la larga memoria de la ciudad camagüeyana y de sus mejores historias y cultores, nos tropezamos esta vez, y no precisamente por casualidad, con esta interesante relevación de los años cincuenta.
Los que logran recordar la presencia de aquel sitio donde la práctica del judo como deporte florecía a sus anchas, no son muchos. Y la primera referencia llega inmediata en sus voces autorizadas(1), con el recuerdo de la llegada a la ciudad de un prominente judoca japonés, el profesor Takajama(2), quien se sintió atraído por la práctica de aquel deporte entre los camagüeyanos.
La Academia de Judo se ubicaba en la calle Lugareño entre San Isidro y Cristo frente al antiguo Vivac, y donde aquel sui generis Dojo encontró acomodo, patrocinado por uno de los bien conocidos hermanos Sabatés Belizón(3), de allí el nombre el plural: el Dr. César, cirujano dentista, y un concienzudo judoca que según se me refiere era cinta negra, aunque igualmente allí colaboraban como entrenadores otros prestigiosos y conocidos correligionarios.
Sabemos además, que el arraigo de aquel deporte milenario en la ciudad agramontina, junto a la práctica del Jiu-Jitsu eran reconocidas por la existencia todavía en 1960 de una Federación de Judo y Jiu-Jitsu(4), presidida en ese minuto por el Sr. Alfredo Recio Rodríguez, Ingeniero agrícola de profesión, graduado en la Universidad de Iowa en Estados Unidos, y prominente ganadero y hombre público en la ciudad, donde igualmente detentaba la Presidencia del Country Club y de el periódico Prensa Federada, Órgano Oficial de la Acción Católica(5).
El Dojo de marras, localizado en un amplio caserón de factura colonial y antigua data, posiblemente de finales del siglo XVIII, o comienzos del XIX, estaba dotado de un amplio tatami que cubría todo el área de la antigua sala y saleta de aquella casona, y que todavía de niño, ya en los años setenta del pasado siglo veinte, recuerdo haber visitado cuando en algún minuto intenté, junto a mi hermano y a instancias de nuestra padre, las cercanías a aquella milenaria práctica.
Las referencias a las exigencias de aquella primaria institución de los 50’s incluían además de los rigores del entrenamiento; la posibilidad de transitar según las habilidades y el mérito de los practicantes; por la secuencia de cintas o grados que allí se conferían desde la primaria cinta blanca, pasando, por la amarilla, la verde, la morada, y la tan ansiada y exigente cinta negra, el culmen de todo aquel evolutivo proceso de maestría en deporte tan noble y eficaz.
No pocos serían los camagüeyanos que lograron aquel tan ansiado y justipreciado galardón. Incluyendo a algunos de la los entrenadores, como el propio Dr. César Sabatés ya citado o el Dr. Betancourt. En su minuto de más prominencia funcionaban tres sesiones de entrenamiento: en la mañana, la tarde y la noche. Los kimonos, el indispensable uniforme para la práctica de tal deporte, se adquirían en las tiendas al uso, o simplemente se mandaban a hacer a la medida y con vistosos bordados de alegorías al deporte.
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1. Se trata de los amigos y contertulios de la Biblioteca Diocesana a mi cargo, los señores Enrique Palacio y el Ing. Luis Díaz.
2. Sus datos biográficos se me escapan de entrada, y lo que puedo aportar refiere, en voz de mis comunicantes, de su llegada a Camagüey alrededor del año 1950, donde según se me refiere puso su domicilio.
3. El pater familia lo era el reconocido propietario local José Sabatés Forgas, dueño de las Joyería y Farmacia Sabatés, ubicada en la calle República 255. Su progenie incluyó diez hijos de su matrimonio con la Sra. María Belizón. Su residencia se ubicaba en el número 297 altos de la propia calle República.
4. Este último se practicaba en una casa ubicada en la calle Hospital entre Cristo y San Luis Beltrán, bajo la mirada atenta de un entrenador conocido popularmente como Undi.
5. Ibíd. p.473
Tuesday, February 2, 2021
Para Juan Ramón Orol (por René José Rivas)
He descubierto a mis 52 años que tenemos sentimientos, por allá escondidos en el subconsciente, de afectos por personas especiales. En mi caso particular, nunca tuve un padre que me diera su amor como lo tiene la mayoría de la gente; Orol, fue una de esas personas para mí.
Un tipo, en aquellos años de su juventud, con la responsabilidad social de enseñar tocar el chelo a niños y jóvenes separado de toda la acostumbrada arenga comunista llevaba una extraordinaria obra de educación que traspasaba mucho más allá de todo el molde del momento social que nos invadía.
Su amor por su madre fue ejemplar y quizá el motor que lo guiaba a establecer una relación familiar con sus alumnos, qué familiar! mucho más allá. Cuánto significa en esas edades que " il maestro" baje a tu misma altura, a tu pequeñísima altura y camine contigo hombro a hombro, y todos como yo, saben de qué hablo. Un tipo que se espantaba un genio del carajo en una clase por tu irresponsabilidad y al mismo tiempo, en su mayoría de momentos, compartía sus vivencias y te las hacía tuyas, cosa que al final era un caudal de enseñanzas que afectaban para siempre desde el más simple gesto hasta los más complicados valores humanos que arrastrarías en tu personalidad. Yo puedo hablar de esas cosas, soy ejemplo de eso y me alegra saberlo.
La última vez que hablé con Orol, hace poco más de un año, y sin saber nada de su enfermedad, le dije lo que él significaba en mi vida, de cuánto lo quería, y en su respuesta al discurso me contestó lo mismo, y lo más sublime o extraordinario era su antagonismo genuino de su labor.
En estos años confieso que me sorprende el inmenso misterio de pertenencia que tienes de una persona como esta, que está más allá de todo consciente conocimiento y memoria.
Creo que es un alivio muy grande, creo es muy humano decir estas cosas a quien se lo merece en su vida plena, pues el silencio puede llegar a ser imperdonable por uno mismo.
Que la huella que dejes en una persona sea tan sublime como el desconocimiento que tengas del uso de tus virtudes, que sólo el amor genuino extraordinario te eleve al eterno lugar que ocupes en ella.
Tu alumno querido: José René.
(Camagüey. Febrero 2, 2021) Solemnidad de la Virgen de la Candelaria, Patrona de Camagüey. Acción de Gracias por el aniversario 507 de nuestra Ciudad y los 50 años de sacerdocio de José Agustín Sarduy Marrero (epd), José Luis Rodríguez Rodríguez (epd), Francisco García Pérez, José Rafael Grau Adán y José Manuel García Sardiña
Texto y fotos tomados del blog Iglesia Católica en Camagüey
A las 10 de la mañana del martes 2 de febrero de 2021 dio inicio a la Santa Misa de Acción de Gracias por los 507 años de fundación de la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe y los 50 años de ordenación sacerdotal de los PP José Grau Adán, José Manuel García Sardiñas y Francisco García Pérez, presentes en esta celebración. Presidida por SER Cardenal Juan de la Caridad García Rodríguez, Arzobispo de La Habana y concelebrada por Mons. Wilfredo Pino Estévez, Arzobispo de Camagüey y Mons. Juan Gabriel Díaz Ruíz, Obispo de Ciego de Ávila. Estuvieron presentes además los sacerdotes de la Arquidiócesis, religiosos, religiosas, diáconos permanentes, seminaristas y una pequeña representación de laicos porque la Misa pública no está permitida debido a la pandemia de COVID 19 de que somos víctima.
Dos velas a la derecha de la Mesa del altar representaron a los PP José Sarduy y José Luis Rodríguez, ordenados también este día, pero ya fallecidos. Otro símbolo fue el uso del báculo en las manos del Cardenal que perteneció al Siervo de Dios Monseñor Adolfo Rodríguez Herrera, primer Arzobispo de Camagüey, quien consagrara a estos sacerdotes en 1971 y estaba muy feliz con este acontecimiento; tengamos en cuenta que era una etapa muy difícil en la historia de la Iglesia. Monseñor Willy recordó al inicio de la celebración que el propio Cardenal fue compañero del seminario de estos que celebran hoy sus Bodas de Oro, pero no tenía la edad requerida y tuvo que esperar un año más como Diácono para ser ordenado sacerdote y así el próximo año celebrará sus 50 años.
La alegría desbordó desde el canto de entrada. Las lecturas estuvieron a cargo de familiares de los festejados. La homilía fue a “tres manos”, pues el P. Paquito, el P. José Manuel y el P. Grau dieron gracias a Dios, a sus padres, a los Obispos, sacerdotes y laicos que durante estos 50 años los han acompañado. El P. Paquito dio especial gracias a Dios y a Mons. Adolfo porque un día lo llamó a servir en la pastoral penitenciaria y lo hizo poco más de 20 años. El P. José Manuel también expresó su agradecimiento a Dios por servir en la visita a las prisiones, y porque se siente parte del presbiterio camagüeyano por su ordenación y del cual nació, y del presbiterio avileño del cual forma parte hoy. Por último el P. Grau elevó su oración de agradecimiento por haber servido de formador en el Seminario “San Agustín” durante más de 10 años.
La liturgia siguió su curso con oraciones de acción de gracias y cantos, consagración y comunión. Ya al finalizar, Mons. Willy tuvo un detalle con cada uno, que fue sorpresa, y es que el Papa Francisco les envió una bendición en una carta autógrafa, firmada de su puño y letra. Mons. Juanín leyó las cartas y se las entregó. Para recordar a los sacerdotes difuntos, Mons. Juanin leyó una hermosa oración del P. José Luis, publicada en la hojita dominical “Vida Cristiana” el 2 de enero de 1977; así como un fragmento de la conferencia “Iglesia en Cuba” que el P. Sarduy impartiera en el Centro de Estudios Cubanos de la Universidad de Harvard, Estados Unidos, el 24 de junio de 1989.
Finalizó la celebración con una triple bendición del Cardenal, extensiva a familiares y amigos de los presentes. Luego de entonar el Salve Regina, la procesión de salida dio paso a los saludos con choque de puños, a las fotos y regalos personales y comunitarios a tan queridos sacerdotes.
Demos gracias a Dios por la vida de estos Padres y que su testimonio sirva para todos los jóvenes.
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La procesión de la Virgen de la Candelaria: ¿Olvidada en Camagüey? (por Carlos A. Peón-Casas)
Imagen de la Virgen de la Candelaria.
Catedral de Camagüey
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La legendaria Puerto Príncipe, al igual que otras villas fundacionales cubanas, ha tenido el orgullo de sus procesiones religiosas, que siguen trascendiendo la espesura de los años, y recreando el fértil imaginario religioso de sus pobladores.
Antológicas son en el antiguo terruño las del Santo Entierro, cada Viernes Santo; y la del Re-encuentro entre el Cristo Resucitado y la Virgen el Domingo de Resurrección, que tuvieron su añorado renacimiento, a instancias de nuestro venerable y perseverante obispo Adolfo Rodríguez en el año 1999, luego de su proscripción como hechos litúrgicos por casi tres décadas. Igual suerte había corrido antes la dedicada a la Virgen de la Caridad, que volvió a hacerse realidad en 1998, primero tímidamente alrededor del templo, y luego, y hasta hoy, en su extensión casi original.
Sin embargo, la de la Virgen de la Candelaria, patrona de la ciudad y bajo cuya temprana advocación se fundó la primitiva villa de Santa María del Puerto del Príncipe en 1514, no corrió igual suerte que las anteriores, y será justamente este próximo 1 de Febrero, cuando vuelva a recorrer las calles de la ciudad, en un inédito y dilatado recorrido que nadie puede asegurar sea el originario, acompañando el jolgorio de los primeros 500 años de existencia de la otrora villa principeña.
Pero lo que pocos lugareños saben es que la procesión, de la que no parece ahora mismo haber ninguna evidencia en el imaginario religioso local, pudo al parecer haberse extinguido en las celebraciones citadinas mucho antes que la región fuera reconocida como diócesis, y tuviera su primer obispo en 1915; años antes incluso del advenimiento del siglo XX; remontando sus celebraciones a mediados del siglo XIX, si acaso el hecho no dejó de verificarse mucho antes.
De tal asunto tengo el testimonio de un historiador local, el Sr. Enrique Palacios, una autoridad en temas de la historia eclesiástica de la otrora villa, y quien, a mi muy modesto ver y entender, no se le ha hecho cumplida justicia por sus largos años de paciente y fructífera labor al frente de los archivos de las parroquias de La Soledad y El Cristo, respectivamente.
Palacios es de la opinión que la ya mentada procesión se circunscribió a los tempranos años decimonónicos; y que a partir de entonces, y ya en los años de la primera república y en los años sucesivos, se circunscribió solamente a una ceremonia intra-eclesial al estilo de un solemne Te Deum .
Ya en los años cincuenta, la celebración al uso, ubicaba la entronización de la efigie de la Virgen en los balcones del edificio de la Alcaldía, desde donde se le tributaba cumplida y respetuosa deferencia celebrativa, un hecho del que queda la evidencia en alguna foto ya amarillenta por los años.
Igualmente Palacios cita desde su imperturbable y fabulosa memoria, alguna celebración añadida en el atrio de la Iglesia catedralicia, justo en el costado del templo que mira al Parque Agramonte, hecho del que este cronista recuerda igualmente haber visto una foto tomada durante una de aquellas, en el gobierno episcopal de Mons. Carlos Riu Anglés, el tercer obispo camagüeyano.
La procesión por venir, reeditará sin dudas una tradición muy principeña, en honor de la Santa Madre del Cielo bajo la advocación de la Virgen de las Candelas, patrona de las Islas Canarias, y su recuerdo será parte impertérrita de la memoria de aquellos tempranos pobladores de la otrora comarca, que quisieron que los cubriera con su bendición en estas tierras de Dios, que a cinco siglos de distancia, vuelve a reconocer y testimoniar el apego inefable a sus mejores valores y tradiciones cristianas.
En la otrora villa principeña, hoy Camagüey, a los 29 días del mes de enero de 2014.
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Publicado originalmente en este blog en Febrero de 2014.
El Escudo de la Ciudad de Camagüey (por Héctor Juárez Figueredo)
Camagüey celebra, el 2 de febrero, aniversario de su fundación. Como homenaje a la "suave comarca de pastores y sombreros", y celebra el 12 de noviembre, su condición de ciudad, otorgada por Fernando VII, en el año 1817.
Comparto este texto del historiador Héctor Juárez Figueredo (fallecido en el 2005) con la historia y el significado del escudo de la ciudad de Camagüey. Fue publicado originalmente en la revista Enfoque de la Arquidiócesis.
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por Héctor Juárez Figueredo
El 1 de febrero de 1819, en medio de fiestas públicas, Puerto Príncipe celebraba el otorgamiento por el rey Fernando VII de dos seculares aspiraciones: el título de Ciudad y la gracia de que usase Escudo de Armas.[1] Casi año y medio antes, el 12 de noviembre de 1817, el monarca español había firmado en Madrid una Real Cédula al efecto.
Para esa gestión, el Ayuntamiento presentó no más de tres diseños de escudo. Uno de ellos fue examinado por don Francisco Doroteo de la Carrera, cronista rey de armas hispano. De la Carrera dictaminó al respecto y, mediante Despacho Real del 10 de marzo de 1817, estableció el diseño definitivo del Escudo de Armas de la ciudad de Puerto Príncipe, que aún Camagüey mantiene.
La propuesta había sido el escudo que para entonces, y extraoficialmente, se usaba. Desde su origen mismo la villa Santa María del Puerto del Príncipe había contado con su escudo de armas, en permanente evolución.[2] Al estudiar sus blasones (figuras de los escudos), resulta evidente la presencia de iconogramas (simbolismos gráficos codificados) de la fe cristiana. Ellos están presentes en la evolución de aquellos primeros emblemas de la identidad local camagüeyana, determinados por la cultura católica.[3]
El escudo “fundacional”: la fe y la Iglesia.
El 2 de febrero de 1514:
«El Ayuntamiento [...] juró ante el escribano y convocó “a cabildo abierto”, o sea, celebrado con asistencia, voz y voto de todos los vecinos y se acordó poner la villa bajo la protección de “Santa María, Nuestra Señora, y la dicha villa se llamase ad perpetuam rei memoriam, la VILLA DE SANTA MARÍA DE PUERTO DEL PRÍNCIPE tomaba por patrona y ponían la Villa bajo su advocación y que tomaban por sus Armas y divisas, tanto en la paz como en la guerra, un escudo circular, de color azul y una paloma de plata en media de él. [...]”.»[4]
Y así se comunicó al gobernador Diego Velázquez, a la sazón radicado en Baracoa.[5]
La elección de un escudo circular (redondo) manifestaba la simbiosis de la autoridad laica y religiosa, presente desde el surgimiento de todas las ciudades hispanoamericanas.[6] El escudo circular era el empleado por las regiones y en los emblemas eclesiásticos.[7] En lo eclesial, el círculo hace referencia a la eternidad de Dios; en lo militar-estatal, recuerda la rodela.
El color azul simbolizaba: realeza, majestad, hermosura, serenidad, lealtad, verdad, justicia, dulzura, lealtad, inocencia y piedad. Es denominado azur en la heráldica, la disciplina que se ocupa de los escudos de armas. Los que ostentaban azur estaban obligados al fomento de la agricultura y a socorrer a los servidores abandonados injustamente por sus señores.
La paloma, el ave de Dios, desde antiguo representaba a Cristo, a la Iglesia, al Espíritu Santo y a la Virgen María. Mensajera de la felicidad y la paz (Gn 8.10-12), otros valores asociados a la paloma fueron: dulzura, pureza, inocencia, sencillez, amor y paz. Se la consideraba símbolo de la fe cristiana (el bautizo), el pecador arrepentido y la meditación.
Y por su parte, la plata aludía a: los meses de enero y febrero, la paloma, la fe, pureza, integridad, inocencia, blancura, virginidad. Y de las obligaciones, servir al Soberano en la náutica, defender las doncellas y amparar a los huérfanos.
Así, en el origen del primer escudo principeño se plantean la fe y la protección por María Santísima, junto a la necesidad de autodefensa, necesarias en un nuevo medio, hostil por demás. Por otra parte, a náutica y la agricultura son aspiraciones económicas en el Caribe antillano de inicios del siglo XVI, fuente y base de aprovisionamiento en el paso conquistador hacia el continente. Las estancias de primeras poblaciones serían beneficiadas con el comercio marítimo y el fomento agrícola (y ganadero más tarde).[8]
El segundo escudo: La Purificación de la Virgen María.
En 1517 se concedió a Cuba el uso de escudo de armas y las autoridades de Puerto Príncipe pidieron al Rey idéntica merced. El gobernador Velázquez no cursó la solicitud, lo que trajo fricciones entre aquel y los principeños.[9] No obstante, el 1ro. de enero de 1518, «[s]e acordó por el Cabildo notificar al mismo gobernador, a Santiago de Cuba, que la villa adoptaba como divisa el mismo escudo QUE VENÍA USANDO desde 1514, pero con dos palomas.»[10]
Era necesaria la modificación. Una sola paloma había devenido, desde el siglo xi, la traducción plástica del Espíritu Santo (Mt 3.16; Mr 1.10; Lc 3.21-22; Jn 1.32). Se evitaba así una posible interpretación de que fuera el escudo de Sancti Spíritus, villa del Espíritu Santo.[11] Y se ratificaba que un 2 de febrero había sido fundado Puerto Príncipe, Villa de María Santísima de La Candelaria.
En efecto, la pareja de palomas (tórtolas, pichones de paloma o palominos) recuerda el sacrificio ofrecido por María y José cuando Jesús fue presentado en el Templo (Lc 2.21-38), en correspondencia con el antiguo rito judaico de purificación de la madre (Lev 12.6-8). En el contexto de la Iglesia latina y en siglo xvi, las dos palomas eran una clara alusión a la Purificación de la Santísima Virgen, o La Candelaria: «La fiesta que celebra la Iglesia a Nuestra Señora el día de la Purificación, en el cual se hace procesión solemne con candelas benditas, y se asiste a la misa y procesión con ellas. También se llama nuestra Señora de las Candelas: las cuales dieron el nombre vulgar al día».[12]
Este escudo, junto con la concesión del codiciado título de ciudad y otras gracias y mercedes, volvió a pedirse oficialmente en 1537, 1566, 1592, 1679 y 1777.[13] Ninguna de esas gestiones dio frutos.
Un tercer escudo: María Santísima de la Candelaria.
En sesión del 10 de febrero de 1780, el Cabildo determinó analizar los servicios prestados para la pretensión del título de ciudad. En consecuencia, el 16 de marzo de ese propio año, presentó el síndico Procurador general la información y demás recaudos con que se justifican los varios servicios personales, y pecuniarios que ha hecho esta villa al Rey, casi desde los principios de su establecimiento, el aumento en [que] se halla su población la brillantez, y civilidad de sus vecinos, y en su vista instruidos, bien inteligenciados los Señores concurrentes de la certeza de sus particulares, de uniformidad acordaron [elevar a la Corona la petición].[14]
Y así mismo expresaron:
Que para alcanzar de la piedad del Rey, la gracia de título de ciudad esta villa, Que use por especial concesión del escudo de armas que por costumbre ha tenido, y se haya [sic, ¿halla?] impreso en las fábricas del público sin noticia de su origen ni más alusión que la que tiene con el nombre de la Patrona María Santísima de la Candelaria simbolizado en dos palomas que llevan en medio una hacha ardiendo, pendiente de una mano pura, orlado todo con divisa de un cordón que figura el del toisón de oro [...]».[15]
La figura de una mano pura (¿angelical?) portando un hacha simboliza toda la procesión solemne del día de La Candelaria.[16] La devoción canaria por Nuestra Señora de la Candelaria, que es la patrona de esas islas, tuvo indudables resonancias culturales en el Príncipe, donde los oriundos de ese archipiélago se asentaron tempranamente. El imaginario religioso de aquel archipiélago está presente en el escudo de la villa; sirva de comparación el siguiente texto de la gran poetisa cubana Dulce María Loynaz:
[...] en un lugar tan distante y ajeno como Arequipa en el Perú, vi hace años, abandonado en la sacristía de una vieja iglesia, un cuadro muy antiguo que representaba una singular procesión junto al mar; ella tenía efecto en una playa de arena negra como nunca la habían visto mis ojos, y eran sólo ángeles los que llevaban cirios encendidos. // No supe al punto adivinar la significación del cuadro, que me impresionó sobremanera, y ahora comprendo que el artista anónimo se inspiró en esta tradición que los guanches dejaron a los españoles, historias de criaturas aladas en tránsito de candelas alucinantes.[17]
El nuevo añadido, el toisón de oro (del francés toison, vellón, piel con lana o zalea), es la insignia de la Orden homónima, creada en el siglo xv e introducida en España después de 1516. Consiste en una pieza en forma de eslabón, al que va unido un pedernal flamígero, del que pende un vellón de un carnero; se pone con una cinta roja y tiene un collar compuesto de eslabones y pedernales. Se colocaba como ornamento exterior (timbre) de los escudos.
Entre las modalidades de cultos principales en la manifestación de la religiosidad católica hispánica ocupan un lugar principal las devociones especiales a la Virgen María.[18] Por ello, en la vida religiosa principeña del siglo xviii María estaba presente en todos sus templos: La Candelaria, en la Parroquial Mayor; La Merced, La Soledad y La Caridad, en sus correspondientes templos; Nuestra Señora de los Dolores, en la iglesia conventual de San Francisco de Asís; Nuestra Señora de Loreto, en la iglesia del Colegio de la Compañía de Jesús; y Nuestra Señora del Rosario, en la ermita de San Francisco de Paula. Además, se iniciaba la construcción —luego demolida— de la iglesia dedicada a Nuestra Señora del Carmen.[19] A ello se une el vínculo con Santa Ana, en el templo homónimo. Y además, en la iglesia conventual de San Juan de Dios era su titular Nuestra Señora de la Asunción, copatrona de la Orden.[20] En el escudo, el culto a la Patrona de la villa alcanzaba así preponderancia icónica.
¿Por qué el toisón? En el escudo concedido a Cuba por Real Cédula de 9 de enero de 1517, usado entonces como propio por Santiago de Cuba, colgaba al pie un cordero en alusión al toisón de oro, que también aparece claramente en algunas versiones de los escudos de La Habana junto a una corona real, adiciones de los capitulares capitalinos. ¿Los principeños deseaban que su escudo no tuviera nada que envidiar a los de Santiago de Cuba y La Habana...?
La visión foránea: metamorfosis de los símbolos.
De la Carrera estudió el escudo «que dicha villa [de Santa María del Puerto del Príncipe] ha traído desde tiempo inmemorial [con] dos palomas que llevan una [sic] hacha ardiendo en la mano, orlado el escudo con un cordón que figura el Toisón de oro».[21] Según su opinión, debían ser corregidas algunas irregularidades de este escudo, como son la de llevar las palomas un hacha ardiendo pendiente de la mano, siendo más propio que la condujesen en el pico, a la manera que lo hizo la que después del diluvio volvió con un ramo de oliva al arca de Noé, y la de tener por orla un cordón parecido al collar del Toisón de oro, que solo es peculiar de esta orden, se organiza ahora, colocando dichas piezas en el campo y actitud que deben tener.
Para él, además, «las dos palomas volantes del propio metal [plata] demuestran amor, pureza, sencillez y fidelidad, y aún entre los Egipcios eran igualmente símbolo de Salud: las dos hachas encendidas representan paz y ardiente caridad.»
Sin comprenderlos, y con una peculiar visión heráldica, un Cronista Rey de Armas del ilustrado Madrid decimonónico había despojado a los principeños de sus símbolos, simples y basados en iconogramas cristianos.[22] Era la «[i]ncapacidad de la Metrópoli para entender una cultura que se tornaba “otra” y por tanto particular y diferenciada.»[23]
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[1] Vid. Carmen López García: El título de Ciudad y el Escudo de Armas, Dirección Sectorial de Cultura, Imprenta de Divulgación, Camagüey, 1987. En todas las citas se han despejado las abreviaturas y la escritura procesal encadenada, así como modernizado la ortografía.
[2] Estos escudos han sido ocasionalmente reseñados; al parecer, los dibujos y grabados representativos están perdidos. Al comparar las descripciones, resulta evidente que en algunos casos fue alterado el diseño original: se añadieron, entre otros, símbolos diseñados por De la Carrera en 1817. De tal manera, los escudos primitivos de Puerto Príncipe se reducen básicamente a los tres analizados en este artículo. Vid. Héctor Juárez Figueredo: “Los primitivos escudos de Puerto Príncipe: significados y evolución” (ponencia), VIII Encuentro Provincial de Investigadores del Patrimonio Cultural, Camagüey, 23 y 24 de diciembre del 2003.
[3] Vid. Marcos A. Tamames Henderson: “Cultura católica e identidad urbana en Camagüey”, Enfoques, Camagüey, a. 21, no. 75, jul.-set. 2001, p. 10. [4] Jorge Juárez Cano: Apuntes de Camagüey, Imprenta “El Popular”, Camagüey, 1929, p. 19; se enmendaron las erratas del original. Juárez Cano entrecomilló el texto, pero no indicó la fuente. Unas líneas más adelante abordó el traslado de la villa hacia Caunao, en 1516, y mencionó al respecto un «manuscrito de Balboa Troya» (p. 21), sin más datos. Ad perpetuam rei memoriam: para que conste en lo sucesivo una cosa (locución latina).
[5] Archivo Histórico Provincial de Camagüey (AHPC), Fondo Jorge Juárez Cano, Anales, Carpeta 2, folio 90. En lo sucesivo, toda mención a este fondo será: JJC-A.
[6] «Después de largos siglos tratando de fabricar su identidad nacional frente a lo islámico, en guerra de cultura y religiones, la conquista del Nuevo Mundo fue para España, donde aún imperaban ideas y estructuras medievales, la epopeya de su peculiar Renacimiento. A la vez que en Europa las milicias ibéricas defendían con picas y cañones la rama ortodoxa del catolicismo, en América transitaban unidas y aliadas la fe y la política conquistadora, unidas con tanta apretura que es muy difícil distinguirlas como fenómenos separables.» [Emilio Serrano Calderón de Ayala: Indios y criollos. (Lecturas para cualquier criollo), Ediciones Casa de las Américas, La Habana, 1992, p. 210.]
[7] Para la interpretación de los simbolismos (iconogramas) heráldicos (blasones), mitopoéticos y religiosos, cf. A&S Heraldics: Some of the symbols of Heraldry [en línea], ~heraldics/heraldics30th7.htm>, [consulta: 4 dic. 2001]; Árbol del mundo. Diccionario de imágenes, símbolos y términos mitológicos, Vladímir N. Toporov et al., Casa de las Américas-UNEAC, La Habana, 2002; Alejandro de Armengol y Pereyra: Heráldica, Editorial Labor, Barcelona-Buenos Aires, 1933; Basic heraldry [en línea], http://www.freepages.genealogy.rootsweb.com/~kmacmus/heraldry>, [consulta: 20 mayo 2002]; “Bestiario de Cristo”, en Festival Internacional de Órgano Catedral de León [en línea], , [consulta: 25 sep. 2003]; Juan Eduardo Cirlot: Diccionario de símbolos, Editorial Labor, Barcelona, 1991; Clases de escudos [en línea], , [consulta: 26 sep. 2003]; Diccionario de mitología, E. M. Meletinski et al., Sovetskaia Entsiklopedia, Moscú, 1990 (en ruso); Diccionario heráldico [en línea], , [consulta: 19 jul. 2001]; Elementos de la heráldica [en línea], , [consulta: 26 sep. 2003]; Esmaltes [en línea], , [consulta: 1 oct. 2003]; Halbert’s Family Heritage: “How early coats of arms were granted”, en su The world book of Rigney’s [en línea], , [consulta: 4 dic. 2001]; Heraldic symbolism [en línea], , [consulta: 20 mayo 2002]; José Antonio Íñiguez: La iconografía del Espíritu Santo en la Iglesia latina [en línea], , [consulta: 25 sep. 2003]; W. Cecil Wade: “Symbolisms of heraldry, en su The symbolisms of heraldry or A treatise on the meanings and derivations of armorial bearings [en línea], , [consulta: 4 dic. 2001].
[8] Vid. Jorge Ulloa Hung: “El Caribe: aproximación sociológica a la conquista”, Del Caribe, Santiago de Cuba, no. 30, 1999, pp. 79-84.
[9] Juárez Cano: op. cit., pp. 24-25.
[10] AHPC: JJC-A, Carpeta 2, f. 190; Juárez Cano: op. cit., pp. 24-25.
[11] El más antiguo escudo de armas espirituano que se conserva (1822) muestra, en efecto, una paloma. [Vid. Domingo Figarola-Caneda: “Escudos primitivos de Cuba. Contribución histórica”, Revista de la Biblioteca Nacional, La Habana, a. 4, vol. 6, no. 1-12, , ene.-dic. 1912, p. 98.]
[12] Real Academia Española: Diccionario de la lengua castellana, Imprenta de Francisco del Hierro, Madrid, 1729, t. 2, p. 111. Candela, latín y castellano antiguo: vela. Este es el origen la voz latina Candelaria, término para referirse a la Fiesta de las velas o de las luces (Festum candelarum sive luminum), el 2 de febrero. [Enciclopaedia Britannica, Enciclopaedia Britannica, Chicago, 1955, vol. 4, p. 739.] El Concilio Vaticano II restauró a su origen primariamente cristológico esta fiesta, que se celebra ahora como La Presentación del Señor, esto es, de Jesús en el Templo.
[13] AHPC: JJC-A, Carpeta 2, f. 190; Carpeta 3, f. 56; Carpeta 4, f. 208 («manuscrito del escribano Silvestre de Balboa»); Carpeta 5, f. 129; Carpeta 6, f. 44; 82 («manuscrito del presbítero [Francisco] Garcerán»); 99; 128-129; Carpeta 9, f. 130 («Archivo de Indias, en Sevilla»); Juárez Cano: op. cit., p. 28; 31; Francisco Luna Marrero: Cronología camagüeyana. 1514-1958, Editorial Ácana, Camagüey, 2002, p. 10. El escudo pedido en cada una de esas fechas fue siempre el mismo: el de 1518. Es evidente que son anacrónicos dos “modelos” citados en dichas fuentes: los de 1566 y 1777. Ambos fueron creados durante los siglos xix ó xx, quizás con el ingenuo propósito de mostrar que los paradigmas heráldicos de Puerto Príncipe eran los mismos de La Habana y Madrid desde tiempos antiguos. El “escudo” de 1566 resultó de combinar los de 1518 y 1817. Para diseñar el de 1777, se tomó el apócrifo de 1566 y se le superpusieron el toisón de oro y la corona real, blasones copiados de algunos escudos de La Habana (estos eran fantasiosas versiones aparecidas desde fines del siglo xviii, expresión de los caprichos de capitulares habaneros y la imaginación de los pintores). En las actas capitulares de 1777 no consta que durante ese año se promoviera solicitud alguna de “escudo”. [Vid. Héctor Juárez Figueredo: “Los primitivos escudos de Puerto Príncipe: significados y evolución”, ponencia citada.]
[14] Archivo Histórico Provincial de Camagüey, Ayuntamiento de Camagüey, fuera de caja no. 19, f. 132, Acta capitular de 16 de marzo de 1780. En lo sucesivo, toda mención a este fondo será: AC.
[15] AHPC: AC, fuera de caja no. 19, f. 132 vuelto, Acta capitular de 16 de marzo de 1780. Hacha o hachón: a) vela de cera, grande y gruesa, de prisma cuadrangular y con cuatro pabilos; b) mecha de esparto y alquitrán capaz de resistir el viento sin apagarse (hacha de viento). La vacilante ortografía de la época da ambas opciones: haya (haber)/halla (hallar). Son posibles dos interpretaciones del texto: 1) el escudo se estampó en una época indeterminada y para 1780 no existía (se haya impreso); y 2) por aquel tiempo aún timbraba el local de la corporación (se halla impreso).
[16] Se trata de «una parte del referente utilizada como significante. La parte tomada por el todo. Por lo tanto, se trata de un uso metonímico del referente.» [Humberto Eco: La estructura ausente. Introducción a la semiótica, 5. ed., Editorial Lumen, Barcelona, 1999, p. 78.]
[17] Dulce María Loynaz: Un verano en Tenerife, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1994, p. 148; énfasis añadido. En Tenerife abundan las playas de arenas negras. En 1526 se edificó en esa isla el santuario de Nuestra Señora de la Candelaria. La devoción se propagó rápidamente a América, entre otros factores, debido a la emigración que a partir del siglo xvi se operó desde aquel archipiélago africano.
[18] Vid. Jesús Guanche Pérez: España en la savia de Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1999, p. 143.
[19] Pedro Agustín Morell de Santa Cruz y de Lora: La visita eclesiástica, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1985, pp. 65-84 passim. [20] Vid. Héctor Juárez Figueredo “La otra remota lección de la Plaza de San Juan de Dios de Camagüey”, Enfoques, Camagüey, a. 22, no. 78, abr.-jun. 2002, p. 20-26.
[21] AHPC-AC, Escudo de armas aprobado por la Cámara de Indias con la respectiva descripción, Madrid, 12 de noviembre de 1817, f. 1 v-2 v. [Legajo 15, No. 46, antiguo.] Las citas subsiguientes no enumeradas corresponden a esta referencia. En todos los casos, el énfasis es añadido.
[22] Por otra parte, no debe descartarse que: «[Ese blasonamiento (descripción)] deja ver claramente las pocas nociones que de heráldica tenía [De la Carrera]» [Armand de Fluvià i Escorsa: “Informe heráldico sobre el escudo de la ciudad de Camagüey”, Hidalguía, Madrid, a. 50, no. 298-299, may.-ago. 2003, p. 483.] Fluvià i Escorsa es presidente de la Societat Catalana de Genealogia, Heráldica, Sigil·logra·fia i Vexil·lologia, y Consejero Heráldico de Cataluña (España).
[23] Marcos A. Tamames Henderson, op. cit., p. 10; agradezco su colaboración personal, para la ponencia que dio lugar al presente artículo, en cuanto a indispensables coordenadas de un enfoque culturológico. Así mismo, a Amparo Fernández Galera, por compartir ideas sobre la presencia histórica de la cultura católica en Camagüey y el simbolismo de La Candelaria en el escudo de 1817. A Inmaculada Belmonte Labado, profesora de la Universidad de Alicante (España), y Mark Piper (EUA), dado sus aportes de una amplia bibliografía especializada y sugerencias diversas. A Marcos A. Iglesias (Canadá), por sus precisiones en cuanto a los simbolismos cristianos y las correspondientes fuentes bíblicas.
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El Escudo de la provincia de Camagüey (por Héctor Juárez Figueredo)
El Escudo de la provincia de Camagüey (por Héctor Juárez Figueredo)
Camagüey celebra el 2 de febrero, el aniversario de su fundación. Como homenaje a la "suave comarca de pastores y sombreros", comparto este texto del historiador Héctor Juárez Figueredo (fallecido en el 2005), publicado originalmente en la revista Enfoque de la Arquidiócesis.
La importancia de publicar el texto sobre el escudo provincial, va más allá de la simple curiosidad histórica.
Inexplicablemente la versión más conocida del blasón de la provincia agramontina es una interpretación errónea.
Intento llamar la atención al respecto, con el deseo de evitar que se continúe cometiendo esta confusión.
Inexplicablemente la versión más conocida del blasón de la provincia agramontina es una interpretación errónea.
Intento llamar la atención al respecto, con el deseo de evitar que se continúe cometiendo esta confusión.
Joaquín Estrada-Montalván
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Escudo de la Provincia de Camagüey
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Versión (errónea) más conocida del
Escudo de la Provincia de Camagüey
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Escudo de la Provincia de Camagüey
por Héctor Juárez Figueredo
Luego de la instauración de la República, las provincias comenzaron a adoptar sus respectivos escudos oficiales. Para 1918 ya estaban aprobados los correspondientes a Pinar del Río, Las Villas y Oriente.[1]
El escudo de la provincia de Camagüey no se haría esperar. Fue aprobado el 22 de diciembre de 1926, en sesión extraordinaria del Consejo Provincial, y sancionado luego por José Antonio Villena Rodríguez, gobernador provincial.[2] La autoría de este escudo correspondió a Ángel Hernández Navarro, maestro, funcionario público y periodista, que el 15 de diciembre de 1926 había presentado al Consejo Provincial la propuesta correspondiente. El propio Hernández Navarro lo describía así:
Forma: En sus partes laterales e inferior, igual a la del escudo de la ciudad de Camagüey […] La parte superior formada por dos ligeras curvas unidas en la parte media del escudo. // Cuarteles: Tres, dos superiores y uno inferior.— El cuartel superior izquierdo, ofrece el cielo azul de Cuba, con ligeras nubes negras y la palabra latina SPES.— El cuartel superior derecho, ofrece el cielo azul, con nubes negras y un Machete en sentido diagonal.— El cuartel inferior, presenta campiña de Camagüey, el Sol de libertad en su horizonte, una casa Ingenio a la izquierda, un bosque a la derecha, ganado, instrumentos de labor y palmas. // Franjas: Alrededor del escudo, fondo rojo, con palmas en su centro. // Estrellas: La estrella solitaria, rematando la unión de las curvas superiores del escudo. // Banderas: Cuatro, dos a cada lado.[3]
Hernández explicaba de inmediato cada elemento figurativo. Los elementos del cuartel superior izquierdo aludían a los próceres de 1826 (Agüero y Sánchez)[4] y 1851 (Joaquín de Agüero y sus compañeros fusilados),[5] que: “Llenos todos de esperanza, llevaron a cabo su obra, y por ello, aun cuando fracasada, lo que vino a inspirar confianza al Camagüey, para emprender una labor por la independencia de la Isla.” Ello justificaba la presencia de la palabra spes (en latín, esperanza), pues pese al fracaso (las ligeras nubes negras), aquellos mártires inspiraron al Camagüey para nuevas luchas por la independencia (el cielo azul).
El cuartel superior izquierdo recordaba que, al calor de aquella esperanza, volvió la Revolución en 1868 y 1895, “y la guerra con toda su tormenta, hizo sus estragos, para surtir más tarde el efecto deseado”. Y de las contiendas emergió un símbolo: “El arma ‘Machete’, esgrimida por los patriotas.” Gráficamente se representaban “la tormenta moral y material de la guerra” (nubes negras) y la inmortal acción guerrera cubana (el machete), necesarias para lograr más tarde la independencia patria.
La diversificada economía camagüeyana hallaba su sitio en el cuartel inferior. Hernández Navarro argumentaba: “Actualmente, como consecuencia de la Libertad e Independencia obtenidos, Camagüey ha dejado el ropaje anterior único de su riqueza ganadera.” La llana provincia, junto a la exportación de ganado, había “entrado a la riqueza azucarera en bastante proporción”; y al comercio de exportación de maderas y su empleo en la industria.[6] De allí, que se representaran la independencia (el cielo azul) y la libertad (el Sol), que alumbraba la belleza del plano suelo del Camagüey (las palmas). Y estaban los iconos de la economía: ganadería (vacunos), industria azucarera (la casa Ingenio con su chimenea), maderas (el bosque) y agricultura menor (los instrumentos de labor).
El color de la bordura general (rojo), que Hernández denomina “franja”, era un “símbolo de nobleza y para representar la sangre que tanto ha sido derramada para conquistar la Libertad”. Las palmas, en su centro, representaban el martirio. Ellas honraban “a las familias camagüeyanas, las que tanto lloraron”, pues durante las guerras por la independencia muchos de sus integrantes fueron asesinados y deportados.
Como remate digno, la Estrella Solitaria. Ella iluminaba “la personalidad de la provincia dentro del conjunto de la acción libertaria.”
Y, por último, las banderas. Demostraban éstas “cómo la defensa de Camagüey por sus derechos, como sus trabajos por la Libertad le permiten ampararse en su enseña de redención, en su bandera de la República, para así hacer más fuerte su valor histórico y su personalidad patriótica.”
Han existido diversas interpretaciones de los motivos del escudo de la provincia. Y también fantasiosas variaciones al diseño del mismo, como la del sello cubano de 5 c. de la emisión Escudos Nacional y de las Provincias (10 de octubre de 1966). Todas ellas son ajenas por completo a los propósitos de Hernández Navarro.
El autor del escudo provincial.
Ángel Hernández Navarro, a quien se debe la creación del escudo provincial, nació en Camagüey (entonces Puerto Príncipe) el 3 de agosto de 1876.[7] Falleció en esa propia ciudad el 14 de octubre de 1936.[8]
Estudió en la Escuela Municipal Superior para Varones. Durante la Revolución de 1895 se incorporó, como alistado, en la Primera Compañía del Regimiento de Infantería “Gómez”, del Tercer Cuerpo del Ejército Libertador. Al concluir la contienda se desempeñó como vigilante de la Policía Municipal. En 1900, se presentó a exámenes y adquirió el título de Maestro de Instrucción Pública. Ejerció como maestro durante algo más de 10 años, hasta que quedó cesante.[9]
Hernández Navarro fue luego Jefe de Despacho de la Junta Local de Sanidad. Desempeñó igual cargo en el Consejo Provincial, desde abril de 1917 a mayo de 1928,[10] cuando se jubiló. Allí fomentó una biblioteca con más de mil volúmenes, abierta al público. Ya jubilado, fungió como Oficial de Despacho de la Cámara de Comercio y de la Asociación de Almacenistas de Víveres de la Ciudad de Camagüey, y Presidente de la Asociación de Maestros de Camagüey.
La labor de Hernández como periodista está también vinculada al surgimiento y desarrollo de la radio en la ciudad;[11] quizás por ello se le incluyó —al uso de la época— entre los camagüeyanos “notables por su elocuencia en la oratoria”.[12] Pronunció el discurso inaugural de la 7AZ, primera radioemisora local (16 de enero de 1924), y en la CMJC (La Voz del Tínima) fue conferencista radial durante los años de 1930. Y habló también en la inauguración (1931) de la CMJF (La Voz de Oro), desde cuyos micrófonos mantuvo informados a los camagüeyanos sobre los detalles del Vuelo Sevilla-Camagüey (junio de 1933) y la posterior desaparición de los aviadores hispanos Barberán y Collar en el vuelo de La Habana a México.
Restitución del escudo provincial (1995).
En 1976 dejó de emplearse el escudo provincial, cuando se consideró que había perdido actualidad,[13] pues una nueva división política administrativa multiplicaba la antigua provincia en dos nuevas: Ciego de Ávila y Camagüey.
Casi veinte años más tarde, el 13 de septiembre de 1995, en los potreros de Jimaguayú, quedó restituido el uso del escudo provincial de 1926.[14] Tuvo lugar durante la VII sesión extraordinaria de la Asamblea Provincial del Poder Popular (VII período de mandatos) y en el marco del acto nacional por el centenario de la Constitución mambisa de Jimaguayú (16 de septiembre de 1895).
En la solemne sesión, de acuerdo con lo previsto en la convocatoria, se sometió a aprobación de los delegados camagüeyanos la restitución del uso oficial del escudo de la provincia de Camagüey. Y se acordó restablecerlo, “por su valor histórico y económico e intereses sociales, culturales y políticos.” [15] Rolando Nieves Vega, a la sazón presidente de la Asamblea Provincial, entregó al Dr. Ricardo Alarcón de Quesada, presidente de la Asamblea Nacional, una réplica del escudo, hecha por el destacado escultor camagüeyano Herminio Escalona.[16]
Escalona es también el autor de las tres piezas escultóricas que en Camagüey recuerdan a fray José Olallo Valdés: dos estatuas y una tarja. Ésta última es alegórica a la clausura del año jubilar (1989-1990) que se dedicó al centenario de la muerte de ese Siervo de Dios. En el patio central del Hogar Padre Olallo está una estatua en bronce. Muestra al Padre Olallo con hábito juanino, maletín de enfermero y en ademán de iniciar la marcha. Hay una réplica de aquella en la iglesia de San Juan de Dios: es el modelo, en yeso, que sirvió para confeccionarla. En ese propio templo, en la pared comprendida entre el Altar de San José y la puerta que comunica con el antiguo convento-hospital, quedó ubicada la tarja dedicada al Padre de los Pobres.[17]
Desde septiembre de 1995, el escudo oficial de Camagüey comenzó a ser empleado por la Asamblea Provincial del Poder Popular. Y en las entradas a la sede del Gobierno, en la Plaza de la Revolución Mayor General Ignacio Agramonte Loynaz, puede hoy contemplarse.
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[1] V. Ricardo V. Rousset: Historia de Cuba, Librería Cervantes, La Habana, 1918; t. 1, p. 135; t. 2, p. 115; t. 3, p. 81. Esos tres escudos aparecen reproducidos en sendas láminas. La omisión de los escudos de La Habana y Matanzas en la obra hace pensar que aún no estaban aprobados oficialmente.
[2] Escudo oficial de la provincia de Camagüey, [s.n.], [Camagüey], [s.a.], s.p. En la referida sesión actuaron: Rafael V. Agüero, presidente; Félix Rodríguez López, secretario; Antonio Freyre Pérez, Narciso Cervantes Cervantes, José A. García Varona y Orfilio Peláez Nápoles, consejeros. El primer documento en que se hizo uso del escudo oficial de la provincia de Camagüey fue un Diploma de Hijo Adoptivo de la Provincia, otorgado el 10 de octubre de 1927 a Gerardo Machado Morales, presidente de la República. Machado visitó la ciudad de Camagüey ese día para participar en tres actos de inauguración: las obras del acueducto, alcantarillado y pavimentación; el edificio de la Escuela Normal para Maestros, en la quinta San Zenón de Buenos Aires; y la Sala de Niños “Emilio Luaces Iraola”, del Hospital General. Por la tarde, en sesión solemne, se hizo entrega del pergamino, en el Salón de Actos del Consejo Provincial. (El Camagüeyano, Camagüey, a. 25, no. 280, 8 oct. 1927, pp.1; 7: El Camagüeyano, Camagüey, a. 25, no. 283, 11 oct. 1927, pp.1; 2; 3.)
[3] Ibíd. Todas las citas subsiguientes corresponden a esta fuente, sin paginar.
[4] Los jóvenes principeños Francisco Agüero Velasco, Frasquito, y Manuel Andrés Sánchez han sido considerados como los primeros mártires de la independencia de Cuba. En honor a la verdad, tal honor sólo corresponde a Frasquito. (V. Gustavo Sed Nieves: “Frasquito Agüero: independentista y bolivariano”, en José Ignacio Castro y Gustavo Sed Nieves: Biografías, Editorial de Arte y Literatura, La Habana, 1977.)
[5] V. Elda E. Cento Gómez: El camino de la independencia. Joaquín de Agüero y el alzamiento de San Francisco de Jucaral, Editorial Ácana, Camagüey, 2003.
[6] Las actividades económicas fundamentales de Camagüey en el primer cuarto del siglo xx eran la ganadería, históricamente, y la industria azucarera. Esta última —beneficiada por el desarrollo ferroviario que experimentó la provincia a inicios de ese propio siglo— alcanzó su clímax entre 1913 y 1920. En dicho período se construyeron 13 nuevos centrales azucareros. Además de las maderas preciosas que se exportaban, ferrocarriles y centrales necesitaban traviesas y leña. La tala de bosques, con sus desastrosas consecuencias ecológicas, también permitió dejar terrenos libres para cañaverales, plantaciones de cítricos y la ganadería extensiva. La industria maderera fomentó el desarrollo de numerosos aserraderos en el territorio; algunos fueron el núcleo fundacional de nuevas poblaciones. (V. Camagüey y su historia, Taller de Impresión Felipe Torres Trujillo, Camagüey, 1989, pp.. 95-103.)
[7] “Ángel Hernández Navarro”, en Camagüey. Año 1931, Cuba Atlas Co., Camagüey, 1931, p. 161.
[8] “Ángel Hernández Navarro”, El Camagüeyano, Camagüey, a. 34, no. 145, Camagüey, 16 oct. 1936, p. 4.
[9] Ángel Hernández Navarro: Breves palabras en el Cursillo de Perfeccionamiento. Verano 1936, Imprenta “La Moderna”, Camagüey, 1936, pp. 5; 9.
[10] Escudo oficial de la provincia de Camagüey, ed. cit., s.p.
[11] Oscar R. Viñas Ortiz: La radio en Camagüey. 1922-1940, Editorial Ácana, Camagüey, 2001, pp. 17; 30; 41-42; 93-94.
[12] Flora Basulto de Montoya: Tierra Prócer, Compañía Editorial “El Camagüeyano”, Camagüey, 1955, p. 173.
[13] Mi patria y mi provincia. Breviario histórico-cultural, Talleres de la Empresa Gráfica Integral No. 1, Camagüey, 1992, p. 153.
[14] Enrique Atiénzar Rivero: “Conmemorarán el miércoles 13 el centenario de la Constitución de Jimaguayú”, Adelante, Camagüey, [a. 37], no. 36, 9 sep. 1995, p. 1.
[15] Rolando Sarmiento Ricart: “En los potreros de la historia latió la patria”, Adelante, Camagüey, a. 32 [i.e., 37], no. 37, 16 sep. 1995, p. 1.
[16] Herminio Escalona González (Guáimaro, Camagüey, 1944). Para sitios públicos de la provincia realizó, entre otras: esculturas a las Víctimas del Ciclón de 1932 (Santa Cruz del Sur) y Caballería Mambisa (Plaza de la Revolución de Camagüey, proyecto del que fue coautor); tarjas por el Centenario de la Caída de Agramonte (Plaza de San Juan de Dios) y dedicadas a Nicolás Guillén (Casa Natal y Plazuela de Juana del Castillo). También son de su autoría: escultura, en madera, Hacha y macana (motel de El Cornito, Las Tunas); retrato escultórico del compositor Alejandro García Caturla (Teatro Auditórium Amadeo Roldán, La Habana); y estatua de Benny Moré, el Bárbaro del Ritmo (Veracruz, México). En sus piezas de pequeño formato, trabajadas en metal, predomina la figura humana en inusitados movimientos. Son notables sus Rostros, cabezas humanas en metal, madera y barro. Sus obras se encuentran en colecciones de Cuba y el extranjero. Ha sido premiado en diversos concursos. Actualmente reside en La Habana.
[17] V. Mons. Adolfo Rodríguez: “¿Quién fue el Padre Olallo?”, Boletín Diocesano, Camagüey, no. 59, 20 mayo 2003, p. 9.
Teresa del Castillo y Betancourt (by Nistalass. Año 1881)
Violeta del Camagiiey
Al Almendar trasplantada,
Es su púdica mirada
Tierno poema de amor.
Modelo á Urbino daria
Su rostro apacible y bello,
Que brilla en él un destello
De celestial perfeccion.
Como la palma de Cuba,
Gentil su talle se mece,
Y el corazon estremece
La armonía de su voz.
Mas, de todos sus hechizos,
El que en ángel la convierte,
Es la modestia que vierte
Su conjunto seductor.
(Se ha respetado la ortografía del original)
Monday, February 1, 2021
De la escritora camagüeyana Pamela Fernández de Laude a la Avellaneda
Fragmento de una carta a la Avellaneda, de la escritora camagüeyana Pamela Fernández de Laude, que firmaba con el seudónimo " Rafaela".
"Señora: como vos, nací en Puerto-Príncipe y fuí bautizada en la Iglesia Parroquial de Ntra. Sra. de la Soledad. Mas ¡ay! que ya traspaso el umbral del Otoño sin haber dado lustre á mi nacimiento ni gloria á mi patria, contando 38 años! cuando de esa edad llenaba vuestro nombre el mundo ! ¿Mereceré castigo ó compasion?
Ser, pues, camagüeyana es el único mérito que os presento. Mis ensayos literarios son obra de la imaginacion: creedme.
Mi niñez fué enfermiza; mi juventud inquieta. Gusté del baile, del teatro, del paseo; y si bien es verdad que la lectura absorvia deliciosamente mi espíritu, era la lectura lijera, frívola, imprudente acaso, de la novela de esa época.— Un libro de estudio me adormecia.
El dia que sentí la necesidad de emitir los pensamientos que abrasaban mi alma, ¡cuán sorprendida quedé de mi propia espresion, de mi sentimiento propio! —En vos pensé, Señora, en aquel instante, y la vergüenza de no haber comprendido mi vocacion en edad temprana, sonrojó mi frente.
(He respetado la ortografía original.)
La última visita de la Avellaneda al Camagüey, según Juan Torres Lasqueti
"El 10 de Mayo [de 1860] llegó á esta Ciudad su más esclarecida hija, la Tula Avellaneda, que se hospedó en casa de una hermana, calle de la Soledad [Estrada Palma, Ignacio Agramonte] esquina á la de San Juan [actual Avellaneda]. No fué el recibimiento que se le hizo tan entusiasta y popular como era de esperarse, por que se la censuraba por los no conocedores de sus obras literarias, de indiferentismo con su tierra natal; más desvanecido el error se le prodigaron cordiales demostraciones de cariño . - El 3 de Junio se le dió una magnífica función en la Filarmónica, colocándole sobre la frente una rica corona de laureles. El 9 se ausentó para siempre del suelo que la vió nacer."
(Juan Torres Lasqueti, "Colección De Datos Históricos-Geográficos y Estadísticos de Puerto del Príncipe y su Jurisdicción", 1888)
"La Avellaneda una y otra vez". Palabras Preliminares por Matías Montes Huidobro (2014)
He escrito La Avellaneda Una y Otra Vez, con el corazón en la boca y un puñal en la garganta, a punto de exclamar “¡Terrible tempestad! ¡Mándame un rayo!”, al modo de Munio Alfonso y de la propia Gertrudis Gómez de Avellaneda, pero como casi todo lo escribo bajo similar impacto, no hay que sorprenderse por el exabrupto. No hay duda que la motivación más inmediata me la ha dado la celebración del bicentenario de su nacimiento, y en no menor medida el propósito del escritor Rolando D.H. Morelli, empeñado en preservar y darles el debido reconocimiento a la vida y obra de una figura que, como Gertrudis Gómez de la Avellaneda, ha sido sometida a múltiples cuestionamientos y que precisamente en el momento en que escribo estas líneas, es el agente propulsor e iniciático de una celebración que merece hacerse por todo lo alto, especialmente entre aquellos que no podemos llevarla a efecto en el territorio que fuera Puerto Príncipe.
No es sin embargo, la primera vez que me aproximo a Gertrudis Gómez de Avellaneda. Cuando se publicó La Enciclopedia de Cuba, editada por Vicente Báez y publicada por Playor, en 1973, Gastón Baquero se puso en contacto conmigo para poner a mi cargo, la parte correspondiente al teatro, cuya introducción escribí bajo el título de “Teatro colonial cubano: desconcierto trágico-burlesco”, en la cual incluía un acápite destinado a la Avellaneda. De ese mismo año, se publicó, en el Diario las Américas de Miami, con motivo de la conmemoración de su muerte, un artículo que se llamó “Partir es la voz de Tula”, que reproduzco en esta edición.
Ese mismo año, en un Symposium sobre Gertrudis Gómez de Avellaneda, que se celebró en New Paltz, New York, en memoria de su fallecimiento en 1873, presenté un trabajo titulado “Las leyes de la acción en el teatro de la Avellaneda”, que en las memorias del symposium que publicaron Gladys Zaldívar y Rosa María Cabrera, fue eliminado por decisión de los editores y que ha permanecido inédito. En 1983, escribo un ensayo, “Rituales versallescos de la Avellaneda”, que presento en la reunión de la American Association of Teachers of Spanish and Portuguese que se celebró en Seattle, también sin editarse, y en mi libro sin publicar, Claves significativas de la literatura cubana. Siglos XVII, XVIII y XIX, le dedico un extenso número de páginas al análisis de sus obras dramáticas. Por consiguiente, el drama que ahora doy a conocer en torno a la vida y obra de Gertrudis Gómez de Avellaneda, descansa en una bastante extensa, pero no exhaustiva, investigación e interpretación, en busca de claves que me llevaran a un mejor entendimiento de una de los protagonistas más importantes de la literatura dramática cubana.
Pero escribir una pieza dramática sobre la vida y obra de la Avellaneda no es tan fácil como el análisis de sus obras y, de entrada, comprendo que se trata de una aventura escénica peligrosa, de la cual no es fácil salir airoso. Me anteceden, que yo sepa, tres dramaturgos cubanos: Héctor Santiago, cuya obra recuerdo de un montaje que se realizó en Miami ya hace unos cuantos años; textos parciales de una lectura que se hizo, también en Miami, de la obra de Raúl de Cárdenas; y más recientemente, Tula la Magna, de Pedro Monge Rafuls, que tengo en mi poder, y que es la única que he leído. Posiblemente existan puntos en común, ya que partimos de una misma biografía, a la que he ajustado mi propia interpretación del dato biográfico.
Mucho más difícil se hace si se pretende abarcar la totalidad, como es el caso de mi propuesta, en lugar de un segmento de relaciones personales y literarias como ocurrió con Un objeto de deseo, sobre José Martí, que es mucho más compacta. Por otra parte, la protagonista es una figura de tan larga y compleja trayectoria personal, literaria e histórica, y en el plano personal tan llena de contradicciones, que es muy difícil lograr escénicamente, hasta el punto que para poder proyectar los desdoblamientos de su personalidad, decidí convertirla en “tres Tulas”, para simplificar el análisis, y trabajar con tres personajes. Tula, aproximadamente la más joven, alocada y erótica; Gertrudis, de mayor madurez (en la medida de su carácter), física y síquicamente hablando, y La Peregrina, asociada con sus aspectos más luctuosos. Con frecuencia en la obra, aparecen interactuando unas con otras, e inclusive ciertas confusiones al establecer un diálogo entre ellas, son intencionales.
Ante un teatro que ha declarado de forma implícita o explícita, (y que además pide excusas si la obra va más allá de un acto), que el lenguaje es su mayor enemigo, pidiendo excusas adicionales por el uso de la palabra (como si Shakespeare, Calderón o Ibsen tuvieran que hacerlo), vista como enemiga de la acción, a favor de las más desquiciadas extravagancias del espectáculo, atreverse con la vida y obra de una figura dramática y literaria como la Avellaneda, que exige el uso del lenguaje como clave significativa de la acción misma (y como ella hizo para crear estupendos personajes) es decididamente una locura que queda fuera del canon que algunos han inventado. No hay dudas de que su propio teatro, y su obra cumbre, Baltasar, e inclusive su deliciosa y teatral La hija de las flores, hoy en día, sólo la llevarían a escena reduciéndola a hueso y pellejo, y que quizás por ello a pocos se les ha ocurrido montarlas. Bajo tales premisas, dudo que alguien la estrene, y me conformo con que algunos la lean y, como la esperanza es lo último que se pierde, estoy seguro de que se llevará a escena algún día –lo cual es sólo una aparente contradicción. De paso, a Tula la saco ligera de ropa, con alguna fogosa escena con Tassara, y a Sab con el torso desnudo (poca cosa), casi al final de la obra, para ver si van a verlo.
De ahí que decidiera dividirla en una serie de “actos” cuyo conjunto da el “todo”; o el “casi todo”. Aunque hay una diferencia entre una cosa y la otra, el concepto de la obra dentro de la obra funciona como unidades parciales representables por su cuenta, en la cual aplico una variante del más vale tarde que nunca, convertida en más vale algo que nada. Cada acto tiene su nombre y podría funcionar como texto independiente. Podría decirse que se trata de un conjunto de obras en un acto sobre la Avellaneda (siete en total), aunque obviamente la parte no es el todo.
En todo caso, para que la actriz no se encuentre en el dilema del “mucho texto”, aunque lo haya, al subdividir el personaje de la Avellaneda en tres personajes (más del unipersonal del tercer acto) esto permite una subdivisión competitiva entre varias actrices interpretando cada una de ellas una parcela de un mismo personaje, sin enfrentarse a la tarea de tener que memorizarlo todo, aunque reconozco que con Gertrudis hay bastante. Aunque ciertos personajes masculinos (en particular Tassara, que se me impuso) deben mantener sus señas de identidad, con el uso del coro masculino y la participación alterna que propongo a lo largo de una obra de extenso reparto, el conteo del mismo se reduce a un máximo de doce actores.
Naturalmente, con todo lo que hay, no está todo. Y la intertextualidad, con la que ya estuve trabajando cuando escribí Un objeto de deseo, la reduje considerablemente. En todo caso, ante ocasionales disyuntivas en que me plantée el problema de corto o no corto, me decidí por no cortar más de lo cortado para que los otros cortaran a su antojo. Pretender que no corten es pedir peras al olmo. Ciertas secuencias, dejan la puerta abierta a cortes (líricos, dramáticos), que naturalmente yo preferiría que no se hiciesen.
Fiel al documento, a la investigación, a la información crítica, quiero advertir que la ficción no es la historia, y que a la historia, al dato concreto, sólo puede llegarse mediante una ficción que lo complemente –a su modo. A partir del epistolario en particular, que dice mucho pero no lo dice todo (como debió ser la propia intención de la autora), se construye el texto, con cambios por razones técnicas y escénicas que obligan a abrir nuevos caminos, adicionales sugerencias, sin preocuparme la unidad de estilo. Fiel al original en la medida de lo posible, los materiales están ahí para jugar con ellos y ajustarlos a un criterio interpretativo.
Le soy deudor, por consiguiente, a las fuentes, a partir de la propia Avellaneda, cuyo textos más fieles al original aparecen entre comillas, y en especial las secuencias que corresponden a algunas de sus obras, puede que con algunos ligerísimos cambios. Le debo dar las gracias en particular a Carmen Bravo-Villasante, cuyo libro Una vida romántica: la Avellaneda, me sigue fascinando, incluyendo la presencia de Tassara y sus versos, que acaba robándose algunas escenas de la obra. A esto habría que agregar, las investigaciones de Emil Volek y su reciente publicación de las cartas de la Avellaneda, y a un libro algo trasnochado, pero con la pátina del tiempo, de Rafael Marquina; disparates de sus detractores (en particular Martí) y otras fuentes a las que trato de darles crédito en la medida que enriquezcan pero no entorpezcan el desarrollo de la acción.
Diciéndolo de otro modo, ya sea una obra en siete actos o siete actos en un acto, el resultado es:
LA AVELLANEDA UNA Y OTRA VEZI Al PartirII El fin del mundoIII Cartas de una enamoradaIV Una fantasía eróticaV Tour de ForceVI El juicio de TulaVII La Vuelta a la Patria
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Texto publicado originalmente en este blog el 7 de febrero de 2014.
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ver en el blog: Fragmento de "La Avellaneda una y otra vez" (por Matías Montes Huidobro)
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ver en el blog: Fragmento de "La Avellaneda una y otra vez" (por Matías Montes Huidobro)
"Al partir" (obra de Yalil Guerra, interpretada por la Camerata Romeu)
“Al partir”, obra inspirada en el poema homónimo de la Avellaneda. Incluida en la más reciente producción de Yalil Guerra, a la que ha titulado Renacimiento.
Video de su estreno mundial, por la Camerata Romeu, en la Basílica Menor de San Francisco de Asis, en La Habana, el 22 de Junio de 2019.
Al partir
¡Perla del mar! ¡Estrella de occidente!
¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo
la noche cubre con su opaco velo,
como cubre el dolor mi triste frente.
¡Voy a partir!… La chusma diligente,
para arrancarme del nativo suelo
las velas iza, y pronta a su desvelo
la brisa acude de tu zona ardiente.
¡Adiós, patria feliz, edén querido!
¡Doquier que el hado en su furor me impela,
tu dulce nombre halagará mi oído!
¡Adiós!… Ya cruje la turgente vela,
el ancla se alza, el buque estremecido
las olas corta y silencioso vuela!
Gertrudis Gómez de Avellaneda
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