Estado actual de la otrora Academia de Judo.
Lugareño entre San Isidro y Cristo,
frente al antiguo Vivac.
Foto/Carlos A. Peón-Casas
para el blog Gaspar, El Lugareño.
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En el proceso indagatorio de la larga memoria de la ciudad camagüeyana y de sus mejores historias y cultores, nos tropezamos esta vez, y no precisamente por casualidad, con esta interesante relevación de los años cincuenta.
Los que logran recordar la presencia de aquel sitio donde la práctica del judo como deporte florecía a sus anchas, no son muchos. Y la primera referencia llega inmediata en sus voces autorizadas(1), con el recuerdo de la llegada a la ciudad de un prominente judoca japonés, el profesor Takajama(2), quien se sintió atraído por la práctica de aquel deporte entre los camagüeyanos.
La Academia de Judo se ubicaba en la calle Lugareño entre San Isidro y Cristo frente al antiguo Vivac, y donde aquel sui generis Dojo encontró acomodo, patrocinado por uno de los bien conocidos hermanos Sabatés Belizón(3), de allí el nombre el plural: el Dr. César, cirujano dentista, y un concienzudo judoca que según se me refiere era cinta negra, aunque igualmente allí colaboraban como entrenadores otros prestigiosos y conocidos correligionarios.
Sabemos además, que el arraigo de aquel deporte milenario en la ciudad agramontina, junto a la práctica del Jiu-Jitsu eran reconocidas por la existencia todavía en 1960 de una Federación de Judo y Jiu-Jitsu(4), presidida en ese minuto por el Sr. Alfredo Recio Rodríguez, Ingeniero agrícola de profesión, graduado en la Universidad de Iowa en Estados Unidos, y prominente ganadero y hombre público en la ciudad, donde igualmente detentaba la Presidencia del Country Club y de el periódico Prensa Federada, Órgano Oficial de la Acción Católica(5).
El Dojo de marras, localizado en un amplio caserón de factura colonial y antigua data, posiblemente de finales del siglo XVIII, o comienzos del XIX, estaba dotado de un amplio tatami que cubría todo el área de la antigua sala y saleta de aquella casona, y que todavía de niño, ya en los años setenta del pasado siglo veinte, recuerdo haber visitado cuando en algún minuto intenté, junto a mi hermano y a instancias de nuestra padre, las cercanías a aquella milenaria práctica.
Las referencias a las exigencias de aquella primaria institución de los 50’s incluían además de los rigores del entrenamiento; la posibilidad de transitar según las habilidades y el mérito de los practicantes; por la secuencia de cintas o grados que allí se conferían desde la primaria cinta blanca, pasando, por la amarilla, la verde, la morada, y la tan ansiada y exigente cinta negra, el culmen de todo aquel evolutivo proceso de maestría en deporte tan noble y eficaz.
No pocos serían los camagüeyanos que lograron aquel tan ansiado y justipreciado galardón. Incluyendo a algunos de la los entrenadores, como el propio Dr. César Sabatés ya citado o el Dr. Betancourt. En su minuto de más prominencia funcionaban tres sesiones de entrenamiento: en la mañana, la tarde y la noche. Los kimonos, el indispensable uniforme para la práctica de tal deporte, se adquirían en las tiendas al uso, o simplemente se mandaban a hacer a la medida y con vistosos bordados de alegorías al deporte.
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1. Se trata de los amigos y contertulios de la Biblioteca Diocesana a mi cargo, los señores Enrique Palacio y el Ing. Luis Díaz.
2. Sus datos biográficos se me escapan de entrada, y lo que puedo aportar refiere, en voz de mis comunicantes, de su llegada a Camagüey alrededor del año 1950, donde según se me refiere puso su domicilio.
3. El pater familia lo era el reconocido propietario local José Sabatés Forgas, dueño de las Joyería y Farmacia Sabatés, ubicada en la calle República 255. Su progenie incluyó diez hijos de su matrimonio con la Sra. María Belizón. Su residencia se ubicaba en el número 297 altos de la propia calle República.
4. Este último se practicaba en una casa ubicada en la calle Hospital entre Cristo y San Luis Beltrán, bajo la mirada atenta de un entrenador conocido popularmente como Undi.
5. Ibíd. p.473