El Camagüey constituye uno de los tres Departamentos en que estuvo dividida la Isla de Cuba.
El Camagüey forma el Central y tiene, sin disputa, un valor excepcional en la historia de la Isla. Más aislado de las relaciones de la humanidad, parece Puerto Príncipe el templo sagrado donde se guardan, a través de las revoluciones, las reliquias de las costumbres cubanas.
Ha pasado por él la guerra y apénas si se nota la influencia que allí ejerció el ejército peninsular.
Su aspecto severo denuncia que allí está una idea escondida entre las verjas ovaladas de sus ventanas incomensurables.
El Camagüey tiene su vida en la Capital y la Capital parece el Vaticano de la soñada independencia, luchando y resistiéndose á la evolución que las costumbres imponen á los pueblos que no quieren aislarse.
Tiene un carácter distinto del resto de las poblaciones cubanas. Parece gozar con su aislamiento, como si las relaciones con otros turbaran sus creencias y condiciones. Parece un pueblo mártir de un mal entendido deber.
Se considera superior a los demás, porque pretende tener más íntegro su carácter. Presume de conservar incólumes sus energías, y con tenacidad digna de mejor empresa, se revela altivo é intransigente.
Quiso ganar la batalla de sus ideas, luchando en el campo con los soldados de la Patria y no le convenció la condición del vencido. Lucha en la paz sin abdicar de sus creencias y sostiene entre las sombras de su desgracia, el empeño de no ceder ni una línea del terreno de sus preocupaciones.
Jáctase el Camagüey de ser más entero que los demás, manteniendo abierta la pelea en el terreno legal, y por eso, ya que se ve sujeto á esa traba, se revuelve y protesta de lo que no le acomoda. No tiene, no quiere tener la ductilidad que exige la política moderna, y prefiere, á transigir, la persecución.
No tiene por Dios á Mahoma, pero desafía á la secta del profeta, en la austeridad de sus costumbres.
Puerto Príncipe hace gala de sus lutos, como si estuviese poseido de saber sentir mejor que los demás.
Es un pueblo que en la guerra luchó con valor denodado. El hombre abandonó sus intereses y sus familias, por pelear por lo que creía su libertad, pero muchas familias no transigieron con su desgracia, y antes que permanecer en la capital y oir todos los días las cornetas de los soldados de la Pátria, prefirieron las privaciones y sufrimientos del monte, donde estaban más cerca del hombre de sus afectos, á quien podían allí animar con más calor, manteniendo el fuego de las pasiones irritadas.
¿Creeis, acaso, que Puerto Príncipe se ha cuidado de sí, para ponerse al nivel del resto de los pueblos de Cuba? Error craso. Sus calles están como el día en que se firmó la paz; las fachadas de los edificios denuncian la ruina de la guerra.
No hay familia del Príncipe que no tenga heridas abiertas por la lucha, con la característica de haberse opuesto á cicatrizarlas, dando al traste con el bálsamo del tiempo y los beneficios de las libertades concedidas.
Si os dicen que no se van al monte, creedlos; porque son tan fuertes para no engañarnos, como fueron valerosos para luchar.
El Camagüey, por su posición topográfica y por el tesón de sus hijos, es la clave de la guerra.
Podeis estar tranquilos mientras el Camagüey sea leal; pero preocupaos y, no perdais el tiempo, si se decide algún dia por la lucha.
La guerra consumió más que en parte alguna su riqueza, pero no vereis á ninguno arrepentido de lo que hizo.
La mujer tiene allí influencia decisiva en sus destinos, y hasta la mujer del Camagüey parece salirse del cuadro general de la cubana.
Su belleza escepcional tiene universal renombre, su decisión, la probó en la pasada contienda.
Muchas salieron de allí enlazadas con los oficiales del Ejército, pasándose al campo leal, atraidas por los impulsos irresistibles del amor.
Cuando decís que vais al Camagüey, os advierten que no probéis el agua de tinajón, porque os casareis en seguida.
En el Príncipe no hay otra agua que la que desprenden las nubes, recogida en algibes y grandes tinajones, y de ésto y de los encantos de la camagüeyana, ha salido esa frase ya vulgarizada, pero que tiene su razón de ser.
Si permaneceis en el Príncipe algún tiempo, si os identificais con aquellas costumbres, si no os encerrais en el aislamiento del aburrido, estais expuestos á perder la partida, cogidos entre la red de encantos que tiende allí fácilmente la hermosura de aquella mujer excepcional, que lleva en sus ojos negros rasgados, y en su cabello de azabache, elementos poderosos de una atracción irresistible.
Es belleza que no solo seduce, sino que se impone.
En su altivez, su mirada penetrante avasalla y fascina.
Si allí hubiese llegado el hipnotismo. la mujer conseguiría adelantos maravillosos con sus ojos.
Es el tipo de la sultana que ordena, sin que haya forma de contradecirla. Su capricho ha de ser satisfecho sin protesta; su idea ha de ser escuchada sin reticencia; su imperio, en fin, ha de ser absoluto. Está convencida de que una sola de sus infinitas gracias, vale cien veces más que el mayor sacrificio del que merezca sus favores.
Este es el Camagüey, según nuestras impresiones, este es aquel pueblo excepcional.
Su riqueza es muy escasa, á pesar de los esfuerzos que se hacen por elevarla; y es escasa, por la falta de población. En toda la provincia, de estensión inmensa, no hay más que cinco pueblos, y el único de verdadera importancia, Nuevitas.
Con haberse construido en el Camagüey, el primer ferrocarril que cruzó tierra española, carece de comunicación.
El problema del Príncipe, su porvenir entero, está en la construcción del ferrocarril á Santa Cruz del Sur. Treinta años llevan de discusiones, y la política, con sus apasionamientos é intransigencias, ha venido á obstruccionar siempre la realización de la obra.
Hoy se hacen esfuerzos prodigiosos para llevarla á felíz término y no hace mucho que Alvarez Flores, González Celis y Argilagos hicieron una excursión larga para comprometer capitales en el negocio. El resultado de su gestión tuvo de todo, pero los trabajos realizados para llegar á la meta de las legítimas aspiraciones del Camagüey, no fueron satisfactorios en absoluto. El capital reunido cubre hasta la fecha la mitad del presupuesto. Puerto Príncipe ha hecho un esfuerzo supremo.
Todos los que allí gozan de influencia y posición, se han prestado á poner de su parte, cuanto ha sido posible, y el Camagüey merece, por ello, toda clase de respetos.
Sería para aquel país, una gran desgracia que los apasionamientos de la política, volvieran á entorpecer los trabajos.
Desde el Marqués de Santa Lucía, Agramonte, Pichardo, Aguilera y Freyre á Alvárez Flores, Ardieta, Avila, Celis y Argilagos, se prestan á realizar la obra.
A ella sin vacilaciones, porque en las entrañas de la locomotora, que cruce el trayecto del Príncipe á Santa Cruz, irá el tesoro que allí está sin explotar.
Id á la obra del ferrocarril, como fuísteis á la última Exposición, donde se manifestó vuestro amor por el trabajo de manera gallarda, y os haréis acreedores á las bendiciones de las generaciones que vienen empujando con incesante movimiento.
Su riqueza está en la ganadería. Los mejores potreros de la Isla están allí y de ellos salen los mejores caballos de Cuba.
La depreciación del ganado con la competencia del tasajo y la falta de comunicaciones contribuyen á mantener su ruina. Las vacas que se exportan, son numerosísimas, pero su precio es insignificante y apenas si compensa el sacrificio que impone un potrero á su dueño.
El Camagüey necesita con verdadera urgencia, de los dos problemas graves que hay que resolver en Cuba; las obras públicas y la colonización. Dádselos, gobernantes, y tendreis un pueblo leal y próspero.
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Se respetó el texto como fue escrito.