La respuesta a mi interrogante es un sí rotundo, al menos hasta donde se nos narra, en un testimonio singular sobre temas, poco aireados, de nuestra memoria histórica en el libro: Penumbras del Recuerdo[1], del bien informado autor habanero Antonio Iraizoz[2].
Las anécdotas al respecto que se desgranan en un interesantísimo aparte de este libro intitulado Reliquias de Santos en las Iglesias Habaneras, no deja de ser, en este hic et nunc, de grandísimo interés para cualquier curioso lector.
Los hechos que maneja el autor, para principiar su interesante crónica, aluden al que sería en Cuba un reconocido sacerdote agustino de origen italiano, el P. Lorenzo Spirali, O.S.A[3], quien destinado a servir como párroco en la habanera Iglesia del Cristo en 1926, atendida por su orden, habría traído, en un minuto posterior a su llegada, desde Roma, una reliquia correspondiente a Santa Rita de Casia, y que para entonces fuera exhibida a todos los fieles católicos, y a los fervorosos devotos de la santa, en aquella antiquísima iglesia, en su tiempos fundacionales conocido como la ermita del Humilladero, y que databa del año 1640.
Es precisamente al empeño y celo del P. Spirali, a quien se debe la génesis del resurgimiento de tal devoción, durante la celebración de los miércoles del Cristo, que atrajeron primero a cientos, y luego a miles de fieles que venían a pedir por sus cuitas a tan poderosa intercesora[4]
Aquel suceso, verdaderamente inusitado para la grey católica habanera, fue el leit motiv que guió a Iraizoz, el autor ya citado, a rememorar, la existencia de otras reliquias, acaso no merecedoras de tanta devoción, pero igualmente guardadas con celo en otras iglesia y comunidades religiosas de hasta aquel minuto en la capital cubana.
Su brillante rememoración, fue en un primer minuto, un artículo periodístico, y luego devino libro junto a otras interesantes anécdotas de la historia cubana.
Tal inventario para aquel instante fue y sigue siendo ciertamente sugeridor, y empieza precisamente en lo que fuera la fundación religiosa más antigua de la ciudad, el Convento de San Francisco, que data del año de 1608.
En aquel primitivo templo hubieron de conservarse, según nos apunta, los restos de San Teodoro[5] el monje, e igualmente de San Fortunato[6].
El autor no aclara, si luego de que el primitivo convento fuera incautado por el gobierno español en 1841, los frailes llevaran consigo tales reliquias[7] a su nuevo destino, la iglesia y convento de San Agustín, cita en Cuba y Amargura.
Tal si fue el caso, que acaeció con una reliquia con huesos perteneciente a Simón Stock[8], religiosos carmelita inglés, conservada por los miembros de su orden en la antigua Iglesia y Convento de San Felipe de Neri, primero regentada por los miembros de esa congregación, y luego traspasada a los frailes carmelitas en 1887.
En 1923, cuando los carmelitas se trasladaron a su nueva Iglesia del Carmen, en la calle Infanta, llevaron consigo tan sacros despojos.
Pero si acaso hubiera un sitio donde el autor pudiera detallar la mayor cantidad de reliquias, se trataría sin dudas en el entonces convento de Santa Catalina de Sena, ubicado originalmente en las calles de O’Reilly, Compostela y Aguacate, y fundado bajo la egida del obispo Diego Evelino de Compostela en 1688.
Allí, bajo el altar de Santa Inés, se localizaba una urna conteniendo los restos de San Victorino[9]. Bajo otro altar, el correspondiente a la Purísima Concepción, en una cavidad practicada para tal fin, se conservaban los restos de San Felicísimo[10] quien halló el martirio siendo aún un niño.
Sobre el coro alto, se guardaba con celo el corazón del Obispo Valdés, e igualmente una reliquia de un extraordinario valor, sorprendentemente localizada en aquel sitio: “el cuerpo completo de San Celestino.”[11]
Lo que el autor nos cuenta sobre esta tan particular reliquia lo transcribimos al lector por cuanto de novedoso nos parece:
Este San Celestino, debe ser el Papa Celestino I, romano elegido el 10 de septiembre de 422. Combatió la herejía de Nestorio, y su festividad se celebra el 6 de abril (…) Los franciscanos tenían reliquias de San Celestino. Nos inclinamos a creer que todas son del Papa Celestino I y no del V, sobre el cual hay una extensa bibliografía histórica(…)[12]
Derruido el edificio en 1918, las monjas hubieron de establecer su nuevo convento., y su iglesia homónima en el Vedado, en la manzana comprendida entre las calles Paseo, A, 23 y 25. El autor no lo dice, pero acaso podamos suponer que aquellas reliquias hubieran sido igualmente trasladadas a la nueva locación.
En su recorrido por los antiguos conventos habaneros, el escritor nos conduce hasta el que hubieron de ocupar las Madres Carmelitas en la intersección de las calles Teniente Rey y Compostela, cuya existencia temprana hubo de ser un antiguo Beaterio de Teresas, que era conocido desde 1647, muy cerca del actual Parque de San Juan de Dios, y donde hubo de localizarse el hospital del mismo nombre.
El convento y su iglesia datan de 1700, “cuando bajo los auspicios de del obispo Diego Evelino de Compostela, se erigió para las monjas carmelitas el convento a que se dio el nombre de Santa Teresa” El buen obispo hubo finalmente de reposar a su muerte allí, en un sepulcro erigido en 1704[13]
En este primitivo enclave, según se nos sigue narrando, en una cavidad del altar de Santa Teresa se guardaban celosamente los restos de Santa Clemencia[14]:
Los huesos están colocados dentro de una armazón de cera, de cuatro pies y medio que simula figura de la Santa, y aparece vestida con traje recamado de oro, protegidos los pies con sandalias. Expuesta horizontalmente, descansa la cabeza en lujosa almohadilla. Una valiosa pulsera de oro, con una esmeralda de gran tamaño lucía en la muñeca. Los dientes, que en su doloroso suplicio le extrajeron, se conservan montados adecuadamente. También en una vasija cerrada de cristal azul, había cierta cantidad de sangre de la mártir, que, con el tiempo transcurrido, tomó un color blancuzco.[15]
Igualmente, las Madres Carmelitas eran depositarias de otras preciadas gemas, que según relata Iraizoz, en el artículo de su autoría que venimos remontando, incluían a saber: “una costilla de San Juan de la Cruz”, y “los huesos de una mano” de Santa Teresa de Jesús.
Las Carmelitas construyeron en 1923 otro convento en el barrio del Vedado. Se sabe que al mudarse, se llevaron consigo los restos del obispo Compostela, según lo apunta Emilio Roig de Leuchsenring[16], que colocaron bajo el altar mayor. Igual destino suponemos tuvieran aquellas reliquias, aunque la Iglesia no fue nunca derruida y hoy esta dedicada al culto de María Auxiliadora.
En otro espacio conventual de la ciudad habanera, esta vez la antigua Iglesia y Convento de Belén en la calle de Compostela, regentado primero por los padres belemitas[17], y luego a partir de 1854, por los jesuitas, el autor nos relata la presencia de otra reliquia bien particular. Se tratan de los restos mortales de San Plácido, “soldado romano, martirizado por su fe, y que se hallaba en las Catacumbas de Roma.”[18]
La historia de su particular traslado transcurre ya en el siglo XIX, cuando los padres jesuitas tenían instalado allí su muy famoso Colegio de Belén. Nos dice el autor como una conocida marquesa habanera, la de San Carlos y Pedroso, hubo de construir en la antigua iglesia una espaciosa capilla, y en ocasión del hecho solicitó del Papa Pío IX, el envío de una sagrada reliquia, que resultó ser la ya citada de San Plácido, que dio nombre a ese espacio, y fue colocada en una cavidad del altar de San Antonio. En la actualidad se halla ubicada en la Iglesia del Sagrado Corazón, la casa matriz de la orden jesuítica en la popular calle de Reina.
En el recorrido por aquellos espacios dedicados al culto católico en aquella Habana de antaño, pero que igualmente tuvieron presencia durante toda la etapa republicana cubana, llegamos de la mano del bien enterado cronista, a lo que fuera el Convento e Iglesia de las Madres Ursulinas.
Se localizaba ya desde 1803, en la calle Egido, en una parte de la antigua Casa de recogidas, donde se ubicaron las primeras monjas llegadas desde la Luisiana, que entonces pasaba a manos francesas, en específico desde New Orleans, donde se contaban algunas habaneras.
Justo para cuando el autor hace su rememoración en los años cuarenta del pasado siglo veinte, las Ursulinas conservaban en su Iglesia, anexa al convento, construida en 1850, unas reliquias de un valor extraordinario, que preferimos que sea el propio cronista quien nos de los detalles de tan magnificentes ejemplares
Las monjas Ursulinas conservan entre sus reliquias huesos de San Agustín, una espina de la corona de Cristo y un pedacito de la Cruz del Salvador que encontró Santa Elena-un lignum crucis-con su auténtica, perfectamente guardado dentro de una cruz de plata labrada y tapa de cristal[19]
De cómo tan extraordinaria reliquia, ese maravilloso fragmento de la Cruz del Gólgota, vino a ser atesoradas por las Ursulinas, el autor nos sigue relatando las peripecias de su traslado.
Según sus fuentes, fue traída a Cuba por un obispo que ocupó la mitra en Guatemala, y quien estaba emparentado con una antigua familia matancera de apellido Beltranena, de quien fue cabeza fundante en Cuba, don Mariano Beltranena.
La historia recoge su participación como prócer, en las luchas por la Independencia de la América Central, y quien fungiera como primer vicepresidente de la Confederación. Cuando una revolución lo derribó del poder, don Mariano hubo de pasar a Cuba.
Del destino posterior de aquellas reliquias nada sabemos. Las Ursulinas se trasladaron de aquel sitio a un nuevo destino en Alturas de Miramar, que en su minuto fue nacionalizado. El antiguo edificio se destinó para viviendas y comercios, y la antigua iglesia se transformó en el Cine Universal.
Pero no sólo el enjundioso trabajo del periodista y autor Iraizoz apuntaba a la existencia de las reliquias de santos y santas de nuestra fe católica, sino igualmente a la presencia en aquel entorno, de quienes en vida fueron parte de la vida eclesial habanera, y que con el tiempo también fueron exaltados a los altares como santos de la Iglesia.
En su lista aparecen dos santos. El primero es Fray Francisco Solano, quien como franciscano hubo de ejercer su ministerio, en los primeros tiempos fundacionales antiguo Convento de la Orden en La Habana.
De tan significativo obrar, el autor apunta que en el expediente abierto para su canonización, las “autoridades españolas de nuestra Ínsula abonaron a su favor prodigios del fraile”[20]
El otro, lo fue el dominico San Luis Beltrán, cuya presencia cita en los predios habaneros, en la antigua casa de su Orden en la antigua Habana intramuros, sita en Mercaderes y O’Reilly.
El autor conjetura sobre su presencia en aquel minuto que:
Es posible que estuviese en La Habana una corta estancia a su paso de Cartagena de Indias -donde realizó trascendental misión evangélica- hacia Veracruz, pues en la ruta de los galeones que salían de Sevilla, Cartagena de Indias era el primer punto del Continente Americano, siguiendo después a Porto Belo, La Habana y Veracruz[21]
Ya en el cierre de su evocación, que no consideraba para nada conclusa, criterio al que igualmente nos atenemos en esta necesaria y muy primaria reminiscencia, barruntaba con razón la existencia de otras reliquias que precisarían de un proceso de autenticación, y que ya en la época de su indagación, el conocido P. Mariana requería, en atención a “la seriedad del ejercicio religioso, (…) la mejor investigación en estos casos para no burlar la fe de los devotos”[22]
A nuestro humilde entender, se trata de un tema que tuvo y aún tiene, una siempre añadida patina, ya casi esfumada de la historia eclesial cubana, y en particular de los antiguos templos y conventos habaneros, pero que sin dudas, merece una mirada atenta y actualizadora, a quinientos años de la fundación de la antigua villa de San Cristóbal de La Habana, y la llegada a estos predios, del signo de la fe católica, parte insoluble e indeleble de nuestra integérrima nacionalidad cubana.
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[1] Penumbras del Recuerdo. Antonio Iraizoz. Molina y Cía. La Habana, 1948
[2] Doctor en Pedagogía y en Filosofía y Letras por la Universidad de La Habana (1920 y 1921). Subsecretario de Instrucción Pública y Bellas Artes (1921-1925).Vice Presidente de la Asociación de la Prensa de Cuba. Representante a la Cámara en 1932 por el Partido Popular. Miembro del Cuerpo Diplomático. Embajador en Portugal en 1925, en España (1952), y Venezuela (1957). Miembro de la Academia Nacional de Artes y Letras, de la Academia de la Historia de Cuba y de la Academia Cubana de la Lengua. En Diccionario de la Literatura Cubana. I.L.L. Letras Cubanas, La Habana, 1980. T-I, p.480
[3] Nacido en Guardia Grele, aldea de los Abruzos de Chieti en Italia en 1882. Con veinte años emigró a Estados Unidos, donde ingresa a la Orden de los Agustinos y es ordenado sacerdote en 1916. En 1926 fue destinado a Cuba como párroco de la Iglesia del Cristo. En 1932 pasa a Roma como Ecónomo General de la Orden. En 1937 volverá a Cuba. Su celo infatigable le hace responsable de la construcción de hermosos templos habaneros: San Agustín, Santa Rita, Santa Elena, y obras de promoción humana como la Capilla, Escuela y Dispensario San Lorenzo. A su labor infatigable se debe la fundación de la Universidad de Santo Tomás de Villanueva en 1946. En Universidad de Santo Tomás de Villanueva. Contribución a la Historia de sus Diez Primeros Años. AA.VV. La Habana, 1956. p.24
[4]Ibíd. p.24
[5] “San Teodoro, monje griego, fue Arzobispo de Canterbury. Floreció en el siglo VII (602-690). Convocó un concilio nacional en Hereford y otro en Hetfield donde se condenaron las herejías eutiquianas y monotelitas. Fue sepultado en la iglesia del monasterio de San Pedro, Escribió varias obras, entre ellas un Penitencial. Su festividad se celebra el 19 de septiembre. No hay detalles de cómo vinieron sus restos a Cuba”. En Penumbras del Recuerdo. Op. cit. p.34
[6] Como Fortunatus y Felicissimus fueron conocidos muchos mártires anónimos que la Iglesia reconoció tras sus martirios por causa de su fe. Ibíd.
[7] Se sabe que fueron trasladas allí “muchas de las imágenes del antiguo templo de San Francisco, entre ellas el famoso Cristo de la Vera Cruz”. En La Habana. Apuntes Históricos. Emilio Roig de Leuchsenring. Edit del Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1963. T-II, p.178
[8] “Nacido en la ciudad de Kent hacia 1165, y muerto en Burdeos el 16 de mayo de 1265. Vivió un siglo. Fue Prepósito General de la regla carmelitana y fundador muchos conventos y logró la aprobación temporal de lña Orden por parte de Inocencio IV. El hecho más notable de la vida de Simón Stock, así se afirma, fue la aparición de la Santísima Virgen entregándole un escapulario con un letrero en latín donde se decía: “Este privilegio tendrá tú, y todos los carmelitas; el muriese llevando este hábito se salvará” En En Penumbras del Recuerdo. Op. Cit. p.35
[9] Son varios los santos católicos que responden a ese nombre, entre ellos San Victorino de Pecovio, del siglo tercero y cuarto obispo, Padre de la Iglesia y primer exégeta latino; también destaca San Victorino Mártir, quien fuera ciudadano romano, hermano de San Claudio, martirizado y lanzado al mar, y enterrado en las catacumbas de San Sebastián en Roma. Igualmente se suman a la lista San Victorino, obispo de Poitiers, muerto en 303, junto a otro también obispo del siglo I (Roma). Un grupo no menor bajo el mismo vocativo fueron mártires entre los siglos I y IV, en lugares tan disimiles como Egipto, Auvernia, Nicomedia, Rávena, y Roma. En Año Cristiano. Fr. Justo Pérez de Urbel. O.S.B. Ediciones Fax, Madrid, 1945. T-5.
[10] De entre los que llevaron este nombre se destaca uno en particular quien, junto a Rogaciano fue martirizado en la persecución de Valerio y Galiano, de quienes elogia San Cipriano sus virtudes en su “carta a los confesores”. Ibíd.
[11] Ibíd.
[12] Ibíd
[13] La Habana. Apuntes Históricos. Op. Cit. p.183
[14] “La festividad de Santa Clemencia se celebra el 21 de octubre y el obispo Fleix y Solans y un prelado de la diócesis de Puebla han concedido cuarenta días de indulgencia a todo el que rece una salve junto a los despojos de la mártir” En Penumbras del Recuerdo. Op. Cit. p.37
[15]Ibíd. p.36
[16] La Habana. Apuntes Históricos. Op.cit. p.183
[17] El carisma benéfico de la orden los llevaba a atender a los más pobres, y mantuvieron además una escuela gratuita para más de quinientos niños. En 1842 fueron desalojados del convento por el gobierno español (Ley de exclaustración) aunque mantuvieron la iglesia. En La Habana. Apuntes…Op cit. p.187
[18] Penumbras del Recuerdo. Op. Cit. p.37
[19] Ibíd. p.38
[20] Ibíd.
[21] Ibíd. pp 38-39
[22] Ibíd.