Hay algunas preguntas que todo cubano de la isla debería hacerse, por ejemplo: ¿por qué tanta insistencia en las marchas del pueblo combatiente, en los desfiles del 1ro de mayo y del 26 de julio, en las tribunas abiertas…? ¿Por qué tantos “trabajos voluntarios” y sábados de la defensa? ¿Por qué tantos actos y firmas de reafirmación revolucionaria? ¿Por qué tanto empeño en llenar las cuadras con letreros y consignas “revolucionarias”? ¿Cómo es posible que una persona vestida de civil llegue a una casa y diga que alguien tiene que acompañarlo, sin una orden de detención, y tanto la persona como la familia consientan en hacerlo? ¿Cómo es posible que lleguen a una casa a llevarse a un adolescente de 17 años para que salga a la calle a golpear a su propio pueblo y nadie se plante y diga que el chico no se va? ¿Cómo es posible que dos policías escuálidos estén golpeando a una persona indefensa y haya un círculo de hombres hechos y derechos que lo único que hacen es gritar improperios y filmar con su móvil, pero no se atreven a defender al que está siendo reprimido?
En 1963, Stanley Milgram, psicólogo de la universidad de Yale, publicó un experimento sobre la disposición de las personas para obedecer órdenes de una autoridad a pesar de que estas órdenes estaban en conflicto con su conciencia personal.
Milgram pidió voluntarios para un supuesto experimento sobre el estudio de la memoria y el aprendizaje. Los participantes fueron personas entre 20 y 50 años de edad, de todo tipo de educación, desde estudiantes hasta personas con doctorados.
En el experimento, el voluntario debía hacer preguntas a otra persona que se encontraba en una habitación contigua atado a una especie de silla eléctrica y conectado a unos electrodos. Si la persona se equivocaba en la respuesta, el voluntario tenía que apretar una palanca que daba al otro una descarga eléctrica. En la medida en que las respuestas erróneas aumentaban, aumentaba la intensidad de las descargas eléctricas hasta niveles que podían ser letales. Lo que no sabía el voluntario era que, en realidad, la otra persona era un actor que no recibía ninguna descarga eléctrica pero que fingía recibirlas.
Antes de comenzar, el voluntario era llevado a la habitación donde estaba el otro supuesto voluntario, para que viera cómo estaba sujetado a la silla y conectado a los electrodos, y se le hacía sentir una pequeña descarga eléctrica para darle verosimilitud al experimento.
En el cubículo desde donde se hacían las preguntas, junto al voluntario se situaba el investigador, con bata blanca de laboratorio. A los participantes se les comunicaba que el experimento estaba siendo grabado, para que supieran que no podrían negar posteriormente lo ocurrido.
Evidentemente, el que respondía las preguntas se equivocaba a propósito, con lo cual el sujeto que estaba junto al investigador tenía que ir aumentando la intensidad de las descargas eléctricas.
En la medida en que el nivel de descargas eléctricas aumentaba, la persona que supuestamente las recibía empezaba a golpear el vidrio que separaba las dos habitaciones y se quejaba con frases como: “déjeme salir”, “no tiene derecho a retenerme”, “estoy enfermo del corazón”. Más adelante, aullaba de dolor, pedía el fin del experimento y gritaba de agonía.
Si el voluntario expresaba al investigador su deseo de no continuar, este le respondía de modo imperativo frases como: “continúe, por favor”, “el experimento requiere que usted continúe”, “es absolutamente esencial que usted continúe”, “usted no tiene opción alguna, debe continuar”. Si después de esta última frase el voluntario se negaba a continuar, se paraba el experimento. Si no, se detenía después de que se hubiera administrado el máximo de 450 voltios tres veces seguidas.
Para sorpresa del propio Milgram, la mayoría de los participantes continuaron dando descargas a pesar de las súplicas del actor para que no lo hicieran, y ninguno se levantó para ayudarlo sin pedir permiso al examinador. El 65% de los participantes aplicaron la descarga de 450 voltios, aunque muchos se sentían incómodos al hacerlo. Todos pararon en un cierto momento y cuestionaron el experimento, pero muchos continuaron a pesar de esto. Ningún participante se negó rotundamente a aplicar más descargas antes de alcanzar los 300 voltios.
Milgram elaboró dos teorías que explicaban los resultados:
- Teoría del conformismo: cuando una persona no se siente con la capacidad ni el conocimiento para tomar decisiones, en una crisis transferirá la toma de decisiones al grupo o a la jerarquía, evadiendo su propia responsabilidad.
- Principio agéntico: cuando una persona reconoce en otra a un agente con autoridad y se mira a sí mismo como alguien que tiene que realizar los deseos de esa persona, se somete y no se considera a sí misma responsable de sus actos. Llegado a este punto, el individuo obedecerá las órdenes o instrucciones dictadas por aquellos a los que ve como figuras de autoridad, considerando que la responsabilidad de las consecuencias está en los otros y no en ella misma.
Cuando una persona, por el contrario, es capaz de tomar distancia de la autoridad, de pensar por sí misma y valorar si lo que se le propone está de acuerdo o no con su conciencia, y que la responsabilidad de los propios actos recae sobre ella y no sobre los demás, entonces será capaz de obrar con libertad y elegir lo que quiere hacer según su propia conciencia y sus propios valores, asumiendo las consecuencias de su opción. Es esta toma de distancia lo que permite la objeción de conciencia y la libertad frente a lo que la autoridad nos pueda pedir.
Volviendo a nuestras preguntas del inicio: ¿por qué la insistencia en los desfiles, los trabajos voluntarios, los actos de reafirmación política, los letreros omnipresentes…? Porque todo eso transmite un mensaje muy claro: “Tú no eres dueño de ti mismo, tú no te mandas, tú me perteneces, a ti lo que te toca es obedecer”.
¿Por qué tanto miedo a plantarse, por qué esa obediencia ciega, incluso servil, cuando es evidente que va contra la propia conciencia? Porque cuando se aprende a mirar a la autoridad como incuestionable y sagrada, cuando se ha asumido la mentalidad de sometimiento, la persona se congela, se bloquea, se paraliza, y obedece.
Y esto sucederá siempre, hasta el día en que el sometido reconozca que ese no es su lugar, que tiene derechos, que tiene una dignidad que no puede ser pisoteada impunemente. Y el día en que esto ocurre y la persona entiende que es posible actuar como alguien libre, la visión sobre uno mismo y sobre los otros se transforma, y se hace ya imposible regresar a la esclavitud.
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Texto tomado del Facebook del autor.