El sábado 14 de agosto de 2021 tuvo lugar, en el Fillmore Miami Beach del Teatro Jackie Gleason, la Gran Gala Clásica de las Estrellas del XXVI Festival Internacional de Ballet de Miami, que comenzó con la presentación, a cargo de Cristina Castellanos, del maestro Eriberto Jiménez, director artístico del Festival, quien explicó que la Maestra Lourdes López, la merecedora en esta ocasión del premio “Una vida por la danza” –una hermosa estatuilla del artista plástico mexicano David Camorlinga, inspirada en la prima ballerina Maya Plisétskaia– no pudo estar presente para recibirlo, y destacó en su discurso de apertura el legado de Pedro Pablo Peña, su mentor y maestro, fundador del Festival hace ya 26 años.
La función comenzó con el adagio Un sueño de las noches de verano, coreografía de George Balanchine y música de Félix Mendelsohn, bailado por Jennifer Lauren y Rainer Krenstetter, del Miami City Ballet, dirigido por la propia Maestra Lourdes López, donde hubo un partneo muy preciso y centrado por parte de Rainer para la grácil, elegante y delicada Jennifer.
Jennifer Lauren y Rainer Krenstetter,
en Un sueño de las noches de verano.
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Les siguieron Amanda Rose Hall, del Ballet de Magderburgo, y Josué Gómez, del Ballet Real de Birmingham, con el pas de deux del ballet La llama de París, coreografía de Vasili Vainonen y música de Boris Asáfiev, donde, tras un adagio que parecía prometer unas variaciones más brillantes, ella perdió la punta al terminar sus giros, mientras que Josué se destacó por sus audaces double cabrioles devant (saltos de tijera con las piernas hacia detrás, casi horizontal, con “batido” de los pies), grand jettés y raudos giros; mas, aunque Amanda lo secundó con una diagonal de piqués intercalados con jettéss, tampoco tuvo suerte con sus fouettés, que no pudo concluir.
Amanda Rose Hall y Josué Gómez,
en el pas de deux del ballet La llama de París.
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Al desfile de talentos de esta magnífica gala se sumaron Marizé Fumero y Arionel Vargas, del Milwaukee Ballet (Estados Unidos), con el pas de deux del ballet Manon, coreografiado por Kenneth McMillan y música de Jules Massenet, en una perfecta conjunción de técnica, estilo e interpretación.
Marizé Fumero y Arionel Vargas,
en el pas de deux del ballet Manon
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Marizé nos regaló unos arabesques penché absolutos, junto a sus grand jettés completamente horizontales, y Arionel se lució con una cargadas sostenidas –y no por ello menos tiernas– y precisos saltos y giros, ¡ah!, y tan importante como su impresionante bravura técnica: la tan veraz interpretación de sus personajes, con el frenesí del amor apasionado y correspondido.
Chaikovski pas de deux, con música de dicho compositor y coreografía de Vladimir Issaev (director de Arts Ballet Theatre of Florida) sobre la original de Dolgushin, fue la selección de esa compañía para su presentación, a cargo de Ramina Tanaka y Moegi Matzuzawa, que sortearon el pas de deux con musicalidad y rigor técnico, tanto en el adagio como en sus respectivas variaciones.
Ramina Tanaka y Moegi Matzuzawa,
en Chaikovski pas de deux
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A continuación, el Ballet de Filadelfia, dirigido por Angel Corella, presentó el pas de deux El cisne negro, del ballet El lago de los cisnes, con Sydney Dolan como Odile y Sterling Baca como el príncipe Sigfrido; música de Piotr I. Chaikovski y coreografía de Marius Petipa.
Sydney y Sterling, con muy vistosos trajes, abordaron el adagio con ímpetu, pero Sterling, aunque logró excelentes cargadas de Sydney, no debió hacerla girar descentrada; quien, por el contrario, lo superó con creces con sus arabesques a 180 grados, una diagonal de limpios piqués y sostenidos balances, amén de una feliz remembranza del port de bras de Odette.
En las variaciones, Sterling adornó sus saltos con grand jettés y “de tijera” hacia delante, mientras que Sydney, muy musical, se lució con un óvalo de raudos piqués, para luego enfrentarse a la prueba de fuego de este pas de deux: los esperados 32 fouettés que, aunque intercaló con pirouettes, terminó desplazada de lugar. Muy artistas al fin, su coda fue impecable, aunque les recomiendo saludar en personaje, sobre todo a ella.
Sydney Dolan y Sterling Baca,
en el pas de deux El cisne negro
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A la caravana de buen gusto de la gala se sumó Dimensions Dance Theater of Miami, dirigida por Jennifer Kronenberg y Carlos Guerra, con Adiemus (Excerpt), dinámica, vibrante y enérgica coreografía de Yanis Pikieris, con música de Karl Jenkins, que posibilitó que once de sus talentosos bailarines –seis mujeres y cinco hombres– ostentaran su musicalidad y su riguroso entrenamiento, por la pulida técnica mostrada –e incluso bravura– de todos, realzados además por un bello y juvenil vestuario.
Dimensions Dance Theater of Miami,
en Adiemus
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Tras esta feliz probadita del buen rumbo que lleva DDTM, esta variada Gala de las Estrellas ofreció gustosamente su escenario a Daynelis Muñoz e Ihosvany Rodríguez, del Ballet Clásico Cubano de Miami, bajo la dirección del Maestro Eriberto Jiménez, para que nos trasladaran al Medio Oriente, con el pas de deux del ballet El corsario (coreografía de Petipa y música de Adolfo Adams), donde, tras un vistoso adagio muy bien partneado, con giros totalmente centrados y una perfecta cargada “caminada” sin titubeos, ambos se lucieron también en sus variaciones.
Daynelis Muñoz e Ihosvany Rodríguez,
en el pas de deux del ballet El corsario
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Ihosvani, a quien le celebro su actuación tan en personaje como el esclavo Alí –mas no así sus ostensibles tatuajes–, hizo alarde de sus saltos con volteretas en el aire, raudos giros y una media diagonal de grand jettés, amén de sus masculinos entrechats, pero con algunas imprecisiones que debe mejorar, mientras que el desempeño de Daynelis fue inobjetable, con toda la pirotecnia que su rol demanda: diagonal de piqués con pirouettes intercalados, y luego fouettés clavada en el lugar adornados del mismo modo, para cerrar ambos con una coda “bordada”.
Del Medio Oriente, la magia del ballet nos trasladó al mundo de los dioses mitológicos romanos –copiados y “editados” de los griegos–, para disfrutar de Diana y Acteón, un pas de deux con música de Ricardo Drigo, coreografiado e incorporado por Petipa en 1886 a su versión del ballet Esmeralda, coreografía de Jules Perrot (1844), pero que el Ballet de Washington, dirigido por Julie Kent, ha montado con la de Agripina Vagánova.
La exquisita Katherine Barkman y el sorprendente y superdotado Gian Carlo Pérez fueron los encargados de revivir esta historia mitológica grecorromana, con la única objeción a Gian Carlo de que Acteón no lanza flechas, sino que es Diana la que quiere “flecharlo” para castigarlo por su voyeurismo.
Katherine estuvo pendiente en todo momento de su rol de la cazadora Diana, y satisfizo la exigente coreografía con total bravura, con bellos arabesques, sostenidos balances y jettés elegantes y precisos; y unos fouettés “clavada” en el lugar, intercalados con pirouettes, en el apogeo de su variación.
Gian Carlo hizo girar a su compañera con total verticalidad –como debe ser–, y su variación fue absolutamente deslumbrante, pues a sus saltos no les faltó altura ni, incluso, volteretas acrobáticas casi horizontales. Sus vertiginosos giros, a su vez, resultaron también impresionantes; en fin, una muy feliz muestra actual de la excelencia de la Escuela Cubana de Ballet que, combinada con la “Americana”, dejó el escenario muy candente, tras la “huida” de Acteón perseguido por la vengativa Diana.
Katherine Barkman y Gian Carlo Pérez,
en el pas de deux Diana y Acteón
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Y para concluir con broche de pasión la cascada de estrellas asistentes a este festival, salieron a escena la brasileña Blanca Teixeira y el argentino Lucas Erni, del Ballet de San Francisco (bajo la dirección artística de Helgi Thomason), para bailar el pas de deux de la boda de Kitri y Basilio del ballet Don Quijote, coreografía de Marius Petipa y música del austriaco Ludwig Minkus.
La juvenil y acoplada pareja, coherentemente vestida de blanco, brilló desde el inicio del adagio, en el que una chispeante, pícara y juguetona Blanca logró varios balances sostenidos, e hizo gala de sus extensiones a 180 grados, mientras que Lucas la hizo girar siempre con total verticalidad –como debe ser– y la alzó, cargada con una sola mano, ¡dos veces!
Blanca Teixeira y Lucas Erni,
en el pas de deux de Don Quijote
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Ya en su variación, ejecutó sus saltos con total limpieza y precisas caídas, seguidos de raudos giros, y Blanca, por su lado, abanico en mano, ejecutó la suya con coquetería, musicalidad y precisión, con grand jettés “horizontales”, pero los esperados fouettés intercalados con pirouettes debió darlos sin desplazarse de lugar, algo que debe mejorar.
Gracias, maestro Eriberto Jiménez, por tanta entrega y devoción por el ballet y el arte en general, fiel continuador del legado del inolvidable Maestro Pedro Pablo Peña.
Fotos: Simon Soong