No es aparatoso, ni se muestra engreído por la posición política a que lo han llevado, más que el voto de sus conciudadanos, sus virtudes cívicas.
No tiene la exaltación de los temperamentos apasionados, ni la ambición por la notoriedad que suele, a veces, desequilibrar a las inteligencias más privilegiadas.
Para él, su mas dulce satisfaccion sería volver a su risueña morada de Central Valley, y alli, en el seno de la naturaleza pródiga, rodeado de las sinceras efusiones de su familia y de la bulliciosa algarada de os educandos pequeñuelos que confía la América libre a sus cuidados de padre y a su suficiencia de preceptor, pasar el resto de sus dias haciendo el bien por el bien mismo, y recordando a Cuba, la patria de su adoración, con el orgullo de que ha sido la tierra donde “más alto ha rayado el heroísmo” en esta centuria de épicas hazañas.
Por sobre el amor a la familia, se levanta el culto ferviente a la patria, y mientras ésta no sea libre, mientras no sea señora de sus propios destinos, Estrada Palma no se cree con derecho a encerrarse, egoista, en su hogar, oyendo indiferente que truenan las armas de fuego y se derrama la sangre de sus hermanos en los campos gloriosos de la isla mártir.
Ya otra vez -en la guerra admirable de los diez años— fué guerrero y legislador.
Dejó su fortuna a la voracidad rampante de los españoles; vio impasible su hogar destruido; y al caer, santificada por el martirio, la venerable autora de su existencia, no se detuvo a lamentar la salvaje hazaña española, sino que juró en su conciencia -vencedor ó vencido— no ser nunca más siervo de una metrópoli tan desatentada y criminal como España.
Y cumplió su juramento.
Vinieron los días tristes para la primera revolución. Las disenciones, más que la porfiada tenacidad española, hicieron inevitable la suspensión de hostilidades en el Zanjón, ó sea la tregua reparadora que ha durado diez y seis años.
Estrada Palma no se encontró en esa tregua.
Después de haber sido Secretario de gobierno bajo la presidencia Spotorno, y autor del célebre Decreto que castigaba con la pena de muerte — como traidores-— a los cubanos que fuesen con proposiciones de paz que no estuviesen basadas en la independencia; después de haber sido Presidente de la República; «la sazón en que se esforzaba en aplicar el ya dicho Decreto a tres a cuatro cubanos degenerados que estaban en inteligencia con los españoles para rendirse, cayó prisionero. Llevado como un criminal, a pié y atado, por caminos intransitables desde la hacienda “Tios Pozos” en la jurisdiccién de las Tunas hasta Holguin, fué de este lugar trasladado en un cañonero a la Habana, donde encontró todo género de atenciones en el general Jovellar. Estóiico en su largo via-crucis, no cede en su altivez de cubano rebelde y primer Magistrado de la República de Cuba. Solo lanza una queja de amargura en carta histórica dirigida desde el Castillo del Morro al Sr. José A, Echeverría, en New York, momentos antes de ser deportado a España, porque no encontró un solo cubano en la Habana que le ofreciera -ya que ibaa ser trasladado a la peninsula ibérica en pleno invierno- un traje confortable, para “librarlo de la verguenza de aceptar la limosna que le presentaba el Capitán General de Cuba española.” Eso sí; el Sr. Francisco Castro, condiscípulo que fué de Universidad del Presidente Estrada Palma, fué a su prisión no a ofrecerle el traje de invierno que necesitaba, sino a interponer su influencia de condiscípulo, para que aceptase el que le ofrecía el general Jovellar.
Del Castillo de Figueras, en España, logró escaparse al extranjero, y muy pocos saben las estrecheces en que vivió el que había tenido extensas posesiones y señorío en Bayamo, hasta que en Honduras -tierra que siempre ha sido amiga de los patriotas cubanos- logró puesto merecido a su competencia, y esposa noble y buena que admiró sus virtudes y compartió con él sus dolores de proscripto.
-Me sedujo de él- nos decía la abnegada compañera en la última memorable visita que hicimos al general Rius Rivera en Central Valley -la sombra de tristeza que había en su semblante, su porvenir inseguro, su soledad, sobrellevada con serena resignación, y quise ser su esposi para ser, en la modestia de nuestro hogar, su compañera dle infortunios.
Ya en New York, y al amparo de las libres instituciones de la República de Washington, logra fundar en Central Valley un Colegio para los niños de América, y bien pronto sus labores profesionales le prestan decorosa subsistencia.
Fl gobierno español quiere ganarse a ese rebelde tan sugestionador por su vida ejemplar como por su consecuencia inalterable al ideal revolucionario -ó tenerlo cerca para inutilizarlo en la primera oportunidad, y le ofrece devolverle los bienes que le habían sido confiscados, si reconoce la soberania de España en Cuba.
Estrada Palma desprecia la proposición, y continúa siendo en el valle risueño, agricultor y educacionista. Levanta con sus afanes casa propia, creyéndose dichoso, como un patriarca, al lado de la familia feliz.
Pero jamás dió al olvido a su Cuba esclavizada. Marti -el genio de la previsión-.tuvo en Estrada Palma su consejero más leal y su admirador más entusiasta. No fué ni indiferente ni egoísta. Los dolores sufridos no lo hicieron -como a tantos otros- cobarde ó pusilanime. Antes bien, lo templaron para nuevas tentativas, y estuvo siempre al lado de aquel puñado de locos.que, con Martí por guía, predicaban el Evangelio de la nneva revolución para arrojar a España de América, por más que se burlasen del Apóstol y de sus seguidores los que decían que no se podían hacer revoluciones “con fusiles cargados de pensamientos.”
La guerra, esta guerra asombrosa que ha atraído sobre Cuba la admiración del mundo entero, estalla por fin, y Estrada.Palma, olvidando la valiosa cooperación que él había prestado, solo tiene frases de calurosos elogios para Marti, al que miraba yá en la cumbre de los grandes libertadores. ¡Mentor se complacía en colocar la corona de la inmortalidad en la frente de Telémaco!. ..
Caído en los campos de batalla el cubano adorado, transformandose así en permanente sol de gloria, los ojos, preñados de lagrimas, de la emigración magnánima, se volvieron hacia Central Valley. El Partido Revolucionario quiso - por deber y por justicia- que Estrada Palma fuese su Delegado; y éste, acatando el mandato de sus compatriotas, por más que conocía el camino erizado de espinas que tenía que recorrer, dió de mano sus tranquilas labores, dijo adiós a la casa querida donde había encontrado calma y reposo, y volvió como -en otra época de heroismo A ofrendar a la patria cuanto era y cuanto valía.
En el alto puesto de responsabilidad en que se encuentra, investido con la Plenipotencia de la ya victoriosa República de Cuba y con la Delegación del Partido Revolucionario Cubano, todos lo hemos visto debatirse admirable porque no falten pertrechos de guerra al Ejército Libertador, y porque se mantenga unida en la emigración la obra hermosa de Marti. Y hay que confesar que si la prueba a que se le ha sometido ha sido excepcionalmente ruda, la rectitud y los buenos deseos de Estrada Palma lo han sacado victorioso en los más difíciles empeños.
El no sabe imponerse con alardes de autoridad, sino con la persuación que atrae, con el ejemplo que convence.
Algunos han creído que es fácil de reducir, y que cede su carácter, bondadoso pero firme, ante la aparatosidad engreída o presuntuosa, pero se han equivocado y han tenido, in pectore, que reconocer su error.
El antepone lo que sinceramente es el bien de la patria, a todo lo demás. Hace abstracción de su propia persona, y es conciliador y hasta condescendiente, cuando con esa conducta cree que ha de encontrar prestigio y mayor solidez la obra de la independencia. A las veces parece que cede, porque no es partidario de la discusión tenaz, ni de los torneos de palabras infructuosas; pero no fieis en vuestra presunción: a solas reflexionará, y hará lo que su conciencia le dicte y el cumplimiento de su deber le ordene.
En la cuestión de principios es inflexible. No contrae compromisos que no pueda satisfacer, y no da palabra que no sepa cumplir. Demócrata, con esa democracia imnata en los que saben estudiar a los hombres en su valor intrinseco ó en sus virtudes íntimas, y no en miserables accidentes de naturaleza ó gerarquías hereditarias, sabe apreciar y atraerse a los buenos y a los puros de corazón.
—Yo entiendo la democracia -—le oimos decir en cierta ocasión— haciendo justicia á cada cual según sus obras. El hijo del héroe ha de hacer honor al apellido que lleva, y no ha de vivir a costa de la gloria legiítima del padre. Si es bueno, trátese como bueno; si es malo, castíguese con arreglo a su falta. De otro modo, nosotros, que queremos levantar una república democrática, perpetuaríamos los vicios de las monarquías hereditarias, en las cuales el hijo de la realeza, por desalmado y criminal que sea, goza honores y prerogativas soberanas a la sombra del poder absoluto del padre.
Este concepto de la democracia no será de alto vuelo filosófico; pero es irrebatible y está al alcance de la más limitada inteligencia.
Las amistades de Estrada Palma son las mismas que tenía antes de ser Delegado; es decir, que no se ha prevalido de su cargo para hacer Corte ni ser cortesano. Y eso que por razón de sus funciones ha tenido que tratar a muchas personas de valimento. ¡Tiene tantos adoradores de última hora una revolución triunfante!....
Los sábados, al caer la tarde, y cuando se lo permiten sus ocupaciones, se traslada a su casa de Central Valley, sin compañía de ninguna clase. Va solo, solo con sus pensamientos sobre Cuba redimida, o con sus alegrias de colegial escapado al encierro por breves horas, para buscar en el seno de su familia nuevas fuerzas, pues ha de seguir adelante hasta consumar la obra de la independencia patria. Muy pronto ha de poder exclamar a pulmón pleno: ¡Triunfamos!
S. Figueroa
Julio 29, 1897.
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Revista de Cayo Hueso. Agosto 22, 1897