Ya nos sabemos aquello de “mal de muchos, consuelo de tontos”, pero mirando ciertas actitudes de las autoridades cubanas yo diría “mal de muchos, preocupación de todos”.
El lunes 15 de noviembre un grupo de personas me hizo un acto de repudio cuando yo estaba en la azotea del arzobispado de Camagüey, dialogando con mis pensamientos; de hecho, nunca tuve conciencia de que “la cosa” era conmigo. No sé si para dejar claras las intenciones, el martes en la tarde hubo otro acto de repudio en la puerta de mi parroquia, en Esmeralda, lamentablemente frente a un círculo infantil lleno de niños.
El miércoles pedí hablar con la funcionaria de la Oficina de asuntos religiosos de Esmeralda, que envió a un joven a decirme: “Ella no lo recibirá”. Es la misma funcionaria que, en los dos años que llevo en esta parroquia, se ha explayado más de una vez hablando del diálogo y la necesidad de comunicación mutua. Y la misma que escribió sobre mí en su cuenta de Facebook: “Cada día me pregunto cómo personas que aman tanto la paz y el amor pueden mirar a la cara a ese farsante. Despierten, ya mañana será tarde”.
También pedí una entrevista con el funcionario de la Oficina de asuntos religiosos en Camagüey, y la respuesta fue la misma: no voy a ser recibido.
Desde hace mucho tiempo, y más aún desde que este pueblo comenzó a reclamar sus derechos, la palabra que más se ha repetido es “diálogo”, pero ¿qué se hace cuando el invitado no quiere dialogar, cuando no hay interés en escuchar, cuando no hay voluntad política para sentarse a la misma mesa y encarar que Cuba tiene problemas graves que no dependen absolutamente de ese saco conveniente de boca ancha que se llama “embargo”? ¿Qué pasa cuando la otra parte te ignora y ni siquiera se digna a reconocerte como interlocutor?
Confieso que por momentos, tengo miedo, tengo miedo que llegue un día en el que este pueblo termine de cansarse y cambie su talante, y decida pasar a la violencia. Porque los pueblos, como las personas, se cansan, y cuando un pueblo se cansa se convierte en un río devastador. Me inquieta el aumento de aquellos que empiezan a creer que la solución solo es posible a través de la violencia. Porque una cosa es cierta, estamos hartos de aguantar, estamos cansados de una vida miserable sin otro horizonte que la emigración.
Y me preocupo porque, cuando un cambio se realiza a través de la violencia, es muy común que luego esa violencia se mantenga para defender lo logrado y justifique incluso la venganza.
¿Qué hacer entonces, para que la violencia no sea la opción de un cambio?
La conducta de las autoridades cubanas hacen presuponer que ni les interesa dialogar ni tienen intención de hacerlo, pero como decimos en buen cubano, “que no quede por nosotros”. Aunque el diálogo parezca imposible e incluso cuando no tengamos ninguna fe en una respuesta positiva, yo creo que hay que seguir insistiendo, por todos los medios, en sentarnos a la misma mesa buscando las soluciones que necesitamos, pero no solo eso.
Hay algo que se llama “tejido social”, y significa atreverse a dialogar en pequeño, es decir, aprovechar todos los ambientes en los cuales pueda darse un diálogo, intercambiar ideas, confrontar opiniones y dar sugerencias.
Durante años nos hemos acostumbrado a que toda iniciativa, toda propuesta, debía venir del Estado o, al menos, debía contar con su aprobación; todo análisis debía ser convocado por organismos estatales, y eso “desmonta” los mecanismos de lo que llamamos la “sociedad civil”.
¿Qué es la “sociedad civil”? Es el entramado social de grupos y asociaciones que tienen en común la plena autonomía del Estado, sus métodos y fines son pacíficos y participan en el debate público de todo lo que una nación necesita.
Es tiempo pues de independizar nuestro pensamiento del “discurso oficial”, es tiempo de empezar a generar ideas propias desde lo pequeño, desde lo aparentemente insignificante, porque ese ejercicio de diálogo “en pequeño”, va abriendo las mentalidades, va aportando luz, va haciendo que cada vez más tomemos conciencia de lo que queremos como nación y de lo que nos es debido.
Todo ejercicio de diálogo es fecundo. Es como la levadura en la masa, que es minúscula, pero hace que toda la masa fermente y se transforme, poco a poco, para el bien de todos.
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Texto tomado del Facebook del autor.
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