Gracias a la iniciativa de la organización HISTEPA, que agrupa a las salas que presentan teatro en español en esta ciudad, de realizar el Festival de Teatro Hispano con Talento Local de Miami, en el que cada espacio presentó una función gratuita de alguna obra de sus respectivos repertorios, subió a las tablas de Teatro 8, la obra del franco-canadiense Michel Tremblay, “Por el placer de volver a verla (“Encore une fois, si vouz le permittez”) bajo la dirección de Jessica Alvarez-Dieguez y las actuaciones de Alejandro Vales y la propia Dieguez. Esta puesta ya había ocupado la programación de dicha sala algún tiempo atrás, pero poco tiempo, debido a la falta de interés por parte del público ante un título que se alejaba del género acostumbrado a presentar dicha instalación: la comedia. Desgraciadamente el público verdaderamente de teatro en esta ciudad es casi insignificante, en detrimento de uno mayoritario que solo se interesa por el entretenimiento y la risa fácil en espectáculos donde los valores artísticos escasean.
“Por el placer de volver a verla”, concebida en 1997 durante una de las estancias de su autor en Cayo Hueso, Florida y estrenada en 1998, fue como un homenaje a su primera obra de teatro estrenada treinta años atrás y a los cincuenta del teatro donde se presentó la misma, además de volver a hablar de todas esa mujeres que lo habían rodeado e influido, especialmente de su madre. Es una de sus más conocidas obras, que ha sido llevada a escenarios en diversos países en largas temporadas de presentaciones.
El éxito de dicho texto dramático se debe a que a través del mismo se hace un canto al amor que sentimos hacia aquella persona que nos es indispensable en nuestras vidas, aquella que nos ha marcado y que ha dejado huellas profundas en cada acto que realizamos y que ya no está. El autor nos invita a aceptar que nunca estamos solos del todo, porque esa presencia necesaria y añorada siempre nos va a acompañar más allá de la muerte.
A través de la exposición de distintas escenas, el autor, que también será el narrador y uno de los protagonistas de la obra, nos convertirá en testigos de momentos cruciales en su vida marcados por la relación con su madre, personaje a quien va dedicada la obra, como tributo ofrecido en pago a una deuda de amor y por las enseñanzas recibidas de parte de ella, pero para lo cual tendrá que contar necesariamente con su presencia. Estamos frente a un viaje al pasado que se convierte en presente.
Ambos personajes, madre e hijo, nos convencen que alguien es único cuando ese otro hace que nazca la irremediable necesidad de ‘volver a verlo físicamente’ a sabiendas que ya no está entre nosotros.
Michel Tremblay, quien como ya dijimos, parte de las experiencias vividas junto a su madre, no duda ni por un momento en desnudar sus sentimientos en escena, llevando al mismo tiempo a que el público deje salir sus propios recuerdos, convirtiendo la obra en una catarsis, donde afloran las nostalgias de todos los presentes en el teatro.
Este importante novelista y dramaturgo franco-canadiense nació un 25 de Junio de 1942 en Montreal, se introdujo en el mundo de la literatura a través de una de sus abuelas, pertinaz lectora, quien le inculcó la importancia del leer. Creció en un ambiente francófono, lo que lo lleva a convertirse en un ferviente nacionalista convencido de la necesidad de que Quebec se independizara como nación soberana.
Con su primera obra dramática, “Le Train”, obtuvo su primer premio en un concurso para jóvenes autores convocado por Radio Canadá en 1964. Dos años más tarde publica su primera novela, “Cuentos para bebedores retrasados” (Contes pour buveurs attardes). Durante su estadía en tierras mexicanas escribe la novela de fantasía “La cite dans l’oeuf” y lo que sería su primera obra abiertamente gay, “La Duquesa de Langerais” (La Duchesse de Langerais), un monólogo sobre un trasvesti, Edouard, personaje que aparecerá en otras obras de ficción de este autor. Su obra “Las cuñadas” (Les Belles-soeurs), escrita en 1965 fue la primera obra producida profesionalmente, subiendo a escena del Theatre du Rideau Vert un 28 de Agosto de 1968, siendo su obra más popular y traducida a más de 22 idiomas, entre ellos al creole, alemán, yiddish, lituano, japones e hindi, teniendo un gran efecto en el idioma, la cultura y el teatro en Quebec, ya que transformó ese teatro que se venía haciendo en Canadá al introducir personajes que retrataban a las mujeres de clase trabajadora, enfrentándose con los estereotipos sociales y religiosos de mediados del Siglo XX. Por otra parte Tremblay es el primer autor dramático que llevará a sus textos personajes abiertamente gay y al mismo tiempo, como ya apuntamos, es considerado un autor que da voz a la mujer, rompiendo con estos temas esquemas tradicionalistas en el teatro en su país.
La obra de Tremblay está concebida mediante un lenguaje y una exposición de los sentimientos que no deja indiferente a ningún lector de las mismas, siendo ese el motivo que sedujo a Alejandro Vales cuando tuvo entre sus manos el texto en ingles de “Por el placer de volver a verla”, llevándolo a buscar alguna versión en español de la obra, encontrando una hecha en México y otra en Argentina, siendo esta última por la cual se decantó y la que subiera a las tablas en esta ciudad.
Jessica Álvarez-Dieguez tomó el reto de asumir la dirección de esta puesta en versión de Manuel González Gil y traducida por Pablo Rey, dando un paso al frente en el siempre difícil acto de la autodirección, aunque asistida por la mano de su compañero en la vida y en la escena, Alejandro Vales, con quien forma la dupla actoral de este sólido texto.
Vales, en el rol del hijo que evoca a la madre que ya no está presente físicamente pero que la necesita por ser indispensable en su vida, hace de su trabajo una muestra de entrega al personaje, al cual es posible verlo en su evolución desde sus primera infancia hasta su adulta madurez como ser humano y como profesional, evocando cada momento con pequeños gestos de manos, ligeras posturas del cuerpo, mediante los cuales podemos apreciar el transcurso del tiempo sobre el personaje, esto acompañado de una clara dicción, que no permite que nada del texto se pierda. Un trabajo desde la sinceridad, la organicidad, revelando la esencia del actor que se entrega a su personaje haciéndolo vivir sobre el escenario.
Jessica Álvarez-Dieguez quien sin duda ha demostrado ser una magnífica actriz de comedia, con el ‘tempo’ necesario y justo para ese difícil género, en este rol hace un giro de 180 grados a su trabajo, entregándonos un personaje que transita certeramente por los caminos no solo de la comedia, sino también por el del melodrama y el drama. En su caracterización de la tan añorada madre no faltan los diversos matices con que el autor viste a este personaje: el sarcasmo, el humor, la sobreprotección, el cariño, la imaginación, la añoranza, las ilusiones, elementos que la actriz va mostrando a través de un diálogo constante, en el cual su personalidad va tornándose cada vez más implacable con respecto a lo que ella considera debe ser la mejor formación para su hijo.
Tremblay nos enfrenta a un personaje, al cual por momentos se ama y por momentos se llega a sentir cierto rechazo debido a la dureza de sus reacciones maternales, algo que da cierta complejidad al personaje y que la actriz resuelve con eficacia, otorgándole a cada momento el gesto y la intención de voz precisa.
En cuanto a la puesta en escena, esta no se aparta del mismo concepto ya realizado en previas puestas que han subido a las tablas en otros países: un escenario vacío con solo algunos módulos de madera a los cuales se les darán distintas funciones y un ciclorama cubriendo todo el fondo del escenario sobre el que se proyectará una iluminación que producirá diferentes ambientes o un cielo iluminado por una gran luna llena. El actor, en su doble función de narrador y personaje se mantendrá todo el tiempo en escena, mientras la actriz tendrá constantes entradas y salidas del escenario ofreciéndole un dinamismo a su rol que acentúa la diferencia de temperamentos entre ambos.
Un momento de espectacular desenvolvimiento escénico es sin duda el diálogo que se desarrolla entre los dos personajes mientras ella va colgando ropa blanca -muy simbólico el color- en una larga tendedera que atraviesa todo el espacio escénico, previamente puesta por el narrador-hijo, lo que obliga a la actriz a conjugar la repetitiva acción de colgar ropa con el mantenimiento de un diálogo poseedor de un texto que nada tiene que ver con ese rutinario quehacer de la vida cotidiana. Sin duda estamos en presencia de una de las escenas memorables de dicha puesta y que ambos actores resuelven de manera magistral.
Es innegable que en este trabajo se nos muestran un Alejandro Vales y una Jessica Álvarez-Dieguez muy diferentes de lo que estamos acostumbrados a ver de ellos a través de sus constantes trabajos en las tablas de Teatro 8, aquí, queda clara la capacidad y el compromiso de ambos actores al momento de asumir un texto con tan fuerte sentido de lirismo, tan cotidiano, humano, que posee una carga emotiva y sentimental que hace imposible el no derramar una lágrima, la cual dejamos salir sin miedo, con mucho de nosotros mismos.
Gracias a ambos actores por haberse atrevido con este trabajo a sabiendas que no cumpliría con las expectativas de la mayor parte del público miamense, ya que apostaron por el teatro y por lo que de valores artísticos y éticos, este puede aportar.
Texto y fotos/ Wilfredo A. Ramos
Diciembre 2, 2021