Poema 28 de La patria es una naranja (Ediciones 2010, 2011, 2013) (Poesía del exilio)
28
El Metro le da dos vueltas y media a la Tierra cada mes.
En las estaciones de enlace
he visto la cifra más cercana posible al medio mundo,
he visto personas como animales asustados de los hombres
caminar a tientas en medio de un rumor cuya causa nadie sabe.
La mayoría de los humanos que van por los andenes y pasillos
llevan ese paso de quienes se acercan a la fuente que habrá de salvarlos.
El poeta ha recorrido las 10 líneas del Metro,
las más de 130 estaciones,
en busca de algún líquido que acelere las alquimias, o quizás
de ese petróleo hirviente que se empoza bajo las faldas de las mujeres.
También están los vendedores,
cuya languidez se advierte sobre todo en el betún de sus zapatos,
“¡lo va a llevar de a peso!”,
o de tres, de cuatro, de diez pesos, proponen
subrepticiamente a toda voz
libretas plumas agendas revistas atrasadas discos compactos
carmín lámparas lustres para la piel libros de gramática
pócimas para rejuvenecer.
Con sus gritos
son los vendedores quienes aumentan el sopor subterráneo.
Están además los ciegos
que van tocando guitarras, acordeones
cantan,
arrastran de a uno o de a dúo
una vasija, los ciegos y ciegas
que casi nadie ve
que casi nadie mira
que dicen “gracias” como si lo dijeran al olvido
cuando el sonido de una moneda cae en la vasija
(¿no será en el corazón, en verdad, donde les suena?).
Virgen de Guadalupe.
Están los niños raquíticos
que
por racimitos semejantes a semillas calcinadas
arrastran sus instrumentos
cantan
con sus vocecitas de maíz reseco
un corrido cuya letra ni siquiera sabrían traducir.
Los enanitos
con guitarras
maracas
hacen musiquitas
en pos de las monedas
que llenen sus mínimas barrigas (que
si bien deben ser pequeñas, sabrán
aullar como cualquier barriga desierta).
El Metro viaja como un bicho eléctrico.
Mujeres que se acicalan bajo tierra.
Una mujer rubia bosteza hasta la campanilla
que entonces refulge como cierta chispa seductora.
Un hombre vestido de traje
se alisa y se alisa la corbata
tal si el destino de todos los presentes dependiera de esta acción.
Van los cintillos de los vagones tachonados de anuncios
en los que alguien se postula para Senador
en los que alguien debe aprender inglés
en los que alguien debe consumir una nueva fórmula de dentífrico
en los que alguien debe leer el último libro de autoayuda
en los que alguien puede hacerse millonario mañana al amanecer.
Viaja el Metro como un bicho eléctrico.
Es un bicho eléctrico.
Miles de mujeres llevan la saliva cortada
pero
muchas de ellas
con el maquillaje como en esas portadas de las revistas de modas,
miles deben estar menstruando
y el olor de sus entrañas
agrega un tono esperanzadoramente rojizo en el olfato.
Entre vehemente y furioso
un hombre declama en grito algo parecido a una poesía
que bombardea al desempleo, incluye
el nombre de cuatro hijos que ahora mismo están esperando al padre
con los piquitos abiertos, lindando con la muerte.
Pasa un travesti tercermundista y pasa otro y otro –cetrinos, palurdos–,
que a toda voz se declaran inocentes de llevar sida en la sangre…
“rogamos unas monedas, por favor, no somos culpables, a cualquiera le
ocurre,
no nos desprecien, con el desprecio del Gobierno basta”.
El Metro viaja como un bicho eléctrico.
El Metro es un bicho eléctrico.
Virgen de Guadalupe.
El calor, o más bien cierto vapor,
incendia los malos olores,
trueca
en estufa al vagón.
Un hombre mudo pasa poniendo papelitos en el regazo de los pasajeros,
dicen los papelitos que es eso: mudo, y necesita dinero, no tiene
ni con qué comprar el lazo para ahorcarse.
Entra el
pegaverga en el vagón desbordado, colima su objetivo: una
muchacha morena, inocente y frágil tanto como el agua,
la acuadrilla el
pegaverga: le pone la varilla entrenalgas al agua, a la
morena frágil –quien nada puede hacer: está aplastada en el núcleo de un
planeta–,
sólo, acaso, meter los codos hacia atrás contra las costillas del rival, quien
con esto
parece gozar más: pone en blanco lascivia su mirada que se
pierde
en el techo de la estufa (mientras nadie parece mirar, nadie parece ver,
nadie mira, nadie ve, todos miran, todos ven, nadie hace nada).
Un señora gorda y blanca se ha quedado dormida, la vida le secreta por las
comisuras de los labios, su bolsa se corre hacia la izquierda, pero ella, allá
en su sueño, la engarfia como el náufrago a su tabla.
Suben, bajan océanos en cada estación del bicho eléctrico.
De cada diez océanos que bajan y que suben, nueve, Virgen de Guadalupe,
visten de azul y gris, es
como una mancha que no cesa, una ceguera.
De pronto
un hombre exclama que le han sacado la cartera, hijo de su puta madre,
grita,
eso debió ser hace cuatro años, hace cuatro estaciones atrás, rechina una
voz salida de algún rincón:
creo que era un tipo con sombrero norteño y con bigotes,
“hasta un obispo podría saber que es carterista”.
El poeta, desesperadamente, comienza a buscar con la vista una lágrima,
debe haber una lágrima
en el piso
en alguna bolsa
en alguna pechera
en algún seno
en algún pasamanos
en algún ojo,
el poeta
está seguro de que sólo una lágrima puede darle fuerzas para llegar hasta el
final del viaje.
En la estación Balderas prescinden de sus partidas de nacimiento:
se plantan cuernos garfios cuchillos colmillos cueros puños de guijarro, se
apechugan como en una suerte de frenético Sumo a vida o muerte, se jalan
pelos, bolsas, trozos de camisas, se cagan en sus madres: un millón
de prójimos quiere subir, otro millón bajar al mismo tiempo.
Virgen de Guadalupe.
Crece la peste a perfume, el aroma a peste.
Un tipo con muletas ruge que está enfermo, se le hizo polvo una pierna
al caer de un andamio:
“váyanme poniendo unas monedas” en un lío que trae atado a la muleta
izquierda, implora,
no tiene seguro médico ni mujer ni hijos ni tíos ni hermanos ni sobrinos ni
padrinos
ni siquiera un perro,
clama.
El poeta necesita hallar una lágrima, una sola lágrima para llegar a su
destino.
Somos niños de la calle, gritan cuatro que acaban de entrar, comemos
sobras de las sobras, a veces
bebemos Coca-Cola, si ustedes fueran tan amables,
uno
se descamisa
abre un limpio entre la gente y se restriega la espalda desnuda contra
un haz de vidrios que ha puesto en el piso encima de un tapete,
su espalda parece una constelación hecha con meteoritos solamente,
los presentes en el Coliseo Romano lo miran casi todos con esa indiferencia
con que los pájaros miran a los hombres
(si bien algunos les dejan caer varios centavos).
Oh, yo soy el poeta, necesito que alguien me preste una lágrima.
De pronto,
el bicho eléctrico se planta en medio de la oscuridad,
inmóvil, inmóvil, inmóvil, alarga el canto del cisne,
jalonea, tira hacia atrás, hacia delante, a los zombis que le han pagado dos
pesos
por el viaje
al umbral de la sima.
En alguna estación salen –será mejor decir que huyen– más de la mitad de
los viajantes y
después
que entran dos tullidos,
tres ciegos,
un señor vestido talla ejecutivo que parece extraviado,
par de jóvenes que se tienen atados con las lenguas,
entra una mujer
castaña desde el pelo hasta la piel, los gestos, la mirada, el aliento, alta
como las torres por venir,
hermosa como esta misma palabra, una mujer
que podría convertir en semen todo lo que toque.
El bicho eléctrico
el Metro
ay
el Metro
el bicho eléctrico
son los naipes
donde se puede leer el alma reversa de la vasta Ciudad,
ay,
ayayay,
Virgen de Guadalupe.
Ciudad de México, 1998
28
La Metropolitana fa due giri e mezzo intorno alla Terra ogni mese.
Nelle stazioni di collegamento
ho visto la cifra più vicina possibile al mezzo mondo,
ho visto persone come animali spaventati dagli uomini
camminare con cautela in mezzo a un frastuono di cui nessuno sa il motivo.
La maggioranza degli umani che percorre marciapiedi e corridoi
ha il passo di chi si avvicina alla fonte della salvezza.
Il poeta ha percorso le 10 linee della Metropolitana,
oltre 130 stazioni,
alla ricerca di un liquido che affretta le alchimie, o forse
del petrolio bollente che ristagna sotto le gonne delle donne.
Ci sono anche i venditori,
il cui languore si percepisce soprattutto nel lucido delle loro scarpe,
“se lo porta via con un pesos!”,
o con tre, quattro, dieci pesos, propongono
surrettiziamente a voce spiegata
taccuini penne agende riviste arretrate compact disc
rossetto lampade creme per la pelle libri di grammatica
tisane per ringiovanire.
Con le loro grida
sono i venditori che aumentano il torpore sotterraneo.
Ci sono anche i ciechi
che suonano chitarre, fisarmoniche
cantano,
trascinano uno verso l’altro
un vaso, i ciechi e le cieche
che quasi nessuno vede
che quasi nessuno guarda
che dicono “grazie” come se lo dicessero all’oblio
quando il suono di una moneta cade nel vaso
(non sarà forse il cuore il posto dove risuona?).
Vergine di Guadalupe.
Ci sono i bambini rachitici
che
a grappoli simili a semi carbonizzati
trascinano i loro strumenti
cantano
con le loro vocine di mais riseccato
una canzone le cui parole non saprebbero tradurre.
I nanetti
con chitarre
maracas
fanno musichette
in cambio di monete
capaci di riempire le loro modeste pance (che
sebbene debbano essere piccole, sapranno
ululare come qualsiasi pancia deserta).
La Metropolitana viaggia come un insetto elettrico.
Donne che si truccano sotto terra.
Una donna bionda sbadiglia mostrando l’ugola
che risplende come una scintilla seduttrice.
Un uomo vestito con eleganza
si liscia più volte la cravatta
come se il destino di tutti i presenti dipendesse da questa azione.
Scorrono le facciate dei vagoni adornate di annunci
dove uno si propone come Senatore
dove uno deve apprendere l’inglese
dove uno deve consumare una nuova formula di dentifricio
dove uno deve leggere l’ultimo libro autodidattico
dove uno può diventare milionario dalla mattina alla sera.
Viaggia la Metropolitana come un insetto elettrico.
È un insetto elettrico.
Migliaia di donne appaiono trasandate
ma
molte di loro
sfoggiano un trucco come nelle copertine delle riviste di moda,
migliaia devono avere il ciclo mestruale
e l’odore delle loro secrezioni
aggiunge un tono speranzosamente rossiccio all’olfatto.
Tra veemente e furioso
un uomo declama un grido che sembra quasi una poesia
che bombarda la disoccupazione, aggiunge
il nome di quattro figli che proprio in questo momento stanno aspettando
il padre con i beccucci aperti, avvicinandosi alla morte.
Passa un travestito del terzo mondo, ne passa un altro, un altro ancora
- malinconici, rozzi -,
che a voce spiegata si dichiarano innocenti di portare l’aids nel sangue...
“chiediamo qualche moneta, per favore, non siamo colpevoli, a chiunque serve, non ci disprezzate, il disprezzo del Governo è sufficiente”.
La Metropolitana viaggia come un insetto elettrico.
La Metropolitana è un insetto elettrico.
Vergine di Guadalupe.
Il caldo, o meglio un certo vapore,
incendia i cattivi odori,
trasforma
in stufa il vagone.
Un uomo muto passa mettendo bigliettini in grembo ai passeggeri,
dicono i bigliettini che lui è muto, bisognoso di denaro, non sa
neppure come comprare la corda per impiccarsi.
Entra il molestatore nel vagone strapieno, individua il suo obiettivo:
una ragazza mora, innocente e fragile come l’acqua,
la avvicina il molestatore: le pone la bacchetta tra le natiche, alla mora
fragile - che niente può fare: è schiacciata nel nucleo di un pianeta -,
solo, forse, mettere i gomiti contro le costole del rivale, che così
sembra godere di più: mostra evidente lascivia nel suo sguardo che si perde
nel calore del corpo violato (mentre nessuno sembra guardare, nessuno sembra vedere, nessuno guarda, nessuno vede, tutti guardano, tutti vedono, nessuno fa niente).
Una signora grassa e bianca si è addormentata, la vita esce fuori dalle fessure delle sue labbra, la sua borsa oscilla a sinistra, ma lei, nel suo
sogno, l’afferra come il naufrago la sua tavola.
Salgono, scendono oceani a ogni stazione dell’insetto elettrico.
Ogni dieci oceani che scendono e che salgono, nove, Vergine di Guadalupe,
vestono di azzurro e grigio, è
come una chiazza incessante, una cecità.
Subito
un uomo esclama che gli hanno portato via il portafoglio,
figlio di puttana, grida,
accade da quattro anni, quattro stazioni prima, stride una voce
uscita da qualche parte:
credo che fosse un tipo con un cappello tipico del nord e con i baffi,
“persino un arcivescovo capirebbe che è un borsaiolo”.
Il poeta, disperatamente, comincia a cercare con lo sguardo una lacrima,
deve esserci una lacrima
nel pavimento,
in qualche borsa
in qualche camicia
in qualche seno
in qualche corrimano
in qualche occhio,
il poeta
è sicuro che solo una lacrima può dargli la forza di arrivare alla fine del viaggio.
Nella stazione di Balderas i certificati di nascita non servono:
si piantano corni uncini coltelli zanne pelli pugni di ferro,
come in una sorta di frenetico
o la vita o la morte, portano via peli, borse, pezzi di camicie, non rispettano neppure le loro madri: un milione
di persone vuole salire, un altro milione scende al tempo stesso.
Vergine di Guadalupe.
Cresce il fetore del profumo, l’aroma del fetore.
Un tipo con le stampelle rosse che è infermo, si è frantumato una gamba
cadendo da un’impalcatura:
“lasciatemi qualche moneta” in un fagotto che porta accanto alla stampella sinistra, implora,
non ha certo medico moglie figli zii fratelli cugini padrini neppure un cane,
si lamenta.
Il poeta deve trovare una lacrima, una sola lacrima, per arrivare a destinazione.
Siamo bambini di strada, gridano quattro appena entrati, mangiamo
avanzi degli avanzi, a volte
beviamo Coca-Cola, se voi foste così gentili,
uno
si toglie la camicia
si fa spazio tra la gente e strofina la spalla nuda contro
un fascio di vetri che ha messo nel pavimento sopra un tappeto,
la sua spalla sembra una costellazione fatta con meteoriti solamente,
i presenti nel Colosseo Romano lo guardano quasi tutti con l’indifferenza
con cui gli uccelli guardano gli uomini
(anche se alcuni lasciano cadere diversi centesimi).
Oh, io sono il poeta, ho bisogno che qualcuno mi presti una lacrima.
Subito,
l’insetto elettrico si pianta in mezzo all’oscurità,
immobile, immobile, immobile, prolunga il canto del cigno,
segna, lancia dietro, davanti, gli zombi che hanno pagato due pesos
per il viaggio
alla soglia della caverna.
In qualche stazione escono - sarebbe meglio dire fuggono - oltre la metà dei viaggiatori e
dopo
che entrano due invalidi,
tre ciechi,
un signore vestito da dirigente che sembra smarrito,
una coppia di giovani che sono uniti con le lingue,
entra una donna
castana dai capelli alla pelle, i gesti, lo sguardo, il respiro, alta
come le torri del futuro,
bella come questa stessa parola, una donna
che può trasformare in seme ogni cosa che tocca.
L’insetto elettrico
la Metropolitana
maledizione
la Metropolitana
l’insetto elettrico
sono le carte
dove si può leggere l’anima rovesciata della vasta Città,
maledizione,
maledizione,
Vergine di Guadalupe.
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Félix Luis Viera, poeta, cuentista y novelista, nació en Santa Clara,
Cuba, el 19 de agosto de 1945. Ha publicado siete poemarios; tres libros
de cuento; cuatro novelas y una noveleta.
Entre los premios que recibiera en su país natal, se cuentan el David de
Poesía, en 1976; el Premio Nacional de Novela, en 1987, por Con tu vestido blanco,
que recibiera al año siguiente el Premio de la Crítica, galardón que
ya le había sido otorgado a este autor, en 1983, por su libro de
cuento En el nombre del hijo.
Su poemario La patria es una naranja, que aborda el tema del
exilio a la par que incursiona en la realidad mexicana, ha tenido una
buena acogida de crítica y público y recibió en Italia el Premio Latina
in Versi en 2013.
Es ciudadano mexicano por naturalización. Reside en Miami.
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Gordiano Lupi, periodista, escritor y traductor, nació en Piombino, Italia, en 1960.
Fundador, en 1999, junto con Maurizio y Andrea Maggioni Panerini de la
editorial La Gaceta Literaria, ha traducido del español a varios
autores cubanos, como Alejandro Torreguitart Ruiz, Guillermo Cabrera
Infante, Félix Luis Viera y Virgilio Piñera, entre otros.
Cuenta en su haber con un amplio trabajo sobre figuras del cine, entre
ellas Federico Fellini, Joe D´Amato y Enzo G. Castellari.
Ha publicado más de una decena de libros que abarcan diversos géneros, como Nero tropicale, Cuba magica, Orrore, ertorismo e ponorgrafia secondo Joe d´Aamto y Fidel Castro – biografia non autorizzata.
Gordiano Lupi es un luchador por la democracia para Cuba y un promotor de las artes y la cultura de la Isla.