Nudo gordiano (Laponia 2021), de Whigman Montoya Deler, ha llegado a mi escritorio. Poemario poco común si se parte de que a la primera mirada palpé en el libro un horizonte austero; acopio de reversos, abstracciones axiomáticas y realidades intangibles que, situándolo en un plano abstracto, establece piezas cardinales desde un contraste impetuoso para una situación insostenible y real, la de su patria, Cuba. Trabajo cuidadoso, apuntalado con imágenes subjetivas que muestran composiciones orgánicas de la flora común por la que conozco, siente afición, para un efecto equilibrado y si es que el término puede aplicarse y así lo creo, en belleza. La belleza es capaz de aplicarse al dolor, o más bien el dolor puede refugiarse en la belleza como puede encontrar amparo en una nota musical indefinidamente sostenida: Patria: Una hermandad de Ficus Benjamina / en la Ciudad Rebelde / es vista con recelo / pueden mover los cimientos / sacar lo más profundo de sus raíces / romper el cemento y hasta el miedo. / Hay quienes de tanta desconfianza temen / hasta de los árboles / plazas y parques. (Los benjamines de la Patria).
Belleza que en los textos encarna en lo cruel y que de inicio y sin haber penetrado sus páginas, trajo a capítulo el recuerdo de Les Fleurs du mal, de Baudelaire, que enfrentó la censura en más de una edición y quien presentó la dicotomía entre el bien y el mal a manera de señal indispensable para comprender la humanidad. Le traigo a colación por dos motivos: uno; que este libro de Whigman, de haber intentado publicarse en su patria, hubiera sido censurado de inmediato: dos; a partir del mencionado pensamiento de Baudelaire, surge la nueva estética de la poesía moderna conservada hasta nuestros días; estética que tuvo entre sus primeros seguidores a Mallarmé y Rimbaud. Nudo gordiano es a mi juicio una especie de apelación de ese principio estético, por supuesto no trata el vicio y los placeres del cuerpo, pero sí se aventura con acierto, en el uso del ejercicio mimético, de la búsqueda de un paralelismo estructural y cuasi-somático de la moral y de la ética entre el campo de lo humano (enfaticemos aquí: biología animal, género humano) y otra rama de la biología, la botánica y su comportamiento como elemento de la naturaleza —¡qué dos blancos para clavar la flecha de una metáfora¡— La cita inicial, de André Gide, previene al lector: “Latomías, jardín cerrado, cavernas, vegetales de calabozos, delicado murmullo de la fuente de Venus, lianas. (…) Es un lugar de estupros, de asesinatos, de pasiones abominables; uno de esos jardines subterráneos de que nos hablan los cuentos árabes y donde Aladino busca frutas que son piedras preciosas.”
Por qué juzgar, por puro idealismo de lo poético o simplemente como acto de preservación, por ética condicionada, por considerarse contrario a ciertos tratados líricos que exaltan lo hermoso o lo bueno; lo positivo, lo confitado y lo atractivo… o sea el rostro abrillantado de la hoja —juicio, irreflexivo, dogmatizado—, se decline la integración de sus reversos, del envés de la hoja como aglutinante y hasta se presuma desencaje o no logre convivir e integrarse en un plano de “belleza” armónico; la belleza ligada al sufrimiento; esteticismo diferente. Si no se distingue la belleza en otras regiones al dorso de lo convencional y hasta de lo apócrifo, se carece de visión: La misma Alocasia que paraliza la lengua / la llaman oreja de elefante. / La culpa no es de la Casa de las Hojas / sino de los habitantes de la casa-isla /y los desmochadores. / La culpa es del tirano. He aquí el reclamo de una voz que, desde un punto en el mapa de la amargura, se levanta para denunciar, para incriminar al culpable.
En poetas como Whigman, de quien he tenido la oportunidad de leer y comentar su libro El oscuro bosque de mis manos (Laponia 2019) que se considera apela a la sensibilidad, al intimismo, a la reflexión y al homo-erotismo, aquel poemario pareciera distar del que es objeto de mis consideraciones al tiempo de escribir estas notas, pero encuentro que la construcción de una obra parte de todos los caminos que envuelven a su creador en cada momento de la vida. Soy partidaria de creer que en Whigman se da el caso de una producción que ha confluido en lo moral, lo espiritual y lo físico y que ha ido en crescendo de lo íntimo personal, siempre representativo, a otro plano de lo personal aún más representativo, porque ahí está la fragmentación del ser causada por una desgracia que deviene de ordenanzas y regímenes, o sea, de lo antinatural, pero perviviente: De tanto ateísmo / y crucifijo arrancado del cuello / han cortado hasta los árboles. (Ficus Religiosa).
En Nudo gordiano se da ese efecto delicado, ante la instalación de contextos adversos, ríspidos que en ocasiones pueden llegar a parecer desalmados; colocados “subjetivamente” en un cesto áureo de floras, botánica capital que va escurriendo tanto nomenclaturas científicas procedentes del reino vegetal como suntuosidades en que las mimosas embelesadas, la maraña de raíces y la maraña de tallos finos, la leña sagrada… incluso un acabado infausto de mandrágora, legitiman en cada exordio al poema que defiende, intentan evidenciar que la naturaleza se compone de reinos que se mezclan en vanguardia de símbolos terribles cuando en “Confesión” nos dice:
Al pan pan y al vino vino.
La hostia en mi boca
también su dedo
y la mancha de vino
sobre mi bata blanca.
Premonición de la sangre en su pañuelo.
¿Con qué cloro sagrado blanqueará su
podredumbre?
Whigman Montoya se ha provisto de una armadura de tegumentos que componen de inicio, el atractivo visual del libro y logra a su vez armonía y sutileza para infundirlas con estamentos y tejidos levantados a partir de proposiciones desafortunadas y que pueden llegar a ser abominables. Lo hace fundamentalmente con dominio de dos herramientas, la paradoja y la antítesis, pero estos elementos, sistémicos del libro, guardan un entramado serio, digno de una mirada cautelosa ante un escritor que domina los mecanismos para crear un módulo literario. Aquí los textos se subordinan a un sentimiento de amor a la vez que a un estigma, por eso a lo largo del libro, una palabra ineludible, una palabra clave: ISLA; flecha que arrasa con todas las significaciones en su trascendencia palmaria y la tropezamos —¡Oh, Bendita y Maldita palabra!— más de medio centenar de veces. ISLA, su majestad la Isla de las Islas. Acaso esta vez, a diferencia de El oscuro bosque…, ese cuerpo suyo, ese sentimiento suyo, ese dolor, y esa rispidez no sean más que la desembocadura del desterrado y esa palabra no sea otra que la causa del desarraigo, de la expatriación, de la íntima gota de apego a lo que ya es un símbolo además de un doloroso crimen. Columna devastadora, digna de reproducirse íntegramente “La plaga del agua”:
Anastatica hierochuntica
Dime tú que lo sabes. ¿Cuándo
llega la lluvia?
El mar de mi isla no se abre en dos
ella es fósil
momia faraónica
con brazo de agua que se levanta
eterno
y sentimos su peso.
La maldita circunstancia de Virgilio.
Los garrotes que sostienen banderas
como cuchillas sobre nuestras costas
no quieren cortar el mar en dos.
Ese hueso verde
nos quiebra y divide con su golpe.
Culatazo de roca bajó de la montaña.
Mi isla es peñasco fragmentado del éxodo
dos orillas separadas con llanto de madres.
Ellas entierran a sus hijos en barrotes de agua.
Mangle de las siete plagas del brazo infecto.
Eres la misma isla que se seca sobre nuestros
pasos
Nudo gordiano apela al encanto a primera vista, pero no se confíen, porque permitiéndome esta disquisición, tan sólo un ápice (ciencia patológica aplicada) las personas se engañan con resultados falsos debido a efectos subjetivos, así la particularidad de ocultarse las fatigas, los miedos, las laceraciones, las culpas y hasta la violencia, bajo un velo de delicadísimo encaje que ataca por la primera impresión, se torna verdaderamente un nudo; a posteriori, no dejará tregua con entramados que laceran al tiempo en que se sufren. Uno tras otro se van espesando los poemas como un plancton y es sólo a través de las comparaciones, de las analogías y del conocimiento de cierta historia —su historia que es nuestra historia— que el poeta logra transgredir la aparente incorruptibilidad de la “Creación” para denunciar, incluso en aparente gesto de reclamo hasta al mismísimo ente creador, el sufrimiento y el oprobio que halla lo creado en un sistema de órdenes contrarios y que terminan asemejándose al llamado orden natural. Acaso en todo orden haya iniquidad, advierte. Para evidenciarlo va tejiendo un entramado botánico cuyos especimenes avalan la contingencia sugerida por los paradójicos ensambles entre la flora, la circunstancia y la experiencia humana: La salvación vendrá de los caídos / Semyazza / jefe de los doscientos. / Nosotros también fuimos colgados / no en Orión / sino en la isla. / Los que han abierto los ojos / observan.
El poema “Nudo gordiano”, que nombra al libro, es además de la columna vertebral de esta especie de agronomía de los diferentes axiomas poéticos, de la situación desesperada e insoluble que vive la Patria. Lo es porque si vamos a la antigua leyenda griega, el término da lugar a otra expresión: “da lo mismo cortar que desatar” por el desenlace implícito en la solución de aquel problema. La frase nudo gordiano, que refiere una dificultad irresoluble, facilita explicar a través de esa otra ‘da lo mismo cortar que desatar’ y como resultado antitético, ante los elementos presentados, que Whigman Montoya, en circunstancias que sólo admiten soluciones creativas, como lo es la poesía, se valga del pensamiento lateral, de la creatividad y el empleo de la paradoja y la antítesis, de la mimesis y hasta del mismísimo “arte por el arte” para redescubrir la esencia de semejantes inconvenientes y convertir las implicaciones, en una complejidad paradójica en esencia, pero congruente en términos literarios: Justo por tanto peso sobre mis hombros / una maceta y su tierra contra el suelo (Cannabis sativa).
Miami, 3 de enero de 2022
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María Eugenia Caseiro. Poeta, narradora y ensayista. Miembro de la Unión de Escritores y Artistas del Caribe, Unión Hispanoamericana de Escritores, Asociación Caribeña de Estudios del Caribe, Miembro Correspondiente de la Academia de la Historia de Cuba-USA y Miembro Colaborador de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). Colabora con la Asociación Canadiense de Hispanistas. Integra la Muestra Permanente de Poesía Siglo XXI de la Asociación Prometeo. Es co-editora de la revista y de la editorial ARJÉ; de VITRALES C.E. y otros proyectos editoriales. Ha publicado más de una veintena de libros y ha sido traducida a diversidad de lenguas.