En 1941, la aun muy joven creadora nacida en los lares camagúeyanensis, daba a las prensas una primerísima entrega de su corpus poético.
Con el apelativo de Mis Versos, el libro aunaba tres colecciones de poemas: Croquis, Amor: Dolor y Meditaciones.
Un ejemplar de aquella primera edición: habanera por necesidad, venida a la luz editorial de manos de la Compañía Editora de Libros y Folletos de la calle O'Reilly, llega hasta nosotros, en los Fondos Raros y Valiosos de la Biblioteca Diocesana de Camagüey.
Tiene el privilegio de haber sido autografiado por la propia autora a unas amigas del nativo lar: Eva y Ofelia Garcíarena Molina.
Las palabras liminares de la poetisa en este volumen me merecen oportuna mención. Decía Mary Cruz a sus potenciales lectores:
Porque bullía en mi cerebro una tempestad de pensamientos, un huracán de ideas, un aluvión de fantasías, tuve que escribir. Tocaron la emociones en las puertas de mis sentidos... y las convertí en versos... Quizás no son buenos, tal vez, serán tachados definitivamente de malos, si no caen en el abismo de la indiferencia...
Con apenas 18 años, la joven rimadora, que andando el tiempo, sería una voz sólida de la literatura nacional en otros rubros como la ensayista y la narrativa; descorría los estros poéticos que animaban su alma, y los compartía... versos de dotados a no dudarlo de convincente potencia germinal.
El primer poema del libro en el aparte intitulado Croquis, es sugerente por el tema que alude.
Se titula Rumbera, y a nuestro parecer parece un guiño a la voz de otros poetas del Camagüey: Ballagas y Guillén, por entonces ya maestros consagrados de la poesía negra en Cuba.
Suena el bongó. Poco a poco,
comienza su danza ardiente,
la negra de blancos dientes
como pedazos del coco.
Se agita su rojo traje
como infernal llamarada,
que envuelve a la alucinada
sacerdotisa salvaje.
De la música al compás
sigue la negra danzando
hasta que se va apagando
el sol de la rumba audaz
Su cuerpo se desmadeja
como si se hubiese roto
y en medio del alboroto
se le ha escapado una queja:
Ay, no puede más la negra!
Ay no se puede mover!
Parece que va a caer
y el bongó ya no le alegra.
Pero aun hay fuego en sus ojos,
frenesí en su corazón...
Y su traje en el salón,
agita los vuelos rojos!
El último de los textos recogidos en ese primer cuadernillo, no parece sorprendernos, y lo mismo sucedería a cualquier nativo de esta patriótico comarca.
Dedicado a Ignacio Agramonte, el adalid señero de esta tierra, siempre procer, a quien la futura autora andando los años, dedicara su señera biografía:
En sonoras cuartetas endecasílabas la joven rimadora nos hace su vibrante retrato:
Egregio paladín, la Historia Patria,
con ínclito cincel grabó tu nombre.
Fuiste todo a una vez, brahman y kchatria,
verbo y acción, divinidad y hombre.
Sacerdote y guerrero: Defendiste
con místico fervor la libertad
y de hinojos el ánima pusiste
ante el ara de bélica deidad.
Verbo y acción: Como acerada hoja
tu voz rasgo el silencio, y de la sombra
surgió el mambí que a combatir se arroja
con valor sin igual y al mundo asombra.
Dios y hombre: En el campo de batalla
fuiste Marte, sin cota y sin escudo,
y entre balas, machetes y metralla
de tu esposa al amor guardaste mudo.
Naciste en Camagúey, la legendaria
ciudad que cuna fue de los más notables
cruzados de la lucha libertaria,
gigantescos, altuvos, recios robles.
Y tu herencia del sueño principeño,
refinado, de innata aristocracia,
-paradoja sublime- fue aquel sueño
de implantar la igualdad, la democracia.
Sobre raudo corcel cruzaste el monte
desafiando las iras de la Suerte,
que celando tus glorias, Agramonte,
con la Parca fatal, pactó tu muerte.
Más fue inútil su saña. No es posible
borrar tus gestos de coloso, asi.
Tu serás para siempre el león temible
del rescate de Julio Sanguily.
Y aunque el tiempo y la vida en su querella
cumplan otros lo que ansiaras tú
eres héroe inmortal de una Epopeya
cuyo fin no fue Jimaguayú.
Para el final dejamos al lector el saboreo de un poema de la entonces novel poetisa.
Se trata De Regreso, un canto al paterno suelo, en una de las idas y venidas de la poetisa a su natal ciudad de tinajones:
Volver a nuestro hogar, volver a verlo,
como si hiciera mucho, mucho tiempo
desde la última vez.
¿Tendrá el patio las mismas matitas florecidas, y el tinajón las aguas tan limpias como ayer?
Tendrá la casa toda el mismo encanto extraño de lo apacible y bueno, de lo sencillo, igual... tendrá mi cuarto rosas, junto al espejo grande, para adornar mis horas, como antes de partir; tendrá el portal más brillo en sus locetas claras, y junto a los canteros el agua correrá...
Veré a mis padres. Tanto como he soñado verlos!
Volveré nuevamente sus rostros a besar,
y lloraré más lágrimas que cuando me marchaba, que a veces la alegría nos hace sollozar.