Foto/Julio de la Nuez
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Siempre que asistimos a una representación teatral, algo de intriga y misterio rodea el bendito acto de cruzar las puertas de ese coliseo, en el que, al igual que un templo, seremos partícipes de un sagrado acto: el del teatro. No por gusto esta manifestación artística, tan antigua como el hombre mismo, tuvo en sus orígenes un carácter ritual-religioso y ha acompañado al ser humano en todo el transcurso de su evolución hasta nuestros días.
Si bien el teatro ha sido hecho en calles, plazas, anfiteatros, atrios de iglesias, bodegas, salones de palacios, es en el escenario de esa edificación que le roba el nombre, TEATRO, donde este llega a su total estado de esplendor y realización, tal y como lo conocemos actualmente. Con estilos diferentes y maneras diversas de enfrentar su realización, el mismo no ha dejado de ser una de las principales y más complejas forma de plasmar la vida de ese ser humano, obsesionado siempre por analizar, celebrar o poner en duda los acontecimientos que rodean y arman su vida cotidiana. Es por ello que el teatro es sin duda reflejo del alma humana, es un pedazo de su vida mostrada arriba de esas sagradas tablas, donde el límite entre ficción y realidad se pierde. El teatro es vida.
Y vida, muy cruda por cierto, es lo que encontramos en el texto del dramaturgo cubano radicado en España, Abel González Melo, el cual ha sido llevado a la escena del On-Stage Black Box del Miami Dade County Auditorium. Con el nombre de “Abismo... una cuerda floja”, el autor sumerge a los asistentes a la representación de su obra en un fuerte marasmo de emociones, que posiblemente dejen a nadie indiferente. Las intrigas, las culpas, la envidia, los rumores, las dudas, se pasean a través del argumento de la mano del orgullo, la nostalgia, el dolor, la superficialidad, lo políticamente correcto, creando un atormentante laberinto para el cual no habrá salida posible que no sea el escarnio público, el desprecio, el odio y quizás hasta la muerte.
Foto/Julio de la Nuez
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No voy a hablar del argumento, como si ha sido hecho ampliamente en toda la promoción de esta obra, eso lo dejo para que sea descubierto por quien tenga la posibilidad de ocupar una butaca y enfrentarse a esta excelente puesta en escena, solo agregaré que estamos en presencia de un texto donde la acción ocurre dentro de los muros de un teatro, donde el lenguaje a hablar será el del teatro y los problemas a tratar están en relación con el teatro aunque vistos desde una muy peculiar, actual y preocupante perspectiva que convertirá dicho microcosmos en el posible centro de nuestros propios mundos.
Para llevar a las tablas este otro magnífico texto de González Melo, se ha tenido el acierto de contar con la participación del director cubano Carlos Celdrán, quien en Cuba está al frente de la compañía Argos Teatro, colectivo reconocido no solo en el ámbito teatral de ese país sino internacionalmente, por sus excelentes adaptaciones de grandes títulos de la dramaturgia internacional y por ser él mismo, una figura de relieve en el mundo del teatro, lo cual está avalado por haber sido escogido por los miembros del Instituto Internacional del Teatro (ITI) en el año 2019 para que redactara el mensaje por el Día Mundial del Teatro.
Celdrán es un director con un sello muy personal a la hora de enfrentar su labor, debido a la manera como conduce el trabajo actoral, el cual lo enfoca en la rigurosa observación hacia el actor y a como este interioriza su personaje, dejando a un lado lo superfluo, lo externo, todo aquello que oculte la esencia psicológica del mismo, lográndolo por medio de pocas indicaciones, las necesarias solo, de manera que el intérprete llegue a reconocerse así mismo en el camino de construcción de su propio personaje. Algo muy importante y necesario de destacar es que para este director el teatro es un laboratorio en el que siempre hay que ir probando, arriesgando, para llegar al resultado deseado y con ese espíritu contagiar a los integrantes de sus elencos. Carlos Celdrán se define a sí mismo como un ‘orfebre’ y esto según sus propias palabras debido a que: “Hay quien dice que Dios está en los detalles y en el teatro eso es clave. Si no cultivas el perfeccionismo y gusto por el detalle, no es válido.”
La responsabilidad de dar vida a los personajes de Adolfo, Isabel, César y Lorena, ha correspondido a Larry Villanueva, Luz Nicolás, George Akram y Alina Robert, cada uno con una variada y destacada trayectoria actoral tanto sobre los escenarios como en la televisión y el cine.
Foto/Julio de la Nuez
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Villanueva, quien que como actor y director es un habitual en las puestas de Arca Images por ser cofundador de esta casa productora, asume en esta ocasión el complejo rol del famoso director teatral a punto de recibir un premio por su larga y fructífera carrera, para quien el teatro es todo su mundo, incluso para a través de él olvidar sus dolores personales y quien, inesperadamente ve ese mundo derrumbarse producto de la difamación, las calumnias, las acusaciones, las hipersensibilidades o visiones de un nuevo mundo de cristal para quien lo cotidiano se convierte de repente en rechazable y donde cualquier acción, cualquier palabra puede ser vista como una agresión.
El actor enfrenta su personaje con los elementos que le ofrece la experiencia propia en su vida real, recordemos que estamos viendo teatro hablar del teatro, por lo que su entrega se nos ofrece de manera orgánica, real. El director está interpretando al director. ¿A que más realidad podríamos aspirar? Su personaje muestra el tormento personal y profesional desde los primeros instantes en el escenario. Su solo en un momento de la obra, en supuesto y real diálogo con el público de su teatro, con nosotros, donde trata de ofrecer una explicación sobre su próxima obra a estrenar, “The Crucible” (conocida como Las Brujas de Salem), de Arthur Miller y lo que para él es un imperdonable pecado al ver cambiado el título original por uno que considera barato, que maltrata el contenido que el autor trató de denunciar, el cual tiene relación con cualquier momento de la vida en donde se violenten los valores de la verdad, tergiversando los roles de víctima y victimario, resulta en una demostración de la gran madurez de este actor.
Foto/Julio de la Nuez
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La actriz española residente en Washington, Luz Nicolás, da vida a Isabel, presidenta de la junta directiva del teatro y compañía que son el núcleo de la obra. Ella será la parte administrativa, la gestora, la menos artística, pero la más política, la que tiene sobre sus hombres la gran responsabilidad, ‘la carga’ de mantener dicho legado familiar. Su personaje se muestra preso de contradicciones, muy humanas por cierto, pero que llegan a violentar los conceptos de lealtad y amistad, haciéndolos estallar, siendo arrastrado junto a esa marea de linchamiento mediático hacia su otrora condicional amigo. La actriz aporta veracidad a su trabajo, partiendo de una certera labor en el condicionamiento de sus diálogos y otorgándole un fuerte significado a sus pausas y silencios, con los que va construyendo su difícil camino de transformación. Su personaje se convierte a la vez en víctima y victimario, producto de su complicado papel en medio de una trama de la que va a formar parte y de la que se siente incapaz de poder sobrellevar el agobio de su peso.
Foto/Julio de la Nuez
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Lorena, será el personaje que hará vivir sobre las tablas Alina Robert, joven actriz cubana que a través de su carrera ha encarnado diversos roles empeñando en ellos una interesante labor, convirtiéndola en una actriz buscada por diversos directores tanto sobre las tablas como en la gran pantalla. En el rol de la hija del director, Robert entrega sinceridad y credibilidad a su personaje, teniendo la difícil responsabilidad de tratar de aportar una neutralidad que cada vez ve más resquebrajada ante la imparable avalancha de quejas y denuncias hacia su padre, a quien también del lógico amor filial, admira como profesional. Diversos conflictos enturbian su vida, el repentino suicidio de su madre, la separación y una casual infidelidad de su esposo, los problemas que van arrastrando a su padre hacia un abismo, su amor por el teatro y su sentido de profesionalidad. En todo momento esta actriz hace gala de sinceridad escénica, para sin alardes sentimentales dejar claro sus conflictos internos.
Foto/Julio de la Nuez
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George Akram, actor venezolano, es el cuarto elemento de este cuadro actoral, encarnando a César, esposo de Lorena, yerno del director, a quien este le ha entregado un importante papel dentro de la obra próxima a estrenar, acción también vista en el transcurso de la trama como posible elemento provocador del caos reinante. En su desarrollo, el personaje se mueve entre el agradecimiento al profesor, su relación familiar con él y el pertenecer a esa generación actual donde las diversas plataformas sociales llevan el peso de la sociedad. Akram nos regala un personaje discreto, sin mucho conflicto ni desarrollo psicológico, pero defendido con honestidad, que va a reforzar el cerco que terminará por aumentar la intensidad del conflicto.
Con respecto a la puesta en escena de Celdrán, es fácil para los que conocemos de su metodología de trabajo por haber asistido a sus presentaciones o ensayos con anterioridad, reconocer su poderoso sello en el escenario. La sobriedad acompaña este trabajo desde principio a fin, tanto desde el punto de vista del trabajo con los actores, como en el de la misma concepción de escenografía y luces. Si bien la primera lleva la firma de Jorge Noa y Pedro Balmaseda, de Nobarte, habituales ya en estas lides escenográficas, en esta oportunidad se nota el estricto y bien pensado concepto del director de la puesta a la hora de permitir el trabajo imaginativo de los diseñadores, el cual contribuye sin mucho esfuerzo a mostrar el verdadero ambiente de un teatro, desde el mismo teatro. En cuanto al diseño de luces, este en manos de Ernesto Pinto, un profesional de ya larga trayectoria, supo conjugar a la sobriedad del escenario, el papel rector de las luces, creando principalmente atmósferas locales, bien concentradas en su función de concebir espacios específicos y de añadir intimidad a determinados momentos del desarrollo argumental. Las luces nos hablan también en esta puesta, ayudando a poner de relieve los conflictos y sentimientos de cada personaje. La sobriedad en el uso del color de dicho ambiente lumínico, solo utilizando luces blancas y azules, si acaso algún ambar perdido, modeló el espacio adecuado para tan sobria puesta en escena.
Si en el comienzo de la obra, costaba algo de trabajo poder escuchar y entender bien el diálogo entre los actores, debido a las grandes dificultades acústicas que presenta la sala, durante el transcurso de la obra este aspecto fue superado, debido claro está al aumento en el ritmo de la acción dramática que obligaba a que las emociones se fueran desbordando cada vez con más furia. No obstante, este es un aspecto que no solamente el director tiene que tomar en cuenta y tratar de resolver, sino que los actores deben tener muy presentes, sabiendo de antemano los defectos del espacio de representación, algo a lo que bien se le da solución con una mejor proyección de la voz y articulación de las palabras, que en ocasiones los propios actores olvidan envueltos como están en la piel de sus personajes. Son estos diversos detalles los que hacen el todo del trabajo del actor y que por ende nunca deben dejar de tenerse en cuenta.
Foto/Julio de la Nuez
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Con esta obra, Abel González Melo, ha querido una vez más llamarnos la atención de conflictos que inciden de manera violenta en la sociedad contemporánea, ya no cubana como en otras de sus obras, sino mundial, el poder de las redes sociales sobre las opiniones de los hombres y mujeres de hoy en día, el gravísimo peso de las opiniones o acusaciones que en un abrir y cerrar de ojos se convierten en virales y arrasan con la moral, la dignidad y la vida de cualquier ser humano. Este valiente texto expone el transgresor cambio de los paradigmas éticos en una nueva generación que estalla como cualquier quebradizo cristal ante la mínima lectura de duda, hechos de poca trascendencia en el pasado, puede convertirse por obra y gracia de esta vuelta de tuerca, en un crimen horrendo que no permita la duda o de cabida al análisis de variantes en las posibilidades de un acercamiento a la verdad. La obra denuncia el extremo al que hemos llegado en nuestros días, donde la víctima se erige en verdugo implacable del victimario, dejando anulado el postulado jurídico de ‘que todo acusado es inocente hasta que no se compruebe su culpabilidad’ . La realidad plasmada en este texto dramático no da cabida sino a una sola verdad para la que no se encontrará discusión alguna. Terrible mundo el que nos ha tocado vivir.
Quiero cerrar, agradeciendo una vez más a la casa productora Arca Images y a su directora Alexa Kuve por permitirnos frecuentemente disfrutar de interesantes y logradas propuestas teatrales, lograr que los actores de la ciudad puedan subir a las tablas, así como poder acceder al trabajo de actores y directores de otras latitudes que nos permitan enriquecer nuestro espectro teatral, al tiempo que felicitarlos por arribar a los veintiún años de trabajo ininterrumpidos en aras de hacernos partícipe de esa sagrada manifestación artística que alimenta el espíritu en el altar del TEATRO.
Fotos/Julio de la Nuez
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Wilfredo A. Ramos
Miami, Marzo 19, 2022