Programa radial del domingo 14 de agosto de 2022 de Monseñor Wilfredo Pino, arzobispo de Camagüey
Muy buenos días para todos. Hagamos juntos la señal de los cristianos, la señal de la cruz: En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. AMÉN. Que la fuerza de nuestro Dios, compasivo y misericordioso, esté hoy y siempre con ustedes. Y CON TU ESPÍRITU.
Queridos hijos e hijas: Agradezco que me acompaña este domingo en el micrófono el Padre Martín Atenco, sacerdote mejicano de la Orden Mercedaria que atiende las comunidades de La Merced, Minas y Senado. ¡Gracias, Padre, por su presencia!
Hoy quisiera compartir con ustedes algunas ideas relacionadas con el incendio de Matanzas. Hemos vivido casi una semana donde todo ha sido duro e intenso: personas desaparecidas, heridos, fallecidos, familias adoloridas, daños materiales, etc. También ha sido intenso el trabajo realizado por los bomberos, la Cruz Roja, el personal de salud, las autoridades, los choferes de camiones, ambulancias y helicópteros, los mensajes de aliento desde tantas partes del mundo. Mucho hemos rezado cada día al Dios de la misericordia. Y a esa oración se nos unió el propio Papa Francisco.
Los creyentes, ante cualquier acontecimiento, estamos llamados a reaccionar como hombres y mujeres de fe. Nunca debemos desconfiar de la providencia de Dios. Si Dios nos ha cuidado hasta hoy, ¡cómo pensar en que no nos cuidará mañana! Jesucristo nos enseñó en la oración del Padrenuestro a pedirle a Dios el pan de cada día, o sea, la fe de cada día, la alegría de cada día, y también la fuerza para llevar la cruz de cada día. El Salmo 23 dice que “aunque pase por un camino oscuro no tendré miedo porque el Señor va conmigo”. “Camino oscuro” que puede ser un momento difícil, una situación de angustia, una preocupación seria. Tenemos ahora la oportunidad de demostrarle a Dios que confiamos en Él, de cogernos de su mano, y de caminar a su lado.
¡Aprendamos a vivir bien las enseñanzas de Jesucristo y no hagamos caso de esos “profetas de desgracias” que le echan más leña al fuego, anunciando nuevas calamidades! Pero, eso sí, ojalá que también aprendamos a estar preparados para cuando tengamos que rendir cuentas a Dios de nuestros actos, porque no sabemos “ni el día ni la hora” en que vamos a ser juzgados por Dios. Recordemos lo que le sucedió a aquel joven del evangelio (Lc. 15) que se fue de la casa paterna con mucho dinero en su bolsillo… se sintió seguro mientras tuvo dinero. Cualquiera de nosotros se siente seguro cuando la salud es buena… pero el día en que el médico nos pide repetir una radiografía… entonces perdemos la seguridad. Ahora, con esta desgracia en Matanzas, nos ha pasado lo mismo. Ya no nos sentimos tan seguros como antes. ¿Será que habíamos puesto la seguridad en cosas, acontecimientos, personas, nosotros mismos, y no en Dios? ¡Qué buena oportunidad para recuperar el “si Dios quiere” que nuestros abuelos sabían colocar en cualquier paso que pensaban dar en el futuro!
Es bueno reflexionar: una desgracia producida por un rayo, como cualquier sufrimiento por el que pasemos, puede convertirse para nosotros en una trampa o en un trampolín. Como sabemos, un trampolín es una tabla colocada en una piscina sobre la que brincamos para elevarnos más arriba de donde estamos. Ojalá que sepamos brincar sobre el inmenso fuego sufrido y nos acerquemos más a Dios. ¡Cuántas personas han encontrado la verdad de Dios luego de pasar por un sufrimiento! ¡Cuántas personas dan gracias a Dios por una cruz que sufrieron y los hizo mejores cristianos!
¡Pero tengamos cuidado con lo sucedido esta semana, para que sus daños no se nos conviertan en una trampa en la que caigamos! A otras muchas personas, un sufrimiento los alejó de Dios, porque hicieron responsable al mismo Dios de lo que les sucedió. Y empezaron a reclamarle a Dios preguntándole muchos porqués: “¿Por qué Dios me ha hecho esto a mí? ¿Por qué Dios me ha tratado así, si yo no le hago mal a nadie?”
Mi consejo es que miremos un crucifijo, por pequeño que sea. Allí está clavado Jesucristo, el inocente sin pecado que murió por salvarnos del mal del pecado y para enseñarnos el camino de vuelta hacia la casa de nuestro Padre Dios. En vez de preguntarnos por qué, mejor sería preguntarnos para qué. ¿Qué lección nos ha querido dar Dios con lo sucedido?
Como sabemos por experiencia propia, de un mal, Dios puede sacar un bien. La Biblia nos dice que, en un momento de su vida, el gran profeta Elías sintió un terremoto “pero en el terremoto no estaba el Señor”; que luego sintió un viento huracanado, “pero en el huracán no estaba el Señor”; que pasó delante de él una bola de fuego, “pero en el fuego no estaba el Señor”. Y que sintió entonces un leve susurro, y allí encontró al Señor (1 Reyes 19, 11-13). También la Biblia nos habla de personas que encontraron a Dios ¡gracias a una desgracia! como aquel capitán romano que dirigía la muerte de Jesucristo en el primer Viernes Santo de la historia y reconoció que aquel crucificado era verdaderamente Dios cuando sintió que la tierra empezó a temblar en el momento en que Jesucristo fallecía (Mt. 27, 54).
¡Ayudémonos unos a otros a pasar los momentos duros que tiene nuestra vida! ¡Que se conviertan para nosotros en “trampolines” que nos eleven más a Dios y no en “trampas” que nos hagan dudar del amor de Dios y de acusarlo a él de toda desgracia que padezcamos! ¡Que los mayores no pasemos nuestros miedos a los niños que son los primeros en notarlo y sufrirlo! ¡Reflexionemos que el nerviosismo nos puede llevar a maltratar a los demás, a responder con dureza, a problematizar los problemas, a despertar la ira que podamos llevar almacenada dentro de nosotros! Que no seamos propagadores del pesimismo, de las malas noticias, de los falsos rumores, sino más bien, que seamos sembradores de la esperanza, de la confianza en nuestro Padre Dios.
¡Sintamos cerca la protección maternal de la Virgen María de la Caridad que acompañó a su hijo Jesucristo en los momentos buenos y malos de su vida y que nos acompaña a los cubanos desde hace siglos! ¡Que cada uno busque en la oración las enseñanzas que Dios ha querido darle para su vida en la última semana vivida y sufrida! ¡Sepamos poner nuestras preocupaciones en las manos siempre acogedoras de Dios! Dejemos que Jesucristo nos pregunte, como en el Evangelio: “¿Por qué andan preocupados? Miren cómo Dios cuida las flores del campo y las aves del cielo… Y si Dios cuida a las flores y a las aves, ¿cómo no va a cuidar de ustedes, que valen mucho más que las flores y las aves?” (Mt. 6, 26 y ss.).
No ganamos nada con agobiarnos. Una vez más Jesucristo nos llama a la serenidad enseñándonos: “¿Quién de ustedes, a fuerza de agobiarse, puede añadirle una hora al tiempo de su vida?” (Lc. 12, 25)
Queridos todos: Terminada esta parte de la reflexión de hoy, los invito ahora a que abramos la Biblia para escuchar el Salmo 23, que rezaremos junto con el Padre Martín. Todos repetiremos a cada verso: EL SEÑOR ES MI PASTOR, NADA ME FALTA.
-El Señor me hace descansar en verdes prados, me conduce a las aguas tranquilas y me da nuevas fuerzas.
EL SEÑOR ES MI PASTOR, NADA ME FALTA.
-El me guía por el camino del bien haciendo honor a su nombre. Aunque pase por un camino oscuro no tendré miedo porque él va conmigo.
EL SEÑOR ES MI PASTOR, NADA ME FALTA.
-Junto a mí van tu vara y tu bastón, ellos me dan seguridad. Tú preparas ante mí un banquete para envidia de mis adversarios.
EL SEÑOR ES MI PASTOR, NADA ME FALTA.
-Tú has derramado perfume sobre mi cabeza y has llenado hasta el borde mi copa. Tu bondad y tu amor me acompañarán a lo largo de mis días, y habitaré en la casa del Señor por años sin término.
EL SEÑOR ES MI PASTOR, NADA ME FALTA.
Con el siguiente canto le pedimos a Jesucristo: que nos llame, nos oiga, nos conforte, nos lave, nos defienda, nos mande ir hacia él, y no permita que nos apartemos de él. Lo meditamos y lo aplicamos a nuestras vidas.
Queridos oyentes: Otra situación que nos viene afectando a todos en estas semanas son los constantes apagones, los que, unidos al típico calor del verano, hacen muy largas nuestras jornadas y, sobre todo, nuestras oscuras noches. Llama la atención cómo los vecinos sacan balances y sillas a las aceras para esperar a que haya un poco más de fresco para acostarse. Y también llama la atención la exclamación en alta voz que muchos dicen cuando viene la deseada luz.
Los invito a que, con las enseñanzas de Jesucristo en la mano, hablemos de otra cierta oscuridad en nuestras vidas y de otra luz, distinta a la que dan los bombillos, pero que da la vida eterna. Reflexionemos.
Un tema que se repite en las lecturas de la Biblia es el relacionado con la LUZ. Y lo contrario de la luz, bien lo sabemos, es la oscuridad. Las obras buenas son propias de la luz. El pecado es propio del mundo de las tinieblas. Por su parte, Jesús nos dirá: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida”.
Los cristianos estamos convencidos de que los principales obstáculos que impiden que el mensaje de Jesucristo llegue más a los demás son nuestros propios pecados, que nos hacen estropear con los pies lo que hacemos con nuestras manos. Una mala acción de un cristiano, una palabra suya mal dicha, un gesto de amor dejado de hacer… aleja a la gente de Dios. “Vista hace fe”, exige de nosotros nuestro pueblo. Y ese mismo pueblo nos trata con misericordia al juzgar nuestras malas acciones: “Y eso que va a la iglesia”…
Lo curioso (¡menos mal!) es ver cómo Dios sabe transmitir su luz a través del apagón de nuestros pecados. ¿O es que en el grupo de los doce apóstoles no hubo errores cometidos? A la mente me viene una anécdota histórica: Hace unos 200 años, el emperador Napoleón, dando una patada en el suelo, le dijo al cardenal Consalvi, Secretario de Estado del Papa Pío VII: “Yo acabaré con la Iglesia”, a lo que el cardenal contestó: “Señor, hace siglos que nosotros la estamos destruyendo con nuestros propios pecados… ¡y no hemos podido acabar con ella!”.
Recordemos que el bíblico rey David, el héroe de mil batallas, que venció a todos sus enemigos, incluyendo al gigante Goliat, sólo perdió una batalla: contra la oscuridad de sus bajas pasiones. Cuando dejó de ser luz y cometió adulterio y asesinato. Por su parte, Saúl, el primer rey de Israel, el ungido de Dios, el “lleno de luz” humildemente llega a reconocer la oscuridad de su pecado cuando afirma: “He sido un necio, me he equivocado totalmente” (1 Sam. 26, 20). Tuvo más humildad que probablemente muchos de nosotros.
Sabemos que el aceite y el vinagre no ligan. Tampoco ligan la luz y las tinieblas. Los cristianos estamos llamados a ser luz en medio de las tinieblas. Y, a veces, las tinieblas nos vencen. Ésta fue una certera afirmación del Papa Pablo VI, cuando dijo: “Muchos cristianos de hoy, en lugar de misionar, son misionados; en lugar de convertir, son convertidos; en lugar de comunicar el espíritu de Jesús, son ellos contagiados por el espíritu del mundo”. ¡Qué malo cuando la luz de la fe cae en un apagón!
Si abrimos la Biblia escucharemos al mismo Jesucristo decir: “Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará en tinieblas”. O también: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue tendrá la luz de la vida”. Y a sus discípulos les dirá: “Ustedes son la luz del mundo… Brille la luz de ustedes ante los hombres para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre del cielo”.
Y al maestro Nicodemo Jesús le dirá: “La causa de la condenación de los hombres es ésta: que la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas”. ¡Qué triste que haya personas que prefieran vivir en la oscuridad del pecado y rechazan la luz de Jesucristo!
No sé si todos saben que los cristianos de los primeros siglos le llamaban al bautizo “el sacramento de la iluminación”. San Pablo, en la carta bíblica a los cristianos de Éfeso (5, 8-17), lo explica: “En otro tiempo ustedes eran tinieblas, ahora son luz en el Señor. Caminen como hijos de la luz, cuyos frutos son la bondad, la justicia y la verdad. Busquen lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas”.
En resumen: toda nuestra vida, criterios, valores y conducta deben estar conformes con esa luz de Cristo que nos ha iluminado. Luz que se nos dio no para guardarla debajo de la cama o en el baúl de los recuerdos, sino para que alumbre a los demás con nuestras buenas obras. Si iluminamos bien nuestras vidas con la luz de Jesucristo, veremos mejor dónde están nuestras oscuridades, o sea, el churre, la maldad y el pecado.
Examinémonos si por miedo o cobardía, oportunismo o conveniencia, ocultamos la luz de la fe en Cristo en medio del ambiente de oscuridad en que nos movemos. Porque Jesucristo, hace 20 siglos, afirmó lo siguiente: “Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta época descreída y malvada también yo me avergonzaré de él cuando venga en la gloria de mi Padre “.
Queridos oyentes: Los invito a unirnos en oración respondiendo cada vez: TE LO PEDIMOS, SEÑOR.
• Por todos los fallecidos en el incendio de Matanzas, para que nuestro buen Dios los tenga consigo compartiendo su felicidad eterna, roguemos al Señor. TE LO PEDIMOS, SEÑOR.
• Por los familiares de las víctimas del incendio, para que nunca se vean abandonados y sientan nuestra presencia junto a ellos, roguemos al Señor. TE LO PEDIMOS, SEÑOR.
• Por los que se recuperan en los hospitales y por el personal de Salud que los atienden, roguemos al Señor. TE LO PEDIMOS, SEÑOR.
• Para que todos busquemos siempre tener la luz de Dios y apartarnos así de la oscuridad de las tinieblas, roguemos al Señor. TE LO PEDIMOS, SEÑOR.
• Para que todos sepamos reflexionar sobre lo sucedido en Matanzas con el propósito de sacar enseñanzas para el bien de todos, roguemos al Señor. TE LO PEDIMOS, SEÑOR.
Rezamos ahora la oración que Jesucristo enseñó a sus discípulos, el Padrenuestro. PADRE NUESTRO…
Y a nuestra Madre del cielo, la Virgen de la Caridad, la Madre de Cuba, la invocamos rezando el Avemaría. DIOS TE SALVE, MARÍA…
Solo me resta darles la bendición de Dios. Bendición que deseo llegue, de manera especial, a todo el pueblo de Matanzas que ha vivido jornadas muy difíciles. No olvidemos a Monseñor Juanín, camagüeyano como nosotros, y que se está estrenando como nuevo Obispo de Matanzas. Rezamos para que Dios le conceda la fuerza y la sabiduría para guiar a la Iglesia matancera. Una gran bendición, como siempre, para los que están enfermos y los que se sienten solos o abandonados de sus familiares. ¡Que Dios los bendiga a todos!
Inclinen sus cabezas y respondan cada vez con la palabra AMÉN, que significa “así es”, “así lo creo”, “así lo deseo”.
Jesucristo, el Señor, esté siempre a su lado para defenderlos. AMÉN. Que él vaya delante de ustedes para guiarlos y detrás de ustedes para protegerlos. AMÉN. Que él vele por ustedes y los sostenga. AMÉN. Y que la bendición de Dios Todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes, sus familiares y vecinos, y los acompañe hoy y siempre. AMÉN.
Les recuerdo que, con el favor de Dios, nos volveremos a encontrar el próximo domingo, a las 9 de la mañana, por esta Emisora Provincial.
¡QUE TENGAN UNA BUENA SEMANA!
(Texto tomado del Facebook de la Arquidiócesis de Camagüey)