“En el exilio todo intento de arraigo se considera traición: es el reconocimiento de la derrota”.
(Salman Rushdie, en Los versos satánicos, 1988).
Se ha convertido en un hecho habitual que a los escenarios de Miami suban puestas en escena de obra escritas por dramaturgos cubanos que en la actualidad viven dentro de la isla, hecho que no llamaría tanto la atención, teniendo en cuenta la muy notable ausencia de textos de autores de la misma nacionalidad, asentados no solo en esta ciudad, sino en el reto del país, que ven envejecer sus obras en una gaveta o en el mejor y más afortunado de los ocasos publicadas en un libro que casi nadie sabe que existe.
Este último hecho no es nada nuevo, ha estado sucediendo desde los primeros momentos de llegada a estas tierras de los diferentes dramaturgos exiliados provenientes de la isla, que han visto como sus obras no son escogidas o hasta en los peores casos denegadas por la mayor parte los directores escénicos. Esto ha llevado a algunos de los dramaturgos a tener que convertirse en directores de sus propias obras o en productores de las mismas, para de esta forma verlas cobrar vida sobre las tablas, lo que es el sueño de todo escritor de teatro.
Al hacer hincapié sobre este tema, no estamos negando de forma alguna la posibilidad que el teatro escrito dentro de Cuba tenga también su espacio en nuestros escenarios -tal cosa sería un despropósito- aunque ya sabemos que lo contrario si resulta una mera utopía. Cuando se habla de Teatro Cubano, en ello se encuentra inmerso todo el teatro escrito por autores cubanos que se encuentren en cualquier parte del mundo y se haya escrito no importa en qué lengua. Tan cubano es el teatro escrito en francés por José Triana, como el concebido en inglés por Nilo Cruz, así como el escrito por un autor cubano en una ciudad como Buenos Aires o en la mismísima Ciudad de México.
Por otra parte, lamentablemente nos encontramos también en nuestra ciudad con algún director que prefiere siempre dirigir obras escritas dentro de la isla a la de cualquiera de los dramaturgos cubanos asentados por estas tierras. En fin, cada quien está en su derecho de dirigir la obra que desee, lo sabemos, pero tal desprecio huele muy mal.
Precisamente en estos momentos, una obra ‘cubana’ ha tenido su estreno mundial sobre los escenarios de Miami: “Exilios”, de Yerandy Fleites Pérez, en una producción del Main Street Playhouse, colectivo que tiene su sede en un pequeño pero acogedor espacio en la barriada de Miami Lake.
La puesta contó con la dirección de Danny Nieves, nacido en Miami, pero perteneciente a una familia de raíces cubanas, graduado en Bellas Artes e Interpretación Teatral por la Universidad Internacional de la Florida (FIU). El elenco estuvo integrado por un conjunto de intérpretes multinacional formado por Tamara Meliá, (Cuba), Steven Salgado (Perú), Francisco Porras (México), Ismael Salcedo Alarcón (de raíces colombiana-españolas), Nicole García (Colombia) y Steven Guez (Colombia).
Main Street Playhouse se encuentra celebrando en estos momentos su 49 aniversario, desde aquel ya lejano año de 1974 donde el profesor de teatro del Instituto Hialeah-Miami Lakes Senior High School, Joe Boyd, creó un grupo de teatro aficionado llamándolo The Miami Lakes Players Guild. Desde entonces ha transcurrido el tiempo y aquella primera agrupación con actores aficionados se fue transformando, llegando en el 2017 a tomar la categoría de una compañía semi-profesional. Han volcado además un gran esfuerzo en el trabajo de formación de una posible futura generación de actores, directores y espectadores que sepan apreciar el valor del teatro. Durante todo este tiempo dicha institución ha dirigido su labor hacia la comunidad, teniendo a los niños entre sus prioridades, así como han puesto su empeño de igual forma, en ofrecer todo su apoyo al desarrollo del talento local.
Con el objetivo de ampliar su público y las posibilidades de desarrollo artístico, es que desde hace algunos años dicha institución se abrió a la posibilidad de presentar obras habladas en español, teniendo en cuenta el bilingüismo casi total de esta ciudad.
Es con ese objetivo que para esta ocasión escogieron la obra en cuestión, la cual tiene su antecedente en otra obra escrita por su propio autor y estrenada hace algún tiempo en la Habana, en la sala Teatro El Sótano, respondiendo al nombre de “Mi tío el exiliado” -la cual no tuvo buena acogida, siendo desestimada por su autor- título con el cual el dramaturgo pretendió establecer un paralelo con el argumento de la novela del también escritor cubano Ramón Meza, “Mi tío el empleado”, escrita en 1887, en la cual se narra la historia de una pareja de tío y sobrino que se vienen desde España hacia la isla de Cuba a “hacer las Américas”, como se decía en aquella época . Novela que aborda el tema de la inmigración, de aquellos tiempos, donde Cuba era un país receptor de inmigrantes de todas partes del mundo, y cómo lograron estos insertarse en la sociedad del país. De aquí que la obra de Yerandy se interese igualmente en mostrar el problema de la inmigración pero de manera inversa, es decir el de la huida que se ha producido por miles y miles de ciudadanos cubanos hacia cualquier otro rincón del mundo después de la instauración en el país de una dictadura de carácter comunista, que ya lleva más de seis décadas en el poder.
Como es de imaginar por tal temática, así como por algunos planteamientos que se manifiestan en la misma, dicha obra, tal y como se ha presentado en nuestros escenarios, sería a nuestro entender imposible de representar en los cubanos, por mucho que se hable de cierta apertura de temas a tratar dentro del teatro actual dentro en dicho país.
El texto se encuentra construido desde las coordenadas de una narración de corte naturalista, donde el típico costumbrismo de un tipo de teatro cubano está presente, sin pasar por alto el bastante manido humor criollo con el objetivo de ‘ablandar’ las ideas expresadas a través de la obra. La construcción de la misma nos puede traer a la mente obras de autores cubanos que en distintos momentos han incursionado en este tipo de teatro con mayor o menor éxito.
El texto de Fleites recurre al ya demasiado utilizado recurso de presentar al exiliado cubano como el total perdedor nostálgico que a pesar de sus mayores o menores éxitos logrados en su vida fuera de su país, tiene la necesidad de regresar a su ‘terruño natal’ para sentir su realización personal preservada. Esta visión seudo maternalista de la suprema importancia que debe tener para el individuo el lugar donde nació y en algunos casos transcurrió una parte de su vida, no necesariamente tiene por qué mostrarse en todo momento como el núcleo sentimental de mayor importancia en la vida del ser humano. Con ese discurso se pretende exaltar el valor del concepto patria a niveles de adoración casi mística, en el nombre del cual se vapulean muchos valores y principios de manera bastante demagoga y chovinista.
Si bien el ser humano se amarra a variados conceptos para sentir su pertenencia a algo, el tratar de hacer que la felicidad y la realización personal dependan de un pedazo de tierra en específico, a pesar de los múltiples sinsabores y ultrajes sufridos en ella, dicha idea no es del todo exacta. Cierto es que esa felicidad y realización personal no tiene por que estar atada a un lugar donde los recuerdos de los hechos vividos dicen lo contrario. Por ello resulta redundante ver en escena nuevamente al inmigrante cubano que a pesar de haber sido expulsado de su país, en este caso por el hecho tan solo de ser homosexual, regresa incluso con la intención de quedarse a morir junto a su familia como única manera de redención consigo mismo.
Estas ideas de que el exiliado cubano, no el inmigrante, que son cosas diferentes, debe mostrarse casi arrepentido por haber dejado su tierra, es a nuestro modo de ver, una manera de ponernos frente a un ser humano derrotado ante el concepto de la grandeza de la patria, que muy acorde han manejado aquellos que continúan desgobernando la isla, apropiándose del valor del mismo.
Con respecto a la puesta en escena dirigida por Nieves, ésta se mueve por derroteros de un teatro prácticamente naturalistas, donde no hay espacio para la imaginación. El grueso de los personajes se encuentran lamentablemente trabajados bajo caracteres estereotipados, muy lejos del proyectado naturalismo de la pieza. Falta una profunda investigación de aspectos de la realidad cubana contemporánea, lo que se refleja en vestuarios y situaciones inadecuadas que rayan en lo ridículo, llevando la obra por momentos hacia lo grotesco, provocando una risa fuera inoportuna, la cual resta dramatismo e importancia a determinados momentos que debieran ser claves en la acción dramática del mensaje que se trata de ofrecer.
El hecho que para esta puesta en escena se haya reducido el elenco a tan solo seis personajes se agradece, puesto que la salida a las tablas de otros aparecidos en el texto, seguro no habría aportado nada al conflicto de la obra.
En relación al desempeño actoral nos vemos obligados a dividir al elenco en dos partes. En una reuniremos a Melián, Salgado, Porras, García y Guez, mientras que del otro colocaremos a Salcedo. El por qué de esto, lo explicamos a continuación.
Producto de la forma tan dispareja en que se diseñó el trabajo con los actores, el resultado nos pone frente a dos tipos de productos totalmente opuestos, uno con personajes que rayan en lo ridículamente arquetípicos y otro, con un solo personaje que se mueve todo el tiempo en un realmente logrado modo natural en su proyección escénica.
No obstante este equivocado concepto a la hora de concebir los personajes, responsabilidad máxima del director sin duda alguna, hay que señalar el esfuerzo realizado por Meliá, Salgado y Porras para encarnar personajes fuera del rango de sus propias edades, algo siempre difícil de lograr con efectividad. En cuanto a los jóvenes García y Guez, ambos mostraron no estar preparados aún para subir a las tablas junto a un elenco profesional, faltándoles mucho camino por andar. En el caso de Salcedo, su labor al asumir tanto el personaje del hijo inconforme con la vida que lleva, como en el del que comenta las acciones de la obra, con el cual rompe la cuarta pared, al entrar a dialogar directamente con los espectadores, logra un encomiable desempeño, el cual se agradece grandemente.
Un aspecto que nos llamó poderosamente la atención de esta puesta, es el título que el autor le puso a su obra, casi idéntico al de otra pieza existente sobre la misma temática, escrita por Matías Monte Huidobro, “Exilio”, publicada en 1988 por la Editorial Persona, en Miami e incluida también en una inusual recopilación de teatro cubano escrito por autores tanto de la isla como del exilio, edición esta que saliera a la luz en el 2011 y que corrió a cargo de Ernesto Fundora, siendo realizada por la cubana Editorial Alarcos, bajo el nombre de Dramaturgia de la Revolución (Tomos I, II y III). Este coincidente hecho demuestra la falta de información por parte de los dramaturgos que residen dentro de la isla, respecto a las obras ya existentes de sus colegas cubanos localizados en otras partes del mundo, lo que prueba a las claras de donde parten los llamados ”bloqueos” que sufre dicho país.
Una vez más repetimos, sube a la escena de Miami una obra de autores cubanos de adentro de la isla en detrimento de las obras de los dramaturgos cubanos, que huyendo de la represión y la censura desde hace seis décadas se han establecido por estos parajes, donde ni siquiera el afamado Festival Internacional de Teatro Hispano le ha abierto un espacio a la dramaturgia local. No obstante nuestros escritores continuarán escribiendo teatro cubano desde el exilio, en espera que tanto aquí como allá suba a escena.
Lic. Wilfredo A. Ramos
Miami, Agosto 11, 2023.
Fotos cortesía de Main Street Playhouse