El sábado 12 de agosto de 2023 tuvo lugar, en el Miami Dade County Auditorium, la Gran Gala Clásica del XXVIII Festival Internacional de Ballet de Miami, que comenzó con las palabras del Maestro Eriberto Jiménez, director artístico del Festival, quien dio la bienvenida a los presentes y evocó en su discurso el inolvidable legado de Pedro Pablo Peña, fundador del Festival y su mentor y maestro.
A continuación, se procedió a la entrega del premio “Una vida para la danza” –una estilizada estatuilla del artista plástico mexicano David Camorlinga, inspirada en la prima ballerina Maya Plisétskaia– al Maestro Vladimir Issaev, entrega antecedida por la proyección de un ameno documental sobre su extensa y muy reconocida trayectoria artística. Debido a que Vladimir estaba fuera del país por motivos de trabajo, su esposa, Ruby Romero Issaev, agradeció y recibió el premio en su nombre.
David Camorlinga – quien también hizo uso de la palabra– y Eriberto Jiménez antes de la entrega del premio. Fotos: Abelardo Reguera.
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David Camorlinga, Daniel Panameño, Ruby Romero Issaev y Eriberto Jiménez durante la entrega del premio. Fotos: Abelardo Reguera.
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Daniel Panameño, David Camorlinga, Ruby Romero Issaev y Eriberto Jiménez durante la entrega del premio. Foto: Simon Soong.
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Como comienzo de esta Gran Gala Clásica, Mary Carmen Catoya y Daniel Panameño, en representación de Arts Ballet Theatre of Florida, bajo la dirección artística del Maestro Vladimir Issaev –premiado con toda justeza al inicio de la gala–, salieron a escena para interpretar el adagio del segundo acto de Vértigo, un ballet en proceso, con coreografía del propio Maestro Vladimir Issaev y música compuesta en 1958 por Bernard Herrman (New York, 1911-1975), por encargo de Alfred Hitchcock, especialmente para su película homónima, cuyo argumento ha sido llevado a libreto para ballet por quien esto escribe.
(…) Pocas veces el arte de un director de cine ha sido tan bien servido por su músico como en Vértigo, una película que se puede oír transcurrir con los ojos cerrados mientras la música suena sugerente.(…) Esa música no viene de ninguna parte, viene de todas partes, es la música ubicua, la música total, la música del cine, en que las imágenes son otra forma de música, pero donde la música es la forma final de las imágenes. (Guillermo Cabrera Infante)
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Tal y como escribí cuando su estreno en el XXII Festival Internacional de Ballet de Miami, en 2017: “Es muy difícil y riesgoso ser juez y a la vez parte de un hecho artístico, pero no puedo pasar de largo ante este adagio, solo porque la idea de verlo en escena haya sido un sueño mío desde hace ya casi más de diez años. Creo, por tanto, que el primer mérito que tiene el mismo es haber demostrado que “esa música” puede ser bailada, que su drama ha podido encontrar a un talentoso coreógrafo y a una dotada pareja de bailarines de ballet que lo asuman”.
Es muy importante que tanto los bailarines protagonistas como el público estén conscientes de que este adagio no es un dúo de amor convencional, tipo Romeo y Julieta, sino que es un encuentro entre una mujer – Judy Barton– que ha sido cómplice de un asesinato y el hombre –John “Scottie” Ferguson– utilizado por el asesino para atestiguar el ‘suicidio’ de Madeleine, pero con el hecho de que Judy se enamoró de Scottie y este se enamoró/obsesionó con su personaje como Madeleine.
Repito, como cuando su estreno: “En este adagio de Vértigo, Judy debe llegar con todos los cambios de vestuario, color de cabello y peinado que John le ha obligado a hacer, con tal de complacerlo en su obsesión enfermiza por ‘recuperar’ a ‘Madeleine’, y como después de la ‘asombrosa’ transformación, Judy es exactamente igual a ‘Madeleine’, tal parece que ya podrán disfrutar juntos de su amor, pero Judy sabe que ha jugado con fuego y que se puede quemar”.
Mary Carmen hizo gala de su técnica arrolladora y de su probado histrionismo para “ser” esa “Judy” inmortalizada por Hitchcock en su memorable film, mientras que Daniel, si bien la secundó técnicamente como partenaire sin ninguna objeción, debe comprender mejor el complejo personaje que baila, para llegar de verdad a interpretarlo.
La compañía Unblanche, de Japón, con Rainer Krenstetter como director artístico, presentó el pas de trois del ballet La Bayadera, coreografía de Marius Petipa y música de Ludwig Minkus, bailado por Mirai Yamada, Kano Umeno y Mako Yamada, quienes con gran acople y musicalidad sobresalieron sobre todo con sus arabesques y grand jettés.
El Ballet Clásico Cubano de Miami, con Eriberto Jiménez como su director artístico, escogió Ser, coreografíado por Beatriz García, música de Ezlo Bosso y vestuario de Armando Brydson, para su primera participación en esta gala, con la propia Beatriz, Daniela Cepero y el propio Armando como intérpretes, quienes, en sensuales mallas color carne que les hacían lucir desnudos, parecían esculturas en movimiento, “en una interacción plástica tan hermosa, que lograron que el presunto erotismo del trío pasara a un segundo plano, con Daniela Cepero como la tercera en concordia, nunca en discordia”, tal y como escribí sobre su presentación en la Tercera Gala Moderna y Contemporánea de este XXVIII Festival.
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Mayuko Nijel y Eric Rodríguez, de la Compañía Nacional de Danza de México, dirigida artísticamente por Elisa Carrillo y Cuauhtemoc Nájera, escogieron el adagio del pas de deux del segundo acto de El lago de los cisnes, con música de Chaikosvki y coreografía de Marius Petipa, para su actuación en el festival; adagio en el que Odette ha recuperado la forma humana por un breve tiempo ante Sigfrido –que por ello no baila con un cisne sino con una princesa–, y Mayuko lo tuvo muy en cuenta para no abusar del port de brass como hacen algunas bailarinas erróneamente.
Por lo demás, ambos brindaron una ejecución muy limpia y cuidada de la coreografía, ella con una hermosa línea y un partneo elegante y sobrio por parte de Eric, sin salirse de sus personajes en los saludos finales.
Mayuko Nijel y Eric Rodríguez
en el adagio del pas de deux
del segundo acto de El lago de los cisnes.
Fotos: Simon Soong.
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A continuación, Marizé Fumero y Randy Crespo, del Ballet de Milwaukee (Estados Unidos), cuyo director artístico es Mikael Pink, nos trasladaron al París de Víctor Hugo, con el pas de deux del ballet Esmeralda, coreografía de Jules Perrot y música de Cesare Pugni, en el que brillaron desde el adagio, elegantes, precisos y muy musicales, bailando el uno para el otro, en el que sobresalieron unos lifts (cargadas) de Marizé por parte de Randy “de concurso”, y ya en sus respectivas variaciones, Randy mostró un ágil trabajo de pies, amén de un raudo óvalo de grand jettés y giros en el aire ya más rápidos que al principio, mientras que Marizé “bordó” la suya, pandereta en mano, con la gracia y la musicalidad que la caracteriza –aunque no debió desplazarse en los fouettés– y cerraron con una coda muy vistosa, con saludos también en personaje como debe ser.
Marizé Fumero y Randy Crespo
en el pas de deux de Esmeralda.
Fotos: Simon Soong.
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Tras un acertado y adecuado intermedio, Linda Messina y Michelle Morelli, del Teatro Massimo di Palermo, Italia, con Jean Sebastian Colau como su director artístico, nos trasladaron al Medio Oriente, con el adagio del Cave pas de deux del ballet El corsario, coreografía de José Carlos Martínez y música de Riccardo Drigo, en el que mostraron un delicado trabajo de pareja, con un partneo muy cuidado por parte de Michelle, que incluyó impresionantes “agarradas” de Linda y una cargada “sin esfuerzo” caminada por todo el escenario.
Linda Messina y Michelle Morelli en el adagio
del Cave pas de deux del ballet El corsario.
Foto: Simon Soong.
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Después de esa incursión al Medio Oriente de los chicos de Palermo, Nicole Natalia Duque y Andrés Felipe Vargas, de Incolballe, Colombia, bajo la dirección general de Beatriz Delgado Mottoa y la artística de José Manuel Ghiso, trajeron al escenario el Grand pas de deux del segundo acto del ballet Giselle, coreografía de Ivan Nagy sobre la original de Jean Corelli & Jules Perrot y música de Adolfo Adam, para revivir a Albrecht y Giselle ante su tumba en el bosque medieval.
Nicole Natalia comenzó el adagio girando en planta a 90 grados sin el menor titubeo, con el arabesque a 180 grados ideal que se espera al final de esta parte, mas sin descuidar la delicadeza que este ballet romántico requiere, acompañada por un Andrés Felipe entregado y pendiente, para pasar luego a sus demandantes variaciones, ella con unos raudos entrechats quatre sin pausa alguna –como debe ser– y vistosos grand jettés, mientras que él, con igual lucimiento, entregó unos veloces entrechats six y audaces saltos y volteretas en el aire antes de caer rendido al piso del “bosque”, con retirada de ambos de escena con sendos grand jettés, para luego salir a saludar en personaje.
Nicole Natalia Duque y Andrés Felipe Vargas
en el Grand pas de deux
del segundo acto del ballet Giselle.
Fotos: Simon Soong.
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Del bosque medieval de la aldea de Giselle, Martina Prefetto y Federico Mella, del Ballet de la Ópera Estatal de Varna, Bulgaria, con Sergej Bobrov director artístico, nos transportaron a la mítica ciudad de Verona, con el pas de deux del ballet Romeo y Julieta, coreografía de Sabrina Bosco y música de Serguéi Prokófiev.
Tanto Martina como Federico lograron una caracterización de los amantes de Verona plena de lirismo, con todo ese “descubrimiento” del otro, ternura, regodeo y deslumbramiento que asociamos a los dos enamorados por antonomasia, para lo cual su indudable preparación técnica y su condición de artistas plenos, subyugados tanto por la hermosa historia como por la gloriosa música de Prokófiev, les permitieron sacarle todo el jugo posible a la coreografía, hasta con volteretas en el aire de Julieta y delicadas cargadas, posibles gracias al excelente partneo de Federico, conmovedor y creíble hasta el último momento, en que, ida Julieta, se acuesta en el piso, feliz con su amor correspondido y olvidado del mundo.
Martina Prefetto y Federico Mella
en Romeo y Julieta.
Foto: Simon Soong.
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Después de todos esos pas de deux y adagios de ballets con argumentos –Vértigo, La bayadera, Lago, Esmeralda, El corsario, Giselle y Romeo y Julieta– tocó a Hannah Carter y a Lucius Kirst, del Ballet Theatre de Pittsburg, traer a escena un pas de deux de un ballet sin argumento: Diamantes, coreografia de Georges Balanchine – el “abanderado” de las coreografías “sin historia” (ni un cuento de hadas ni nada de la literatura clásica), con música –paradójicamente– de Piotr I. Chaikovski, el compositor de grandes ballets con argumento como La bella durmiente, El lago de los cisnes, El cascanueces y su Romeo y Julieta –antecesor del de Prokófiev,
Hannah Carter y Lucius Kirst en Diamantes. Foto: Simon Soong.
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Hannah y Lucius –vestidos de blanco como príncipes pese a que, como ya dije, ¡no lo son!– se comportaron no obstante como si tuvieran una hermosa historia de amor como pareja, al punto de que, al final, él de rodillas, besa su mano.
Elegantes y entregados el uno al otro, alabo además el cuidadoso trabajo como partenaire de Lucius y la hermosa línea “diamantina” de ambos; en fin, que ellos mismos son, de por sí, una bella historia.
Y como cierre de esta Gran Gala Clásica del XXVIII Festival Internacional de Ballet de Miami, Natalie Álvarez e Ihosvany Rodríguez, del Ballet Clásico Cubano de Miami, dirigido por el Maestro Eriberto Jiménez, salieron a “encender” La llama de París –coreografía del soviético Vasili Vainonen y música de Boris Asafiev–, con su bravura, desde el “chispeante” adagio hasta sus “luminosas” variaciones.
Natalie Álvarez e Ihosvany Rodríguez en La llama de París. Fotos: Simon Soong.
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Ihosvany, con grandes saltos “de tijera” y audaces volteretas en el aire casi horizontales –que son ya como su “marca de fábrica"–, precisas caídas y vertiginosos giros, mientras que Natalie, por su parte –quien ya había realizado una primera diagonal de piqués intercalados con pirouttes en el adagio–, en su variación la complicó con fouettés y la cerró con un hermoso balance, para culminar con los consabidos fouettés, también intercalados con pirouttes, que debió dar sin avanzar hacia adelante, pero sin que ello menoscabara su efervescente entrega, y que ambos, en la coda, no pusieran el broche final de lujo de la gala.
Gracias, maestro Eriberto Jiménez, por tanta entrega y devoción por el ballet y el arte en general, fiel continuador del legado del inolvidable Maestro Pedro Pablo Peña.
Baltasar Santiago Martín.
Fotos: Abelardo Reguera / Simon Soong