“La música es la más bella forma de lo bello”.
Jose Martí.
Es imposible de ocultar, que a través del tiempo la cultura musical cubana ha marcado pautas y derribado fronteras, viajando por el mundo, subiendo a todo tipo de escenarios y provocando la admiración de diversos públicos y grandes profesionales de la música de rango internacional, hecho este que le ha valido el reconocimiento, debido tanto a su calidad composicional como interpretativa.
Grandes maestros en uno y otro campo integran el parnaso musical cubano, que desde el lejano siglo XVII ya oía hablar por boca del cronista Bernal Diaz del Castillo, de grandes intérpretes como el trinitario Juan Ortiz, considerado un virtuoso en la interpretación de la vihuela y la viola, entre otros destacados músicos de origen español asentados en el país, pasando además por el XVIII con la presencia del gran compositor barroco Esteban Salas, cubano nacionalizado español
El siglo XIX fue un tiempo fructífero para el surgimiento de grandes músicos, que incluso estudiaron en conservatorios europeos, ganando concursos y obteniendo importantes reconocimientos en dicho continente. El listado es extenso, pero bien vale mencionar a algunos de ellos como son los compositores e intérpretes Samuel Saumell, Ignacio Cervantes (considerado el ‘Chopin Cubano’), Laureano Fuentes (quien escribiera la primera ópera cubana “La hija de Jefté”), Gaspar Villate, así como el violinista Claudio José Brindis de Salas (conocido como el ‘Paganini negro’), artista que dominaba la asombrosa cantidad de diez y seis instrumentos, y José White, compositor y violinista que también alcanzó gran renombre fuera de las fronteras de su país natal. Todos ellos formando parte de la generación musical de la primera mitad del siglo.
La segunda parte de la centuria tendrá como figuras destacadas a Hubert de Blanck, los hermanos José y Manuel Mauri, Eduardo Sánchez de Fuentes, Jorge Anckerman y Luis Casas Romero.
Los albores del XX, tiene a los maestros Gonzalo Roig, Ernesto Lecuona, Rodrigo Prats, Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla, como figuras prominentes e indispensable de la música nacional y encontrándonos ya avanzando el siglo a otros artistas de la talla de Hilario González, Harold Gramatges, Julián Orbón, Gisela Hernández, Argeliers León, entre otros, formando parte del importante Grupo de Renovación Musical, el cual hizo grandes aportes en la transformación del ámbito de la composición musical cubana de ese entonces, mientras que posteriormente tenemos que mencionar a otros importantes músicos como Leo Brouwer, Carlos Fariñas y Juan Blanco, este último, el introductor en el país de la música electroacústica, todos alcanzando también un destacado reconocimiento internacional. Este podría ser un resumen a grandes rasgos.
Un espacio fundamental en el devenir musical cubano lo tiene sin duda alguna la zarzuela, género lírico surgido en tierras españolas y que encontrara terreno fértil en nuestras orillas.
Como era costumbre afirmar por aquellos siglos de antaño: “Para triunfar en las Américas hay que pasar por la Habana”, y por ello cualquier compañía dedicada no solo a la zarzuela (ópera, ballet, teatro) proveniente del continente europeo hacía su primera parada obligatoria en la Habana. Es en ese constante pisar esta caribeña tierra, que una agrupación de zarzuelas como la de Pepita Embil (madre del tenor Plácido Domingo) hace de esta ciudad una plaza permanente, visitándola año tras año, en ocasiones presentando hasta diez producciones diferentes en tan solo una visita. Ello condujo a que dicho género se popularizara ampliamente entre la población cubana, la que colmaba los coliseos donde estas obras eran presentadas, lo que primero ocurrió en la capital, pero prontamente se extendió hacia otras ciudades importantes del país.
La primera de estas obras que se haya escrito dentro de Cuba, no correspondió a un autor cubano, sino al catalán Joseph Fallótico, pieza en un acto titulada “El Alcalde de Mairena”, estrenada el 29 de Octubre de 1771, según datos registrados en el Papel Periódico, publicación de aquella época, aunque en realidad las notas no dejan claridad si dicha representación correspondió a una zarzuela como tal.
No será hasta el año 1853, que propiamente podemos considerar entra este género en el país, debido a la gran cantidad de anuncios promocionales de tales espectáculos aparecidos en esos momentos, siendo “El Duende”, con autoría de Luis Olona y Rafael Hernando, en el habanero Teatro Tacón, la primera de dichas presentaciones.
En realidad es considerada como la primera zarzuela escrita en Cuba, aunque de autor foráneo, la obra “Todos locos o ninguno”del catalán José Freixes, estrenada en el Teatro Tacón el 3 de Marzo del propio 1853, siendo a partir de este momento que verán la luz las tres primeras piezas del género escritas ya por autores cubanos: “Apuros de un bautismo” de Rafael de Otero, “Por los parneses de Romero” y “El delirio paternal” de José Robreño. Por otra parte encontramos también que Laureano Fuentes estrenará en Santiago de Cuba su zarzuela “Dos Máscaras”, en 1866.
Es en esta segunda parte del siglo que tenemos a Jorge Anckerman, autor de más de cien obras para la escena lírica, quien va a estrenar para 1894 “La Gran Rumba”, una parodia de la muy conocida zarzuela española “La Gran Vía”, de los maestros Federico Chueca y Joaquín Valverde, con libreto de Felipe Pérez y González, estrenada en el Teatro Felipe de Madrid en 1886.
Otros autores cubanos que produjeron obras de este género, van a ser José Mauri, quien escribiría alrededor de cuarenta, aunque su título más reconocido es sin duda alguna su ópera “La Esclava”, e Ignacio Cervantes, el que en 1889, en el Teatro Tacón, estrena “Exposición o el Submarino Peral”.
Llegado el siglo XX, es que la zarzuela cubana alcanza una gran connotación mediante las obras de otros importantes autores musicales, los que van a colocar finalmente dicho género en el imprescindible lugar que le pertenece dentro de la música cubana e internacional.
Eliseo Grenet (1893-1950), Gonzalo Roig (1890-1970), Ernesto Lecuona (1896-1963) y Rodrigo Prats (1909-1980), fueron los encargados de darle a la zarzuela el color local necesario, elaborando melodías que recogían ritmos populares elevándolos al rango de hermosas partituras líricas, las cuales han continuado su viaje en el tiempo, incluso como notables piezas de concierto.
Cada uno de estos autores es poseedor de un variado repertorio de zarzuelas, siendo los tres últimos quienes lograron un mayor éxito y resonancia con las mismas. “Amalia Batista” de Prats; “María la O”, “Rosa la China” y “Lola Cruz” de Lecuona, así como “Cecilia Valdés” de Gonzalo Roig, han sido sin duda alguna las obras que han definido con mayor ímpetu la realización de la zarzuelística cubana.
Precisamente esta última obra del maestro Roig, que tuvo su estreno el 26 de Marzo de 1932, en el Teatro Martí de la Habana, contando con libreto de Agustín Rodríguez y José Sánchez Arcilla e inspirada en la obra del novelista cubano Cirilo Villaverde, es la que se ha coronado como la reina de dicho género en la preferencia del público cubano, siendo sin la pieza más llevada a las tablas, habiendo contado con la participación de gran cantidad de destacadas figuras de la lírica nacional, quienes han hecho de su personaje protagónico inolvidables interpretaciones.
Esta obra, como la mayor parte de las zarzuelas cubanas va a contar con ciertas características, que sin alejarlas totalmente de su igual ibérica, definirá su realización, tales como el tema romántico, un ambiente situado en la época colonial, la muestra de la división en clases sociales, finales por lo general terminados en sangrientas tragedias, así el mantiener algunos de los personajes-tipo del teatro ‘bufo’ como son el gallego y el negrito; pero creando otros tales como el calesero, el negro esclavo, el galán, la damisela y sobre todo subiendo a escena el personaje que va a distinguir a este género en Cuba: la mulata, hija de español con negra esclava, sensual y a la vez cargada de un destino trágico que marcará la obra, convirrtiéndose en el personaje protagónico en muchas de estas obras.
Precisamente, debido a la importancia otorgada a la zarzuela “Cecilia Valdés”, convirtiéndola en carta de presentación no solo de la música, sino de la nacionalidad cubana, es que los escenarios de Miami -donde siempre ha estado presente- la ha retomado, trayéndola nuevamente a nuestras tablas, en una producción de Martí Productions, bajo la dirección general de Manny Albelo y musical de Marlene Urbay, habiendo sido presentada el pasado 27 de Agosto en el Miami Dade County Auditorium.
La representación aunque señalada como de concierto, en realidad se tomó la libertad, de manera muy acertada, en crear un guión teatral conductor del espectáculo, el que asumiría la responsabilidad de narrar las motivaciones para escribir dicha obra, explicar su argumento y la inspiración para la creación de cada número musical teniendo como soporte los personajes y la trama de la novela que le da origen. Para ello puso sobre el escenario a las figuras de Gonzalo Roig y Cirilo Villaverde, quienes a través de su diálogo serán los encargados de la parte dramática de la puesta.
Otro aspecto positivo a destacar de este trabajo fue la utilización de un cuerpo de baile para recrear los momentos danzarios de la zarzuela, lo que contribuyó a darle mayor lucimiento a la puesta.
Organizar un espectáculo de este tipo requiere siempre una cuota alta de esfuerzo, debido a la cantidad de participantes en el mismo y a la necesidad que motiva escoger el elenco apropiado. No en balde el género de teatro musical requiere un cuidadoso conocimiento de todo el espectro escénico.
La dirección musical, como ya mencionamos, corrió a cargo de la reconocida conductora de orquesta Marlene Urbay, quien se prodigó en un excelente trabajo al frente de la Orquesta de Cámara de la Florida (Florida Chamber Orchestra), mostrando una vez más no sólo su dominio en el complejo arte de la conducción orquestal, sino en su profundo y detallado conocimiento del tipo de espectáculo al que se enfrentaba, atenta no solo a las reacciones de músicos y cantantes, sino también al desempeño de los bailarines y el decir de los actores. Quedó claro su brillantez en el importante su rol de director de orquesta, lo que permitió a su vez una magnífica entrega por parte de todos los músicos.
En cuanto a la parte danzaria, esta tuvo la participación de la compañía de bailes afrocubanos Sikan, dirigida por la excelente profesora, bailarina y coreógrafa Marisol Blanco, quien al frente de sus bien entrenados bailarines ofrecieron una acertada muestra de su quehacer artístico, la cual incluyó danzas de origen yoruba y congo, además de una criolla contradanza de salón, lo que le permitió al espectáculo elevar aún más su nivel estético.
Sobre la reconocida soprano, con una importante carrera internacional, Eglise Gutiérrez, recayó una gran parte del éxito de esta producción, al asumir el mítico rol protagónico de la mulata Cecilia Valdés, personaje que a través del tiempo ha sido interpretado por brillantes figuras de la lírica cubana y el que fuera su primer gran rol a interpretar a su llegada a este país. Dicha cantante, de hermosa, poderosa y bien timbrada voz, con excelente dicción y muy buen manejo de la interpretación, ofreció un trabajo que será recordado a lo largo del tiempo, para el beneplácito de los amantes de este género.
El joven tenor puertorriqueño, quien ya había asumido el mismo papel en una puesta en escena de esta obra en su país natal, Peter Alexander Rivera, se entregó al personaje de Leonardo Gamboa con un buen acercamiento al personaje, mostrando un adecuado dominio vocal de la partitura a interpretar. De igual forma el barítono Armando Naranjo, con una sólida carrera comenzada en Cuba, continuada en esta ciudad -quien ha estado algo ausente de los escenarios- una vez más ofreció una poderosa interpretación en el personaje de José Dolores Pimienta, trabajo que ha incorporado en múltiples ocasiones dentro de su carrera y el cual domina vocalmente a la perfección, colocando su trabajo dentro del espectro de los grandes cantantes que han incorporado dicho rol.
En cuanto a la joven Laura de Mare, como Isabel Ilincheta, con su delicada voz de soprano de coloratura, clara y bellamente timbrada, fue la responsable de elevar el nivel interpretativo de la zarzuela a las dificultades operísticas, haciendo gala de sus portentosos registros vocales. Interesante resultó la incorporación al espectáculo de la canción del maestro Roig “Las flores son mis amores’’, con la que se permitió a esta cantante una mayor oportunidad de lucimiento de tan hermosa voz.
Tania Martí, quien a su labor de productora general del espectáculo, sumó la de su entrega artística, condujo el siempre esperado personaje de Dolores Santa Cruz a unos límites vocales de perfección total, con magnífica dicción, fuerza y alcance de voz excelentes.
Grethel Ortiz, multifacética figura de los escenarios, en su condición de cantante, bailarina y actriz, tuvo a su cargo la interpretación de uno de los costumbristas personajes heredados del bufo, quien cantando el siempre esperado tango congo “Etanilá”, hizo derroche de simpatía, carisma, magnífica actuación y desenvolvimiento vocal, ella sola fue suficiente para llenar el amplio escenario a sus pies, haciéndonos recordar los inolvidables sainetes del habanero Teatro Alhambra. Por último Eduardo Salles, en su breve intervención en “El lamento esclavo”, tuvo con su poderosa y bien resuelta voz, un breve, pero muy marcado momento.
Mención aparte merece el coro Voces de Miami (Voices of Miami), bajo la dirección de Greisel Domínguez, quien con un excelente trabajo de voces permitió obtener el ensamble idóneo que este tipo de espectáculo requiere.
Con respecto al elemento dramático, introducido mediante la participación de los actores que asumieron la interpretación de los personajes de Roig y Villaverde, aunque como ya señalamos resultó ser un acierto, no obstante su desempeño se resintió ante la falta de naturalidad en el habla de ambos intérpretes.
Otro aspecto que involucra a ambos actores, que tiene que ver con la dirección de la puesta en escena, se refiere al constante movimiento de los dos a través del proscenio del escenario de un lado al otro, interponiéndose visualmente en varias oportunidades a las salidas a escenas de algunos de los cantantes. De igual manera la presentación del hermoso cuarteto que interpretan los personajes de Isabel Ilincheta, Leonardo Gamboa, Meneses y Solfa, perdió bastante de su lucimiento al ser colocados hacia el fondo y parte superior de las plataformas que servían de asiento a la orquesta, quedando de esta manera los intérpretes algo ocultos por la propia agrupación musical, provocando que la interpretación perdiera mucho de su protagonismo.
Un tema que lamentablemente no podemos pasar por alto, es el referido al vestuario. Es cierto que cuando se realiza un espectáculo en modo de concierto, se obvia generalmente de la utilización de ropas que caractericen a los personajes interpretados, pero cuando se recurre a su utilización para ofrecer cierta ambientación y darle algún color a este tipo de trabajo, debe cuidarse muy bien de tal detalle. Si bien la salida del personaje de Cecilia contó con una hermosa y elaborada versión del típico vestido conocido como ‘bata cubana’, el vestuario utilizado por la cantante en sus posteriores presentaciones resultaba inadecuado -por ostentoso- teniendo en cuenta el rango social del personaje. Tampoco fue acertada la forma que se vistió a José Dolores Pimienta, al que se le pudo observar incómodo con el mismo, amén de que no denotaba tampoco su clase social. Un problema más en este rubro quedó en evidencia en la prenda escogida para el personaje de Ilincheta, el cual nada tenía que ver con la época, siendo por el contrario un vestido de gala perfectamente actual, rompiendo así la línea en la caracterización de los personajes, apreciándose además que el mismo resultaba demasiado largo, entorpeciendo su desplazamiento por el escenario. Innecesario resultó el uso de pelucas por parte de las bailarinas en la interpretación de la contradanza. ¿Acaso no representaban a mujeres de un bajo estamento social y de diferentes razas?
La proyección de imágenes sobre el ciclorama blanco del fondo, con vistas relacionadas a la Habana Colonial, permitió a crear una lograda atmósfera en tiempo y espacio, ofreciendo una perfecta ambientación, sin embargo el colocar una cuna en el centro del escenario para que la protagonista interpretara la canción de cuna “Hija del amor” -por cierto fuera de luz, por lo que fue necesario que tuvieran que volver a salir al escenario a corregir su colocación- resultó en una acción innecesaria, debido a que prácticamente la cante no tuvo casi relación con la misma -solo hacia el final del número- provocando por gusto el movimiento de un elemento de utilitaria, cuando con un supuesto niño en brazos, se hubiera podido resolver dicha escena, teniendo en cuenta que el espectáculo era solo un concierto.
Estos detalles señalados anteriormente son los que obligan a una atenta mirada por parte de quienes asumen la dirección de cualquier espectáculo, para lograr la mejor imagen en escena del mismo.
No obstante los anteriores señalamientos, al éxito de esta gran producción artística contribuyó un hecho no muy frecuente en los escenarios de nuestro entorno desde algún tiempo, y fue el que tanto la platea como el balcón del teatro estuviera totalmente lleno de un ansioso público, dando lugar a que muchas personas se quedaran sin la posibilidad de obtener entradas y reclamando el que hubiera la posibilidad de otra función, algo imposible de realizar debido a los compromisos de programación, que como sabemos los que verdaderamente nos movemos dentro del gremio, se convierte siempre en una situación embarazosa.
Tener la oportunidad de disfrutar sobre las tablas de nuestra ciudad nuevamente de la zarzuela cubana “Cecilia Vadés”, nos trae a la mente tiempos pasados donde la Sociedad Lírica Euterpe, la Sociedad Hispano-Americana de Arte y la Sociedad Pro-Arte Grateli fueron las encargadas, durante varias décadas, de subir a los escenarios de Miami destacadas obras del arte lírico cubano e internacional, ofreciendo la oportunidad a aquellos artistas para continuar entregando su arte a un público que los conocía y que los necesitaba también, para tratar de mantener esa relación con la patria perdida.
Sin duda alguna con este trabajo tanto Tania Martí, en importante posición de productora general y Manny Albelo en su rol de director artístico, han logrado poner sobre el escenario una vez más la cubanía de una tierra que clama por su libertad… y eso merece un gran aplauso.
Fotos tomadas de Facebook
Lic. Wilfredo A. Ramos
Miami, Septiembre 2, 2023