PREFACIO
I
No ha sido habitual que las antologías que han recogido la obra poética de autores de (o en) Santiago de Cuba (acaso tampoco en ninguna ciudad de nuestro Archipiélago), asuman que los prefacios, prólogos o introducciones son necesarios, no solo para explicar estéticas o motivaciones generacionales, sino para deconstruir —si esto fuera posible, pero nunca "explicar"— el buen hacer de autores que escriben, o son movidos a hacerlo, desde las particularidades de una región o territorio de la Isla que, por diferentes razones, contrasta con otras áreas o espacios. Lejos de mi interés intentar sugerir —o persuadir— al fiel o probable lector de que existe un "modo santiaguero de escribir poesía", aún cuando existen disímiles y suficientes elementos que pudieran demostrar dicho enjuiciamiento y ser valorados en ese estricto sentido.
Me explico, y es un paradigma al que siempre recurro, Reynaldo García Blanco (1962) es un poeta espirituano que se trasladó a Santiago al iniciarse la década de los 90 del siglo xx pasado. Él tuvo que vivir —y experimentar— Santiago de Cuba para que su obra mostrara las claves o elementos justamente vinculados a esta parte del país, aún de modo inconsciente, porque García Blanco "descubre" el mar santiaguero, incluso ese mar agreste y encerrador de nuestra bahía, lo que sin duda, para él constituyó un descubrimiento, ahora muy notable en su "poesía escrita en Santiago". Y por supuesto, ha vivido los últimos treinta y tantos años en la ciudad profunda, rozando con el carácter santiaguero, diferente de aquel de la antigua ciudad sin mar desde donde vino. No por ello, considero, ha dejado de ser el poeta nacido en Venegas, conocedor, acaso, del mar del centro, del mar de Trinidad.
Otro tanto podría decirse —y ya no aludo al mar, aunque pudiera— del guantanamero Marino Wilson Jay (1946-2021), trasplantado en la ciudad en 1970, y aunque Guantánamo y Santiago apenas se diferencian en lo esencial en tanto ciudades orientales del sur caribeño, Wilson se erigió en poeta santiaguero distinguido, tanto como Efraín Nadereau Maceo (1940) y Jesús Cos Causse (1945-2007)... O qué decir del villaclareño Waldo Leyva Portal (1943), autor de la más bella, legítima y exacta definición de Santiago de Cuba... que se fue a La Habana en los años iniciales de la década del 80. Hay esencias que van más allá del lugar de nacimiento y residencia. Definitivamente Santiago no deja a nadie indiferente, y mucho menos a los poetas.
Las antologías las hacen gentes que consideran que los textos escogidos y ordenados llevan en sí un hilo conductor, una dramaturgia interna quizá, una curaduría, como en las exposiciones de artes visuales. De ninguna manera cuestiono ahora la inclusión de los poetas mujeres y hombres que integran la selección, quienes se diferencian entre sí porque no todos nacieron en Santiago de Cuba, no todos comparten generación, mas ninguno se parece estéticamente, aunque compartan señales y vivencias iguales; creo que esa es la primera y fundamental ganancia de Versos de la otredad.
Y es bueno que hayan sido incluidos el lugar y el año de nacimiento, el sitio del planeta donde reside en la actualidad cada poeta antologado, así como una ficha curricular referida a su trabajo con la poesía, los premios obtenidos y los libros publicados, pues aunque esto no se crea significativo o definitorio, dichos datos ayudarán en el futuro a los investigadores literarios a delimitar etapas, generaciones, tendencias, y a poder insertar a los poetas de la mejor y más completa manera posible en libros referenciales como diccionarios y estudios, y a otros probables antólogos los va a ayudar a conformar otra visión de la poesía de la que ahora mismo no somos conscientes, pues su sentido estricto está en un devenir desconocido.
Para no ser injusto, no voy a convertir estas palabras en una ristra de "apreciaciones formales" acerca de la poesía de todos y cada uno de los antologados, pues a algunos los leo por primera vez e intentaré valorarlos de igual manera, pero como conozco a la mayoría, prefiero valerme de mis recuerdos personales en función de la evaluación de los textos ahora publicados, o de aquellos que conserva mi memoria. Los 25 poetas que presento son "brujos de la tribu", como diría el inolvidable hermano Wilson, y son también, digo yo, obreros de la palabra con propuestas atendibles. Así, pues, me aventuro placenteramente a justipreciarlos aunque sea de modo apretado e impresionista:
II
Edilberto Rodríguez Tamayo (1954) es un poeta de larga trayectoria, no conozco en qué justo momento vino desde Moa a residir en Santiago, no obstante trajo consigo su tono poético, bien definido ya desde los años 80. Pero como el tiempo es otro y Cuba es distinta, es visible en su poética una profunda mirada al entorno social, que no denuncia sino que testimonia la crisis moral de la ciudad que ha elegido para vivir. Y es bueno que así sea, pues el ejercicio poético desde la experiencia no solo observa, también evalúa y define.
A Luis Milán Fernández (1972) lo conocí cuando estudiaba Medicina. Poeta noble y sincero, en tiempos del Taller Juan Marinello de la Facultad de Ciencias Médicas no observé en él demasiado interés por lo lírico. No obstante, cuando fue premiado en los Juegos Florales de 2009 con el texto —atrayente entonces y ahora antologado— "Los que se quedaron sin nacer", me sorprendí satisfactoriamente y me alegra haberme equivocado. Hoy vive en Estados Unidos.
Osmel Valdés Guerrero (1971) es un poeta que se ha fraguado alrededor de un grupo de creadores de valía que, desde Contramaestre han sabido, a golpe de talento, arrojo e inteligencia, descentralizar las hegemonías verbales de las "grandes" ciudades. En otra parcela ha asumido la décima —y el soneto, tan difícil de lograr— con magníficos resultados. Por lo pronto, los textos antologados lo muestran fiel a una estética que evidencia un enfoque ético estricto e indiscutible, único modo, en estos días, de ser ecuánime.
Jorge Matos (1965) no es un escritor estridente con una propuesta apabullante y ruidosa, él ha preferido escribir desde lo sensorial y desde su entorno. Se muestra ahora con textos que van hacia la brevedad y la concentración, que es como mejor se le da, y no al deleite (engañoso) con la palabra o la amplitud-extensión del poema. Matos no es prolífico, por tanto va siendo hora ya de publicar otro poemario.
Domingo González Castañeda (1967), cuya obra se escribe también desde la periferia, es un poeta que, con las mismas preocupaciones sociales de sus contemporáneos, escribe y soporta una circunstancia que no le es posible cambiar porque está detenida. La confusión es un triunfo paralizante. El hombre-poeta conoce, por eso ha escrito estos poemas desgarrados que, a pesar de todo, iluminan.
Iliana Rosabal-Pérez (1970) es poeta del intelecto, no solo por formación, sino porque es notable su bagaje de lecturas, su trabajo con el lenguaje y el idioma. Su madurez es evidente. Y reitero: "de concentrada fuerza y gran capacidad de laboreo con lo expresivo, no nos deja indiferentes, antes bien, su compromiso con la palabra poetizada lleva en sí el impulso de un arte ya conquistado por esta voz-mujer, diferente y diferenciada, la que con agudeza y oficio comunica, seduce y emociona".
Marieta Machado Batista (1975) es una poeta de la actualidad santiaguera, vencedora en los Juegos Florales de Santiago de 2023, su cuaderno "Tiempo de doldrums" es de un descarnado realismo en el que podrán ser halladas algunas claves del pasado cubano más reciente —léase revisión/repercusión de las Umap—, tamizadas por la vivencia que, no por serle cercana, resulta menos descarnada y atroz. De proponérselo, Marieta se podría convertir en una recia voz, pues fuerza expresiva no le falta.
Yulexis Ciudad Sierra (1977) reside en Brasil, pero antes vivió en Baire, en Bayamo... Su poemario publicado, Casa de insomnio (2006), trajo una voz de mujer, atrevida en su propuesta, al estar "cercada" por los varones del grupo Café Bonaparte (cómo no evocar a Eduard, aglutinador, necesario, muerto tan temprano), y en efecto, voz de frescura, con intención reivindicativa feminista, no se propuso desbordar los atrevimientos de otras poetas de su generación, pues su estro cede espacio a evocaciones y homenajes.
Dicen que Anisley Díaz Boloy (1984), que vino de Songo a vivir a Santiago, se ha marchado a residir a La Habana. De ella recuerdo la utilización caótica del "automatismo psíquico" en sus primeros poemas. Leo ahora (para bien) la reelaboración de esos mismos textos y es evidente que con el abandono del episodio surrealista ha conseguido mejores resultados en cuanto a tono y concentración del mensaje-discurso. Enhorabuena.
Gizeh Portuondo Vega (1980) es fundamentalmente narradora y se "estrenó" en serio con la poesía al obtener el premio Emilio Ballagas (2019) con Notas lectivas (2021), conjunto de breves prosas poéticas en las que, de modo descarnado y efectivo, con un discurso de actualidad sin aspavientos, deconstruye disímiles actitudes humanas y situaciones límite. Los textos antologados no forman parte de Notas lectivas, pero podrían, toda vez que contienen el mismo aliento y un alto grado de elaboración poética.
Yorisel Andino Castillo (1983) está escribiendo ahora mismo una poesía sumamente reflexiva, y digo más: "explosiva". Toca de modo fiel y verídico la fibra actual de la sociedad cubana. Alrededor de una jabita de nailon, que puede ser —porque lo es— un elemento común y vulgar al que nadie jamás pensó convertir en protagonista, Yorisel asume un discurso de una crudeza irrefutable, aún cuando hasta podemos —¡poderes que tiene la poesía!—, sonreír con la inobjetable lucidez de sus versos. Ya es momento de que la poeta publique un poemario en solitario, pues el salto cualitativo es indiscutible.
Eriakna Castellanos Abad (1984) es otra poeta de nuestra actualidad, sobre todo a raíz de su nuevo galardón en los Juegos Florales de 2022 —lo había obtenido antes en 2007—. No ha habido transiciones esenciales (aunque sí un ímpetu al enfrentar lo lírico) entre Anatomía urbana (2010) y su cuaderno inédito, "Los rostros de un país", aún cuando también son otras (y nuevas, y sorprendentes) las circunstancias —y las corrientes— que impulsan su poesía. Y es que la ciudad, los destinos, los valores y los altibajos sociales son otros, aunque ella sabe pulsar esas cuerdas.
Saraí Soler Jordán (1990) se nos presenta con un texto (de arte menor), dividido en diez partes irregulares, y se mueve entre lo sublime y lo erótico a ratos, pasando por la confesión elocuente, hasta convertirlo en descarga de cierta dureza; son versos a veces existenciales que hacen de su poema una muestra híbrida que solo la deja entrever en tanto autora, es decir, ella no se muestra en todo su esplendor, acaso porque un único texto no es suficiente.
En la poesía (lacónica) de Lisbeth Lima Hechavarría (1995) es posible apreciar que se emparenta con lo narrativo, género que de igual forma escribe y en el que, posiblemente, a juzgar por los libros que se propone editar —o ha editado—, logre resultados inmediatos. Es notable, entre las voces de la antología, su trazo femenino de amante y de mujer —en la posibilidad de parir, de dar vida—; son textos que comunican, y ello, desde todo punto de vista, es positivo.
III
En esta parcela del prefacio me referiré a los autores antologados a quienes leo por primera vez, porque además —excepto a Aliuska—, tampoco los conozco personalmente. Lo dicho no justifica que no dedique a todos y cada uno algunas líneas valorativas de los textos que nos proponen. Se podrá entender entonces esta peculiar división que he hecho en tres apartados y en un orden poético más o menos aleatorio.
A Aliuska Ponce de León (1979), la conocí como narradora en el siglo xx pasado, aunque sabía que escribía poesía. Es tunera, pero reside en Santiago de Cuba. Ella propone textos breves y concentrados que abarcan gamas que van desde lo reflexivo hasta lo íntimo, pero siempre como testigo de las acciones poetizables.
Miguel Aroldo Osoria Rodríguez (1948) se presenta con una poesía de dureza verbal, casi monolítica, que se muestra tal como es, desnuda y liberada de cualquier obstáculo que impida su exacta comprensión. Enjuiciadora y mordaz, no dejará indiferente a quien la lea, aún cuando el sarcasmo no sea otra cosa que la más estricta verdad de los días que corren, asunto que no podrá negar ni el más utópico.
Por su parte, Whigman Montoya Deler (1973) es también autor de versos duros, para nada excesivos, él es un poeta que "habla claro", no un simple transeúnte. En algún momento asoma, porque lo asume, un discurso (no velado) en el que la propia dureza y el homoerotismo se evidencian en feliz conjunción expresiva. Cronista de tiempos que plantean otros derroteros más o menos liberales, sobre todo en lo referente a la Isla, su propuesta descarnada vale.
Carlos I. Naranjo (1975) conmociona (y emociona) al centrar su atención en el niño emigrante —Alan Kurdi— muerto/ahogado en una playa europea, y cuya foto recorrió el planeta como denuncia de una situación límite, para nada ajena al entorno cubano-caribeño y sus circunstancias. Además enfoca sus versos hacia temas culturales de amplio espectro. Hoy reside en Estados Unidos.
El poeta Marcos Antonio Hernández Arévalo (1986) se muestra aquí con décimas logradas, él puede invocar (e involucrar) a la deidad suprema en un discurso interior en el que la lucidez prima por encima de las metáforas y las conveniencias de la composición. Más que vocero o elemental espectador es testigo.
Carlos Manuel Villanueva Madrigal (1988) igualmente escribe décimas y sonetos, entre otras propuestas. Trae su poesía cierta proyección y un notable trabajo, más hacia el ritmo (el sonido casi perfecto) que a la significación, aún cuando logra con objetividad ambos procesos, difíciles de conjugar.
En Mailin Castro Suárez (1988) el desarraigo y la emigración son leit motiv de la joven poeta. Alta capacidad, traducida en buen oficio en una autora que logra, entre sus remembranzas (algunas infantiles), un texto en el que aborto-ruptura son claves sociales de suma pertinencia en nuestra cotidianidad.
En los textos de Ana Lisandra López Méndez (1988), se evidencian rasgos performáticos y teatrales y, a la par que homenajea a importantes escritoras suicidas, se involucra, quizá sin proponérselo, en cierta renovación literaria, no con las estructuras que ya existen, sino con un individual estremecimiento.
Yang Tsé Bosque Hung (1997) es un poeta indócil que explica, desde su experiencia y su conocimiento, cuánto dolor se oculta y cuánto mal se transfigura en las perspectivas que pudieran ser tomadas como normalidad. Discursivo en su hondura, no puede obtener ninguna respuesta, por eso escribe y por eso pregunta.
El poeta Daniel Faxas Mojena (2002) es él mismo un outsider cuyos textos mantienen una unidad conceptual en sus concisas interioridades. Las huellas de su andadura vital se extrapolan en Caballo de Troya, Luna, un gato... es un poeta joven del que emanan inquietudes acertadas, las que le recomiendo desplegar con energía.
Y por último, Geyler Mendoza Sánchez (2002) es autor de una poesía sentenciosa e incisiva para nada oficiosa. Como buen hijo de su tiempo, emplaza y exhorta a quienes han preferido mirar hacia otro lado y no ver que las realidades superan cualquier reservorio ideológico mental.
Y ya, nada más, la poesía es mejor que el silencio, y como ha sido un placer enfrentarme a tantos versos, leamos la poesía que nos proponen estos 25 poetas santiagueros de la otredad.
Buen provecho, lectores.
León Estrada
en Santiago de Cuba, esta ciudad,
julio-agosto, 2023.
------------------
Versos de la otredad. 25 poetas santiagueros
Whigman Montoya Deler (Compilador).
Edición y corrección:
Whigman Montoya Deler, Juan Manuel Alsina Milanés.
Maquetación y diseño de portada: Jorge Venereo Tamayo.
Prefacio: León Estrada.
Ediciones Laponia, LLC, Houston Texas, USA.
2023.