Monseñor Eduardo Martínez Dalmau: El Obispo y el Historiador. Biografía de una polémica.[1]
por Carlos A. Peón-Casas
Proemio
Afirmar que la Historia de la Iglesia en Cuba tiene aristas todavía desconocidas, es una verdad de Perogrullo. Tal aseveración se enmarca, sin embargo, en coordenadas realmente sugeridoras, no sólo de una manifiesta historicidad bien entendida, sino en la imprescindible necesidad de recuperar la memoria de hechos y sucesos del decursar indeleble de nuestra fe católica, que se involucran con ese otro devenir: social, político y cultural de nuestra Patria.
Negar toda conexión entre tales realidades es una calamitosa manera de dificultar las esencias primordiales de nuestra cubanidad, y de la fe católica otra vez bien entendidas, sin remilgos, ni excesos atávicos; pero igualmente liberadas de todo lastre que pueda resultar en una lectura parcial de hechos y sucesos, que deben ser aireados so pena de dejar sólo para la polilla, que roe impenitente, el recuerdo mejor de nuestras mejores esencias sean cuales sean sus colores, sus filiaciones, o su credo.
No poco se hace y se ha hecho en el tiempo para salvar esa brecha. Con más cercanía en el espacio descubrimos ese interés por airear nuestras esencias, en la distintas publicaciones diocesanas, donde aparecen con cierta regularidad trabajos periodísticos de tal signo. En muchos de ellos, se ve reverdecer, esa pretensión, principalmente en lo que concierne a la memoria de cada diócesis en particular
Igualmente se cuentan ya entre los fondos de nuestras Bibliotecas Diocesanas, distintas publicaciones ya en formato de libro, que van llenando ese necesario espacio de rememoración histórica: vale citar por valiosas y documentadas obras del calibre de la Historia de la Iglesia Católica en Cuba, en dos tomos, de la autoría de Mons. Ramón Suárez Polcari; que es obra que continúa en el tiempo, la también antológica de Juan Martín Leiseca (Apuntes para la Historia Eclesiástica de Cuba); o la muy completa saga del Episcopologio, a cargo del Padre Reynerio Lebroc Martínez, también autor de un muy completo trabajo biográfico sobre San Antonio María Claret.
Igualmente podemos contar con respetadas investigaciones de Salvador Larrúa Guedes sobre Grandes figuras y sucesos de la Iglesia Cubana, su muy completa Historia de la Orden de los Predicadores en la Isla de Cuba, y sus libros Presencia de los Dominicos en Cuba y Cinco Siglos de Evangelización Franciscana en Cuba.
Sumadas a ellas, se ubican igualmente entre los fondos de tal temática histórica otros títulos entre los que destacan: Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. 400 Años en Cuba de Rogelio Fabio Hurtado, El Legado del Padre Varela de Perla Cartaya Cota, y Pasión por la Vida, otra actualizada biografía sobre el “primero que nos enseñó en pensar” de Mons. Carlos Manuel de Céspedes.
Otro título igualmente revelador lo es el estudio biográfico: Vida del padre Olallo, Héroe de la Caridad de la autoría de Rafael Almanza Alonso, editado a propósito de la beatificación del insigne hombre de Dios, Olallo Valdés. Asimismo, destacan como valiosos materiales de recuperación de la memoria histórica los títulos: Con la Estrella y la Cruz y Cuba Historia de la Educación Católica 1582- 1961, de la historiadora Teresa Fernández Soneira.
Destaque singular merece el esfuerzo compilatorio de los trabajos presentados en los Encuentros Nacionales de Historia "Iglesia Católica y Nacionalidad Cubana", que en dos tomos, reunieron las memorias de las cuatro primeros ediciones de ese evento, un significativo volumen de trabajos de investigación, conferencias magistrales, y paneles de discusión y debate; obra al cuidado de Joaquín Estrada Montalván.
El presente ensayo que nos ocupa, tiene, por necesarias e imprescindibles coordenadas esos presupuestos aglutinadores, que ya han sido eficazmente esbozados en todas las obras precedentes, y en el trabajo serio y continuado de la publicaciones ya citadas, que echan más luz sobre nuestras realidades eclesiales, imbricadas en el tiempo con la realidad de la nación, donde discurre su accionar.
Y aunque nuestros alcances son más limitados y modestos, pretendemos acercarnos, con este ensayo de rememoración a la figura del obispo Eduardo Martínez Dalmau, y a un período específico de su accionar como Obispo de Cienfuegos, develando esos detalles singulares, de lo que puede entenderse como memoria salvadora de nuestras mejores esencias; donde la fe, la cultura, y la patria en que han tomado cuerpo, a lo largo del discurrir “a la cubana” de casi cinco siglos, sean parte de un todo armónico.
El presente ensayo es entonces una mirada desapasionada a unos hechos y sucesos que involucran a actores de uno y otro color: de un lado un obispo, del otro, intelectuales, políticos e historiadores, que son hoy parte indeleble de la cultura y las bellas letras nacionales (Marinello[2], Portell Vilá[3], Portuondo, Roig de Leuchsenring, Raimundo Lazo, Aníbal Escalante, entre otros).
En medio, una aguda polémica entre el entonces y ya citado, obispo de Cienfuegos, Monseñor Eduardo Martínez Dalmau, y un también reconocido periodista: José Ignacio Rivero (Pepín)[4] director de El Diario de La Marina[5]; la causa: un texto[6] del primero citado, que aludía a esa madre nutricia que fuera la España colonial con mirada crítica y desapasionada, y que fuera su discurso de entrada a la Academia de Historia de Cuba, rebatido por el segundo.[7]
Pero hay otros muchos detalles en medio de esta polémica. Algunos son verdaderas revelaciones de un intríngulis que tenía coordenadas de todos los frentes y ambientes posibles, como diversos y plurales resultaban los pareceres implicados, desde la postura de un obispo cubano que se interesaba en los temas históricos, y que como buen cubano, exponía con todo derecho sus pareceres sobre el devenir histórico de la nación, la matria nutricia de la que tanto hablamos hoy.
Pasando por las posturas liberales y libre-pensadoras del momento, los historiadores de oficio, con prosapia suficiente para dar opiniones de peso; los comunistas o los defensores de las propuestas de corte anti-fascista que también formaban entonces un frente común dentro de las fuerzas vivas del momento histórico.
Ideas con las que comulgaban igualmente las mentes no comprometidas con los presupuestos marxistas o totalitarios de otro signo, pero que igualmente hacían frente común a las desidias del nazi-fascismo con su carga de barbarie e inhumanidad.
El hecho acontecía en la Cuba de 1943, detalle que nos permite entender el ambiente socio-político de tal época, a los que aludiremos en breve, y situar en contexto, los hechos que se sucedieron en torno a esta polémica, y los actores principales, a los que igualmente referiremos con todo detalle.
Los documentos que se generaron a partir de aquella porfía (las cartas cruzadas entre los contendientes, y las que luego sumarían las personalidades de la intelectualidad de la época, en apoyo a la posición del obispo, más otros documentos ) conformaron un libro-folleto: El obispo Martínez Dalmau y la Reacción Anticubana[8], texto que es además, una verdadera joya de valores rayanos en el de los mejores incunables, si tomamos en cuenta el tiempo transcurrido desde entonces, y lo peculiar de sus contenidos, argumento que nos sirve de elemental fuente de inspiración para este trabajo, y al que aludiremos en lo sucesivo.
Nuestro trabajo es entonces un ejercicio de memoria que, bien entendido, se involucra con aquel hecho particular donde se viera inmerso un obispo cubano, hombre por demás dotado de una cultura proverbial, amante de la historia y de las bellas letras y el arte.
Miembro además de una academia, y figura de avanzada en las ideas más liberales de su tiempo, sin que por ello, su vida como hombre de fe consagrado a su grey sufriera alguna merma, Mons. Eduardo Martínez Dalmau, es un personaje de la historia de la Iglesia en Cuba, que como otros tantos pastores, fueron fieles a su misión, en el ejercicio de sus obligaciones episcopales, y en la dimensión temporal, que igualmente asumían de cara a las realidades de la nación donde se enmarcaban su territorio episcopal.
De ellos y sobre ellos se han hecho pocas revelaciones. Sus particulares biografías, contadas por historiadores locales, eclesiásticos o no, en libros que discurren sobre los particulares de la vida eclesial cubana en la era republicana cubana, tema sobre el que tanto interés parece manifestarse hoy, terminan antes que sus propias vidas, porque sus existencias como consagrados tuvieron un después.
Son los casos también de Mons. Boza Masvidal[9] ó Mons. Ríu Anglés[10] ), luego que por las circunstancias existenciales que tuvieron que asumir, salieran en calidad de exiliados del país en un momento posterior a Enero de 1959, y por ende se vieran obligados a renunciar en uno a otro caso a sus respectivas obligaciones obispales en Cuba, pero continuaron fieles a su misión de sacerdotes y consagrados en sus nuevos destinos.
Y aunque el presente trabajo, se enmarca en las precisas coordenadas del obispo de Cienfuegos, y el historiador y el hombre de luces, como un verdadero dómine renacentista, este trabajo reclama en honor a la verdad histórica que es preciso rescatar, sumar esas coordenadas del momento histórico-concreto, con su luces y sus sombras; elementos que aunados nos permiten entender mejor, y aprehender de paso, las lecciones siempre motivantes de la historia total, donde la Patria, la Fe, y las instituciones sociales y políticas son actores nunca secundarios.
Es por ello, que este ensayo trata de abrir una puerta o una ventana, para que la luz de lo que todavía no conocemos, esos hechos que parecen olvidados, esas circunstancias que conviene re-contar para que adquieran su verdadero valor, tengan un espacio, y se hagan del dominio general. Por esos caminos deambulará este ensayo histórico. Ojalá sus pretensiones encuentren en otros, el deseo siempre permanente por hacerse a ese camino que nos interpela, y nos espera.
Un poco de historia para comenzar…
Pero antes de entrar en sustancia, se hace imprescindible una mirada a la Cuba laica y también a la eclesial de aquel período histórico concreto. Amabas miradas son imprescindibles y se interconectan, de ellas se hace inevitable hacer emerger las luces, pero también las sombras, porque sólo así, emerge toda la verdad histórica que pretendemos re-valorizar.
En el plano temporal de aquel año 1943, gobernaba la nación Fulgencio Batista y Zaldívar, en lo que fuera su primer mandato constitucional[11], en el último año del término de cuatro, y que daría paso, al año siguiente, al período de los Auténticos con Ramón Grau San Martín a la cabeza.
A tal gobierno del controvertido coronel, hombre fuerte en Cuba durante todo el período anterior a 1940, le corresponde el mérito (compartido sin dudas con las mentes más preclaras de tal época) de la aprobación de la Constitución de 1940[12], firmada aquel mismo año en la localidad camagüeyana de Guáimaro.
El gobierno de marras discurrió durante el mismo período en que el mundo fuera azotado por la segunda Guerra Mundial, en la que Cuba se vio igualmente involucrada del lado de las fuerzas aliadas, “en estrecho contacto con los Estados Unidos”[13].
Durante tales años, la Isla fue testigo de los incesantes bloqueos de los submarinos alemanes, e igualmente se sintió agobiada por la carestía de artículos de primera necesidad.
Dadas las circunstancias de tal tipo, la obra gubernamental se vio muy limitada en el orden de la promoción de los intereses nacionales tal y como lo había previsto el presidente[14] en su plan de gobierno.
De cualquier modo, y dentro de tantos inconvenientes se creo la Comisión de Fomento Nacional, para el impulso de la agricultura, la industria y las obras públicas[15].
En la esfera del mundo de la cultura y la educación tampoco fue poco lo que aquel gobierno pudo aportar a pesar de las inconveniencias de la guerra, Ramiro Guerra et al así lo consignan en su libro ya citado:
“En lo cultural y educativo, el Gobierno del Presidente Batista rindió un excelente saldo: se organizó y funcionó el Consejo Nacional de Educación y Cultura, que elaboró el nuevo plan de estudio para el bachillerato; se estableció un sistema cíclico de educación rural(…) se fundó la Escuela Profesional de Periodismo Manuel Márquez Sterling; el Laboratorio Nacional de Paidología y el Instituto de Cirugía Ortopédica; se tradujeron en hechos las disposiciones de la leyes(…) concernientes al Archivo Nacional(…), la Biblioteca Nacional(…); se cumplió a plenitud el reconocimiento de la autonomía universitaria(…)”[16].
El gobierno del General Batista convocó a elecciones, y al celebrarse dichos comicios, llevó su propio candidato, la dupla Saladrigas-Zaydín, pero el resultado le fue adverso resultando electa la propuesta Auténtica signada por los nombres de Grau San Martín para presidente y Raúl de Cárdenas como vice-presidente. La sucesión presidencial tendría lugar el 10 de octubre de 1944.
Pero dejemos ahora correr la vista sobre la situación eclesial cubana de aquel período. Y para empezar tal recorrido, se hace muy oportuno destacar un dato estadístico de aquel año 1943, fruto del Censo[17] de aquel mismo año, en que se contabilizaban en el aparte de Clérigos y Auxiliares, un total de 3047, dato que aparte de incluir o no, presumiblemente, a los pastores de otras denominaciones cristianas, hablaba muy claro de la masiva presencia de la Iglesia Católica en el país, distribuída entre sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas.
Solamente en la capital, englobada entonces en la Provincia de La Habana, se concentraban 1214; 324 en Pinar del Río; 254 en Matanzas; 522 en la antigua provincia de Las Villas; 271 en Camagüey, y 462 en la antigua provincia de Oriente.
La jerarquía de aquella época contaba con 6 prelados[18], que regían los obispados y arzobispados correspondientes, coincidentes con la división política del país.
Detalles relevantes del accionar de la Iglesia en Cuba en aquel período, lo fueron la construcción del Seminario El Buen Pastor, cuya primera piedra colocara el entonces Arzobispo de La Habana, Mons. Arteaga en 1941, y cuya feliz culminación, se verificaría en el año 1945, obra bendecida entonces por aquel mismo prelado, ya investido del palio cardenalicio aquel mismo año.
Igualmente son dignas de mención celebraciones diocesanas de alto vuelo espiritual, como lo fueron los Congresos Eucarísticos Diocesanos.
Tales celebraciones tuvieron su preámbulo en la Diócesis habanera en 1919, seguido de dos experiencias en tierras camagüeyanas en 1934 y 1941, el de 1936 en la de Oriente, y el celebrado en Las Villas (Diócesis de Cienfuegos) en 1940.[19]
La continuidad de aquellas celebraciones de claro signo devocional, centradas en la Eucaristía, tendrían su colofón en una celebración de grandes quilates: el Primer Congreso Eucarístico Nacional, celebrado en la capital de Cuba entre los día 22 y 24 de febrero de 1947.
Aquella celebración, por cuanto tuvo de novedad para la Iglesia cubana, nos merece algunas notas en la continuidad de esta rememoración, tal y como se recogen en la ya citada Memoria del Congreso, valioso testimonio que viera la luz en la imprenta habanera de Seoane, Fernández y Compañía, ubicada por entonces en el número 661 de la habanera calle de Compostela a posteriori de aquel suceso, en el propio año 1947; y cuya edición corriera a cargo de una Comisión de la Memoria, de la que formaban parte entre otros el Hno. Victorino, de andadura siempre proverbial en las lides católicas de nuestra patria.
El amplio Programa de los Actos del Congreso incluyó sesiones de estudios para sacerdotes y religiosos, los hombres y los educadores, los niños y las mujeres; las tres primeras citadas tuvieron lugar en los locales de La Anunciata en la Iglesia de Reina, y las siguientes en Colegio de Belén y el Palacio de los Deportes en ese mismo orden.
El Acto de Inauguración Oficial[20] discurrió el viernes 21 en la Iglesia de La Merced.
La Misa de Comunión para los niños tuvo lugar en el Campo Eucarístico[21], ubicado en la Avenida del Puerto, en la mañana del sábado 22, y la de comunión general y la de los hombres, el domingo 23. El lunes 24 se verificaba la Misa Pontifical en la mañana, y en la tarde la Procesión final del Santísimo y la clausura, un acto que desbordó multitudes y que se verificó a lo largo del malecón habanero, hasta alcanzar la Avenida del Puerto.
Otros actos significativos fueron una celebración Mariana y una Velada Eucarística, esta última en la noche del propio 24 de febrero.
Del hecho queda igualmente la imborrable memoria de una alocución que el Papa Pío XII hiciera desde Roma, y que fue escuchada en vivo, gracias a la magia de la radio, entonces el único medio de masas disponible, toda una novedad antes de la irrupción de la televisión, que se verificaría e Cuba pocos años después.
El hecho se verificaba como colofón de la Misa Pontifical celebrada en el Campo Eucarístico, un hecho sin precedentes en la historia católica cubana, documento además por el que pasan unas coordenadas muy sugerentes, que algunos han querido ver como proféticas de lo que sería la futura andadura de nuestra fe católica cuando el Papa aludía que:
… en esta placidez y suavidad en el vivir, en esta perenne y casi irresistible sugestión de una naturaleza luminosa y exuberante, en esta prosperidad alegre y confiada, se esconde acaso el enemigo; por el tronco airoso de vuestra palma real, que el suave soplo de la brisa hace cabecear airosamente, nos parece ver que peligrosamente se desliza la serpiente tentadora… Y si todo el esplendor de esa poderosa atracción puramente natural no se compensara con una vida sobrenatural, potente y robusta, la derrota sería cierta[22]
Retrocediendo al año 1943, referimos ahora a otros sucesos eclesiales enmarcados en ese especial momento histórico, que será el inevitable telón de fondo para este trabajo de tan necesaria rememorización histórica.
Miramos entonces con fruición los números ya apolillados del año 1943, de una revista católica cubana de larga data del devenir de la Iglesia, refiero al Semanario Católico San Antonio[23], que circulara como publicación eclesial desde el año 1911.
Tan valioso documento, ya histórico por el tiempo que ha transcurrido, nos ayuda de manera efectiva al esbozo de la realidad que vivía la Iglesia católica, y a la de su labor de promoción social y humana.
En el número correspondiente al mes de febrero (21 al 28), encontramos una interesante referencia a la Asociación de Católicas de Cuba, a cuya denodada labor de promoción humana y social se debían la fundación del Sanatorio “La Milagrosa” dedicado “a la atención facultativa de la mujer y el niño”[24], y la Escuela de Obreras de Formación Catequística, “San Vicente de Paúl, “que funcionaba en la barriada del Cerro, completamente gratis, cuyo cuerpo de profesoras son miembros de la Asociación”[25]
En el mismo número encontramos otro ejemplo muy sentido de comunión y promoción social de manos de las Oblatas de la Providencia y su experiencia educativa: una escuela nocturna para jovencitas de la raza negra (de color, como era habitual calificarla entonces).
Sorprende el dato de la elevada la matricula de aquella institución (cuatrocientas alumnas), que se ubicaba en el propio colegio del Instituto[26], ubicado entonces en la habanera calle Lealtad, y donde las educandas recibían: “instrucción religiosa, y, junto con ella, se dan a las alumnas clases de enseñanza primaria, corte y costura, mecanografía y taquigrafía, música y piano e inglés (…)[27]
En otro de los números, este de marzo (245-246) hay una interesante alusión a la III Concentración Nacional de la Federación de la Juventud Católica Cubana[28] (J.C.C) evento que discurrió en la ciudad de Ciego de Ávila, a finales de aquel mismo mes. Se trata de una Pastoral que publicara el entonces obispo de Camagüey, Mons. Pérez Serantes y de la que compartimos el siguiente fragmento:
A Vosotros Federados de esta diócesis y Federados de todas las diócesis, a vosotros que tenéis la suerte de unir al don magnífico y fundamental de la fe los arrestos de la juventud y su intrepidez, a vosotros toca ayudar a conducir la sociedad presente por los caminos del Evangelio a la luz esplendorosa de de las verdades infalibles de la Fe propiciando la tan deseada y tan necesaria transformación social, la cual ha de consistir irremisiblemente en pugnar por elevarse de nuevo hacia lo alto; y como esta elevación sino con Cristo y en Cristo, la humanidad ha de abrazarse nuevamente con Cristo, retornando a El, desengañada, humillada y arrepentida(…)[29]
Y no son sólo detalles eclesiales los que se suceden en este interesante semanario, sino que ya en sintonía con nuestro trabajo, enmarcado en la figura del obispo Martínez Dalmau, encontramos un soneto de muy delicada factura, centrado en la figura del Cristo muerto del Viernes Santo, dedicado a aquél, con el título de Vivos Muertos[30] y que firmara C. Rodríguez Rivero.
Resaltan, igualmente detalles como el que alude a la ampliación de la capilla[31] de la entonces cárcel del Príncipe en La Habana, obra en la que ya se trabajaba para octubre de aquel año 1943, y para cuya feliz culminación, la revista gestionaba una colecta en toda la nación. Una vez concluida pretendía acomodar hasta 600 reclusos para oír la Santa Misa.
En sintonía con la devoción a la Virgen del Cobre, parte del sentir unánime del pueblo cubano, uno de aquellos números transcribe, en primicias, el hermoso texto poético “Nuestra Señora del Mar”[32], del reconocido poeta camagüeyano Emilio Ballagas.
La bellísima pieza poética que data presumiblemente de esa misma época se acompaña de una muy sugeridora nota explicatoria del autor, acerca de la génesis del texto citado, donde aclara de manera concluyente su deseo de: “aislar la luminosa religiosidad popular-tradición universal popular- de la superstición plebeya, que con innegables vetas de pintoriscidad étnica, carece de legítimo vuelo popular”[33]
Y en la misma cercanía con el tema de Nuestra Patrona, encontramos precisamente en otra revista católica, del mismo período: Aromas del Carmelo[34], dirigida por los PP. Carmelitas, una interesante referencia a una colecta, que data de aquel mismo año 1943, para dotar al Santuario del Cobre de la imponente escalinata que conduce actualmente al templo.
La nota que aparece firmada por el Comité Central Pro Escalinata, insistía en el hecho indudable de que tal obra había conquistado el corazón del pueblo de Cuba, que “generosamente contribuye a ella”[35].
Como colofón a esta breve pero necesaria mirada a la vida de la Iglesia cubana aquel año, referimos a una Carta Pastoral del Arzobispo de Santiago de Cuba, fechada en aquella oriental ciudad en el mes de febrero, y cuyo tema no era otro que el de las lecturas, buenas y malas, todo un tratado de interesante proximidad al tema de la conveniencia o no de cierta publicaciones de tal signo, que promueven: “la herejía envuelta en los artificiosos halagos de una rica literatura”[36], y que según acotaba sabiamente más adelante: “es mil veces más mortífera que la que sólo se administra en las áridas disertaciones de la escuela”[37]
Sin dudas, se trata un texto de valía excepcional al que convendría prodigar una más atenta cercanía, como a tantos otros documentos y pastorales obispales[38] de este u otro período de nuestra historia eclesial.
La diócesis de Cienfuegos en los primeros tiempos del obispo Martínez Dalmau (1936-1943)
Consideramos importante en este punto de nuestro trabajo, ubicar las coordenadas del principal personaje, de esta investigación, el Obispo Martínez Dalmau, en la diócesis de Cienfuegos, a la que fuera destinado desde el año 1936, y la que pastoreó, hasta 1959.
Pero como nuestra investigación se circunscribe al año 1943, hacemos énfasis en esta breve reseña, a los detalles que él vivió en ese específico período, desde su elección como obispo de aquella diócesis, hasta el último citado, que es justamente, cuando se suceden los hechos a los que aludiremos en otra parte de esta investigación biblio-biográfica.
Antes, precisamos algunos detalles de la diócesis de Cienfuegos, que tiene existencia propia desde el 20 de febrero de 1903, cuando el Papa León XIII declaraba su erección, desprendiéndose de la Diócesis de San Cristóbal de La Habana[39].
Es bueno recalcar que desde la fundación de la ciudad, según nos cuenta Juan Martín Leiseca en su muy autorizada obra Apuntes para la Historia Eclesiástica, uno de los primeros cuidados de su fundador D. Luis D’Clouet, fue el disponer un sitio para la celebración de la Santa Misa, para ello, dotó en un bohío que ocupaba lo que hoy es el presbiterio de la S. I Catedral. El hecho ocurría el 8 de noviembre de 1820. Ya para 1881, el susodicho templo que estaba dedicado a La Purísima Concepción estaba terminado definitivamente.[40]
Comprendía el territorio de la entonces provincia civil de Las Villas, ubicada entre las provincias de Matanzas y Camagüey. Constaba de 35 parroquias, y tenía una población, que en aquel año sumaban 356.536 habitantes, y que ya en el año 1943, ascendían a 938.581, según datos del Censo realizado aquel mismo año, y al que aludiremos en lo sucesivo para perfilar otros detalles de interés.
Para atender tan vasto territorio sólo contaba la diócesis en sus inicios con 28 sacerdotes del clero secular y los religiosos (Dominicos, Jesuitas y Pasionistas). Las religiosas por su parte, pertenecían a la Congregación de las Dominicas Francesas, a la de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, las Siervas de María, y a las Hermanas del Amor de Dios.
Fue su primer obispo: Mons. Aurelio Tórrez Sanz, consagrado en 1904. Su sucesor en el tiempo lo fue el Mons. Zubizarreta, por aquel tiempo obispo de Camagüey, cuando el primero fuera electo como Administrador Apostólico de la diócesis de Santiago de Cuba, y presentara su renuncia como Obispo Residencial de Cienfuegos en 1916.
Mons. Zubizarreta fungió entonces como Administrador Apostólico “Sede Plena” de la de Cienfuegos, mientras continuaba al frente de la de Camagüey hasta el año 1922, en que finalmente se desempeñó como Obispo Residencial.
En 1925 fue promovido a la Sede Primada de Santiago de Cuba, pero desde allí siguió ejerciendo la Administración Apostólica de la diócesis cienfueguera hasta 1935.
El tercer obispo electo para esta diócesis fue Mons. Eduardo Martínez Dalmau[41], el 16 de noviembre de 1935. Su consagración acaecía el 21 de diciembre del mismo año, en su diócesis de origen: La Habana.
Con su elección se resolvía la disyuntiva de no tener Obispo Residencial por más de diez años. El 2 de enero de 1936 tomaba oficialmente posesión de la Diócesis. Su labor pastoral estuvo marcada desde el mismo comienzo por los afanes constructivos de muchos de los templos a su cargo, un grupo significativo de ellos derribados o afectados por un ciclón que arrasó la extensa zona de su diócesis el mismo año 1936.[42]
El nuevo obispo llegaba a una ciudad pletórica de vida en todos los ámbitos, el de la fe y el de la propia cultura, que la ha distinguido siempre.
Su propia formación humanística y su gusto y conocimientos artísticos, le permitieron acometer el embellecimiento de su Palacio Episcopal, principalmente en lo concerniente a la bella capilla de aquel, una verdadera “miniatura de una basílica renacentista”[43]
Cienfuegos, la sede episcopal, contaba ya en tal período con publicaciones periódicas de regular tirada e importancia como La Correspondencia y El Comercio ambos con prensas rotatorias
Igualmente se hacían notar en su entramado instituciones educacionales de larga data como el Instituto de Segunda Enseñanza, la Escuela de Artes y Oficios, la del Hogar, y la Escuela Profesional de Comercio, entre otras.
Según nos cuenta el afamado historiador y geógrafo cubano Levy Marrero en su proverbial texto Geografía de Cuba:
En los primero años republicanos la ciudad creció lentamente, en contraste con el rápido aumento de la población de otras ciudades; entre 1919 y 1931 su ritmo de crecimiento aumentó de nuevo, pero a partir de 1931, el crecimiento de Santa Clara y Sancti Spiritus, las principales ciudades de Las Villas situadas junto a la Carretera Central, ha sido mucho más rápido que el de Cienfuegos(…) Además de la actividad derivada de su puerto, que ocupa el quinto lugar entre los exportadores de azúcar, Cienfuegos posee notable actividad comercial e industrial(…)[44]
Desde tiempos inmemoriales la bella “Perla del Sur” tenía ya bien ganada su fama de ciudad bien trazada (la mejor de la Isla), desde los tiempos de su fundación en 1819 en la Bahía de Jagua[45].
En su retícula proliferaron edificios muy del gusto neoclásico, impulsado por los emigrados franceses de la Louisiana, que la poblaron en sus inicios, de los que son ejemplos notorios el Teatro Terry, y el Cementerio de Reina[46].
Según se nos refiere en una muy interesante publicación de esta misma época (Enciclopedia Popular Cubana de Luis J. Bustamante). El trazado de la población obedecía a un plan bien concebido, siendo sus calles rectas y anchas, orientadas en su mayoría de N. a S. y de E. a O.
Para tal tiempo se contabilizaban en la ciudad siete mil edificios de todas clases, de los cuales, 3250 eran casa de madera de una sola planta, 11 casas de madera de dos plantas; 3330 casas de mampostería de una planta; y 376 de dos. Igualmente se contabilizaban 13 edificios de tres o más pisos. El valor de todas estas propiedades sumaba unos 24 millones de pesos de la época.
Las calles y avenidas del momento en cuestión ascendían a 70, las primeras con 14 varas de ancho y las segundas con 40. Destacaba ya en su momento la Avenida de la Independencia (antes Paseo de Vives, hoy el Prado) ya se extendía como hoy de N. a S. atravesando la península de Majagua de mar a mar, con un paseo al centro y calles pavimentadas a ambos lados, allí se ubicaban las mejores residencias particulares, los clubes y teatros.
Otra reconocida avenida lo era la de Máximo Gómez (antes de Dolores), pavimentada de granito, la principal entrada a la ciudad, y las calles de Santa Clara, Argüelles, San Fernando, San Carlos, Santa Cruz, Santa Elena y Castillo, todas dispuestas de E. a O; y en la coordenada N-S, las de Gacel, Hourruitinier, De Clouet y Martí.
Los parques por su parte incluían el de Martí (la principal Plaza citadina), el de Villuendas; el de Estrada Palma y el de Mazarredo. Otros edificios públicos de entonces lo constituían el Palacio Municipal, todavía en construcción; la Aduana, el Mercado Municipal, el Cuartel de Bomberos, el Liceo, el Casino Español, los hospitales: Civil y de Emergencias, y el Sanatorio de la Colonia Española.
En el tema de las comunicaciones sigue acotando esta fuente, sobre el magnífico enlace de la ciudad con el resto de las localidades del país por vía férrea. Por la vía marítima había igualmente conexión con la ciudad de Nueva York, distante 1646 millas.
Y por la vía área, el aeropuerto local, era el punto de escala de todos los vuelos nacionales, y de los que rendían la ruta Miami-Panamá.
En el tema económico, la ciudad destacaba igualmente. En el año 1930 el presupuesto municipal fue de medio millón de pesos; y el valor del comercio de exportación alcanzó los 8 millones de pesos, y el de importación de cerca de seis millones, con lo que exhibía una excelente balanza de pagos.
Relativo al excelente puerto de la ciudad, la ya citada Enciclopedia, nos aporta datos de igual valor para entender mejor el desempeño económico del período que analizamos. En el año de 1939, el puerto de Cienfuegos ocupaba el tercer puesto a nivel nacional por sus importaciones y por los derechos de Aduana, y el quinto lugar en lo referente a las exportaciones.
Referente a la cantidad de buques de travesía que hicieron recalo, se contabilizaron en el período de 1935 a 1939, más de cien entradas por año, y una cifra similar de salidas; con un tonelaje promedio de más de 500.000 por cada embarcación.
La ciudad tenía ya el mérito de haber visto nacer en su seno a cultores excepcionales de las bellas artes: Luisa Martínez Casado[47], figura inolvidable del teatro cubano; Mercedes Matamoros, en la poesía y la composición musical y Mateo Torriente, artista plástico[48].
Durante aquellos primeros años de su episcopado, el obispo Martínez Dalmau fue promotor de sucesos de relevancia para su Diócesis como lo fue la celebración en 1940 del Primer Congreso Eucarístico, que aludimos en un momento anterior, y que le llevó pronunciar al entonces Nuncio Papal en Cuba, la hermosa frase de que Cienfuegos era la Perla de la Eucaristía, y del que ahora consideramos propicias algunas notas más extensas, tal y como nos lo cuenta el historiador Mons. Ramón Suárez Polcari en su ya también citada Historia de la Iglesia Católica en Cuba:
Para llevar adelante la preparación del Congreso el Obispo determinó que se crearan en cada colegio Católico, Parroquias e Iglesias principales, los Comités Locales (…) La sección de Censos Parroquiales tenía a su cargo la labor de detectar el número real de niños y adultos sin bautizar, así como las parejas que no había recibido el sacramento del matrimonio.De las 20.000 familias que formaban la Diócesis fueron enumeradas 35.621 casi todas residentes en ciudades y pueblos y centros de población. 7400 carecían del sacramento del matrimonio y más de 5000 no tenían matrimonio civil.Más de 11.000 niños carecían del Bautismo, 36.000 personas entre niños y adultos, no habían recibido la Confirmación, 40.000 no habían recibido la Comunión y 33.000 no conocían nada del Catecismo.(…)Al concluirse el Congreso 14,765 niños y niñas habían asistido al curso de Catequesis para la Primera Comunión; 4300 recibieron la Comunión en sus respectivas parroquias e Iglesias y 2400 niños lo hicieron en la Misa de Comunión del Congreso (…)En el Parque Martí de la ciudad de Cienfuegos fue colocado el altar del Congreso, exactamente en el cruce de las calles San Luis y San Carlos. (…) La Santa Misa fue celebrada por el Obispo Diocesano acompañado, en un lugar de honor, por el Señor Nuncio Apostólico Mons. Jorge Caruana, el Señor Arzobispo de Santiago de Cuba, los Señores Obispos de Camagüey y Matanzas y los Presbíteros delegados de la Vicarías Capitulares de La Habana y Pinar del Río(…) [49]
Otro suceso de relevancia para la vida diocesana bajo los auspicios del obispo Martínez Dalmau, fue la fundación de la Federación de Maestras Católicas, que tuvo su génesis en la ciudad de Cienfuegos, en mayo de 1938.
La idea original se extendió rápidamente a otras diócesis. Ya para 1940, se verificaba en aquella misma ciudad del sur, una reunión de de todas las federadas, con el fin de dejar establecida la Federación Nacional de Maestras Católicas de Cuba.
Los objetivos de aquella cofradía de valiosas formadoras, incluían: “la formación técnica y defensa de las maestras, la organización técnica y científica de la escuela cubana, y el aseguramiento a todos los niños cubanos la oportunidad de recibir la educación integral a la que tienen derecho”[50]
Fue igualmente propicio aquel período de gobierno episcopal para la creación de instituciones educativas católicas a lo largo y ancho del territorio diocesano.
Entre aquellas fundaciones destacan los Colegios de La Esperanza y Trinidad, que desde 1936 ofrecían la enseñanza primaria a más de 170 infantes en el primero, y a otros 200, en el segundo. Este último citado se ubicaba en un antiguo edificio colonial de la villa trinitaria, y poseía una bella capilla.
Otra fundación notoria por su eficacia educativa, y por el arraigo que tuvo no sólo en la diócesis de Cienfuegos, lo fue el Colegio Champagnat de Santa Clara, que ya en 1938 estrenaba un nuevo edificio, y que fuera bendecido por Mons. Martínez Dalmau en diciembre de aquel mismo año.
También en la localidad de Camajuaní, las Hermanas Mercedarias del Santísimo Sacramento, iniciaban en 1941 una nueva fundación, que incluyó un Colegio donde “se impartían clases de Primaria Elemental y Superior y especiales de Mecanografía, Taquigrafía e Inglés”.[51]
Los Padres Jesuitas, por su parte ofrecían ya desde 1942, la primera y segunda enseñanza, en su imponente Colegio de Monserrat de Cienfuegos, que fundado desde 1880[52], fue cantera de los mejores valores humanos y cristianos.
Otros muchos sucesos dignos de mención pudieran añadirse a este breve bojeo por la historia diocesana de Cienfuegos; pero preferimos que tal rememoración, siempre válida, quede como asignatura pendiente para quienes con amor, quieran abordarla en otro momento, para nosotros, en el afán primordial de esta investigación, se nos hace imprescindible ya acometer el punto sustancial que nos anima.
La Polémica por dentro.
Al lector impaciente, por saber los detalles del asunto que nos ocupa, les diremos que todavía precisaremos algunos detalles introductorios que ayuden a la correcta interpretación de los hechos que dieron pie a la controversia entre un prelado católico, Mons. Martínez Dalmau cubano y otro coterráneo suyo, un reconocido columnista del Diario de La Marina: José I. Rivero.
Sabida es ya la causa: Mons. Martínez Dalmau, miembro ya para tales fechas de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, hacía su entrada a la Academia de la Historia de Cuba, y para ello pronunciaba el imprescindible Discurso de Ingreso, acto que todo académico entrante debía cumplimentar.
El hecho de marras sucedía el 28 de mayo de 1943. En la recepción pública de aquel día, Mons. Martínez Dalmau, aludió a un tema netamente histórico que con el título de “La política colonial y extranjera de los reyes españoles de las Casas de Austria y de Borbón, y la toma de La Habana por los ingleses”, se convertiría en materia de discrepancia, no ya de “enjuiciamientos históricos ni de simpatías o antipatías políticas, entre un periodista y un historiador y prelado católico”[53], sino indefectiblemente, en “ataque del Dr. Rivero al Dr. Martínez Dalmau”[54].
El hecho además dotado de una irreverencia manifiesta por parte del atacante, hombre también de letras, y que también presumía sin mas méritos que su propia presunción, de historiador, y que como veremos en algún momento posterior, en la réplica de Mons. Martínez Dalmau, se comportaba de manera indigna contra un prelado, con “un lenguaje a todas luces impropio, no sólo en quien se dirija a una autoridad religiosa, pero ni siquiera a un simple ciudadano”[55]
La agresión del Dr. Rivero se materializaba en una carta publicada en el diario ya citado, el 11 de junio, en la sección dominical Impresiones, y que corría a su cargo. A partir de aquella, Mons. Martínez Dalmau, enviaba al propio Diario de la Marina, pero también a los periódicos El Mundo y Hoy, su réplica, aparecida en todos ellos el 14 de junio de 1943.
Esta carta réplica nos merece en este punto una atención mas cercana, además de que el lector podrá disponer de su contenido en uno de los anexos. En este texto queda claro para el agredido que las intenciones del agresor no eran otras que las de un ataque gratuito y lastimoso, pues de ningún modo su texto académico estaba llamado a discutir otros aspectos que no fueran los relacionados con la ciencia histórica, sin la menor conexión con el dogma católico.
El obispo deja entonces muy claro que sale a la palestra pública, no en su propia defensa, la que de ninguna manera se le hacía necesaria, pues no era otro que el agredido de manera injusta sino: “que lo hago movido por el respeto que me inspira el lastimado sentimiento católico y no porque me haga falta ninguna absolución”[56]
Y para dejar evidencias de que la postura de su crítico llevaba una cuota mayor de inconsecuencia y falta de lógica, citaba un hecho desafortunado en que se viera envuelto el propio acusador, justo el día anterior a que apareciera en blanco y negro, en la misma sección "Impresiones" del Diario de la Marina, a la que ya aludimos. Reproducimos para el lector las propias palabras del obispo:
El día anterior al de sus Impresiones insurgía usted y declamaba desde las columnas de su diario, porque en una estación de radio se habían dicho palabras ofensivas contra un sacerdote. El hecho, reprobable en sí, dio lugar a que usted amenazara a los “comunistas” con un levantamiento en masa de la población cubana. Al día siguiente, dejaba usted chiquitos a los “comunistas”, produciéndose en forma totalmente indigna contra un prelado de esa misma Iglesia católica. Lo que no es seguramente un modelo de lógica y de consecuencia. Y aplíquese usted el sayo, porque la población cubana, tendría, según sus propias palabras, mucho mayor derecho contra usted y su diario”[57]
El obispo remataba a fondo al final de su misiva, manifestando su extrañeza a su irresponsable e injusto inculpador, por el hecho no ya de hacerlo blanco de sus diatribas, ni siquiera por el modo del ataque tan fuera de lugar, pero sí muy desalentado al percatarse que fuera atacado por defender una posición patriótica.
De tal suerte, reflexionaban el obispo-historiador, al negársele hacer valer sus propias ideas, caía por su base la legitimidad de todo intento independentista, base sustanciosa de la que todo buen cubano no podría prescindir, salvo que como en el caso de la persona del editorialista del Diario de la Marina, el mismísimo José I. Rodríguez, se usara el prestigio de un periódico y la de su propio director para combatirla en los presupuestos presentados por Mons. Martínez Dalmau. Así lo hace palpable al final de su carta el obispo:
Y no puede extrañarme, una vez que en esta generosa y sufrida Cuba se perdonó pronto al mismo voluntario que aherrojó a un niño de catorce años, José Martí, y fusiló cruelmente a un puñado de jóvenes estudiantes. Pero todo, incluso la libertad tiene que tener su límites (…)
A partir de aquellas cartas cruzadas, la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, que como ella misma acotaba, estaba “constituida por hombres de letras de diversas ideologías pero identificados en su amor a Cuba, a la libertad y a la verdad histórica”[58], salió a la palestra pública para salvaguardar, no ya solamente al obispo agredido sino cumpliendo con “el deber de salir en defensa de uno de sus miembros”[59]
Para ello, editó con toda prontitud los textos con que los miembros de la institución histórica y otras personalidades del momento se aunaron para dar apoyo al “cubano liberal y progresista agredido”[60], tal y como califican a Mons. Martínez Dalmau.
El Discurso de Ingreso.
Sin dudas, el texto leído por Mons. Martínez Dalmau en ocasión de su entrada a la Academia de la Historia (La política colonial y extranjera de los Reyes Españoles de las Casas de Austria y Borbón y la Toma de La Habana por los Ingleses), es una pieza oratoria de grandes valores añadidos, y no solamente referimos a esos valores formales que debe tener toda alocución que pensada para su lectura, tiene que llevar una fuerza de enunciación que ayude al oyente a la mejor comprensión de las ideas esbozadas por el orador; pues igualmente se alinean en el texto ideas de tremendo sentido y muy profundas convicciones.
El texto fue publicado de inmediato. Alcanzaba una extensión según se nos dice, de unas sesenta páginas, y ya para cuando la polémica se enciende, era difícil hacerse de un ejemplar en la librerías de la época, lo mismo que sucede hoy día, cuando nos hemos dado a la tarea de localizarlo en las biblioteca locales, y ha sido una tarea infructuosa, pues como verdadero incunable, sólo se podría ubicar entre los documentos de más valor historiográfico a buen resguardo en el Archivo Nacional o la Biblioteca Nacional, donde por la premura de esta investigación no hemos podido acceder de momento.
El sentido que permea dicho texto pasa por el análisis reposado de hechos históricos, pero no necesariamente se recrea en detalles meramente fácticos, que en ocasiones suelen ensombrecer el discurrir de muchos mal llamados “historiadores objetivos” aunque alude con toda objetividad a un período convulso, del que no escapan realidades que están signadas por el absurdo y la incoherencia.
Se trata sin dudas de un meditado acercamiento a ese “carácter de los pueblos” que se adquiere a través de la enseñanza de la historia. Por allí empieza a discurrir el orador y apunta que a ella le pertenece:
(…) darnos a conocer, con amor y con pasión –porque sin amor y sin pasión es sacrílega impertinencia hablar de las cosas de la Patria-, la vida y las acciones de nuestros antepasados; defenderlos, con vigilante e incansable empeño, de los ataques de hipercríticos envidiosos de las glorias americanas cuyos resplandores les ofenden, cuyas glorias les entristecen y tanto, que hasta entre las flores del mentido halago se esconde el áspid que les atosiga el alma”[61]
El núcleo central de esta pieza magistral lo constituye la disertación sobre la toma de La Habana por los ingleses, y la clara responsabilidad de aquel desastre, de quienes regentaban el poder político en España, y en la propia colonia. dice el autoral respecto:
Hay que hacer un poco de filosofía siempre y cuando se escribe la Historia. Y bajo este aspecto, la toma de La Habana, ocupada primero y devuelta, más tarde, pero que hubiera podido perderse irremediablemente—con los efectos para el dominio español en América, que cada cual se imagina, y como sucedió con Gibraltar—, no es sino el lógico corolario de una política desacertada, perniciosa, abúlica y hasta cruel, que los reyes de España siguieron en una gran parte de América y cuyos peores efectos se dejaron sentir durante siglos en Cuba, nuestra patria que bien podemos calificar con el augusto nombre de mártir(…)[62]
Como veremos a continuación las ideas que sobre el nefasto discurrir de la dominación colonial española, además de otros temas de actualidad que defiende el obispo, concuerdan en esencia con las de otros pensadores de igual o tanto calibre como es el caso del reconocido historiador cubano Herminio Portell Vilá[63], en su ensayo-artículo La tesis del Obispo Martínez Dalmau, que es parte sustancial del libro-folleto editado por la Sociedad Cubana de estudios Históricos, al que vamos refiriendo, y que en versión original aparecieran publicados en la revista Bohemia en cuatro entregas aquel mismo año. Escuchemos al historiador explicar el por qué de aquellos:
(…) Me propongo dedicar varios artículos a la tesis general de Monseñor Martínez Dalmau y a varios aspectos especiales de la misma, así como a las críticas antiamericanas y antidemocráticas de que ha sido objeto, todo lo cual está estrechamente relacionado con lo que se ha dado en llamar la “leyenda negra” de la colonización española que, si no es leyenda, que no lo es, sí tiene muchas páginas tenebrosas y sangrientas que no escribió el pueblo español, como tal pueblo, sino las fuerzas reaccionarias que dominaron y han vuelto a dominar la vida nacional española, y a las que se refiere el Obispo de Cienfuegos(…)[64]
El primero de aquellos artículos, se decanta por las fuentes bibliográficas usadas por Mons. Martínez Dalmau en su discurso-tesis, que son en su momento blanco indiscriminado de la inopinada crítica que le prodiga José Ignacio Rivero, que se consideraba a sí mismo hombre erudito y enterado de la Historia, a la que supuestamente rendía sus mejores afectos, aunque luego sabremos por uno de los testimonios recogidos en este folleto, que jamás fue miembro de la Academia de Historia de Cuba[65]
Las valoraciones que hace Portell Vilá al respecto, son dignas de toda consideración, viniendo de un hombre verdaderamente informado sobre el particular, lo que sin dudas, reafirma algo que podemos intuir desde el principio: la sólida formación académica del obispo-historiador. Revisamos ahora para el lector, algunas de tales valoraciones:
(…) La bibliografía que cita Monseñor Martínez Dalmau en cuanto a la historia de Cuba, y que comprende obras de Pezuela, de Miss Wright, de Pedro J. Guiteras, de Humboldt, de Saco, Roig de Leuchsering, Pérez Beato, Lufríu, Iraizoz, Trelles, Bachiller y Morales, Arrate, Urrutia y Valdés, etc. está muy ajustada al tema: se trata de obras de gran utilidad, de cuya consulta no se puede prescindir en ningún estudio serio sobre el régimen colonial de Cuba, y especialmente, en lo tocante a la toma de La Habana por los ingleses (…)
¿Qué otros libros querían los críticos del Obispo que éste hubiera consultado respecto a Cuba? ¿Las insurrecciones de Cuba, de Zaragoza; Mi mando en Cuba, de Valeriano Weyler, o la biografía de este innoble personaje por Julio Romano, de tan donosamente se burlara don Benigno Souza? (…)[66]
En la segunda de aquellas entregas, que el profesor Portell Vilá tuviera bien hacer llegar a la prestigiosa revista Bohemia, en ocasión de lo que consideró un acto de verdadera justicia con el Obispo Martínez Dalmau, el académico se encarga esta vez de validar la tesis de su enjundioso discurso en el sentido de que la colonización española del Nuevo Mundo, fue un blasón de iniquidades y despropósitos, y dice al respecto del derecho que tiene el Obispo al valorarla de tal modo que:
(…) resulta intolerable el que en estos tiempos en que vivimos haya quien pretenda que la colonización española, o cualquier otra colonización, tenga ante sí una consigna inviolable de noli me tangere (¢no me toques ¢) que impida su discusión y la merecida censura de sus errores. (…)(…) Monseñor Martínez Dalmau, decía en mi artículo anterior y repito hoy, sostiene una tesis cubana, americana, democrática, liberal, que tiene muy nobles antecedentes históricos en los pronunciamientos hechos hace siglos en los inicios de la colonización española, por eminentes autoridades eclesiásticas y hombres de Iglesia en general, así como por juristas y hasta por conquistadores que fueron hombres justicieros y de grandeza de alma (…)[67]
Ya para la tercera de tales entregas, el reconocido profesor Portell Vilá, quien por tal época publicaba un muy completo texto de Historia de América, de más de ochocientas páginas, y que todavía, aunque se trata de una verdadera rareza editorial, tiene valores añadidos para los estudiosos de tal materia, confirma nuevamente el apego a la verdad histórica que encuentra en el texto de ingreso de Monseñor Eduardo Martínez Dalmau, así lo hace patente cuando asevera que:
Cuando él afirma que la historia de España es una secuela interminable de guerras desde que llega al trono el fundador de la dinastía alemana hasta que llega a su fin con Carlos II, está exponiendo lo que es incontrovertible…Y cuando llama siniestro Señor del Escorial a Felipe II, tampoco inventa nada(…)[68]
De sus apreciaciones, todas justas y con apego al rigor histórico más concluyente, nos va dejando evidencias muy claras, sobre todo cuando se trata de desmontar, las aviesas críticas que se vierten contra lo expuesto por el Obispo, sobre todo cuando se trata de acusarlo de cierta cercanía con posiciones de autores protestantes; para tan infundada crítica, encuentra también Portell Vilá adecuadas respuestas:
Y es absurda la crítica que se hace al Obispo de Cienfuegos con el pretexto de que así está repitiendo lo que brotó de “plumas protestantes”. Luciano Serrano en La Liga de Lepanto, no parece estar muy conforme por los elogios a Felipe por su conducta en la cruzada contra los infieles que lleva a la batalla de Lepanto; pero al censurar al “demonio del Mediodía” no está en compañía de protestantes, como dice alguien de por acá, sino de acuerdo con los Papas Pío V y Gregorio XIII, quienes en vano se esforzaron para que el monarca español no desertase a sus aliados y para que pusiese fin a las intrigas con el pirata.[69]
En el cuarto artículo, el reconocido historiador dice con cierta ironía muy bien ubicada que quiere poner fin a la:
lección de la verdadera historia de la España Imperial que hube de prometerle a cierto malsín que se permitió insultar a un prelado cubano porque en la sombra le azuzaban y le daban cuatro citas manoseadas y malolientes los que le tienen alquilada la pluma… y que odian a Monseñor Martínez Dalmau por sus virtudes, por su saber, por su inteligencia, por sus ideas democráticas y porque es cubano…[70]
Tal afirmación nos merece en este punto una referencia explícita a la postura del Obispo, ya no como hombre de fe, sino en su dimensión de ciudadano de la patria cubana que le vio nacer, y a la que demostró amor entrañable, sino además como parte indisoluble de aquellos tiempos en que la humanidad se debatía y desangraba en una terrible conflagración mundial, de la que Cuba tampoco quedó ajena.
Mons. Martínez Dalmau testimoniaba entonces, con responsable conducta, su apoyo incondicional a las fuerzas democráticas que aunadas en un frente común, el de los Aliados[71], se oponían al eje Berlín-Roma-Tokio, y que para aquel año de 1943, sufrían el embate indetenible de las fuerzas antifascistas, de la que era parte también la Unión Soviética, en cuyo frente de guerra, los alemanes en particular, recibían una dura lección.
No es ocioso reiterar que, en la Cuba de aquel tiempo, las fuerzas vivas, con uno u otro signo político e ideológico, apoyaban irresolutamente aquella alianza contra los nefastos ideales del nazi-fascismo, y Mons. Martínez Dalmau, en su condición de prelado católico no fue una excepción. De tal postura deja también testimonio en su carta-réplica a José I. Rivero::
(…) Los comunistas saben perfectamente que yo no los soy, pero que tampoco deseo el desplome de la resistencia rusa y el colapso de las democracias (…)[72]
Cerrando aquella cuarta entrega, el profesor Portell-Vilá, explicita nuevamente las razones válidas del obispo historiador, y apoya irresoluto el derecho de aquel a expresarse como lo hiciera, así lo testimonia cuando expresa en el párrafo conclusivo lo siguiente:
(…) Monseñor Martínez Dalmau le ha hecho un bien a la Iglesia Católica, a Cuba, a España y a la Historia con su valiente y excelente discurso de ingreso, que mantiene la tesis que hemos comentado en estos cuatro artículos…¡Ya Cuba es libre, señores! En nuestra tierra los cubanos podemos criticar a la España Imperial sin que venga el celador, el retén de voluntarios, o la cuadrilla de guerrilleros a impedirlo…Y Monseñor Martínez Dalmau, dentro de la más escrupulosa ortodoxia católica y de la verdad histórica, habla como demócrata y cubano.[73]
El reverso de una intriga
La continuidad a nuestro ensayo pretende ahora echar más luz sobre los motivos que llevaron a tanta notoriedad lo que en simple teoría no era más que una tesis de tema histórico, presentada en el seno de una Academia de respetados hombres de letras. Mons. Martínez Dalmau, como antes todos los miembros correspondientes de aquella institución, no hacía más que cumplir con su parte, al presentar su discurso de admisión.
Lo que según nos aclara José Antonio Portuondo, en otro de los interesantes artículos que recoge el ya citado libro-folleto El Obispo Martínez Dalmau y la reacción anticubana ("Reverso de una Intriga"), y del que este aparte toma su título de prestado, nos ilustra al respecto:
Ahora que ha pasado el ardor de las discusiones promovidas en torno al discurso leído a su ingreso en la Academia de la Historia por Monseñor Martínez Dalmau, parece oportuno preguntarnos por qué se encendió la polémica. Lo cierto que a no ser por ésta, nadie tendría hoy noticias de los que el obispo leyó en la Academia.Hubiera sido aquél, sin prejuicio de sus méritos historiográficos, un discurso de ingreso más, sin trascendencia popular, que guardarían para su deleite escasos eruditos (…)Ahora en cambio, por obra y gracia del ataque injusto y desmedido, todos anhelan saber qué dijo el obispo cubano (…) y el mismo ha devenido en símbolo de una opinión y un movimiento de reivindicación nacionalista (…)”[74]
En tal punto se hace válido enunciar un hecho epocal que concernía a la Iglesia cubana, y que pasaba igualmente por las coordenadas de la nación, como hemos visto, bajos los avatares inenarrables del conflicto mundial.
El hecho en cuestión tenía relación con una propuesta de que más clero español se hiciera presente en las repúblicas de Hispanoamérica, en detrimento del clero local en franca minoría, teoría[75] aducida ante el Departamento de Estado de Estados Unidos por sectores de la España franquista, a través del P. Thorning[76]
Dicho sacerdote concurría en aquella época como conferencista a los Cursos de Verano auspiciados por la Universidad de La Habana, como mismo hacía en otras universidades de Hispanoamérica (San Marcos, en Lima).
Justamente, en el viaje de aquel año, las autoridades universitarias fueron puestas sobre aviso, y “no dieron oportunidad a este sacerdote falangista norteamericano para repetir entre nosotros sus actividades propagandísticas”[77].
Monseñor Martínez Dalmau no quedó ajeno a tales pretensiones, y tomó partido para obstaculizar tales maniobras, de tal suerte que según nos cuenta José Antonio Portuondo, se dirigió a sus correligionarios y a sus diocesanos, aupando la insobornable postura del respeto a las libertades de cultos y conciencia, y en cuanto a su propia diócesis redujo la actuación de ciertos grupos, organizaciones y movimientos, cuyas pretensiones de índole sectaria, se escondían bajo pretexto religioso.
De tal suerte su actitud coartaba las pretensiones falangistas, y tal postura le acarreó muchas dificultades en su propia diócesis, donde recibió multitud de cartas insultantes, todo ello como antecedente muy claro de lo que pasaría luego al pronunciar su discurso en la Academia de la Historia, que según sigue manifestando Portuondo en su artículo:
añadía a su doble condición de obispo y de cubano la científica del organismo, llamado a discernir las manifestaciones ciertas y legitimadas por la historia[78]
El ataque inmerecido, no logró empero su objetivo, y poco después del incidente, Mons. Martínez Dalmau, viajaba a Estados Unidos para hacer patente su posición ante el Departamento de Estado norteamericano.
El sentimiento del reconocido profesor José Antonio Portuondo en su artículo es francamente de apoyo incondicional a ese reclamo que hacía suyo el obispo: “la necesidad imprescindible de poner en manos cubanas la política y la administración eclesiásticas (…)”[79]
Y testimoniaba su convencimiento de que las autoridades eclesiásticas cubanas, jamás se prestarían a secundar tales maniobras de signo político, que negaban la disciplina interior de la Iglesia, y se rendían a los pies de los intereses de una nación extranjera[80].
Para dar evidencia de tal postura, el articulista deja constancia a continuación en su análisis de un grupo de hechos singulares enmarcados hacia el logro de la paulatina nacionalización del clero, que en tal época, era todavía de minoría nacional.
Resalta el hecho ya definitorio, que tres obispos eran oriundos del país (el propio Mons. Martínez Dalmau en Cienfuegos; Mons. Evelio Díaz en Pinar del Río; y Mons. Arteaga, en La Habana, este último descendiente de mambises).
Un hecho muy singular lo era para tal época la ordenación del primer sacerdote cubano de la raza negra: el P. Arencibia; a la par que su presencia en la diócesis habanera, aupada por el propio obispo, que luego sería electo cardenal, se complementaba con las de las Oblatas, religiosas en su mayoría de la raza negra, y cuya labor sin precedentes en la promoción humana y religiosa de niñas negras y mulatas, ya hemos destacado en un aparte precedente de este trabajo.
Hay otros detalles de singular manifestación de lo antes expuesto. Otras órdenes religiosas, como era el caso de la de los Jesuitas, tenían ya al frente de su colegio de más renombre en Cuba, el de Belén, a un sacerdote cubano: El P. Baldor.
Igualmente, la Compañía de Jesús, había destacado al frente de su Noviciado, ubicado en el emblemático colegio de Monserrat, en la diócesis cienfueguera, como ya hemos aducido antes, a otro sacerdote cubano: el P. Martínez Márquez.
La defensa que reconocidos intelectuales hacen de los presupuestos de Mons. Martínez Dalmau, encuentran eco, en las serias reflexiones de otro hombre de letras y cultura: Raimundo Lazo[81].
Su artículo titulado “Calumnias e insultos a un obispo cubano”, que se recoge igualmente entre los ya citados en el libro-folleto del que venimos discurriendo, fue ofrecido por aquél sin éxito a varios diarios capitalinos de la época, sin que su publicación le fuera aceptada.
Se le adujeron razones de solidaridad profesional, otro intento fallido de intentar acallar las voces autorizadísimas que daban respaldo a las posiciones cabales de Mons. Martínez Dalmau, y que se terciaban en su favor en una polémica que, antes que nada, se erigía en una forma inaceptable de acallamiento de una verdad, de peso muy específico, en torno a posiciones firmes y bien fundadas, y con todos sus matices añadidos.
El profesor Lazo, aducía con toda razón que el ataque contra el obispo era doblemente inaceptable por tratarse aquel de un “cubano de vida ejemplar, calumniado e injuriado con grave escándalo”[82].
Primero, porque el inmerecido ataque no provenía de parte de cualquier desinformado viandante, sino que tal insulto y escándalo lo provocaba un escritor que sistemáticamente y desde un diario muy conservador, se proclamaba defensor a ultranza y defensor supremo de la misma Iglesia Católica a la que el obispo servía con toda dignidad.
Igualmente, y de manera inverosímil, la crítica al discurso del obispo, que en esencia no era otra cosa que un alocución académica versada sobre un período específico de la historia patria, no se enrumbó por tales derroteros,— los más lógicos, —de tratar de subsanar en su deposición algún tipo de incorrección de datos o fechas históricos,— si es que acaso los hubiera habido—; sino que de manera inescrupulosa, se le acusaba al obispo historiador de hereje y comunista, y de enemigo jurado de la Iglesia y de toda la cristiandad. El articulista lo reafirma de manera concluyente cuando nos aclara que:
(…)Por haber dicho verdades históricas elementales acerca de la política colonial de España en nuestro país, verdades que hasta los párvulos saben desde los tiempos ya lejanos de Arango y Parreño, de Saco y de Guiteras, se acusa al obispo de Cienfuegos ¿solo de historiador equivocado, apasionado, parcial o indocumentado? No. ¡De hereje, de comunista y de enemigo de la Iglesia Católica de la sociedad cristiana![83]
A renglón seguido, el articulista, sigue desgranando las razones aviesas que se escondían tras la crítica lapidaria a las ideas de Mons. Martínez Dalmau, calificando de muy lamentable, no sólo el ataque en sí, protagonizado por fuerzas ultrarreaccionarias, sino el ambiente general, que en tal época era propicio para el florecimiento de tales posturas contrarias a “la lógica, la ética y la cultura al pensar y escribir sobre cualquier asunto de interés general”[84].
Tan desubicado propósito de hacer valer a cualquier precio tan deleznable propósitos, bajo el disfraz de amor a la Religión y al orden social, no demostraba otra cosa, juicio de Lazo, la baja condición de quienes hacían de tal escudo, un cubil de odios enfatizados con el lenguaje de la calumnia y la injuria.
Más adelante, enfatiza el intelectual otro aspecto tan arbitrario de la acusación, como cualquiera de los precedentes, relativos esta vez a la gratuita acusación del columnista Rivero, al referirse a los “amigos comunistoides” del obispo, en referencia a quienes sin abrazar tal ideología coqueteaban con ella, e igualmente a “los declarados y públicos amigos comunistas de su Ilustrísima”[85], alusiones a la que el propio obispo ya había hecho oportuno mentís en su carta de respuesta, y que el lector podrá leer como texto íntegro en uno de nuestros anexos.
Con igual asombro, desgrana las argumentaciones del acusador en lo referente a las posiciones ya imbricadas con el tema histórico del discurso de admisión del obispo, motivo central de tanta polémica inmerecida, y se pregunta si acaso aquellos peregrinos juicios sobre el particular, al considerar erradas sus fuentes históricas, plagadas de supuestos errores, y con las que de alguna manera celebra a historiadores enemigos de la fe, o a los que nadie apela ya por estar muy desacreditados; no son otra vez una intentona malintencionada por desacreditar la recia personalidad del obispo-historiador, que no sólo se ocupa de su misión de pastor, sino que igualmente demuestra erudición y saber profundo del tema.
En el colmo de lo impensable, llega a calificar a Mons. Martínez Dalmau con el ofensivo calificativo de “jerarca de la Iglesia dispuesto a avalar las afirmaciones de los enemigos de la Religión Católica y de la sociedad cristiana”[86].
Para matizar con más dureza las agresivas andanadas contra el prelado, el acusador de turno, se hace a la peliaguda mar de otros insultos, esta vez dedicados contra casi todos, englobando entre ellos a los historiadores oficiales de Cuba, calificados esta vez de “peleles”, y junto a ellos a un reconocido profesor de Historia de la Universidad (Herminio Portell) a quien califica de “asno”, sin dejar de despotricar contra un respetabilísimo y conocido erudito en temas históricos, económicos y sociales a quien califica despectiva y vulgarmente como “ventrudo buda, capitán del ateísmo criollo (presumiblemente el respetado Emilio Roig de Leuchsenring, de quien reseñaremos en la continuidad de este aparte, sus artículos en defensa de Mons. Martínez Dalmau)
En la continuidad de este específico artículo en defensa de las posiciones del obispo de Cienfuegos, Raimundo Lazo alude con mirada más estilística, en la que es maestro, a la prosa del acusador.
Califica aquella como palabrería, pensada con la vesícula biliar, acotando que cuando se piensa con tal órgano, el corazón y el cerebro se inactivan.
Tal estilo marcado por la acidez más acérrima, dotaba al susodicho acusador, de las posiciones más degradadas en la escala zoológica, renunciando voluntariamente a los fueros característicos de la responsabilidad, la inteligencia y la sensibilidad humanas.
El autor puntualiza renglón seguido que llamar comunista a un devoto de Marx; o protestante a un seguidor de Lutero, no se hacía otra cosa que llamar las cosas por su nombre.
Pero al llamar comunista o protestante a un obispo católico, no era otra cosa que injuriarlo con gravedad, al considerarlo un farsante dignatario de una Iglesia en cuyos preceptos no creía. Además de ello, la acusación se hacía de manera gratuita, sin ofrecer un solo argumento acusatorio.
Todo ello era sin dudas muy grave, pero lo era aún más tergiversar y alterar el pensamiento del contrario. De la sola lectura de tal libelo acusatorio, sin haber leído antes el discurso del obispo, se podría llevar el lector la errónea idea de que aquel exalta el pensamiento protestante, sólo porque cita a Guizot[87], desde un punto de vista meramente académico e informativo; y con relación a lo dicho por Mons. Martínez Dalmau, respecto a Luis XIV, sin que tal alusión se relacionara con la Religión Católica, tal y como se adujera con error en la crítica.
Y es que no habría nada de extraño en tal práctica de hacer citas, habida cuenta de que se pude hacer merecido reconocimiento de las valías de cualquier autor, sin que por ello tenga que comulgarse con las ideas políticas o religiosas del autor de referencia. Con maestría, el articulista se pregunta si:
¿tendremos que motejar de judío o judaizante al matemático, o al físico que al estudiar la relatividad cite y elogie a Einstein, o de protestante, jacobino o volteriano a Marcelino Menéndez y Pelayo, porque salió de su pluma el elogio mejor escrito en España del estilo literario de Voltaire?[88]
Dos fueron las andanadas críticas del columnista Rivero, y en la segunda, prosiguió al decir del profesor Lazo, en su rociada de improperios, injurias y sinrazones. Justamente dos días después del primer ataque, se pregunta de manera ingenua y beatífica, si es que acaso había de ser el blanco perpetuo de tantas injustas y escandalosas imputaciones, comparándose con el singular Don Juan de Zorilla, que doquier marchaba, llevaba el escándalo consigo.
Pero en verdad, el que se nombraba adalid y defensor de las mejores tradiciones católicas no hacía otra cosa que desdecirse de su condición de creyente, y sí convertirse en un arbitrario acusador de oficio, en el que se daban cita también reiteradas faltas de lógica, de ética y de cultura.
Su actitud no hacía otra cosa que perpetuar la odiosa práctica de repetir una mentira miles de veces hasta convertirla en verdad, detalle que el articulista Lazo no deja de señalar, como esencia malsana de las prácticas que, en su tiempo, llevaba a cabo la maquinaria propagandística totalitaria preconizada desde los cuarteles generales del nazi-fascismo, que en el caso del obispo de Cienfuegos “es un caso típico de aplicación a nuestro medio y circunstancia de esa monstruosa propaganda totalitaria”[89]
Más adelante el renombrado intelectual Raimundo Lazo reitera que las coordenadas del ataque a Mons. Martínez Dalmau, tiene connotaciones más alevosas cuando aclara que:
(…) si vuestro oponente es un clérigo o un obispo, llamadlo comunista y hereje cientos de veces, millares de veces, y la pila vengadora del relapso se alzará terrible, dispuesta a consumir, sino la carne de la víctima, lo que hoy no sería aquí tan fácil, si la tranquilidad la obra de aquel desdichado sobre quien hubiereis querido descargar los rayos de vuestra cólera (…)[90]
Concluyendo su artículo, aclara Raimundo Lazo que siendo hombre sin partido, pero atenido siempre a derechos como a deberes, hacía uso de estos últimos, confiado únicamente en el ideal cristiano de verdad, libertad y justicia, el más alto a su ver, y ¨el más fuerte que todos los poderes materiales que atemorizan y sobornan¨[91]
Nos toca en este punto referir a los dos artículos que el respetado historiador cubano Emilio Roig de Leuchsenring[92], dedicara como necesaria apología a los presupuestos de Mons. Martínez Dalmau, y que son parte sustancial del libro al que aludimos, y que recogiera tan valiosos pronunciamientos.
Al encarar tan noble misión el historiador, aduce que lo hacía como cubano y como historiador, y aclaraba de inmediato que una controversia como aquella, patrocinada en sus propias palabras por alguien (en clara alusión a José I. Rivero)
con muy diversos plumajes—de hombre, de guapetón, de católico, de cubano, de culto, de demócrata, de decente, de honorable, etc.…, sólo podía ser atendida por ¨ los tiernos infantes, muertos sin recibir las aguas bautismales (…)[93]
Aquellos últimos, solamente podrían suscribir sin sonrojarse, que el instigador Rivero pudiera haber abierto el libro de Mons. Martínez Dalmau, con ánimo que no fuera otra que presentarlo como materia de escándalo y fomentar aquel, desde las posiciones siempre bien guarecidas de los que hacen la guerra a buen resguardo de sus trincheras, sin presentar la cara en el combate.
Para el eminente estudioso de los temas históricos, el inoperante crítico, no tenía siquiera la formación intelectual necesaria para cruzar espadas con el obispo-historiador, discurseando sobre lo humano y lo divino,
simulando una cultura enciclopédica y una sabiduría no igualada por los siete sabios de Grecia, epatando a sus lectores con abundancia de citas documentales, entremezcladas con frases o palabras de doble sentido y chirigotas de mal gusto[94]
La razón se podía hallar, según el propio Roig, simplemente en la presencia de avezados y diligentes colaboradores del crítico que prestó su voz a lo que a aquellos leyeron, y rellenaron para él en sus notas del periódico con los juicios, citas y comentarios que aquel adobaba a su gusto con “la salmuera de su procacidad, su desfachatez, su boconería y su amoralidad de malandrín de la pluma”[95]
Es bueno aclarar en honor a la verdad histórica que entre José I. Rivero y el propio Emilio Roig, discurría una anterior polémica, que se puede sentir en el fondo de las palabras del segundo, y en el tono de este artículo, que a veces nos suena ofensivo; pero de ningún modo, tal desavenencia en lo personal entre ambos, es óbice para entender la postura del historiador cubano al defender los postulados de Mons. Martínez Dalmau.
En este punto se hace válido aclarar de la profunda amistad que los unió en la vida personal, y es testimonio de ello, el sinnúmero de cartas cruzadas entre estos dos pro-hombres, dueños de una cultura proverbial, cartas que forman parte de un texto todavía por editarse de manera total (El Centón Epistolario), donde se recogen tales misivas dotadas al decir de Mons. Carlos Manuel de Céspedes de un “tono sumamente amistoso”[96]
Tal es así, que en la continuidad de este artículo que ahora reseñamos, hallamos evidencias de su postura de claro signo ético y patrio, aún no profesando la misma fe católica que el obispo cuando aclara que:
Pero igualmente debemos sentirnos afectados los que no siendo católicos, somos cubanos, y no por la circunstancia, a veces simplemente casual,—como es el caso de Pepín—, de haber nacido en esta tierra, sino por las mucho más hondas raíces de la identificación de los problemas, ayer y hoy, en la Colonia y en la República de Cuba, y porque a su servicio, dentro de nuestras capacidades y posibilidades individuales, nos hemos consagrado, no sirviéndonos de ella, para explotarla, (…) en propio provecho y en beneficio de extranjeros (…)[97]
Lo que Roig destaca en su artículo es consecuente con los que los precedentes artículos ya citados han aludido: y es a saber, la intriga esgrimida por José I. Rivero contra el obispo, desde posiciones de quienes se llaman cristianos para increpar al obispo, presentándolo como herético, y luego ante la aplastante réplica de Mons. Martínez Dalmau, forzando una contramarcha, yéndose entonces “por la tangente de los errores históricos”[98]
Roig de Leuchsenring, refiere igualmente en la génesis de las diatribas contra Mons. Martínez Dalmau, a raíz de su alocución en la Academia de la Historia, a un hecho que tuvo coordenadas anteriores en el tiempo.
Se trató de un acto que promovieron en el año 1941, los estamentos del falangismo asociados a los grandes colegios privados y que llevó el título de Por la Patria y por la Escuela[99].
Ante el suceso, al que hace alusión Mons. Martínez Dalmau, sólo de pasada en su carta a José I. Rivero, (que el lector puede leer en los anexos), el historiador Roig devela los detalles del suceso y que discurrieron del siguiente modo.
Los obispos cubanos y españoles opuestos al susodicho mitin, emitieron reunidos en el Obispado de Camagüey, su posición común que no era otro que no patrocinarlo, recomendando la suspensión del mismo a sus organizadores.
Enterados aquellos (entre los que se contaba el propio José I. Rivero), de esta resolución, se discutió el acatamiento o no de la voluntad del Episcopado.
El propio José I. Rivero, ordenó que pasando por encima de tal acuerdo se celebrara. Del lado de los obispos tomaron partido por la no celebración de tal acto los Caballeros Católicos y la Federación de la Juventud Católica.
Las develaciones que sobre el particular hiciera Roig de Leuchsenring, nos da otras pistas y detalles que sin dudas sirven para singularizar el quid de esta polémica, y otra coordenada para comprender los altibajos de la postura del columnista José I Rivero, a quien el propio Roig considera como instigador fundamental del posterior ataque al obispo, derivado primordialmente del ya precitado “golpe bajo” que propinara a la elección del Dr. Juan Marinello, al frente de la Presidencia de la Comisión de Enseñanza Privada del Consejo Nacional de Educación y Cultura, en un acto del que ya hicimos alusión en su momento, y al que la mayoría del Colegio Episcopal, se opusiera como “acto católico”.
Releyendo con atención la carta dirigida por Marinello a Mons. Martínez Dalmau, y de la que hicimos acotación pertinentemente, descubrimos detalles singulares sobre el particular, que valen la pena reseñar, en la propia voz del por entonces ministro del gobierno del momento presidido por Fulgencio Batista, a pesar de su condición de comunista. Dice así Marinello en referente a este asunto:
Si se busca la entraña de las cosas se descubre pronto en la campaña de aquellos días el hijo anticubano que anda oculto en todo lo que se ha hecho desde su fundación hasta acá del Diario de la Marina. En aquella oportunidad fue la religión la bandera de la que se valieron los Pepines, Aguayos y Dortas para cubrir una mercancía hasta el meollo. Vinieron contra mi interés cubano como ahora cierran barbáricamente contra usted.Yo me opuse entonces como me opongo ahora a que hubiera escuelas donde se niega la entrada a los niños de la raza de Maceo y Guillermón (…), a la falsa y maliciosa interpretación de nuestra historia en los colegios de muchas campanillas.Yo me levanté entonces contra toda una poderosa corriente anticubana y antipopular que envenena a nuestra niñez, en colegios religiosos o no, mostrándoles a nuestros héroes como forajidos, a los gobernantes coloniales como entes seráficos, a los negros como gente de inferioridad irredimible, a Hitler y a Franco como libertadores y a los comunistas como salteadores y asesinos (…)[100]
Sin dudas que los detalles esbozados nos hacen constatar que tales posturas eran ajenas a la práctica de la Iglesia en la Cuba de entonces, inspirada en la caridad fraterna como norma, y de lo que dan testimonio irrebatible los detalles que sobre su particular accionar en medio del pueblo llamado a servir, ya hemos esbozado.
Por ende, no es extraño que el propio Marinello, desde una postura ideológica diametralmente opuesta, pero haciendo gala de sensatez y cordura reconozca más adelante en su propia carta que la Iglesia Católica cubana “entiende profundamente sus deberes actuales”[101]
Y lo testimoniaba con ejemplos al citar la presencia de Mons. Muller, fungiendo como el entonces Vicario Capitular de la diócesis habanera, en un acto patrocinado por el Comité Cubano Hebreo de ayuda a los Aliados, al que igualmente se sumaron otros líderes religiosos de la Iglesia Presbiteriana.
En aquella ocasión, el ministro en funciones expresaba “su júbilo de cubano, de revolucionario, de comunista y de gobernante, ante una postura tan certera, apropiada y generosa”[102]
El final de aquella alocución en respaldo a la postura del obispo-historiador, es verdaderamente notoria por su sinceridad, y por el hálito de sentido y responsabilidad con una causa que se erigía justa, más allá de cualquier desagravio que el propio Marinello consideraba necesario de su parte; pero que el obispo no precisaba, de acuerdo a la veraz postura que lo animó, y que no necesitaba defensa alguna.
De cualquier modo, transcribo en atención a la verdad histórica que es preciso conservar antes que nada, su párrafo concluyente:
Yo sé que no le es necesario el aliento de esta carta. Pero ella quiere certificarle que las fuerzas sanas de la República, que los gobernantes y gobernados de que quieren el triunfo de la justicia están junto a usted.Mi fe comunista no tiene por qué maldecir su fe católica. Leyéndole, he recordado mucho una hermosa frase de una gran figura del catolicismo: que cada uno crea con la fe que tenga, pero que crea de veras.Por encima de las creencias diversas anda en nosotros, en los católicos honestos y en los comunistas que de veras lo son, un amor al hombre y a la justicia en la que nos damos las manos con superior limpieza.Yo le ruego que estreche la mía en el esfuerzo común por un mundo mejor[103]
Las posiciones en defensa de Mons. Martínez Dalmau, igualmente se hicieran sentir desde ángulo de los católicos militantes, para quienes resultaba un sinsentido que se acusara a un pastor con las gratuidades que ya hemos ido develando a lo largo de este trabajo.
Desde tal ángulo, un hombre de Iglesia como Pastor González, testimoniaba en un artículo titulado "En defensa de un obispo", aparecido en el diario Acción, el 16 de julio de 1943 lo que a su ver era una inconformidad generalizada en lo que llamaba como “la zona católica de nuestro pueblo cubano”[104] con lo dicho en contra del obispo de Cienfuegos, Mons. Martínez Dalmau, por el decano de la prensa cubana José I. Rivero.
A su ver, el Diario de la Marina, en lo político y lo social, habitaba en algún sitio de la realidad nacional, siempre de espaldas a la Iglesia, o tratando de hacer algún juego con aquella, presentando de paso la prudencia de los católicos como “cómplices de los intereses particulares de esa empresa periodística y de su señor director”[105]
La escisión planteada por la carta del agresivo columnista, se verificaba a juicio de González en la existencia de dos campos: de un lado un catolicismo un tanto protocolar y hasta supersticioso, y del otro la fuerza positiva de los que no olvidan que la virtud específica en la vida cristiana es la caridad, que en le terreno de la política tenía que tener por norma la tolerancia.
Y en el caso de los asuntos económicos por una concepción cada vez más humana entre el capital y los trabajadores. Según su propio punto de vista, ni la usura, ni la especulación podrían convertirse en norma fiable de las normas de vida, sino sus antagonistas más veraces: la munificencia, la beneficencia y la justicia social, tal y como la entendían (y la entienden) la Doctrina Social de la Iglesia
Su clara postura en defensa del obispo tenía el claro interés de hacer valer la postura de los católicos fieles a sus pastores, y para ello aducía el derecho y el deber a no callar, en momentos en que se precisaban “voces sinceras”[106], y puntualizaba que los católicos cubanos seguían en los aspectos nacional y político, la tradición democrática “que arranca en la madrugada de La Demajagua” [107] y en lo concerniente a las posturas morales, sociales y religiosas, “las palabras de Cristo y la autoridad de la Iglesia”[108]
Para confirmar las postura que aquel entendía inconsecuente del Diario de la Marina, autoproclamado como paladín de la fe católica, el articulista de Acción, revelaba otros detalles como lo fuera el caso reciente, en el mismo tiempo que reseñamos, de un editorial del periódico de Pepín Rivero, en el que se hacía la calificación de comunista a un proyecto gubernamental de reparto de tierras, que a su ver, desde el punto de vista católico, era una medida muy aconsejable.
En otro momento un poco anterior al ya citado, desde el propio Diario de la Marina, según nos refiere Pastor González, se había acusado y calumniado a los frailes vascos en Cuba, quienes tenían empero una buena reputación de virtuosidad y de ciencia, y no la que se en su momento se le endilgara como heréticos y cismáticos.
Las opiniones de apoyo vertidas a favor del Obispo de Cienfuegos fueron muchas más de las que aquí reseñamos, y de las que pudieron incluirse en el libro-folleto ya aludido, y que nos ha servido para rastrear las más significativas.
Entre ellas, nos llama la atención una que proviene de una revista masónica de larga tirada en la Cuba de entonces (Orientación Masónica), referimos en específico al editorial que firmara Roger Fernández Calleja, quien fungía como su Director.
El texto en cuestión es breve, y en su contenido, como en todo editorial que se respete, se esbozaba la posición del diario, aunque según sus propias palabras, no pretendían inmiscuirse en la polémica, sino más bien hacer determinadas observaciones que aquellos entendían oportunas y hasta útiles.
Para empezar, y con un tono que trasudaba cierto sarcasmo, aludían que entre tales observaciones no contaba para nada: “la decadencia mental del máximo representante de la intolerancia probada hasta la saciedad con el dicho: Pepín antes escribía corto y bueno, pero ahora lo hace largo”[109].
Igualmente aludían de manera categórica a la condición de hereje “en re mayor” del susodicho, al usar las citas de siete historiadores protestantes en los que el editorial califica otra vez con sorna de “pretendida lección de historia”.
Para el editorialista quedaba también muy claro que la pretendida defensa por parte del acusador, del fallido sistema colonial español en la América, como el más eficaz de la Historia, era sin lugar a dudas tan risible, que ni los mismísimos “directores de la Hispanidad”, se atreverían a suscribirlo como tal.
De igual manera, atestiguaba el redactor que detrás del ataque al obispo, se escudaban otras fuerzas oscuras, las mismas ya señaladas antes por los autores precedentes, todas ellas complotadas contra “todo lo que huela a cubano, y sobre todo, a liberal”[110].
En la continuidad del editorial se afirmaba de manera contundente que el dilema no tenía solamente un puro cariz eclesiástico, sino que igualmente asumía connotaciones de signo social, y por ende se tornaba de interés general.
A partir de lo que el periodista calificara como un enfrentamiento o una guerra cruda y sorda, contra lo que consideran un obstáculo a sus miras, creyeron poder aprovechar un supuesto traspiés del obispo, y se lanzaron para ponerle una zancadilla, para tal fin dice Fernández Calleja, que se valieron de del decadente escritor (Pepín) quien fungía como su portavoz.
Pero a su ver, este intento fallido, marcaba ya la primera fase de una lucha “de la intolerancia contra la tolerancia”, y para tal contienda, entendía que “los masones tenían que estar preparados y listos, como lo tienen que estar los curas cubanos y liberales”[111].
¨Last but not least¨, en las deposiciones en defensa de Mons. Martínez Dalmau, reseñamos ahora la de otro intelectual del momento, Aníbal Escalante, director del periódico Hoy, el diario del Partido Socialista Popular, y hombre de larga data en las lides de los comunistas cubanos, y a quien la historia posterior de Cuba, vería emerger nuevamente en lo que sería el famoso affaire de la ¨Microfacción¨, ya dentro del proceso revolucionario actual.
Referimos entonces a lo que fuera un artículo u editorial de su autoría, publicado con fecha del 14 de julio de 1943, bajo el sugestivo título de “Por cubano le atacan señor obispo”.
Lo primero que llama la atención del periodista, tiene que ver con la manera y el tono fuera de lugar que utiliza el columnista del Diario de la Marina, para zaherir y rebajar la dignidad de un obispo al llamarlo “perlado”, que según interpreta Escalante, es el culmen del desparpajo y la ofensa, pues en sus propias palabras lo califica en el argot más barriotero y fuera de tono, impensable para un periodista, de: “perla en el lenguaje dicharachero, o sea pillo, ficha”[112]
Y aclara que tal ofensa viene de parte de alguien que se llama católico, y que definitivamente, demostraba no serlo en los hechos prácticos. Su interés era echar luz sobre los motivos, y el por qué del ataque a un obispo, investido de una dignidad que al menos, obligaba a su detractor, al respeto que tal figura eclesiástica le debería merecer a un católico práctico.
En su lugar, el director del Diario de la Marina, “rompiendo todos los cánones y disciplinas de la religión”[113], se dedicó a despotricar sobre el venerable obispo como si se tratase del peor enemigo público, y no un consagrado, un hombre de Dios.
Ante todo, el articulista Escalante, insiste en la coordenada de cubanía, que es atacada en el obispo que indudablemente le viene por su nacimiento, pero igualmente por su fervor incondicional a la historia patria, a la que profesa una gran cercanía, y que el articulista no vacila en calificar como “honrada y cubana”.
Igualmente Escalante en su defensa deja claro, como ya habían hecho otros, que el contenido del ensayo de Mons. Martínez Dalmau para su ingreso a la Academia de la Historia, era un texto valiente y de cierta manera inédito en lo concerniente a los contenidos y a los planteamientos, no solo de índole historiográfico, sino en los alcances que mas allá de la historia misma, concernían a la condición de nuestra Isla de Cuba en los tiempos del nefasto coloniaje.
No es extraño entonces que el punto de vista del obispo-historiador, respecto al carácter progresista que tuvo para su época la toma de la Habana por los ingleses, sea al decir de su texto: “el lógico corolario de una política desacertada, perniciosa, abúlica y hasta cruel que los Reyes de España siguieron en una gran parte de América (…)[114]
Punto de vista que igualmente suscribe Escalante, como también a la par, da su apoyo irrestricto a la afirmación que le sigue en el tiempo, en el discurso del obispo, quizá el punto más neurálgico de todo su ensayo cuando afirma que los efectos para Cuba, de la política ya esbozada más arriba, la marcaron al fuego, haciéndose sentir a lo largo de su historia colonial, como una verdadera “mártir”.
Para cerrar su apología, el por entonces miembro de la Unión Revolucionaria Comunista, Escalante, afirma con casi acento profético, que el inmerecido ataque al prelado católico, tendría en el tiempo otros de igual condición, no solo a su persona sino al mismísimo Papa y a cualquier otro católico a “quien se le ocurra defender a los pueblos en esta importante etapa histórica de transiciones hacia un mundo mejor (…)”[115]
Homenajes Corporativos a Monseñor Martínez Dalmau
Con este título se sucederían en el libro folleto al que vamos aludiendo, un grupo significativo de manifestaciones de apoyo a Mons. Martínez Dalmau, en relación con la polémica suscitada por su discurso de ingreso en la Sociedad de Estudios Históricos, todos los que se recogieron allí, pertenecían a figuras públicas e instituciones de la ciudad de Cienfuegos; pero se hace obligatorio consignar, que habrían necesitado mucho más páginas y un libro de mayor volumen para poder juntar allí, todos los pronunciamientos en su favor, emitidas por asociaciones culturales de toda la República de Cuba.
Junto a aquellas, sumaron igualmente sus voces un sinnúmero de intelectuales, profesores, estudiantes y hasta obreros, todos suscribiendo la valiente postura del prelado de Cienfuegos, y su derecho a pronunciarse sobre un determinado matiz de la historia de la nación cubana.
Sumado a ellos, se hacían presentes igualmente los miembros del por entonces muy publicitado Frente Cubano, quienes se hicieron sentir con un extenso manifiesto. Tales manifestaciones públicas recogían el mismo sentir de las voces tan autorizadas a las que hemos venido ido aludiendo.
Referimos entonces, en lo que será la continuidad de tales manifestaciones, a las que llegadas desde la ciudad de Cienfuegos, la sede episcopal detentada entonces por Mons. Martínez Dalmau.
La primera que llama nuestra atención provenía del mismísimo alcalde[116] de la ciudad, y se trataba de un Mensaje del primero al Ayuntamiento de la ciudad, en específico al que fungía entonces como Presidente de dicha institución de gobierno local.
El texto, principiaba con una declaración laudatoria del alcalde en funciones a la figura destacada del Excelentísimo Monseñor Martínez Dalmau, a cuya brillante ejecutoria aludía, en virtud de sus laudables esfuerzos por en pos de la cultura de la localidad.
El alcalde citaba entonces la participación decidida del obispo en un grupo de acciones de importante destaque, incluyendo conferencias por aquel impartidas, y su participación siempre efectiva en cualquier acto o acción de signo público que en sus palabras, le hubiera significado progreso a la ciudad.
Del mismo modo, reconocía su presencia de pastor siempre celoso de su grey, y su constante pastoreo de las almas a su cargo de manera “constante y amorosa”[117]
Su mensaje al Ayuntamiento proseguía aludiendo a las cualidades de Mons. Martínez Dalmau como un cubano ejemplar, detalle que a los ojos del dignatario, le confería en principio todo el derecho del mundo para expresarse con sapiencia y con toda libertad sobre el tema particular esbozado en su discurso, detalle que además le permitía:
exponer sus sentimientos patrióticos sin ambages, libre y expontáneamente , enfrentándose con realidades seculares cuya solidez parecía inconmovible, yendo a la tribuna pública y recurriendo a al diario, al libro y al folleto para divulgar su acendrada cubanidad que ha logrado despertar en todo el país reacciones de profundo patriotismo, encendiendo en el corazón cubano la llama sagrada del amor a Cuba y la devoción a sus hombres más insignes, un tanto opacada por la propia intransigencia ancestral que hemos padecido(…)[118]
Tal pronunciamiento nos convence sin dudas de la profunda convicción que tenía el ya citado gobernante municipal, de los alcances de las ideas del obispo, que inmediatamente de haber hecho públicas sus ideas en un acto, por demás académico y centrado en las realidades de un período de nuestra historia como nación, tenía ya los alcances que tales ideas tuvieron en quienes le escucharon, o luego le leyeron, inmediatamente que la polémica surgiera, promovida con toda ineficacia desde el ángulo más conservador.
Como bien el alcalde lo recuerda en el texto ya citado, se trata sin dudas de esa “cubanidad” a toda prueba que el obispo demuestra, detalle que sin dudas, dota a ese discurso, de una profundidad y un apego a la verdad histórica, que en verdad es la única que merece el verdadero destaque.
El alcalde proseguía en su envío, reforzando la disposición del prelado a ser parte de esa memoria que como nación, debe ser rescatada y promovida desde la verdad histórica, y en especial su deseo de servir, no escudado para nada, al decir del alcalde, en el imperativo del cargo que ostentan, sino que con toda entereza, se lanzan al servicio de la cosa pública, sin que por ello sufra detrimento la función que en privado ejercita.
Ese, prosigue el alcalde en su misiva, es el caso de Mons. Martínez Dalmau, postura que a su ver lo prestigiaba ante los ojos de esos buenos cubanos a los que el propio obispo servía igualmente como padre y pastor.
Esas mismas cualidades, proseguía acotando en su mensaje el alcalde, constituía a Mons. Martínez Dalmau en un defensor y vocero permanente de las causas más nobles, como era el caso, ya citado, enalteciendo a la Patria cubana, poniendo a la vista de todos, las lacras que mancharon su historia, y exaltando con devoción sincera las figuras preclaras de los Padres fundadores de la Nación: un Saco, un Varela, un Arango y Parreño, un Luz y Caballero, y tantos otros que al decir del encendido mensaje laudatorio del alcalde: “fueron los grandes faros que iluminaron los primeros tiempos de nuestras ansias libertarias”[119]
En tal espíritu, el alcalde en funciones, instaba a sus pares de la Cámara local, a distinguir a la persona del obispo, en virtud de su condición “de amigo y servidor de Cienfuegos”[120], con la preciada condición de Hijo Benemérito de Cienfuegos.
Tal acto de justicia se verificaría a posteriori, recibiendo el obispo el Pergamino que así lo acreditaba, en sesión solemne del Ayuntamiento de la Perla del Sur, acto al que fueron invitadas las distintas representaciones de la vida social y pública de la ciudad, y que se materializaba como un verdadero acto de justicia que en palabras del alcalde:
debe hacerse a tan relevante figura, orgullo de la Patria y también de Cienfuegos, que tiene en él a uno de sus mayores prestigios[121]
Con igual consideración, otras instituciones de la ciudad de Cienfuegos sumaron sus voces en defensa del obispo a quien la ciudad supo distinguir siempre por sus cualidades de pastor y de hombre de cultura proverbial.
De tal suerte, y en cercanía a los alcances que su discurso tuviera en la realidad de la Cuba de aquel 1943, un grupo afiliado a las lides políticas: el Frente Nacional Antifascista de Cienfuegos[122], cerraba filas junto al resto de las fuerzas políticas sociales de la nación.
Su pronunciamiento laudatorio y de apoyo, principiaba con un sincero agradecimiento a la postura digna y vertical del prelado en lo concerniente a su gran amor patrio, pero igualmente al decir del texto que ahora citamos: “su devoción por la victoria de las fuerzas que representan el aniquilamiento del oscurantismo retrógrado”[123].
Tal afirmación iba en la misma línea, en muy clara alusión a la postura que el obispo mantuvo en apoyo de las fuerzas Aliadas en la confrontación mundial, y que en algún momento posterior le alcanzaran un reconocimiento de manos del mismo Charles de Gaulle, dato que citamos ya en sus apuntes biográficos en una nota marginal.
Y fueron estos mismos correligionarios suyos, quienes igualmente recordarían en su carta a Mons. Martínez Dalmau, fechada en la ciudad de Cienfuegos el 16 de julio de 1943, que su atinado enfoque sobre la nefasta política colonial, y su “afirmación católica en relación con su interés por la victoria de las Naciones Unidas”[124], era un verdadero ejemplo, de alguien comprometido con un mundo de justicia, a la vez que aplaudiendo los triunfos de los trabajadores cubanos, que traducidos en preceptos constitucionales, aumentaban de parte de aquellos, sus méritos, y le alcanzaban su devoción por su histórica personalidad.
El texto proseguía ofreciendo al obispo la devota simpatía y la total solidaridad a su persona, al mismo tiempo que aludían al texto de réplica que aquel dirigiera a su agresor, y que el lector podrá leer en extenso en los anexos.
En su opinión, el ataque del entonces director del Diario de la Marina no era otra cosa que la reproducción de sus manifestaciones de todos los tiempos contra el decoro del pueblo cubano, que el obispo representaba entonces en su loable conducta ciudadana.
Otra de las cartas de apoyo al obispo venía dirigida desde el Ateneo de Cienfuegos, institución en la que el respetado prelado, hombre de fe y cultura, ya había pronunciado en alguna que otra ocasión, interesantes charlas y disertaciones sobre temas varios, en los que los relacionados con la crítica histórica, habían estado muy bien representados.
El motivo de tal comunicación que se dirigía al Director del periódico El Mundo era además de patentizar su apoyo irrestricto a Mons. Martínez Dalmau con motivo de la polémica suscitada por su discurso ya aludido, el dar a conocer a la opinión pública la elección del obispo como Miembro de Honor del Ateneo, premiando así su esmerada labor de conferencista desde la tribuna de aquella institución, al mismo tiempo que, “su gallardía y talento demostrados en la sustentación de la ideas cubanas del mayor rigor de la crítica histórica”[125]
La misiva estaba rubricada por Pedro López Dorticós[126], quien fungía entonces como Presidente del ya citado Ateneo de Cienfuegos.
Cerrando este bloque de cartas de apoyo al obispo, generadas desde instituciones de gran peso específico en las coordenadas de la sociedad cienfueguera de entonces, encontramos una firmada por la Delegación de Veteranos la Independencia de Cienfuegos, en las personas de Severino Arredondo, Comandante del Ejército Libertador quien fungía como Presidente, y por Ramón Palomo Rizo, Secretario de aquella.
Se trata de una misiva que consideramos un valor especial y añadido, pues está dirigida a la persona del obispo, pero también a la del Presidente de Honor de dicha Delegación, quien no podría ser otro que el propio Mons. Martínez Dalmau, reconocido con tal dignidad por el sinfín de detalles ya enumerados en su comprometida dimensión de historiador y su permanente apego a los valores patrios por él defendidos.
Es por ello que hacen patente su apoyo irrestricto al obispo-historiador cuando aclaran en un interesante párrafo de su comunicación que creemos imprescindible someter al lector, que:
considerando las irrespetuosas Impresiones del Diario de la Marina, recordábamos los días dramáticos de nuestras guerras, y nos parecía que ese Diario, perdiendo la noción del tiempo, se sitúa de nuevo ante la realidad colonial, para condenar a los mambises de estar obedeciendo a no sabemos qué bastardos propósitos. (Edición de La Marina del 25 de febrero de 1895). Nos parece estar recibiendo sobre nuestros corazones, encendido por la fe en el porvenir de la Patria, (…) la injuria proferida sobre los líderes honrados e intachables que ayer respondieron al nombre de Martí, Maceo, Céspedes, Agramonte, Francisco Vicente Aguilera y tantos otros, y hoy responden al nombre de Monseñor Eduardo Martínez Dalmau, obispo amadísimo de Cienfuegos y Presidente de Honor de nuestra Delegación.[127]
El texto seguía consignando que de nuevo, esos mismos enemigos de los mambises, entre los que figuraban el propio director del Diario de la Marina, condenaban en sus deprecaciones, el derecho que tenía el obispo como cubano y como historiador competente, a manifestar sus puntos de vista, en nombre de la tradición histórica que se enfrentó con decoro a quienes ultrajando el nombre de los mejores hijos de la Patria, desterraron en su momento a Varela, y llamó insurrectos y ladrones a Céspedes, Agramonte, Martí y Maceo.
Y le daban su adhesión total en otro párrafo ya casi conclusivo de aquella misiva ya histórica y singular que no podemos de dejar de citar en beneficio de la más cabal comprensión de tan sentida posición de aquellos hombres de principios y sueños aguerridos. Y así se expresaban:
Si nuestra humilde adhesión a sus pronunciamientos, si nuestra decisión de tomarlo como nuestro gran jefe, en esta nueva cruzada por la libertad, le sirven de algo, ténganos de inmediato a su disposición, dispuestos de nuevo a servir a Cuba, uniéndonos a usted para ofrecer nuestras vidas si fuera necesario, con tal de que la República estirpe de su seno todo sistema de colonialismo despreciable…[128]
El Segundo Congreso Nacional de Historia presidido por Mons. Eduardo Martínez Dalmau, otro hito singular.
Tales textos de apoyo a las ideas de Mons. Martínez Dalmau, sirvieron como parte de un colofón interesante, como parte indisolubles de todos los textos de apoyo precedentes, y que el lector ha podido calibrar, a lo largo de este ensayo de corte historiográfico, que más que nada busca ser una manera más efectiva de airear nuestras mejores memorias.
Pero el verdadero cierre de aquella publicación o libro-folleto al que hemos ido aludiendo, lo constituyó un interesente texto conclusivo del que fuera el Segundo Congreso Nacional de Historia, que se celebró en la capital de la República entre los días 8 y 12 de octubre de aquel mismo año 1943.
El detalle más singular de aquel respetable cónclave, lo sería el hecho de que Mons. Eduardo Martínez Dalmau, lo presidiera, no ya precisamente en su calidad de nuevo miembro titular, sino, en clara alusión a sus condiciones singulares de historiador y hombre de capacidades intelectuales de innegable calibre, sumadas todas ellas a su condición de hombre de fe y servidor de la Palabra desde su alta condición de prelado católico.
Tal distinción, nos parece, sería la consecuencia lógica de todos los avatares, a veces inenarrables, y de los que hasta aquí ya hemos tenido algunas referencias, que tuviera que afrontar aquel año de 1943 el obispo, luego que pronunciara su discurso de ingreso a esa institución, y del hecho que de tal maremagnum, surgiera esta publicación a la que hemos aludido, que volvemos a repetir, se trata de una verdadera rara avis, dado su innegable carácter esclarecedor, y a la vez un texto que consideramos fundamental a la hora de emprender este camino, que aquí sólo nos atrevemos a esbozar, para el entendimiento de nuestras mejores reminiscencias históricas, las que conciernen a la sociedad, pero también a la Iglesia que peregrina en Cuba, y en particular a la Diócesis cienfueguera.
Aquel documento conclusivo al que ya aludíamos patentizaba dos sujetos muy relevantes y necesarios: el primero, el reconocimiento explícito a los valores de aquel texto de tesis del obispo Martínez Dalmau, acogido por todos los académicos con un aplauso unánime, en el que con toda valentía y la mayor probidad histórica, el obispo supo defender una tesis irrefutable, que ya en su momento hubiera de ser suscrita por otros historiadores tanto españoles como americanos, relativa a que los fracasos de la política colonial de la Casa de Austria y de Borbón, y los errores unas veces, y otras , las inmoralidades de su gobernantes, hubieran de ser la causa más clara de las guerras que llevaron de manera cruenta a la independencia de América; y el segundo, la adopción de aquella, como tesis válida por sus contenidos historiográficos, con todo lo que tal detalle podría significar, dado el precedente de la crítica despiadada e injusta, proveniente de sectores intelectuales para nada comprometidos con aquellos presupuestos.
Al asumir la validez de aquella tesis la Academia de la Historia, estaba dejando muy en claro su compromiso insoslayable, no sólo con una verdad histórica ineluctable, sino con “las virtudes cívicas y personales, la alta conciencia histórica y el sentido profundo de lo cubano, lo americano y lo universal”[129], que encarnaba Mons. Eduardo Martínez Dalmau.
Ese tácito reconocimiento a su persona, marcada por el doble compromiso de su misión episcopal, y de su deber como cubano; nos legan sin dudas una marca en el tiempo, que apunta con toda claridad a entender como la fe y la patria tienen una complementariedad, y se suman y se funden en una abrazo singular, de cara a esa historia trascendente que juntas enaltecen.
Epílogo necesario
Luego de haber recorrido los pormenores y sucesos acaecidos a Mons. Eduardo Martínez Dalmau, tercer obispo de Cienfuegos, en relación con la polémica suscitada con motivo de su discurso de ingreso como académico de número en la Academia de la Historia, nos parece oportuno referimos, el plan de necesaria recapitulación, al hombre de grandes dotes culturales, incluyendo el buen gusto por el arte, al historiador de profundas ideas, y a quien en resumen, podríamos endilgar sin ninguna dificultad el calificativo de hombre de su tiempo y de sus circunstancias, para avenirnos en toda regla con la famosa frase de Ortega y Gasset que al definir al hombre decía -lo citamos de memoria- que el hombre es él mismo y sus circunstancias.
Y es oportuna esa referencia si partimos que la tesis de este trabajo, aunque se refiere al suceso ya bien documentado hasta aquí, y que sucedía a pocos años de su asunción como Obispo de Cienfuegos, nos obligaría en un momento posterior, de cualquier modo, a darle una imprescindible continuidad a lo que fuera su posterior desenvolvimiento como hombre de fe y de cultura, como el pastor dedicado a sus ovejas con la devoción que tal empeño merece, como cubano y como patriota- en el término más completo de la palabra-,convencido de ese sino que conecta al hombre con su lar paterno, y le habilita entonces para ser “sal de la tierra y luz del mundo”, desde la perspectiva más reducida de lo autóctono, hasta las dimensiones más trascendentes y universales.
Monseñor Martínez Dalmau, puede ser considerado igualmente, sin ninguna dificultad, como aquellos hombres del iluminado Renacimiento, aquellos espíritus elevados hacia el conocimiento, dueños de un saber enciclopédico, y de los que al decir de Pico de la Mirándola; podían discurrir de: “re scibili et quisbundam allie” (de todo lo humano y lo divino), sin faltar por supuesto a la modestia del sabio que como el griego Bias de Priene, solía repetir aquello de “Omnia mecum porto”, que literalmente traducido nos habla de los que se lleva muy dentro, en la propia alma, no lo exterior que se gasta y se pierde.
De Monseñor Martínez Dalmau, ya lo decíamos en algún lugar anterior de este ensayo, se habla poco hoy, como se habla poco o nada de otros que como él signaron las realidades temporales que hoy nos marcan este hic et nunc.
Nuestra cercanía bibliográfica, que hemos ofrecido ya como una nota marginal, se enmarca en hechos que recogen hoy día publicaciones foráneas, primordialmente sitios webs activos desde Miami, donde discurrió gran parte de su vida después de 1959.
Esos detalles de su accionar en aquella comarca, mínimos si se quiere, son empero, una fuente válida de conocimiento en orden a al actualización, y completan de algún modo, esas “zonas de silencio”, que imposibilitan el acceso a las realidades más trascendentes que precisamos clarificar.
Aunque para ser justos y objetivos algo se ha dicho[130] ya, principalmente en lo concerniente a su segundo período como obispo en la década de los años 50, pero consideramos que una figura de tanto específico en la Historia de la Iglesia en Cuba, como mismo sucedería con otros nombres, primordialmente con las figuras episcopales del período republicano cubano, y por qué no, las más cercanas en el tiempo, que en muchos casos fueron los mismos como es el caso de Mons. Pérez Serantes o Mons. Evelio Díaz; por sólo citar algunos, o los que continuaron el relevo, como el siempre bien recordado Mons. Adolfo Rodríguez Herrera, primer Arzobispo de Camaguey, y de quien hay tantas cosas hermosas y reveladoras que aducir en su silencioso pero fecundísimo discurrir obispal y humano, como heredero de aquellos precursores.
Y es que hacer tal recorrido, nos conecta de manera efectiva con la historia, la historia que es matria nutricia, entendiendo en tal punto lo que de matriz y génesis fecunda tiene la vida de cualquier pueblo, pero también de patria: el terruño, la cuna, el hogar…
Leer la historia de tal modo como lo hemos acometido hoy, a partir de esos textos y documentos que muy pocos hoy tienen la suerte de rastrear y disfrutar, documentos muy válidos para entender esas “vueltas que da la vida”, las mismas que hacen que las cosas pasadas, si no se valoran en su justas circunstancias, si no se analizan con la lupa del tiempo en que discurrieron , si no se les estima en cuanto a la grandeza y al peso específico que tuvieron en su decursar, nos inhabilitan para entender el devenir de los hechos y sucesos, y nos invalidan la comprensión exacta de cada hecho, o acaecimiento, valorando la justeza y la trascendencia de cada uno.
Leer de tal modo lo ocurrido es una manera efectiva y siempre confiable de entender los hechos acontecidos con su carga inevitable de singularidades y subjetividades, que siempre irán asociadas inevitablemente con ellos: pero también, de aprehender de esas realidades, la carga primordial de objetividad que prima siempre en lo pretérito, aunque en ocasiones se busque dar más valor o prioridad a los detalles más superfluos, en lugar de descubrir, aunque sea entre líneas, la verdad objetiva.
Lo que hemos discurrido alrededor de la polémica suscitada aquel año de 1943, por la tesis de Mons. Martínez Dalmau, documento que sabemos portador de una sabia reflexión sobre los pareceres más genuinos del obispo- historiador en relación con la historia de Cuba en su período colonial, y la reacción que ante tal texto manifestara José I. Rivero, nos muestra cómo en ocasiones, las discrepancias sobre una u otra interpretación de un hecho histórico, llegan a extremos inadmisibles, y se convierten en materia de escándalo innecesario.
Muy distintas hubieran sido las cosas si en el caso que en su crítica, el columnista y entonces Director del Diario de La Marina, hubiera discurrido de manera lo más académica posible, con apego al vigor de sus conocidas polémicas, pero sin caer en el demérito de la persona del obispo; haciendo gala del que fueran siempre los lemas de su diario: “Dios, Patria y Hogar”, y el de: “al servicio de los intereses generales y permanentes”, diario que en justicia, según se recoge en el artículo que le dedica la Gran Enciclopedia Rialp, ya citado, alcanzó en su momento:
el máximo de poder e influencia en la opinión, por el prestigio de su ejecutoria, la probidad de que dio muestra siempre, y la confianza que despertaba en cuanto a su postura definida sin titubeos ante cada acontecimiento. Orientaba la vida la vida de las instituciones académicas, la defensa de la Iglesia y de la propiedad, y el predominio de la ley (…)[131]
Y más que enjuiciar el hecho, o valorarlo desde una u otra postura, dando créditos a unos y despojando los de los otros, hemos querido, antes que todo, presentar el testimonio de las partes, los juicios y valoraciones de los que dieron su apoyo, en suma, des-cubrir los intríngulis más sugerentes de esa memoria a la que hoy nos henos asomado, con la certeza de que tal revelación ayude a entender lo que somos, descubriéndolo desde la riqueza de los vivido que se empoza siempre en los que fuimos, y que es materia prima primordial para el hacer perfectible de nuestras realidades, nuestras esencias más raigales, y nuestra esperanzas como nación.
Ojalá este empeño que ha animado al presente trabajo, encuentre en otras voces, y en otras manos, la necesaria chispa de continuidad, que haga de este primer esbozo biográfico a la figura del insigne obispo Eduardo Martínez Dalmau, a su vida de hombre de cultura y fe,
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NOTAS
[1] El presente trabajo de investigación histórica tiene por derroteros más inmediatos el rescate de la memoria de alguien que como el obispo Mons. Martínez Dalmau, jugó un rol de reconocido prestigio eclesial al frente de la Diócesis de Cienfuegos por más de dos décadas, y supo igualmente llevar con igual prestigio, las dotes de historiador y hombre de letras, sin que ninguna de tales pasiones, quedara soslayada por la otra. Aunque el trabajo se circunscribe al año 1943, se concentra en un particular aspecto de la vida del obispo, ofrecemos al lector interesado una semblanza biográfica actualizada en una de las notas marginales que acompañan a este trabajo.
[2] Marinello Vidaurreta, Juan. (Jicotea, Las Villas 2.11.1898-La Habana 27.3. 1977) Doctor en Derecho Civil y Público por la Universidad de La Habana (1920). Participante de la Protesta de los Trece en 1923. Miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País, de la que fue miembro de su directiva (1930). Presidente del Partido Unión Revolucionaria. En 1940, fue electo a la Asamblea Constituyente. Miembro del Consejo Nacional de Educación y Cultura y del Tribunal Permanente de los Concursos de Cuentos “Alfonso Hernández Catá”. Candidato a la presidencia por el Partido Socialista Popular en 1948. Fue Rector de la Universidad de La Habana en 1962. recibió el Doctorado Honoris Causa en Ciencias Filológicas en la Universidad de Carolina de Praga en 1963. Fue Embajador y delegado permanente de Cuba ante la UNESCO (1965). Su labor periodístico incluyó colaboraciones para los diarios: Patria, Cuba Contemporánea, La Lucha, Heraldo de Cuba, Diario de la Marina, Carteles, El Mundo, Orto, Bohemia, entre otras. Autor de varios libros sobre José Martí entre los que destacan: Martí escritor Americano y Poesías de José Martí. (En Diccionario de la Literatura Cubana. Instituto Cubano de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba. T-II, pp. 550-552)
[3] Portuondo, José Antonio. (Santiago de Cuba, 10.11.1911- La Habana, 18-3-1996) Doctor en Filosofía y Lteras por la Universidad de La Habana (1941). Editor de la revista Gaceta del Caribe. Profesor de la universidades norteamericanas de Nuevo México, de la Columbia University de Nueva York, de la Pennsylvannia State University, de la Wisconsin University y de la Universidad de Oriente en Cuba. Entre 1949 y 1969 asistió a varios congresos del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana. Colaboró con publicaciones como Orto, Diario de Cuba, Bimestre Cubano, Universidad de La Habana, Unión y la Revista Interamericana de Bibliografía. Autor del libro Bosquejo histórico de las letras cubanas, que junto a otros ensayos y trabajos críticos han sido traducidos a varios idiomas. (En Diccionario de la Literatura Cubana. op.cit. T-II, p.814)
[4] José I. Rivero y Alonso. La Habana 1895-1944. Se encargó de la dirección del Diario de la Marina desde 1919. Mereció en 1941, el premio Cabot, por la Universidad de Columbia. (En Diccionario Enciclopédico UTEHA, t-viii, p. 1321-1322) Otras referencias sobre su ejecutoria nos relatan que con sólo 22 años sucedió a su padre en las lides de la dirección del diario, designado por la Junta de Accionistas. “En poco tiempo, el nuevo director llegó a ser más famoso que su padre, por la brillantez de su estilo y el vigor de sus polémicas” (En Gran Eciclopedia Rialp, t-7 p.663)
[5] Periódico de La Habana, Cuba. En 1813 apareció El Noticioso de la Tarde, que se fundió más adelante (1832) con El Lucero, bajo el título El Noticioso y El Lucero. Con el cuadro de redactores de este último fundó Isidoro Araujo de Lira el 1 de abril de 1844, el primero citado. Llegó a ser considerado el más importante de la isla y uno de los máximos exponentes de la prensa de América. Fundado por españoles y dirigido por españoles hasta 1919, fue siempre órgano de los ideales e intereses de España. En 1895 comenzó a dirigirlo Nicolás Rivero Muñiz, asturiano radicado en Cuba, a quien Alfonso XIII otorgó en 1919, año de su muerte, el título de conde del Rivero, para premiar su amor a España, y su conducta en los difíciles momentos del tránsito a la República. Le sucedió en la dirección su hijo José Ignacio Rivero Alonso. A éste le sucedió su hijo José I. Rivero Hernández quien dirigió el periódico hasta el 10 de mayo de 1960 en que fue incautado, y en su sede se instaló el diario Hoy, órgano del Partido. Su nómina de colaboradores incluyó a José Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno, Azorín, Baroja, entre otros. (Datos extractados de la Gran Enciclopedia Rialp, op.cit
[6] La política colonial y extranjera de los reyes españoles de la Casa de Austria y de Borbón y la toma de La Habana por los ingleses. Texto del discurso de recepción leído por Monseñor Martínez Dalmau en la sesión correspondiente al 28 de mayo de 1943 en la ya citada Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales. Esta institución fue fundada en el año 1940 por el reconocido historiador Emilio Roig de Leuchsenring.
[7] Las alusiones a esta polémica serán el corazón medular de esta investigación histórica, a la que aludiremos desde todas las aristas posibles para que el cuadro final que proponemos tenga todos los matices, las luces y las sombras que son parte indeleble de cualquier obra no sólo artística, sino también humana. Es una verdadera pena que no podamos ofrecer al lector el texto que José I. Rivero publicara en su columna Impresiones, del Diario de la Marina, pues nos ha sido imposible encontrar el número específico donde se publicó. A dicho texto aludimos desde la referencias bibliográficas que disponemos.
[8] Publicado por la propia Sociedad de Estudios Históricos e Internacionales, en la Tipografía ARROW PRESS, LUYANO 13, La Habana. 1943
[9] Nace en Camagüey el 18 de septiembre de 1915. En 1934 ingresa a la Universidad de La Habana para cursar Filosofía y Letras. Inicia sus estudios eclesiásticos un año después simultaneándolos con los de la universidad. Ordenado sacerdote el 27 de febrero de 1944. Ejerció como párroco de la Iglesia de la Caridad en La Habana desde 1947 hasta su expulsión de Cuba en 1961, en el vapor Covadonga . En Junio de 1959 fue nombrado Rector de la Universidad de Villanueva. Recibió la Ordenación Episcopal en la Catedral de La Habana el 15 de mayo de 1960, fungiendo como Obispo Auxiliar de La Habana. Tras una breve estancia en España, se trasladó a Venezuela donde ejerció su ministerio episcopal hasta su deceso en el año Pudo regresar por breve tiempo a su terruño en dos ocasiones, en 1987 y 1998.
[10] Tercer Obispo de la Diócesis de Camagüey, consagrado como tal por el Cardenal Manuel Arteaga Betancourt el día 6 de marzo de 1949. Según nos reseña Mons. Teodoro de la Torre Recio, "durante el tiempo que estuvo al frente de este Obispado se distinguió por su empeño en la decencia y esplendor del culto. Embelleció la Catedral con hermosas lámparas y otras joyas ornamentales y hermoseó con exquisito gusto el palacio episcopal."También continuó la obra emprendida por sus predecesores con la fundación de iglesias rurales y obras sociales. En Camagüey, las Hermanitas de los Ancianos Desamparados abrieron el Asilo Amparo de la Vejez; las Terciarias Carmelitas Descalzas el Hospital de San Juan de Dios, que reabrió sus puertas en 1952 gracias a la tesonera labor de la incansable dama Julieta Arango, y las madres Teresianas inauguraron la Obra Social de Saratoga, con enseñanza gratuita y dispensario para los vecinos de ese barrio obrero. Con la ayuda generosa de la Sra. Rita María Rodríguez se amplió la Obra Social del Reparto Batista y se levantó allí una hermosa capilla a Cristo Rey. Se erigieron las iglesias de Imías, Lugareño, Sibanicú, Gaspar, Florencia y Santa Marta, Elia, Guayabal, Ceballos, Jicotea, y las capillas de Tarafa y Santa Teresita en Nuevitas, la iglesia parroquial de Ciego de Ávila (1951) y la contigua residencia de los PP Franciscanos. En 1951 el Obispo Ríu encomendó a los padres Jesuitas que llevaran a cabo una semana de Misión en la que participaron todas las parroquias. Esta Misión produjo muchas conversiones y reavivó en la fe a muchos feligreses. Mons. Carlos Ríu Anglés había nacido en Cataluña, España, y le tocó vivir en Cuba los difíciles días iniciales de persecución y hostigamiento que el régimen castrista prodigó a la Iglesia desde sus comienzos. En 1962 renunció a su cargo como Obispo. Falleció en Tampa en 1971.
[11] Nos dice Ramiro Guerra en su Historia de la Nación Cubana, de la que son co-autores Pérez Cabrera, J. Remos y Santovenia, que: “El nuevo Gobierno, elegido el 14 de julio, tomó posesión el 10 de octubre de 1940, entrando plenamente en vigor la Constitución recién promulgada. Con este Gobierno se inauguraba el régimen semiparlamentario establecido en la Carta Magna a iniciativa del doctor José Manuel Cortina y entraba en funciones por primera vez, el cargo de Primer Ministro o Jefe del Gobierno, que fue el doctor Carlos Saladrigas, abogado de extracción revolucionaria.(…) Tomo VIII, p.88
[12]Ibid.: “Con el advenimiento de la Constitución de 1940 se abre una etapa más avanzada y características del progreso social, alcanzando algunas instituciones la máxima consagración en el orden jurídico y sobrepasando a las existentes en las naciones que protegen más eficazmente a sus trabajadores(…) Tomo IX. p. 430. Sobre el tema sería muy oportuno para el lector interesado, consultar el valioso texto “Me sorprenden las sorpresas”, (aparte cuarto), de Monseñor Carlos Manuel de Céspedes. Ver Comentarios a algunas reacciones provocadas por mi ponencia Promoción Humana, Realidad Cubana y Perspectivas. Segunda Semana Social Católica. (La Habana, 17 al 20 de noviembre de 1994) Material policopiado. La Habana, 14 de abril de 1995.
[13] Ibid. T .VIII p. 88
[14] En tal período y en virtud de la Ley organizativa del Ejército, le fue conferido el grado de Mayor General. Ibíd. p.88
[15] Entre las medidas tomadas se incluyeron “el incremento en producción y precios el azúcar, el café y el tabaco; se mejoró la agricultura introduciéndose factores de mecanización; se constituyó la garantía en oro; (…) se desarrolló una amplísima política laboral(condiciones de trabajo, salarios mínimos y beneficios de la asistencia social)…creándose instituciones tan importantes como el Hospital de Maternidad Obrera (…)” Ibid. T-VIII p. 89
[16] Ibíd. T.VIII, p. 89
[17] Informe General del Censo de 1943. Grupo de Ocupaciones. Tabla No. 3 Clase de Trabajo. P. 1155
[18] Eran aquellos a saber: Mons. Manuel Arteaga Betancourt (Arzobispo de La Habana); Mons. Evelio Díaz Cía. (Obispo de Pinar del Río); Mons. Alberto Martín Villaverde (Obispo de Matanzas); Mons. Eduardo Martínez Dalmau (Obispo de Cienfuegos); Mons. Enrique Pérez Serantes (Obispo de Camagüey) y Mons. Valentín Zubizarreta (Arzobispo de Santiago de Cuba)
[19] Memoria del Primer Congreso Eucarístico Nacional. p. 120.
[20] Entre las dignidades invitadas y presentes en esta ceremonia se encontraban el Cardenal Denis Dougherty, arzobispo de Filadelfia, el Arzobispo de Mérida Yucatán, Fernando R. Solórzano; el Arzobispo Coadjutor de Santo Domingo, Octavio Beras y Monseñor Federico Lunardi, Nuncio Papal en Honduras. Igualmente entre los invitados se incluían el Obispo de rito armenio Aramouni, y Monseñor Assemeni, Delegado del Patriarca Latino de Tierra Santa. Junto a ellos, por la parte cubana el Cardenal Arteaga y Betancourt, Arzobispo de La Habana, el Arzobispo de Santiago de Cuba Valentín Zubizarreta, y los obispos de Camagüey, Cienfuegos, Matanzas y Pinar del Río: Enrique Pérez Serantes,Eduardo Martínez Dalmau, Alberto Martín Villaverde y Evelio Díaz Cia, respectivamente.
[21] El altar del campo Eucarístico y su enorme cruz de dieciocho metros de altura y seis metros de luz en sus brazos, fue obra del Ingeniero y Arquitecto Víctor Morales. Se ubicó casi a la altura del Palacio Cardenalicio con el canal de entrada de la bahía a su fondo. Una cruz luminosa fue igualmente ubicada en los altos de la fortalez de La Cabaña.
[22] Ibíd. El Papa habla a Cuba, p 4 y 5.
[23] Dirigida por entonces por el P. Ignacio Biain, de la Orden franciscana, cuyo convento se ubicaba en la calle Aguiar en La Habana.
[24] Semanario Católico Año XXXIV. (241-243). Febrero 21-28 de 1943, p.23
[25] Ibíd. p.23
[26] Otros dos colegios como aquel se ubicaban en las ciudades de Cárdenas y Camagüey. El cronista apunta, respecto a la calidad educativa de aquellos que “que las Oblatas están preparadas, y pueden competir con otros colegios dirigidos por blancas, lo acreditan los títulos académicos que ostentan muchas religiosas (…)” Ibíd. p.24
[27] Ibíd. p.24
[28] Fundada en el año 1928
[29] Semanario Católico Año XXXIV Ibíd. Nos 25-246. p. 10
[30] Reproducimos el texto que lleva la siguiente dedicatoria: “Para mi ilustre amigo y Prelado Dr. Martínez Dalmau, dignísimo obispo de Cienfuegos”. Estás muerto, Señor! Muerto entre “muertos”,/a pesar que después de tu partida/triunfaste de la muerte y de la vida/alzándote glorioso entre los muertos./ Estás muerto, Señor! Muerto entre “muertos/ porque esta ingrata casta, redimida/por tu divina sangre, está podrida/y sus mezquinos corazones muertos/Si sufriste tan duros padeceres,/fue que entonces aún no estaban vivos/por gracia de tu muerte, aquellos seres/que arrancaron tu vida entre los vivos;/ pero estos muertos de hoy saben quién ERES,/ y estás en ellos muerto, aunque están vivos. Villa Clara, Viernes Santo de 1943. Ibíd. Junio (6-13) Nos. 255-256. p.20.
[31] Ibíd. octubre 3-10, Nos. 271-272. p.18
[32] Ibíd. Agosto 1-8, Nos 262-264 p. 19.
[33] Ibíd. p.21
[34] Septiembre de 1943. Número 9. p.32
[35] Ibíd. p.32. La obra tuvo su feliz terminación en el año
[36] Ibíd. No. 12 p.24
[37] Ibíd.
[38]Para el lector acucioso e interesado en el tema, sugerimos revisar el texto: “La voz de la Iglesia en Cuba” 100 Documentos Episcopales. Obra nacional de la Buena Prensa. Mexico, DF. 1995.
[39] Los datos alusivos a este aparte están tomados de Historia de la Iglesia en Cuba. Mons Ramón Suárez Polcari. T-2, p.392 y stes.
[40] Apuntes para la Historia Eclesiástica de Cuba. Juan Martín Leiseca. p. 315.
[41] Copiamos aquí como propicia cercanía sus datos biográficos más relevantes:
Nació el 29 de junio de 1893, en La Habana, diócesis de San Cristóbal de La Habana, Cuba. Fueron sus padres Cecilio Martínez y González, natural de Asturias, España, militar, médico y abogado, y Sofía Dalmau Barzaga, bayamesa. Fue bautizado en la parroquia de Nuestra Señora de Montserrat el 24 de septiembre del mismo año según consta en el Libro 27, folio 60, número 178. Al terminar la Guerra de Independencia, cuando tenía 9 años de edad, la familia se trasladó a Barcelona, España.
Educación. Hizo sus estudios primarios y el bachillerato en el colegio de los Jesuítas de Barcelona. En 1908 entró en el noviciado de los Padres Pasionistas en Gaviria, Guipúzcoa, España. Hizo sus estudios eclesiásticos en la casa de estudio de la orden en el Monte Celio, Roma. Obtuvo el doctorado en teología en la Universidad de Madrid, España.
Sacerdocio. Fue ordenado en la iglesia de S. Apollinare, Roma, el 1 de noviembre de 1915 (1) y celebró su primera misa solemne el día 4 del mismo mes. Fue nombrado profesor del Estudio Internacional de los Pasionistas en Monte Celio, Roma, enseñando sucesivamente derecho canónico, teología dogmática e historia eclesiástica, esta última por espacio de 10 años. En 1931 debido a su quebrantada salud, fue enviado al convento pasionista del Buen Viaje de Santa Clara, Cuba, a reponerse. La orden le autorizó a residir en la casa de su familia en La Habana donde fue atendido por su madre. Allm, el arzobispo Mons. Manuel Ruiz y Rodríguez, lo nombró capellan del Asilo de Ancianos de Santovenia. Mas tarde, le fue confiada la cátedra de sagrada teología del Seminario de San Carlos y San Ambrosio de La Habana.
Episcopado. Fue nombrado obispo de Cienfuegos, Cuba, el 16 de noviembre de 1935, por el Papa Pío XI. Fue consagrado el 21 de diciembre siguiente en la catedral de La Habana por Mons. Giorgio Caruana, arzobispo titular de Sebaste, nuncio apostólico en Cuba asistido por Mons. Manuel Ruiz Rodríguez, arzobispo de La Habana y por Mons. Valentín Zubizarreta Unamunsaga, O.C.D., arzobispo de Santiago de Cuba. También estuvieron presentes Mons. Enrique Pérez Serantes, obispo de Camagüey, y Mons. Severiano Saínz Bencomo, obispo de Matanzas. El 2 de enero de 1936 tomó posesión de la diócesis. Fue miembro de la Academia de la Historia de Cuba, de la Academia de Ciencias, de la Academia de Artes y Letras, y de la Philadelphia Historical Society. Recibió la Gran Cruz de la Orden de Carlos Manuel de Céspedes, la mas alta condecoración que concedía la República de Cuba y también recibió las mas alta condecoración de la Sociedad Colombista Panamericana. Por su defensa de las potencias aliadas en la Segunda Guerra Mundial, el general Charles de Gaulle le otorgó la Gran Cruz de la Legión de Honor de Francia. En 1957 escribió una pastoral advirtiendo lo que se estaba gestando en ia Sierra Maestra por el Movimiento Revolucionario 26 de Julio de Fidel Castro y lo que le esperaba a Cuba si el mismo triunfaba. A comienzos de enero de 1959, fue forzado a abandonar precipitadamente el país por el gobierno revolucionario de Fidel Castro debido a su oposición al mismo y a sus simpatías por el régimen de Fulgencio Batista. Viajó a Miami en donde fue acogido por el obispo Mons. Coleman F. Carroll. Renunció al gobierno pastoral de la diócesis de Cienfuegos el 16 de marzo de 1961 y fue nombrado obispo titular de Teuzi. Lo sucedió en la diócesis de Cienfuegos, primero como administrador apostólico y luego como obispo de la misma, Mons. Alfredo Muller San Martín, obispo titular de Anea, y hasta entonces auxiliar de La Habana. Mons. Martínez Dalmau que hablaba también inglés, francés e italiano, enseñó teología y fue capellán del noviciado de la Hermanas de San José de San Agustín, en Jensen Beach, desde 1961 hasta 1964. Luego, por corto tiempo, de 1965 a 1966, fue capellán de Pennsylvania Retirement Hotel, West Palm Beach, de las Hermanas Carmelitas. Después de ésto, se retiró a Miami a vivir con sus familiares por su avanzada edad y mala salud. El 18 de diciembre de 1984 celebró las bodas de oro episcopales en la catedral de Miami. Al fin de su vida, perdió la vista.
Entre sus escritos figuran: Contribución de la Iglesia Católica a la Solución de los Problemas Sociales, usado como texto de sociología en el Seminario de Costa Rica; La toma de La Habana por los ingleses, que fue su discurso de ingreso en la Academia de Historia de Cuba; Ensayo biográfico sobre Luisa Martínez Casado, premiado por la Academia Nacional de Artes y Letras; Ensayo biográfico sobre José Antonio Saco; Fray Bartolomé de las Casas; Biografía de Josê Martí; y Ensayo polémico y reivindicativo sobre la ortodoxia religiosa y politíca del Padre Varela. Además, un libro sobre el descubrimiento de América, premiado por la Academia de la Historia de Cuba, y una historia de Filadelfia. Fue un gran orador sagrado y sus cartas pastorales fueron famosas por su contenido y estilo literario.
Muerte. Murió en Miami el 19 de noviembre de 1987 a los 94 años de edad. Los funerales se celebraron el 23 de ese mes en la catedral metropolitana presididos por el arzobispo Mons. Edward P. McCarthy y Mons. Agustín Román, obispo titular de Sertei, auxiliar de Miami. Fue sepultado en el cementerio católico Our Lady of Mercy, Miami, en la sección reservada para los obispos y sacerdotes.
En: Miranda, Salvador: MARTINEZ DALMAU, C.P., Eduardo Pedro (1893-1987). En: Episcopologio de la Iglesia Católica de Cuba [en internet]. 2007 [*]. Disponible en: http://www.fiu.edu/miranda/obispos/bio’d.htm
(1) El Annuario Pontificio 1984 dice que fue ordenado el 30 de septiembre de 1915.
[42] Historia de la Iglesia Católica en Cuba. Ibíd. p 404 y stes. “Entre los templos reparados o reconstruidos en la década del 30 se encuentran: Parroquia del Patrocinio, Parroquia de Cifuentes, Iglesia de San Diego del Valle, Parroquia de Fomento, Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús de los Padres Jesuítas en Sagua la Grande, Iglesia de Zaza del Medio y la de Manacas (…)”
[43] Ibíd. p.404
[44] Levy Marrero. Geografía de Cuba. La Habana. 1951. p.317
[45] Ibíd. p. 316. Levy Marrero apunta igualmente otras interesantes notas sobre la ciudad marinera en el siglo XIX y que ahora reproducimos: “ La amplia y accesible Bahía de Jagua fue un factor decisivo en el desarrollo de la subregión en el siglo XIX, mientras la construcción de ferrocarriles en la primera mitad del siglo XIX convirtió a Cienfuegos en estación de paso entre La Habana y las provincias orientales pues los viajeros llegaban por ferrocarril a Cienfuegos y de allí continuaban viaje por mar(…) en 1860 se inauguró el ferrocarril entre Cienfuegos y Santa Clara y en 1863 se completó la comunicación ferroviaria con Matanzas y La Habana.” p.316 El nombre original de la ciudad fue Fernandina de Jagua, en honor del Rey Fernado VII y Jagua por ser el nombre indígena de la región. El nombre de Cienfuegos se le dio oficialmente el 20 de mayo de 1829 para perpetuar el apellido del general Don José Cienfuegos, que autorizó la fundación y fue su más decidido protector. En Enciclopedia Cubana, p.480
[46] La enciclopedia Wikitaxi, (http://www.wikitaxi.org) de donde tomamos estos datos, incluye igualmente entre las maravillas arquitectónicas de la ciudad: el Cementerio “Tomás Acea”, La Fortaleza de Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua (1792), el Jardín Botánico, y el Parque José Martí. Aunque no se menciona allí la Catedral Metropolitana, la sumamos igualmente como ejemplo singular de las bellezas arquitectónicas de la ciudad.
[47] Nació en Cienfuegos en el año 1860 y falleció en la misma ciudad el 28 de septiembre de 1925.Desde s más tierna edad manifestó gran afición por el teatro, debutando a los seis años en la obra La Vaquera de la Finojosa. A los quince años fue contratada como dama joven, estrenando la obra O locura o santidad, del inmortal Etchegaray. En Junio de 1878 se trasladó a España para estudiar declamación en el Conservatorio de Madrid donde obtuvo el primer premio en el concurso público celebrado a la terminación del curso. Trabajo en los teatros: Español, Jovellanos y Apolo, de Madrid; y en los principales de provincias de España, así como en casi todos los de Cuba, Colombia, México, Venezuela, Santo Domingo, Puerto Rico etc. Obtuvo el día 29 de Noviembre de 1869 un gran éxito en el Teatro Principal de Granada. Con la comedia en tres actos Divorciémonos. En México, durante una función a su beneficio, arrebatado el público por el entusiasmo, le arrojó a la escena mil doscientos ochenta bouquets, ciento diecisiete coronas y más de mil doscientos ramilletes de rosas. La prensa mexicana le obsequió con una valiosa corona de oro, con la dedicatoria siguiente La prensa de México a Luisa Martínez Casado. Cuando se celebró, en Cienfuegos, un plebiscito para saber el nombre que debía ponerse al teatro construido en Independencia y Santa Clara triunfó el de Luisa Martínez Casado. Nuestra biografiada gozó de una alta estimación y de un aprecio sincero en el pueblo de Cienfuegos, que vio siempre en ella a la artista notable que supo obtener muchos triunfos para su ciudad natal. Cuando falleció era viuda de Don Isaac de Puga con quien contrajo matrimonio el día 1 de Enero de l891. (En Enciclopedia Cubana. Ibíd p. 640)
[48] Ibid. Otros nombres relevantes lo son el sonero par excelence de Cuba, Benny Moré, no oriundo de la ciudad pero sí de la actual provincia (Lajas), y el grupo musical “Los Naranjos”.
[49] Historia de la Iglesia Católica en Cuba. Ibíd. p.409
[50] Ibíd. p. 416
[51] Ibíd. p. 414
[52] Ibíd.
[53] El Obispo Martínez Dalmau y la reacción anticubana. Sociedad Cubana de estudios Históricos e Internacionales, La Habana. 1943, p.5
[54] Ibíd. p.5
[55] Ibíd. Carta de Mons. Eduardo Martínez Dalmau, al Dr. José I. Rivero, Director del Diario de La Marina. p..26 Este texto junto a otros de igual interés los ofrecemos íntegramente como Anexos a este trabajo
[56] Ibíd. p 26.
[57] Ibíd.
[58] Ibíd. p.5
[59] Ibíd.
[60] Ibíd. p.6 A renglón seguido acotaban que: “La Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales anhela que esa unión de fuerzas cubanas se mantenga e intensifique para bien de la República y solución rápida y justa de sus problemas vitales”
[61] Ibíd. p.8 Incluido en el artículo "Biografía de una polémica", que publicara la revista Bohemia el 25 de julio de 1943.
[62] Ibíd. p. 15 En La política colonial y extranjera de los Reyes Españoles de las Casas de Austria y Borbón y la Toma de La Habana por los Ingleses.
[63] Ejercía en tal época como el mismo acota: “como único profesor consagrado a temas de Historia de América y Moderna de Europa con que cuenta la Universidad de La Habana” A continuación ofrecemos una síntesis biográfica.
Herminio Portell Vilá (1901-1992). Destacado historiador cubano. Profesor de Historia y de Historia Militar de Cuba. Nació en Cárdenas, en la provincia de Matanzas, el 18 de junio de 1901. Estudió bachillerato en su ciudad natal y se graduó como abogado en 1927. En 1934 obtuvo el doctorado en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana. Laboró como instructor de Historia de Cuba en la Facultad de Derecho de la referida Universidad de 1928 a 1930, durante el gobierno de Gerardo Machado Morales. Se pronunció contra la tiranía machadista y marchó al exilio. En Estados Unidos estableció múltiples conexiones con universidades norteamericanas, y entre 1931 y 1935 fue becario de la Guggenheim Memorial Foundation. Fue profesor visitante en la Universidad de California en Los Ángeles, y en la Universidad de Florida; profesor de Historia de la Civilización en el Nuevo Mundo y de Historia Diplomática Americana en el Black Mountain College, N.C., de 1935 a 1939; conferenciante en la Universidad de Chicago, Illinois, en el Inter-American Defense College, el Tehe U.S. Army War College y el Foreign Service Institute of Washington; doctor en Leyes (Honoris Causa), en la Universidad de Cuzco, Perú, en 1949, y Chubb Fellow, en la Universidad de Yale, en 1957. En la década de los años 50 brindó numerosos cursos en universidades de Estados Unidos y de México. Fue profesor de Historia Militar en el Colegio Cubano Nacional de Guerra, hasta 1952; miembro activo de la Academia de la Historia de Cuba, y profesor de Historia de América de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana.
En 1933 fue designado embajador cubano y miembro de la comisión ponente del Pacto de No-Intervención, celebrado en Montevideo, Uruguay, y representante de Cuba en las conferencias de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y de la United Nations Educational, Scientific, and Cultural Organization (UNESCO), celebradas en La Habana en 1949. Dirigió el Instituto Cultural Cubano-Norteamericano entre 1943 y 1959. Colaboró en diversos periódicos y revistas especializados de Cuba y del extranjero, como El Mundo, Carteles, Bohemia, El Pueblo, El Sol, Madrid, Universidad de La Habana, The Hispanic American Historical Review, Revista de Historia de América, de México, y otros. Fue consultor de la Asociación de Política Exterior de Estados Unidos. Fue concejal por el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) en el Ayuntamiento de La Habana y miembro de importantes sociedades e instituciones de la época, como la Sociedad del Folklore Cubano, que dirigía Fernando Ortiz Fernández. Entre sus obras se destaca Historia de Cuba: En sus relaciones con los Estados Unidos y España, en cuatro volúmenes, un sobresaliente trabajo de uno de los más grandes estudiosos del siglo XX, basado en una investigación exhaustiva de fuentes oficiales —entre ellas, la correspondencia diplomática norteamericana— y documentado con amplitud que lo hace de consulta ineludible para los estudios de historia cubana. En esa obra, Portell Vilá utiliza una voluminosa información tomada de amplias fuentes documentales, al estilo positivista, para desentrañar la dinámica del papel desempeñado por los intereses extranjeros en el condicionamiento de la evolución nacional. Expresó en sus conclusiones una sutil crítica, aunque en un tono mucho más moderado y cauteloso que el usual en los trabajos de historiadores como Emilio Roig de Leuchsenring.
Cuando retomó su proyectado estudio biográfico de Narciso López y publicó Narciso López y su época, Portell Vilá dio a la luz una obra por igual voluminosa y documentada, pero dedicada, por una parte, a exonerar de su anexionismo al controvertido general venezolano, y a exculpar —de modo implícito— a la corriente anexionista de su esencial proyección antinacional, con lo cual reverdeció una tendencia que se creía extinguida, por lo que fue objeto de airadas críticas dentro del medio historiográfico cubano. Entre los que más se destacaron por la agudeza de sus señalamientos estuvo Sergio Aguirre con su obra Quince objeciones a Narciso López.
Después del triunfo de la Revolución Cubana fijó su residencia en Estados Unidos. Desde el exterior desarrolló intensas campañas contra el nuevo gobierno en la prensa escrita, y a través de la estación radial La Voz de las Américas. Falleció en su casa, en Miami, el 13 de enero de 1992.
[64] Ibíd. p.63. En La Tesis del Obispo Martínez Dalmau,
[65] Ver Anexo “No ha sido propuesto, ni mucho menos elegido José Ignacio Rivero, Académico de la Historia de Cuba”
[66] El Obispo Martínez Dalmau y la reacción anticubana. La Tesis del Obispo Martínez Dalmau. p..65
[67] Ibíd. p.69
[68] Ibíd. p.76
[69] Ibíd.
[70] Ibíd. p.83
[71] Por su defensa de las potencias aliadas en la Segunda Guerra Mundial, el general Charles de Gaulle le otorgó a Mons. Martínez Dalmau, la Gran Cruz de la Legión de Honor de Francia.
[72] El Obispo Martínez Dalmau y la reacción anticubana. "Carta de Mons. Martínez Dalmau(…) al doctor José I. Rivero". Director del Diario de La Marina.
[73] Ibíd. La Tesis del Obispo Martínez Dalmau. p. 89
[74] Ibíd. Reverso de una intriga. p.93
[75] De tal asunto habla con claridad Mons. Martínez Dalamau en su carta réplica a José I. Rodriguez cuando refiere a “las gravísimas acusaciones hechas en el Congreso norteamericano” Ibíd. Carta(..) a José I. Rivero(…) p.29
[76] Según José Antonio Portuondo; “la más autorizada voz norteamericana del franquismo” En Reverso de una Intriga. Ibíd. p 94.
[77] Ibíd. p 94
[78] Ibíd. p.95
[79] Ibíd.
[80] Mons. Martínez Dalmau hacía referencia al respecto en su Carta a José I Rivero, ya aludida antes cuando refería que: “El español será siempre bienvenido a estas tierras cuando lo haga con el sano propósito de incorporarse lealmente a la vida de la nación. Pero los que vengan con el propósito, manifiesto, o disimulado de conspirar contra el país bien sea directamente, como está sucediendo desde hace rato si son ciertas las declaraciones del senador Agustín Cruz, del representante Eduardo Chivás del Frente Nacional Antifascista y las gravísimas acusaciones hechas recientemente en el Congreso norteamericano; o en forma indirecta tratando de tergiversar la historia nacional, al vida de nuestros héroes, y las causales de nuestras gloriosas insurrecciones, esos españoles no pueden ni deben ser bienvenidos en Cuba.” En El Obispo Martínez Dalmau y la reacción anticubana Ibíd. p. 29
[81] Nacido en Camagüey el 11 de marzo de 1894 y fallecido en La Habana (26-9-1976). Doctor en Derecho Civil (1925) y en Filosofía y Letras (1926) en la Universidad de La Habana. Profesor de Lengua y Literatura Española del Instituto de Segunda Enseñanza de Camagüey, fue trasladado al de La Habana, en donde permaneció por diez años y ocupó diversos cargos. En 1937 obtiene por oposición las Cátedras de Literatura Cubana e Hispanoamericana en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana. Miembro de la Academia Nacional de Artes y Letras y de la Academia Cubana de la Lengua. Profesor Honoris Causa de la Universidad de Haiti. Fue embajador de Cuba en la Unesco (1959-1960). Autor de disímiles títulos sobre Historia de la Literatura, Preceptiva, Pedagogía, etc. (En Diccionario de la Literatura Cubana del Instituto de Literatura y Lingüística. p.484.
[82] Ibíd. Calumnias e insultos a un obispo. p.99
[83] Ibíd. p 100.
[84] Ibíd. p101
[85] Ibíd.
[86] Ibíd. La cita está tomada por Raimundo Lazo de la columna de José I. Rivero publicada el 10 de julio de 1943 en el Diario de la Marina a la que no hemos podido tener acceso.
[87] 1787-1874. Historiador y político francés. Participó en el gobierno durante la monarquía de Luis Felipe de Orleans y fue líder de los Doctrinarios.
[88] Ibíd. p. 103
[89] Ibíd. p.105
[90] Ibíd. p. 105
[91] Ibíd. p. 106
[92] Nace en La Habana el 23 de julio 1889. Historiador oficial de la Ciudad de La Habana desde 1935 hasta su muerte acaecida el 8 de agosto de 1964. Vinculado a los movimientos progresistas en el país, en 1940 fundó la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, mediante la cual organizó y llevó a cabo trece Congresos Nacionales de Historia hasta 1960. Perteneció también a otras numerosas instituciones científicas y culturales, entre las que se destacan: la Sociedad Cubana de Derecho Internacional, la Academia de la Historia de Cuba, la Sociedad de Estudios Afrocubanos, la Asociación de Librepensadores, la Sociedad de Conferencias, la Comisión de Monumentos, Edificios y Lugares Históricos y Artísticos Habaneros, la Sociedad del Folklore Cubano, el Colegio Nacional de Periodistas, la Sociedad Bolivariana de Cuba, la Junta Nacional de Arqueología y Etnología y la Comisión Nacional de la Academia de Ciencias, en las cuales desarrolló un papel muy activo.
[93] El Obispo Martínez Dalmau y la reacción anticubana. Pepin alérgico a la cultura. p.56
[94] Ibíd. p. 47
[95] Ibíd.
[96] "Emilio Roig de Leuchsenring, ¿anticlerical?" Mons. Carlos M. de Céspedes García- Menocal en Palabra Nueva, No. 190. Nov. 2009. p. 77
[97] Ibíd. p.50
[98] Ibíd.
[99]. El mitin fue llevado a efecto el 25 de mayo de 1941 en el Teatro Nacional. Se trató de un acto en contra de la designación del Dr. Juan Marinello, como Presidente de la Comisión de Enseñanza Privada del Consejo Nacional de Educación y Cultura. El propio Marinello refiere sobre el particular en carta a Mons. Martínez Dalmau, que reproducimos como anexo, cuando acota: “en aquella oportunidad quedó bien señalado… el carácter de la campaña desatada contra mí por haber querido llevar a la enseñanza direcciones cubanas y democráticas. Entendí siempre, por el tono de aquel mitin y de aquella campaña, que no fueron los católicos, sino los cavernícolas los que la sostenían (…)I bíd. Carta de Juan Marinello a Mons. Martínez Dalmau. p. 43.
[100] Ibíd. p.43 y 44.
[101] Ibíd.
[102] Ibíd. p.44
[103] Ibíd. p 44 y 45
[104] Ibíd. En Defensa de un Obispo. p.39
[105] Ibíd.
[106] Ibíd. p.40
[107] Ibíd.
[108] Ibíd.
[109] Ibíd. Editorial de “Orientación Masónica”. p. 90
[110] Ibíd.
[111] Ibíd.
[112] Ibíd. Por Cubano lo Atacan, Señor Obispo. p.32
[113] Ibíd. p.33
[114] Ibíd. p 36
[115] Ibid. p 37
[116] Detentaba entonces tal cargo el Sr. Manuel Quirós Macías.
[117] Ibíd. Mensaje del Señor Alcalde de Cienfuegos al Ayuntamiento. p.108
[118] Ibíd. p 108
[119] Ibíd. p108
[120] Ibíd.
[121] Ibíd. p.109
[122] La carta estaba firmada por Cecilio Ruiz de Zárate ( Presidente), y Otto Meruelo (Secretario).
[123] Ibíd. Del Frente Nacional Antifascista de Cienfuegos. p. 109
[124] Ibíd. p 110
[125] Ibíd. Del Ateneo de Cienfuegos. p. 110.
[126] Poeta y orador. Nacido en Cienfuegos, el 24 de febrero de 1896 de familia descendiente de fundadores de su ciudad natal. En 1919 se graduó de abogado. Publicó dos libros: Palabras (discursos), Poemas de Amor y Frivolidad (Poesías). Su Canto a Cienfuegos fue premiado. Presidió el Ateneo de Cienfuegos. Miembro de la Academia de Artes y Letras. Galardonado con la Orden de Carlos Manuel de Céspedes y la Medalla de Cienfuegos. En política fue Concejal del Ayuntamiento de Cienfuegos, Representante a la Cámara y Senador de la República. (En Enciplopedia Popular Cubana, op.cit. t-2 p. 519)
[127] Ibíd. p. 112
[128] Ibíd. p. 113.
[129] Ibíd. p. 115
[130] Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, a quien ya citamos antes refiriendo a las cercanía de la amistad entre Mons. Martínez Dalmau y el historiador Emilio Roig de Leuchsenring, le ha dedicado otro enjundioso artículo, que según recordamos apareció publicado en la revista Palabra Nueva, en una de sus ya famosas Apostillas, aunque lastimosamente, no podemos dar al lector interesado el dato preciso, pues nos ha sido imposible localizarlo. De cualquier modo es una muy válida cercanía a la figura de nuestro reseñado, que el lector interesado puede consultar por sí mismo.
[131] Gran Enciclopedia Rialp. T-7 p.663