“Miserable cosa es pensar ser maestro el que nunca fue discípulo” .
(Libro de Calisto y Melibea y de la puta vieja Celestina, Fernando de Rojas)
Después de varias anunciadas presentaciones, desde el pasado año, las cuales tuvieron que ser canceladas por problemas aparentemente de visados, llega finalmente al escenario del Miami Dade County Auditorium la obra “Celestina”, puesta en escena que cuenta con la dirección de Carlos Díaz Alfonso, en versión libérrima de Norge Espinosa. Obra llegada desde España, donde tuvo su estreno los días 1 y 2 de Julio del pasado año en el Teatro Corral de Comedias de la ciudad de Alcalá de Henares, como parte de la programación del Festival Iberoamericano del Siglo de Oro, convocado por la Comunidad de Madrid. Dicho espectáculo ha sido conformado a partir de una agrupación teatral, director y actores cubanos, estos últimos residentes casi todos en el país ibérico, pero que en algún momento de sus vidas en la isla, pertenecieron a dicho colectivo teatral, por lo que podemos afirmar que todo queda en familia.
La producción de la obra está integrada por FUNDarte, multidisciplinaria ‘non-profit’ organización dedicada a producir, presentar y promocionar eventos de música, teatro, danza, cine y artes visuales, con énfasis en la cultura hispanohablante, con sede en Miami, el habanero Teatro El Público, del cual Díaz es su director, así como la casa productora española La Saraghina de Stalker.
El elenco de la obra lo integran Leticia Martín, Luis Manuel Alvarez, Georbis Martínez, Amalia Gaute, Carlos Busto, Betiza Bismark, Fer Nieves y Luis Ernesto Bárcenas.
Es bueno destacar que esta no resulta ser la primera aproximación de Díaz a tan importante texto de la dramaturgia clásica española, ya que en el año 2001, el director subió a escena del Teatro Trianón, sede de su compañía en la Habana, otra versión de dicha obra, la cual se mantuvo alrededor de 150 días en cartelera.
Antes de dar paso a hablar de la puesta que ahora nos convoca, considero que sería apropiado hacer un paréntesis para acercarnos al texto original y a su autor.
Sobre Fernando de Rojas, de familia con antecedentes judaicos, oriundo de la región española de Toledo, quien vivió entre 1465 y 1541, se sabe que fue jurista de profesión, habiendo cursado estudios probablemente en la Universidad de Salamanca, que llegó a alcanzar el cargo de Letrado del Ayuntamiento de Talavera de la Reina y que más tarde se desempeñaría como Alcalde Mayor de esa misma ciudad. Sin embargo no se posee información alguna que mantuviera contacto con los círculos literarios de entonces, ni con libreros, imprentas, comentaristas o críticos de su época, así como no se tiene conocimiento de ningún otro escrito salido de su pluma, a no ser la muy conocida “Tragicomedia de Calisto y Melibea”, aunque en un principio la misma fuera nombrada por su propio autor con el término de ‘comedia’, pasando a ser conocida popularmente bajo el nombre de “La Celestina”.
Desde que salió a la luz dicha obra, sin una fecha determinada, pero siempre antes de 1500, hasta el fallecimiento de su autor, se realizaron treinta y cinco ediciones de la misma, llegando hasta las noventa en el siglo XVII, sin contar ediciones en otros idiomas como el inglés, el francés, el italiano, el alemán, el neerlandés y el latín, aunque todas estas últimas sin señalar el nombre del autor. Hay que destacar curiosamente, que para 1792 la obra va a ser prohibida debido a su enrevesado argumento amoroso, el cual se teje alrededor de personajes y maneras repudiadas moralmente por la sociedad y la Iglesia Católica.
Como nota interesante, cabe señalar que la figura de Fernando de Rojas ha sido utilizada por escritores del presente siglo, como personaje en algunas de sus obras, tal como son los casos de los autores Fernando García Calderón, en su novela “La judía más hermosa” del 2006, así como Luis García Jambrina en una serie de novelas de carácter detectivesco, escritas entre el 2008 y 2022.
Según estudiosos, se ha especulado mucho sobre la autoría de “La Celestina”, encontrándonos con una teoría sobre un posible origen ‘tripartito’ de la misma, es decir, que esta podría constar de una primera zona realizada partiendo de un texto previo ya escrito por autor desconocido, poseyendo además otras dos partes, la segunda que provoca el tema que convoca la comedia y otra tercera que será la encargada de dirigir la trama hacia la tragedia, estas dos últimas que serían producto de distintas mentes. Por otra parte ciertos investigadores expresan que fue escrita a dos manos y hasta algunos plantean su carácter coral, aduciendo que en ella intervinieron varios autores al mismo tiempo. Para sustentar tantas diferentes hipótesis los estudiosos se basan fundamentalmente en haber encontrado en el desarrollo del texto incongruencias y divergencias lingüísticas, ideológicas, temáticas y estilísticas. No obstante la opinión generalizada y concluyente es que “La Celestina” fue escrita por el bachiller Fernando de Rojas.
Con respecto a dicha obra, que tiene sus orígenes durante el reinado de los Reyes Católicos de España, ésta ha sido considerada un interesante ejemplo de ‘comedia humanística’, debido a la abundancia de citas de autoridad, su tema amoroso, su finalidad didáctica, el tipo de personajes que muestra y su forma dialogada, por lo que también para algunos representa un híbrido entre novela y drama, llegando a tener influencia en ambos géneros literarios, provocando la creación de un ‘género celestinesco’.
En cuanto a la clasificación genérica de la obra, ello ha suscitado debates desde su origen, algo que su propio autor enuncia en el prólogo de la misma:
Otros han litigado sobre el nombre, diciendo que no se había de llamar comedia, pues acaba en tristeza, sino que se llamase tragedia. El primer autor quiso darle denominación del principio, que fue placer, y llamola comedia. Yo, viendo estas discordias, entre estos estremos partí agora por medio la porfía y llamela tragicomedia.
No obstante, el concepto de tragedia sólo va a afectar el final de la obra, por lo que atendiendo a la forma de la misma según las concepciones neoclásicas existentes hasta el siglo XVIII, se le relacionará con la comediografía griega y latina.
Producto a su extensión, a su casi imposibilidad de representación, así como a no encajar dentro de la estricta definición del teatro neoclásico, al encontrarse redactada en forma de diálogos -aunque también hay algunas publicaciones que la presentan estructurada en versos- algunos teóricos la han denominado como ‘novela dramática’ o ‘novela dialogada’; pero la definición de mayor aceptación en la actualidad es la de considerarla como una ‘comedia humanística’.
“La Celestina” va a presentarnos tres temas fundamentales: la corrupción, la prevención contra el loco amor y la lucha entre opuestos, tema este filosófico, el cual refiere a que la vida es un constante enfrentamiento entre jóvenes contra viejos, sabios contra ignorantes, ricos contra pobres, siervos contra señores, mujeres contra hombres, el bien contra el mal. Además nos va a tratar de prevenir a propósito de que cada valor engendra su propio vicio, por lo que la finalidad moralizante y ejemplarizante de la obra va a estar claramente expuesta en su carga de pesimismo, lo que queda expresado mediante los acontecimientos trágicos con que cierra la obra.
Inobjetable resulta la influencia de esta pieza dramática en numerosos y destacados autores a través del tiempo, desde el temprano 1534 con Feliciano de Silva, pasando por Juan del Encina, Pedro Calderón de la Barca, Miguel de Cervantes, Félix Lope de Vega e incluso observando cierta influencia también hasta en el propio William Shakespeare con el personaje de la nodriza de su “Romeo y Julieta”.
Sin duda alguna “La Celestina”, se ha posesionado por derecho propio dentro de las obras cumbre, no solo de la literatura y dramaturgia española, sino mundial, convirtiéndola en materia de estudios de diferentes niveles de enseñanza general, universitaria, así como texto dramático obligado a revisitar en academias para la formación de directores y actores, en los cuatro puntos cardinales.
Entrando ya en materia, respecto a la puesta en escena que nos convoca a escribir estas líneas, lo primero que debemos señalar, es que como conocedores de la trayectoria de Carlos Díaz, autor de la puesta en cuestión, siempre que un nuevo trabajo de este director nos convoca a ir al teatro, podemos adelantarnos y tener en mente mucho de lo que encontraremos sobre el escenario. Lo anterior sucede debido a que es un artista con una línea constante y definida que ha marcado no solo a su obra sino también al público que lo ha seguido durante sus cerca de treinta años de carrera profesional.
Y tal como esperábamos, lo visto en esta nueva entrega de Díaz, no nos tomó para nada por sorpresa, aunque sí superó lamentablemente las expectativas.
En las numerosas notas publicitadas sobre dicha obra aparecidas a través de la redes, se enunciaba que la misma había sido concebida para ‘mayores de 21 años’, lo que ya de por si podría hacerle preguntar al público qué tipo de espectáculo iría ver. Pero si la información anterior resultase poca, a la publicidad se agregaba que en dicha puesta en escena se mostrarían desnudos y actos sexuales explícitos, cosas ambas, que tratándose de este director no es de extrañar si tenemos en cuenta su trayectoria artística, pero que no obstante los anteriores avisos, cuando ya sentados en la platea se comienza a ver la obra, desde su primera escena, la desbordante presencia de desnudos y actos sexuales explícitos sobre el escenario sobrepasa los limites de anteriores entregas de este director, dejando sin sentido cualquier argumentacion conceptual posible para la existencia de los mismos.
Durante la hora y cuarenta minutos de duración de la pieza, la injustificada, aberrante, grosera muestra sexual, no encuentra razón de ser, solamente se pudiera entender si se piensa desde un punto de vista dirigido a ‘épatar’ y crear un estado de transgresión gratuito sobre el espectador por el mero hecho de provocarlo. La desnudez común en las puestas de Díaz, aquí sobrepasa en demasía el mal gusto y vulgaridad. No existe un solo momento durante todo el transcurso de la obra, ni un solo texto de los actores que no vaya acompañado de una gesticulación sexual claramente marcada. Todo ello sazonado de palabras y frases soeces que para nada enriquecen ni aportan a la comprensión del texto original.
Siempre me he propuesto ver el teatro como un marco de posibilidades infinitas, donde partiendo de un texto original se pueda de igual manera mostrar directamente tanto lo que ha querido decir su autor tal y como fue por él concebido o como una manera de agregar nuevos mensajes e ideas de interés para públicos de otras épocas o lugares, pero apoyando siempre el concepto primigenio de la obra en cuestión. Por lo que cualquier versión de un texto, debe primero que todo respetar a su autor -ya que es su obra de arte- y no tratar de transgredir su contenido llevándola a rumbos desconocidos, de manera que la obra original se pierda por el camino. Lo anterior no solo debe ser aplicado en cuanto a nuevos posibles manejos sobre el texto, sino de igual modo cuando nos referimos a la imagen que envuelve la obra sobre las tablas.
En esta oportunidad, podríamos preguntarnos qué aporta a una obra como “La Celestina” este derroche de desnudez y sexualidad rayando en lo gráficamente pornográfico. Podríamos acaso encontrar algún concepto, mensaje o idea en tal desafuero erótico concebido por Díaz dentro de este espectáculo, dejando de lado los preceptos sobre los que Fernando de Rojas construye su famosa pieza, centrando como es el caso su contenido sobre lo puramente sexual e impidiéndole al espectador ahondar en postulados más filosóficos y menos terrenales que son el núcleo del texto original?
Los que hemos tenido la oportunidad de seguir la obra de este director y comparamos su irrupción explosiva en los escenarios cubanos de los años noventa del pasado siglo, con su sonada Trilogía de Teatro Norteamericano, cuando el teatro de dicho país estaba ausente por completo de los escenarios cubanos desde décadas atrás y lo comparamos con la evolución de su quehacer teatral, podemos notar el verdadero significado de lo que representó en aquel entonces ser transgresor por medio de hacer un teatro que se erigió sobre bases conceptuales definidas, dentro del cual se buscaba ofrecer un mensaje claro y sólido, donde el raciocinio y la elaborada planificación del discurso dramático se ponía en función del arte, cosa que con el decursar del tiempo se ha visto como se desintegra con cada nueva puesta de este director, disolviéndose en un marcado interés por el sensacionalismo más oportunista.
Con respecto al desempeño actoral, la sensación dejada por la puesta resulta más bien ambigua, porque si bien por una parte se puede apreciar un acertado trabajo con el manejo del cuerpo y la incorporación de la concepción otorgada por el director a cada personaje, en cambio la mayor parte del trabajo vocal de casi la totalidad de los actores dejó demasiado que desear. Solo Amalia Gaute como Melibea y Betiza Bismark en el rol de Areusa, por momentos dejaron ver sus buenas condiciones de expresión, gracias a la vigorosa factura de sus voces y bastante acertada forma de decir sus respectivos textos. Con el resto del elenco resultaba prácticamente imposible seguir sus diálogos, producto a la rapidez vertiginosa con que expresaban sus parlamentos y a lo atropellado de su hablar, aspecto que se hizo demasiado evidente en el caso del personaje de la Celestina incorporada por Leticia Martín, quien además de poseer un bajo nivel de timbre de voz, para colmo la distorsionaba para darle una determinada personalidad a la misma.
Otro momento desacertado, al menos en la función que nos tocó presenciar, fue el extenso monólogo que efectúa ya hacia el final de la obra el personaje del padre de Melibea, interpretado por el actor Luis Manuel Alvarez, donde la falta de control sobre su aparato vocal, le produjo altos y bajos en la proyección de aquel, creando una desigualdad en la concepción dramática de dicho parlamento provocado sin duda alguna por esa manera de lanzar los textos característica de las puestas de este director.
La incorporación del trasvestismo en los escenarios se ha convertido en una moda con pretensiones de inclusión social, resultando la mayoría de las veces más en daño que en defensa de los mismos. En esta ocasión haber llevado el personaje de Elicia a esta conceptualización, con un vestuario ajeno al concepto del resto, pero si muy en concordancia con los utilizados en eventos de transformismo, aumentó el carácter de espectáculo carnavalesco de la obra. Por otra parte el trabajo del actor que incorpora a dicho personaje, Fer Nieves, resultó pobre, atropellado y con un débil desempeño con su voz.
Es una pena que teniendo la posibilidad de trabajar con un texto de esta calidad, no se aprovechara el mismo para que los actores explotaran la forma de decirlo, permitiendo explorar de manera más acertada su riqueza lingüística, lo que hubiera podido crear una combinación atractiva con esta versión en exceso contemporánea y rompedora.
Un serio problema que desde hace mucho tiempo viene afectando la preparación profesional de los actores dentro de Cuba es la muy deficiente formación que se les provee en cuanto al tema voz y dicción se refiere, tema este que se hace presente casi de manera permanente en aquellos escenarios donde suben las recientes generaciones de actores cubanos.
Lastimosamente el texto se perdió en gran medida no sólo producto del mal decir, sino también debido al trabajo de adaptación al que fue sometido el mismo donde se le incorporó ostentosamente tanto lenguaje y diálogos inadecuados.
Dentro de los créditos aparece como diseñadora de la escenografía y vestuario la artista Celia Ledón, pero al ver el resultado de su trabajo, este brinda la impresión de haber sido concebido a partir de la reutilización de piezas ya existentes pertenecientes a otras producciones de la compañía teatral habanera y que incluso en algunos casos ni se avenían a la historia narrada en la obra, ni al mismo concepto del resto de los vestuarios utilizados. Aunque casi hablar de ‘vestuario’ en la presente puesta podría resultar en chiste debido a que los actores prácticamente se encuentran desnudos sobre las tablas. El recurrir nuevamente al concepto sadomasoquista en la proyección del vestuario en esta obra, amén de reiterativo, no aporta nada a la misma, convirtiéndose en un lugar común.
De igual forma la escenografía formada por telas transparentes y con cierto brillo, no conectaban en lo absoluto con la acción de la obra, teniendo puramente función decorativa, dando la impresión que su objetivo consistía solamente en llenar el espacio.
Con respecto a la construcción de la dramaturgia escénica por parte de su director, es desconcertante, por fuera de lugar la reiteración de manera forzosa y gratuita durante toda la obra de la temática de la religión afrocubana -la cual por cierto es introducida indiscriminadamente de manera pueril en constantes producciones teatrales- tratando de acercar el desarrollo de la acción hacia un contexto pseudo cubano que para nada se logra, obteniendo en su lugar una irrespetuosa y sobredimensionada banalización del tema religioso.
También resultan inapropiados diversos guiños que el director dirige hacia el público en momentos tales como cuando es sugerida la escena de la locura del personaje protagónico del conocido ballet “Giselle”, la grosera y provocativo momento de la tonada campesina, así como la desconcertante imagen final donde tres actores pretenden incorporar la coreografía de ‘Sulkary”, destacada obra del repertorio histórico de la Compañía Danza Nacional de Cuba, para de esta forma, imitando sus movimientos danzarios retirarse del escenario, dándole así un fin extravagante a la obra. Todas estas incorporaciones innecesarias, no agregan simbología, ni nuevas ideas que apoyen el discurso dramático ni ayudan al desarrollo cognoscitivo del espectador.
A pesar de todos los señalamientos realizados a esta nueva propuesta de Díaz, no estaríamos siendo justos ni objetivos, si no admitiéramos de igual forma que en el desarrollo de la puesta encontramos momentos muy bien resueltos, donde el vuelo imaginativo del director se apropia y aprovecha el texto, como por ejemplo en la escena en que Melibea le entrega a la vieja Celestina el cordón que ella lleva atado a la cintura para que le sea dado a Calisto en prueba de la aceptación de su pretendido cortejo.
Pasemos brevemente a narrar dicho instante.
En el momento en que Melibea hace su entrada por primera vez a escena -no viene desnuda sorprendentemente- entra vestida con una especie de miriñaque, un corselete y una blusa todo de color blanco, incluyendo alrededor de su cintura y cuello un grueso cordón en múltiples vueltas, que al entregárselo a la vieja alcahueta, dicho cordón va a irse desenrollando, esparciéndose en un amplio círculo sobre el piso, para después se tomado por el conjunto de actores, los cuales realizarán una especie de baile ritual con el mismo. El momento no deja de ser sugerente, expresivo y en armonía con la estética grandielocuente del director, permitiendo apoyar lo narrado en el texto original, mediante una hermosa imagen.
Antes de concluir no podemos dejar de destacar otro aspecto que a través del tiempo hemos podido analizar y que tiene que ver en esta ocasión con el público que asiste a disfrutar de las propuestas teatrales de Carlos Díaz.
De todos nosotros, los nacidos en Cuba, es conocido que la población de dicho país no tiene prácticamente posibilidades de diversión o distracción debido a las paupérrimas condiciones económicas y sociales en que malviven, producto del sistema político imperante en ese país, situación esta que hace que asistir al teatro sea la opción más económica y asequible a sus bolsillos, provocando esto un generoso público teatral, pero que en el caso de las producciones del habanero Teatro El Público se conviertan en asistencias masivas y exorbitantes, provocando la duración en cartelera de sus obras por largos meses y a teatro lleno. Pero qué es lo que en realidad provoca tal situación en el caso de la nombrada agrupación teatral? La respuesta no es otra en un primer momento, que el sentido de gran espectáculo que conforman habitualmente sus puestas en escena, pero además y la de mayor interés es la presencia siempre de abundantes desnudos y escenas de grueso erotismo, así como la utilización de un vocabulario que suele pasar de lo descarnado a lo soez y con el que gran parte de los espectadores se ve identificado, para finalmente encontrarnos con la introducción de ciertos subtextos en las obras en los cuales se hacen sutiles menciones sobre algunos contenido de críticas, casi imperceptibles, a las condiciones de la vida en el país.
Dicha masa de espectadores, que asiste fielmente a los espectáculos de esta agrupación teatral, no es en su mayoría asistente regular al resto de los teatros de aquella urbe y lo mismo ocurre aquí en Miami. Al ser anunciada en nuestra ciudad la presencia de una puesta en escena de Carlos Díaz, el teatro se abarrota de tal manera, como sucedió en esta ocasión, que hubo no solo que agregarle un día a la programación, sino alterar la habitual manera de presentar las obras de teatro dentro del Black Box del Miami Dade County Auditorium, para poder acomodar al público en la platea de la media sala de la instalación, espacio que tuvo lleno total durante los cuatro días de presentación de dicho espectáculo. Por supuesto la casi totalidad de ese público, incluyendo personas del gremio, brillan por su ausencia del resto de la variada propuesta teatral de nuestra ciudad, que abarca un teatro realizado tanto en español como en inglés.
A la anterior situación, después de meditar, la he podido denominar como el “Sindrome de Carlos Díaz”.
Algo que está a bien dejar en claro es que esta Celestina no tuvo la misma calurosa bienvenida otorgada por el público miamense, de parte de los espectadores que con asombro presenciaron el ‘destape’ de esta vieja remendona de virginidades en tierras hispanas, numerosos comentarios de colegas de aquellas orillas así nos lo dejaron saber.
De todas maneras, tener la oportunidad de recibir una propuesta teatral más en nuestros escenarios, por polémica que ella pueda llegar a ser, nos permite ampliar el diapasón del disfrute artístico, tener puntos de referencia y aumentar el bagaje cultural, lo que es de mucha urgencia en los tiempos que corren.
Bienvenida entonces esta sorprendente y destapada Celestina, que a pesar del tiempo sigue dando de qué hablar.
Lic. Wilfredo A. Ramos
Miami, Enero 29, 2024
Fotos cortesía de FUNDarte