En 1955 la revista cubana Carteles(1) publicaba una singular entrega biográfica sobre Hemingway firmada por una de las plumas más relevantes de la literatura gala en ese mismo minuto: Andre Maurois(2).
No se trataba de una simple y poco comprometida mirada biográfica, uno de esos emprendimientos menores que los autores ya consagrados dedican a sus congeneres del mismo oficio, aquel empeño era a no dudarlo: “un estudio sobre una obra consagrada por completo a la violencia y a la muerte”.
Con ese preámbulo que el escritor francés derivaba desde las palabras de otra connotada voz: la de Simone Weil: “cuando se sabe que es posible matar sin castigo ni censura, se mata...”; el lector cubano podía barruntar a donde irían los tiros, a no dudarse una singular proximidad biográfica al Hemingway de ese mismo minuto, derivado desde la magistralidad de una obra que según lo citaba el autor esta vez desde otra voz autorizada: Archibal McLeish se trataba a no dudarlo del : “veterano a los veinte, famoso a los veinticinco, magistral a los treinta”, que de paso seguía acotando sin faltar a la verdad: “ha tallado en una vara de avellano, el espíritu de su época”.
Con tales prolegómenos a la vista, el recorrido de la anécdota biográfica sobre aquel Hemingway aplatanado suficientemente en Cuba era de una sutileza sugeridora.
Aquella mirada crítica encontraba caldo propicio entre los lectores cubanos, ya con obra suficiente para ser recorrida incluyéndose en tal minuto su El Viejo y el Mar, recién estrenada por la revista Bohemia, y en versión traducida para Cuba.
Igual ya para el verano de aquel año se daban los primeros pasos por parte de Hollywood, para llevar al celuloide, en el mítico poblado de Cojímar, el setting original, de la versión fílmica de la noveleta hemingwayana.
Se nos hace imprescindible aclarar que este texto que Carteles ponía en blanco y negro, en mayo de aquel 1955, provenía de una muy reciente entrega crítica del escritor francés firmada para La Revue de París(3), en marzo del mismo año.
Significativa es entonces esta entrega de la revista habanera, luego del inevitable proceso de traducción al español del texto original francés. Aunque nos consta además la proximidad y el dominio del propio idioma Inglés que Maurois llegó domeñar con impecable soltura, y que nos hace pensar que el texto tuviera igualmente su popia versión a la lengua inglesa, y de donde pudiera haber sido tomado por la revista Carteles.
Los aspectos biográficos de este deambular por la vida y obra de Hemingway nos parecen ciertamente impresionantes en su dimensión más crítica. Maurois desentraña algunos pormenores con el más fino bisturí, desmembrando las esencias tempranas de la obra del genial esccritor norteamericano, y sobre todo, promoviendo a la luz del entendimiento del lector esas coordenadas resurgentes y siempre enaltecedoras de su condición de impecable narrador.
Para empezar con buen pie Maurois recreaba los intringulis de sus tempranos atisbos literarios sin que faltaran las coordenadas del primer encontronazo con la realidad:
Ernest Heminway mostró, en la escuela de Oak Park mucha afición por las letras y ocupó un puesto importante en la redacción del periódico escolar. Sus camaradas admiraban su talento, pero le trataban sin afecto; con ello le confirmaban en la idea de que es preciso, en la vida, ser duro y que solamente los coriáceo sobreviven.
Otras coordenadas de sus primeras rebeldías marcarían al decir de Maurois al hombre en primaria instancia, y luego al escritor:
No queriendo ni a su familia ni a la escuela se escapó dos veces, llevó durante unos meses una existencia errante y adquirió en los bajos fondos el conocimiento de la violencia y del mal. Trabajó como campesino, hizo de lavaplatos en los restaurantes viajó sobre los topes de los trenes de mercancías: y en resumen conoció esta vida picaresca que más que la bohemia frencesa de los cafés de Flore o los Deux Magots, parece favorable al joven escritor norteamericano.
Luego vino inevitablemnte su experiencia en la Primera Guerra Mudial, que buscada o no como un complemento lo más parecido a una experienia de emociones al límite, o confirmando en sí mismo al aventurero Huckleberriano de Twain que sin dudas lo habitaba, sería su forja ante el destino como acaso lo fuera el personaje tan admirado de Henry Fleeming, de aquella mítica novela The Red Badge of Courage, y de un autor a quien mostrara respeto: Stephen Crane, claro anticipo del peronaje homónimo para su Adiós a las Armas.
Maurois nos cita pormenores suficientes para entender estas coordenadas para futuras elucubraciones de la ficción hemingwayana:
Estaba delante de las trincheras, en Fossalta de Piave cuando un minenwerfer le alcanzó... Fue entonces cuando morí, dijo él... Esta herida le ha marcado de manera profunda en lo físico, con cicatrices imborrables a lo largo de la piernas, pero también durante algún tiempo, con cicatrices en el espíritu (...) No quería dormirme pues desde hacía algún tiempo tenía la convicción de que, si cerraba los ojos en la oscuridad y me abandonaba, mi alma desertaría de mi cuerpo. Me encontraba en ese estado desde aquella noche, que sorperendido por la explosión, sentí que mi alma se fue y luego volvió. Yo procuraba no pensar jamás en ello, desde esa época había tratado de abandonarme todas las noches, antes de que me quedase dormido, y tenía que hacer un gran esfuerzo para retenerla...
El lector avisado descubre de inmediato en el imaginario narrativo del autor al menos dos relatos conectados ineluctablemente con lo antes dicho, el primero: Now I Lay Me (1927), muy clara proximidad a la vivencia del propio autor ya esbozada; y A Way You´ll Never Be, este último, tercero en la saga de la historia de su alter ego Nick Adams en la Italia de 1918, y una especie de pesadilla recurrente, según nos cita Baker. Sugerida esta última, desde la ficción en las cálidas noches habaneras de 1932, es un título, a su vez, con otras alusiones, esta vez a la voluptuosa Jane Mason, quien debutara en tal época con preocupantes signos depresivos, y con quien se le involucrara en una impetuosa relación sentimental en la tórrida Cuba de aquel año(4).
El oficio del narrador se consolidaría en los años de París, desde la primaria experiencia periodística del avezado corresponsal, que en algún minuto quemaría las naves, en pos del sueño final de la escritura total como oficio. Maurois desgrana de ese período, atisbos nuevamente reveladores al temprano oficio del nobel narrador:
Hemingway escribía cuentos. Estos eran duros como clavos... Uno de ellos Fifty Grand, contaba la aventura de un boxeador que, sintiendo llegar su decadencia, apuesta contra sí mismo y gana. Era un relato dialogado, con aristas cotantes. Nada se explicaba; todo era sugerido. Su lectura nos hace recordar al mejor Kipling. Pero Hemingway no habla jamás de Kipling. Quizás no le leía entonces... Los lectores competentes reconocieron a un maestro...
Maurois le sigue al rastro a ese temprano Hemingway que en dos años se consolida como narradoor nato. Sus alusiones son inevitables para dos obras de ese minuto: “Tres cuentos y diez poemas” y “En nuestro tiempo”, 1923 y 1924 respectivamente. Dice Maurois de este último:
Tecnicamnete es excelente. Pintado con esta frialdad detallada, el horror se destaca más vigorosamente sobre un fondo liso. Merimee sabía ya esto. El título... no podía ser más que irónico. Evocación del “peace in our time, oh Lord...” del Common Prayer. “Paz en nuestro tiempo, oh Señor...” en nuestro tiempo en que se fusila a los moribundos; en que las multitudes exigen de los toreros que se jueguen la vida; en el que los heridos gimen y se desangran delante de las trincheras; en que en las prisiones, se pasa fríamente la cuerda al cuello de los condenados. Esto era a la vez, una muda protesta contra la violencia, una voluptuosidad masoquista al describirla, y una liberación... El niño y el hombre habían visto demasiadas tragedias...
Para 1926 llega la primera novela. Maurois deja las coordenadas de aquella mítica realizacion que fue The Sun Also Rises:
El héroe Jake Barnes, mutilado por una herida de guerra, pasea por los bares y los mediocres hoteles de Francia y España, un amor para siempre irrealizable. La mujer que ama, lady Brett, pasa a ser la amante de un boxeador y después de un torero. Brett y Jake sufren, pero sin frases.... El efecto trágico está obtenido por una larga película de noches de hotel, de borracheras tristes... Nada sirve para nada. El sol sale también, y también inútilmente.
Literariamente hablando Hemingway es un todo terreno que se mueve con facilidad asombrosa entre uno y otro género literario. Maurois detalla ya sus nociones más sugerentes de como logra sus efectos entre la novela y el relato corto donde igualmente Hemingway pontifica a su aire:
Una novela de Hemingway era, con respecto a una novela clásica, lo que una arquitectura funcional a una arquitectura barroca... Una breve historia corta como Los Asesinos es en realidad una obra maestra. Se reconoce una obra maestra, decía Valery, en esto: “no pude cambiarse nada en ella” El ataque es brusco, sin largas preparaciones al estilo dde Balzac. Corresponde al lector imaginarse la decoración, y los personajes. Al principio no se sabe de qué cosa hablan. Repiten diez veces las mismas palabras. Poco a poco, la situación emerge de este caos. Y es hermoso.
Hasta Adiós a las Armas, hay un impass que Maurois replantea desde su perspectiva crítica con acieerto ineludible:
Siete en años en barbecho transcurrieron durante los cuales no había escrito un buen libro... y de esta esterilidad se había compuesto una actitud: fingir no conceder ninguna importanciaa lo que ya no era capaz de producir... En 1936 estalla la guerra civil en España. En Estados Unidos, muchos intelectuales se alistan para ir a ayudar a los republicanos. Hemingway es uno de ellos. Menos por convicción que por ir a oler nuevamente el olor de la sangre y tratar de creer en alguna cosa. De esta eventura sacará una novela: “Por quién doblan las campanas” cuyo héroe, Roberto Jordan, encarna como antes Nick Adams al mismo Hemingway, Héroe sin política y cuyo sacrificio es gratuito.
El impass literario se hará otra vez evidente durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Hemingway. Serán los años de “nuestro hombre en la Habana”, donde pone su cuartel general y que solo habrá abandonar hasta la década subsiguiente, en las temporadas de viajes ineludibles, a sus cuarteles de invierno en la tierra firme sean de su norteamerica natal, o de Europa, o Africa.
Maurois recolecta de este período interesantes pinceladas:
En 1942 ofrece su yate Pilar a la marina norteamericana, y se ofrece para realizar una misión de hombre suicida. Navegará solo para atraer a los submarinos enemigos y luego cuando uno de estos se le acerque, volará junto con él. Se comprende que esta idea romántica le seduzca, pero la marina rechaza su oferta y Hemingway solo consigue ser enviado como corresponsal de guerra a Inglaterra. Después del desembarco de junio de 1944, le pone en contacto con los F.F.I franceses y forma un cuerpo franco del cual es general o capitán, no se sabe exactamente. Es “papa” y sus hombres comprenden vagamente que debe ser un personaje importante. Tiene cuartel general en Rambouillet. Armado hasta los dientes, gemelos en banderola, vermouth sobre un muslo y ginebra sobre el otro, se revela buen técnico de la guerra de la cual tiene larga experiencia. Los “maquis” le respetan; el ejército le tolera: entra en París que el utilizado por la división Leclerc y va inmediatamente a liberar el Ritz, lo que no es un símbolo oscuro. Plaza Vendome, a la puerta del edificio, pone un centinela y un cartel: “Papa took good hotel. Plenty stuff in cellar...”
Luego de otra experiencia reporteril por tierras francesas, belgas y alemanas, Hemingway regerasaba a Cuba para contraer nupcias con su cuarta esposa Mary. Ese período cubano que duraría hata su salida definitiva en 1960, es rastreado igualmente por el ojo avisor y crítico de Maurois.
Leemos con atención esos pormenores:
... Hemingway se había casado por cuarta vez, con Mary Welsh, periodista. Con ella vive hoy en su casa, cerca de La Habana, en la Finca Vigía que ha escogido porque ama a Cuba, y se encuentra un poco más tranquilo en ese país que en ningún otro... Hemingway, mosntruo sagrado con barba blanca, curtido y arrugado, se levanta a las cinco y media, de la mañana, y trabaja. Escribe con lápiz sus descripciones y a máquina sus dálogos. Por la tarde, si el tiempo lo permite pesca con su marino. Sigue pensando que un escritor debe guardar el contacto con la Naturaleza mediante alguna forma de acción. Si se retira de la vida, su estilo se atrofia.
En el año 1952, y afincado en su casa cubana, Hemingway demostraba con creces que su estilo creativo además de inigualable mantenía su vitalidad, a pesar que para muchos críticos su precedente novela Allá lejos y entre los árboles, había rumorado su declive escritural.
Maurois dejaba constancia en su ensayo ya mencionado:
En 1952 probó que su doctrina (el contacto necesario con la vida) es verdadera, escribiendo El Viejo y el Mar, breve relato acogido con entusiasmo unánime... El libro es hermoso, a la vez, por la excelencia del estilo, por la exactitud de la le técnica marítima y deportiva, y por su expresión de calurosa humanidad. Un sentimiento vivo y verdadero, anima esa historia del viejo que ha conseguido pescar a fuerza de valor y tenacidad, el pez más grande de su vida, y se ve despojado por los escualos, que devoran su presa y no le dejan más que un esqueleto. Yo me siento inclinado a pensar que hay en este cuento un símbolo, quizás inconsciente. El pez gigante, es la hermosa novela que Hemingway había querido traer y que los críticos han destrozado. Este sentimiento personal y esta ardiente herida dan al cuento El Viejo y el Mar una resonancia amarga y emocionante.
En su largo ejercicio crítico sobre Hemingway que el lector cubano tenía con increible celeridad a su vista en aquel año 1955, el critico francés Andre Maurois ahondaba sobre el ya mítico lugar del escritor norteamericano avecinado en Cuba entre los escritores de modernidad indiscutida en aquel minuto; pero a la vez descorría un velo siempre interesante a la hora de fomentar los precedentes de cualquier hombre de letras, en cuanto a formación e influencias:
Tiene aspecto de un moderno -ha dicho de él Gertrude Stein- y despide un olor fuerte a museo. La frase escrita en momento de discordia, quería ser punzante; pero constituye un bue elogio, involuntario. Un gran autor, por muy moderno que sea, se relaciona siempre con alguna tradición (...) Cuales son los maestros de Hemingway. El dice: Leyendo la Biblia fue como aprendi a escribir... No unicamente así, pero la Biblia enseña al narrador el arte del relato desnudo, la fuerza de la repetición, la poesía. Confiesa que debe mucho a Flaubert, y se comprende facilmente cuál es esta influencia: el escrúpulo, la rebusca de la palabra justa, la necesidad de una cadencia. La suya es tan diferente de la de Flaubert como el jazz puede serlo de las sonatas de Mozart, pero toda música es música. Elogia a Sthendal, lo cual no nos sorprende. Sin embargo, sus verdaderos patronos son americanos: Ambrose Bierce, Stephen Crane, y sobre todo Mark Twain...
Respecto a su mundo filósofico y existencial, Maurois, apunta a una cierta convergencia con Kipling, “bien por coincidencia, bien por filiación”. Y desgrana sus razones:
El mundo revelado a los dos hombres, desde su infancia, no es el mundo de la escuelita parroquial. La fuerza y la astucia reinan en él. Contra esto el héroe no puede hacer nada. El universo es como es. Unicamente el hombre, en el interior de este mundo sin leyes morales, puede darse un código y obedecerlo. Código de honor y valentía que en una vida dolorosamente tensa, hace de un hombre un hombre y le diferencia de los que sólo saben obedecer a sus instintos... y viven sin reglas inviolables.
La figura de la mujer, y el detalle sensualista no escapan a la instrospección del crítico al remontar los alcances de tales coordenadas en la dimensión de la obra y los personajes hemingwayanos:
la mujer para Hemingway como para Kipling es a la vez obstáculo y tentación. Respecto al hombre fuerte, al hombre del código, pero no resiste a la tentación de dominar al hombre débil... La sensualidad parece la esencia misma de los héroes de Hemingway. Amor físico, bien; pero es precsiso no pagarlo demasiado caro. La mujer del combatiente moderno es aquella que se da generosamente, entre dos combates, y sabe que el olvido vendrá...
De la muerte, y de la moral asociada al Hemingway de vitalidad indiscutida, Maurois nos deja reflexiones interesantes derivadas de la de sus alter egos creativos:
Toda la moral está fundada sobre la conducta a demostrar en presencia de la muerte. En este estado constante de alarma, hay dos soluciones, Una, es olvidar. Los personajes de Hemingway como suss prototipos, beben y aman para aturdirse. La otra solución, la más noble, es un estoicismo que acepte como normal este aplazamiento de la ejecución de lod condenados a muerte. El hombre camina sobre las ruinas, siempre dispuesto para la explosión final, tratando de olvidar sus pesadillas... El amor, como la caza o la guerra, o la bebida, actos de violencia o de exceso, nos ocultan la presencia de la nada, durante un momento, un corto momento.
Muy a pesar de advertencia tan nihilista, Maurois sabe que desde la permanencia de la angustia, que considera légitima en Hemingway “despues de dos interludios infernales y ante el peligro de sufrimientos mayores”
Pero Maurois apela a la dimensión de otro optimismo que descubre entre los entresijos de la dimensión creativa del Maestro:
Este mundo se salva por la forma. Tiene para escapar “a a la falta de sentido de un mundo sin valores”, una evasión más bella que la embriaguez o el espasmo, la cual es la creación, Aquí Hemingway se une con Proust. Este buscaba envolver las cosas más simples en los anillos de un hermoso estilo. Hemingway recurre menos a la imagen. Su estilo es objetivo y desnudo. Describe los peores horrores con una sobriedad clásica. Este comedimiento en la descripción de lo monstruoso, es exactamente, su estilo...
Last but not least, Maurois sabe que en Hemingway hay esperanzas a pesar de que no parezcan tangiblemente posibles, sino que sean, a lo sumo el atisbo insignificante, que emerge como el iceberg en la profudidad desconocida:
Un mundo no carece completamente de valores cuando reconoce los de la estética. El escritor, como el cazador, y como el soldado, respeta su código, y llega con su encantamiento, no a encontrar el Tiempo, lo que sería para Hemingway encontrar el horror, sino a matarle. Es posible que la palabra del universo sea nada, pero el código y el oficio, en esta nada, dibuja vagamente la sombra de algo.
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1. "Ernest Hemingway". Por Andre Maurois. En Carteles. La Habana Cuba. Año 36. No. 18. 1 de Mayo de 1955. p.72
2. Pen name del escritor francés nacido como Emile Salomon Wilhem Herzog (1885-1967) en Fantasticfiction.com
3. Citado en Carlos Baker, Hemingway and his critics. An International Anthology. American Century Series, Hill and Wang, NY, 1961.
4. Carlos Baker, Hemingway A Life Story, Charles Scribners and Sons, NY, 1969, p.228
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